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EL EJERCICIO DEL DERECHO ES COSA DE HOMBRES

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Querid@s lector@s de la era del «#me too», quizás os preguntéis si en Roma había mujeres abogadas. Y la respuesta es que no. Existía la posibilidad de que las mujeres se defendiesen a sí mismas en los tribunales, aunque era ocasional, pues en las clases superiores romanas las mujeres eran ante todo una mercancía matrimonial. Podía haber mujeres fuertes en la domus, sin duda, pero en la res publica, nada de nada.... Con un ejemplo lo entenderéis mejor. Augusto, nuestro carismático e inteligente campeón jurídico, no tuvo ningún empacho en casar a su hermana Octavia con Marco Antonio para sellar su siempre frágil alianza con este. Unos años después, Marco Antonio devolvió Octavia a su hermano, incluyendo en el paquete la hija que habían tenido en común, para irse con Cleopatra que le ponía mucho más y encima era más rica. Esto era posible porque el divorcio no solo estaba permitido en Roma sino que la mujer repudiada recuperaba íntegra su dote, además de no estar socialmente estigmatizada... De eso ya se ocuparía San Pablo unos años después... Y es que para Mary Wollstonecraft y Simone de Beauvoir faltaba la tira.... Además, alguna mujer romana adquirió una gran influencia política como fue el caso de Livia Drusila, la tercera mujer de Augusto, que se encargó de acabar con todos los descendientes de su marido para que accediese al trono imperial su hijo Tiberio, o la tremenda Valeria Mesalina, mujer de Claudio, que en sus 24 años de vida escandalizó a la alta sociedad romana por sus excesos, sobre todo sexuales. Quizá por ello en los años 60 del pasado siglo, en la recatada y puritana España de Franco, la empresa de sábanas más pujante se llamaba «Mesalina». La libertad se expresa como puede.

Las figuras de estas peculiares mujeres están muy bien narradas en la espectacular novela Yo Claudio del impresionante Robert Graves. Una obra indispensable. Y ahora que he cogido carrete con estas egregias matronas romanas, no quisiera dejar de mencionar la extraordinaria biografía de Agripina escrita por Pierre Grimal donde recrea la vida de la hermana de Calígula y madre de Nerón, un relato que, ya os lo adelanto, deja a cualquier «serial killer» en pañales.

Imágenes 6 y 7. Camafeo con Messalina y busto de Livia Drusila.

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