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De los medios a las mediaciones

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Barbero (1987) se preguntará cómo ha sido el largo proceso de la enculturación, de los dispositivos de hegemonía del Estado Nación: “¿En función de qué intereses y merced a qué mecanismo se justifica e institucionaliza la desvalorización y desintegración de lo popular?”.

En el reconocimiento de un proceso de transformación política que conlleva, del siglo xvi al xix, a la formación del Estado Moderno y su consolidación definitiva en el Estado Nación, desarrollará el concepto de la Nación como mercado, donde se unifican los intereses del Estado con el “interés común”, en torno del índice simbólico de la unidad monetaria, el “sentimiento nacional” sintetizado como los intereses de la burguesía, en reivindicación de la lengua y la religión, con una matriz territorial.

Al mostrar su incompatibilidad con la “sociedad polisegmentaria” de las culturas populares, regionales y locales, considera que esta integración vertical reemplaza las relaciones sociales, desligando a cada “sujeto” de la solidaridad grupal y religándolo a la autoridad central (op. cit., 1987: 96-97).

En los años de desarrollo posteriores, apunta Barbero,

lo masivo pasa a designar únicamente los medios de homogeneización y control de las masas ( ) los medios tenderán cada día más a constituirse en el lugar de la simulación y la desactivación de esas relaciones ( ) solo entonces la comunicación podrá ser medida en número de ejemplares de periódicos y de aparatos de radio y televisión, y en esa medida convertida en piedra de toque del desarrollo. Así lo proclamarán los expertos de la oea: sin comunicación no hay desarrollo. Y el dial de los receptores de radio se saturará de emisoras en ciudades sin agua corriente.

En esa tendencia se inscribe la construcción “de un solo público”, para absorber las diferencias hasta

que sea posible confundir el mayor grado de comunicabilidad con el de mayor rentabilidad económica ( ) para hablar al máximo de gente debe reducir las diferencias al mínimo, exigiendo el mínimo de esfuerzo decodificador y chocando mínimamente con los prejuicios socio-culturales de las mayorías ( ) existe un único modelo de sociedad compatible con el progreso y por tanto con futuro (Barbero, 1987: 196).

En esa instancia interpretativa, desde Los medios a las mediaciones, Barbero ahondará en las diferencias entre receptor/a, consumidor/a y ciudadano/a:

La homogeneización del consumidor requiere denominar y categorizar al receptor, produciendo una suerte de clasificación que transforma las identidades sociales en previas y las hace funcionales a un determinado esquema de sociedad donde a la categoría de ciudadano se han agregado otras como espectador (Ibídem: 250).

Por eso, en los años 80 en América Latina, más que reflexionar sobre la entrada de las “nuevas tecnologías”, se observan los modelos de producción que implican, los modos de adquisición, uso y acceso, los procesos de imposición, deformación y dependencia, de dominación, pero también de resistencia, de refuncionalización y rediseño.

Desde la mirada de Barbero, las tecnologías no son “transparentes”, sino un “modelo global de organización de poder”. Sin embargo, el rediseño es posible, sino como estrategia, al menos como táctica, en el sentido de Certeau, es decir que existe el modo de lucha de quien no puede retirarse a “su lugar” y se ve obligado a luchar en el terreno del adversario (Ibídem: 201).

Habrá que analizar, entonces, lejos de la linealidad emisión, mensaje, recepción, por lo menos en cinco niveles:

1. La competitividad industrial, como capacidad de producción expresada en el desarrollo tecnológico.

2. La competitividad comunicativa: el reconocimiento por los públicos a los que se dirige, no medible enteramente por los ratings.

3. Niveles y fases de decisión, en la producción de cada género, las demandas sociales y la iniciativa y creatividad, comprendida también como las formas de resistencia de productores, directores, escenógrafos, actores, etc.

4. Las rutinas productivas o la serialidad mirada desde los espacios de trabajo, reconociendo rentabilidad exigida sobre el tiempo de producción y formas de actuación.

5. Estrategias de comercialización, sin pensar que se añaden “después” para vender el producto, sino que dejan huellas en la estructura del formato (por ejemplo, la forma del corte narrativo para la publicidad).

6. Competencia textual narrativa, que no está presente solo en la “emisión”, sino en la “recepción”, comprendida como momentos de negociación, de reconocimiento en una comunidad cultural.

Retomando a Bourdieu planteará que los “habitus de clase” atraviesan los usos de la televisión. Es necesario observar desde qué espacios se mira la tele, si desde el privado o el público, si desde la casa o el bar, articulándolo a su vez con el subespacio: si en la casa ocupa el lugar central de lo social, el comedor, o se refugia en el dormitorio.

En los usos no habla solo la clase social, habla también la competencia cultural de los diversos grupos que atraviesan las clases, por la vía de la educación formal en sus distintas modalidades, pero sobre todo los que configuran etnias, las culturas regionales, los dialectos locales y los distintos mestizajes urbanos en base a aquellos. Competencia que vive de la memoria —narrativa-gestual-auditiva— y también de los imaginarios actuales que alimentan al sujeto social femenino o juvenil. El acceso a esos modos de uso pasa inevitablemente por un ver con la gente que permita explicitar y confrontar las modalidades diversas y las competencias que aquellas activan (op. cit., 1987: 308).

No se trata, entonces, de las limitaciones del modelo hegemónico en sí mismo, sino que Barbero reconoce que este cambio de paradigma en las investigaciones del campo comunicacional son la consecuencia de “los tercos hechos”, los procesos sociales de América Latina, “los que nos han cambiado los objetos de estudio a los investigadores de la comunicación” (Barbero, 1987: 224).

Lo que sucede en los medios no es homologable a toda la cultura, pero la relación entre los medios y la cultura popular “merece la pena” ser pensada al atravesar los modos en que la cultura se construye y reconstruye, las condiciones socio históricas donde se procesaría la misma cultura, en la batalla por los sentidos, donde ninguna expresión cultural existe de manera autónoma, ya que

la trama cultural se alimenta de negociaciones, rechazos y apropiaciones; de símbolos que se hacen circular privada y públicamente; de una pluralidad de prácticas y de experiencias; de eventos vividos y significados; de textos que abarcan y exceden las experiencias (Rodríguez, 2008: 334-335).

Derecho humano a la comunicación: Desconcentración, diversidad e inclusión

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