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EL IUS ENTRA EN LA ACADEMIA: EL LARGO CAMINO HACIA LA FACULTAD

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La creciente inteligibilidad del derecho romano da un paso de gigante a mediados del siglo II d.C. gracias a Pomponio y Gayo, dos juristas que en vida pasaron desapercibidos para la mayoría de sus conciudadanos. Sabemos con certeza que Gayo no gozó del ius respondendi y es bastante dudoso que Pomponio lo tuviera. Lo que no es óbice para que su labor sea absolutamente «revolucionaria», no para ellos ni para sus coetáneos, sino para nosotros. Porque, además de ser abogados en ejercicio, fueron los primeros profesionales del derecho que dedicaron parte de su tiempo a describir el sistema jurídico romano en su conjunto con exposiciones claras y fáciles de comprender. Unas obras extraordinariamente útiles para quienes querían iniciarse en el ejercicio de la jurisprudencia. Pomponio y Gayo son, en definitiva, los primeros profesores de derecho de la historia.

Hoy en día para ejercer una profesión jurídica es preciso estudiar «Derecho» en una universidad, y, por lo general, pasar un examen de habilitación para ser abogado o procurador, o un concurso oposición para ser juez, fiscal o integrarse como personal subalterno en la administración de justicia. En Roma en cambio no se requería una formación especial para ser jurista, ni era necesario aprobar ningún examen36. Era jurista quien, tras años de aprendizaje práctico, obtenía buenos resultados resolviendo casos. Gracias a Pomponio y Gayo el derecho empezó a poder aprenderse previamente en los libros.

Pomponio escribe una obra llamada «Enchiridion» (palabra griega que significa «manual» –précis en francés o Handbook en inglés–), que es la primera historia del derecho romano, y abarca desde sus orígenes hasta mediados del siglo II. Gayo va más allá al ofrecernos la primera visión de conjunto comprensible del sistema jurídico romano en sus celebérrimas y canónicas Instituciones, sin duda el libro de derecho romano más famoso y difundido de la historia.


Imagen 12. Escultura homenaje a Gayo. Tribunal Supremo. Madrid.

Es improbable que Gayo fuera consciente de la extraordinaria relevancia de su obra. De hecho, en vida no pasó de ser un jurista del montón. El éxito y la fama le llegaron a título póstumo. Concretamente tres siglos después de su muerte, cuando en el año 426, el emperador Valentiniano le incluye inesperadamente en la lista de los grandes juristas cuyas obras pueden ser citadas en los tribunales por los abogados. Su celebridad se consolida cien años después, cuando en el año 533, el emperador Justiniano ordena hacer una versión actualizada de las Instituciones por considerarlas uno de los textos esenciales del derecho romano, respetando la sistemática de la edición original, con su estructura de tres libros dedicados a las personas, los bienes y las acciones procesales. Una división que acabó convirtiéndose en uno de los pilares del derecho occidental, ya que fue seguida al pie de la letra por Napoleón, quien estructuró su Code civil de 1804 siguiendo el Plan de Gayo, que a partir de entonces pasó a denominarse «romano-francés».

Solo después de muerto, pasó pues Gayo a jugar en la primera división de los juristas romanos, junto a figuras consagradas como Papiniano, Paulo, Ulpiano o Modestino. Y lo consiguió no porque inventase la pólvora en lo que al derecho se refiere, sino por la extraordinaria difusión que tuvo su pequeña obra. Porque al ser tan útil fue transcrita tantas veces, que una de estas copias llegó hasta nosotros, alcanzando el singular privilegio de ser el único libro jurídico romano que nos ha llegado en su versión íntegra y primigenia, y no a través de referencias más o menos fidedignas, de recopilaciones –digestos–, resúmenes o refritos realizados en siglos posteriores, como ocurre con la obra de todos los demás juristas romanos.

Y todo, gracias al descubrimiento que en 1816 hizo el historiador alemán Niehbur de una copia de las Instituciones realizada en torno al año 500, oculta en un palimpsesto conservado en la Biblioteca Capitular de Verona, una venerable institución con más de 1.500 años de historia a sus espaldas, de ahí que sea considerada la más antigua del mundo, pues se fundó en el siglo V para servir de apoyo a los estudios de los monjes y clérigos de la catedral de la ciudad y desde entonces ha acumulado entre sus fondos 1.200 manuscritos, 245 incunables, y más de 70.000 volúmenes.

Como consecuencia de la escasez de pergaminos, ya que eran caros y su elaboración costosa, sobre todo si se trataba de vitela, es decir, un tipo de pergamino elaborado a partir de una piel de becerro recién nacido o nonato, fue práctica habitual en la Edad Media que los copistas raspasen manuscritos que se consideraban de un interés secundario, para reutilizarlos, escribiendo encima algo que a ellos les parecía más importante. Esto es lo que hoy recibe el nombre de «palimpsesto», palabra derivada de los términos griegos «palin» (de nuevo) y «psao» (raspar). Hoy en día, claro está, los animalistas estarían horrorizados ya que un códice requería el sacrificio de un número considerable de cabezas de ganado pero, en cambio, los ecologistas los felicitarían por su eficaz reciclado, sin contar a los teóricos de la literatura como el francés Gérard Genette, que con su obra Palimpsestos: la literatura en segundo grado alcanzó el estatus de pretor de la crítica literaria.

Niehbur descubrió en el llamado Códice Palimpsesto XV numerosos fragmentos de las Instituta debajo de obras de autores cristianos, como por ejemplo cartas de San Jerónimo, el autor de la Vulgata, la versión latina de la Biblia que se convirtió en la edición oficial para la Iglesia católica. No obstante, como Niehbur no era jurista sino historiador, pensó que se trataba de textos de Ulpiano. En realidad, fue Friedrich Karl von Savigny (1779-1861), sin duda el más importante y conocido de los juristas alemanes, a quién se debe la reconstrucción de la obra de Gayo, pues identificó la autoría de los fragmentos que le pasó Niehbur. Con el apoyo de la Academia de Ciencias de Berlín, Savigny procedió a reconstruir el texto de las Instituciones, aunque la obra solo acabó de completarse en los años 1920-1923, tras la aparición de otros fragmentos transcritos en los papiros de Oxyrrinco (Egipto), encontrados a finales del siglo XIX. Concretamente del libro cuarto de las Instituciones, en una versión 150 años anterior al manuscrito de Verona37.

Gracias a este proceso tan complejo, iniciado con el descubrimiento de Niehbur, tenemos en todo caso, acceso al primer manual elemental de derecho de la historia en su versión casi original. La obra de Gayo pudo convertirse así en el libro jurídico más popular de la historia. Sin marketing, sin campaña de lanzamiento, y sin necesidad de posicionarse en Google. Por la sola «auctoritas» de quien tuvo la brillante idea de facilitar a generaciones de juristas su iniciación al derecho. En su estela se inscribe esta modesta aproximación «pop» al derecho que tenéis en vuestras manos, dos mil años después.

Tratado de Derecho pop

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