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RECOGIENDO LAS REGLAS POR ESCRITO: EL NACIMIENTO DE LA LITERATURA... JURÍDICA

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Siglo y medio después, otra parte importante de ese ius, hasta entonces celosamente guardado por los pontífices romanos, quedó a disposición de los ciudadanos, como consecuencia de la puesta por escrito de algunos formularios procesales. Ocurrió por vez primera en el año 304 a. C. gracias a la iniciativa de un tal Cneo Flavio, cliente27 y secretario de Apio Claudio el Ciego, el primer personaje romano eminente del que tenemos noticia histórica fidedigna28. Flavio, sin duda amparado por su jefe, fue recogiendo poco a poco los formularios y acciones utilizadas en su época ante los tribunales de justicia, para luego hacer varias copias manuscritas de la colección que había conseguido reunir. La obra de Cneo Flavio, que acabó conociéndose como Ius Flavianum, tuvo una gran aceptación y fue tan difundida que le valió a su autor ser elevado al cargo de edil, lo cual era meritorio, dado su humilde origen.


Imagen 4. Apio Claudio el Ciego (340-273) entrando en el Senado por Cesare Maccari (1882-1884).

El precedente del Ius Flavianum no cayó en saco roto y un siglo más tarde un tal Sextus Aelius Paetus, más conocido con el sobrenombre de Catón «El sagaz», que no era un don nadie como Flavio ya que llegó a ostentar en el 198 el consulado, la máxima magistratura en el gobierno de la Roma republicana, publicó otra colección de acciones, enriquecida con nuevas fórmulas procesales añadidas en el curso de los cien años posteriores a la publicación del Ius Flavianum, que pasó a ser conocido como Ius Aelianum. Y cincuenta años después, otro jurista llamado Manius Manilius volvió a las andadas y compiló más fórmulas en una colección similar a las dos anteriores. Estas tres colecciones de fórmulas jurisprudenciales, las realizadas por Flavio, Elio y Manilio, se convirtieron en las primeras manifestaciones de lo que técnicamente hoy en día se conoce como «literatura jurídica». No porque fuesen novelas o cuentos sino porque trataban sobre el ius.

El monopolio que tradicionalmente ostentaban los pontífices romanos sobre el ius empezaba a resultar insostenible.

El golpe de gracia, sin embargo, se lo dio, ya en el siglo III a. C., Tiberio Coruncanio, el primer plebeyo que desempeñó el cargo de pontífice máximo, honor que hasta entonces había Estado exclusivamente ligado a la clase terrateniente dominante de los patricios. Una vez erigido en la máxima autoridad religiosa de Roma, Coruncanio decidió que las consultas de los ciudadanos y las respuestas (responsa) de los sacerdotes, que tradicionalmente se emitían en reuniones privadas sin publicidad alguna, pasaran a hacerse con luz y taquígrafos, ante quien quisiera asistir a ellas. A partir de entonces, ya no fue necesario ser sacerdote para lidiar con el ius, pues los laicos también podían dedicarse a aconsejar a los particulares que tuviesen problemas jurídicos.

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