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América Latina y la persistencia de la televisión como “servidora de hegemonía”

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De manera más específica, en América Latina, la preponderancia de la televisión como medio de comunicación de mayor poder de penetración ha dirigido algunas de las miradas hacia la reflexión sobre el poder particular de este medio de comunicación decimonónico de seguir instalando algunos temas determinados, con perspectivas unificadas ante la opinión pública, en escenarios de naturalización de la comunicación concentrada.

La televisión, antes que los diarios e incluso Internet, como se verá, aparece como el lugar público por excelencia, con mayor capacidad de penetración “intromisión e invasión” de la esfera privada. Con relevancia decisiva para la formación del consenso y del sentido común y para la construcción del imaginario político y social, configurándose como el “mayor problema de la democracia” (Ferrajoli, 2004).

La problemática se profundiza cuando se reflexiona que en México la última encuesta realizada en 2016 por el Instituto Federal de Telecomunicaciones —la autoridad local en materia de comunicación— describe que el 96% tiene televisión en su casa y el 70% prefiere mirar televisión para acceder a noticieros (49%), películas (47%) o telenovelas (42%).

Los/as niños y niñas que realizaron la encuesta, de entre 7 y 12 años, también reconocen preferencias hacia la televisión. El 75% de la audiencia infantil en 2016 se inclinó a mirar canales nacionales, entre ellos Televisa (55%), la Televisión Azteca 13 (51%) y Canal 5 (44%).

Si bien decreció un 6,5% con respecto a 2015, cuando la encuesta arrojó que el 81,5% de niñas y niños consultados preferían la programación de la televisión abierta, el 75% que elige la televisión sigue siendo alto y muy distante de otros formatos.

Por otra parte, del 49% de las niñas y niños consultados que tienen televisión paga, el 74% ve los canales de televisión abierta, mientras que solo el 31%, los pagos. Es decir, que como ocurre en diversos países, la mayoría de las personas paga por acceder a circuitos cerrados de televisión y desde allí mirar canales abiertos.9

Solo el 26% de las personas declararon tener acceso a internet, recordemos frente al 96% de quienes acceden a la TV. ¿Los elegidos? Los videos musicales en un 18%, cuando en 2015 eran el 12%. Netflix, un 13%, cuando un año antes tenía el 6%, y Claro videos el 6%, duplicando su audiencia, con respecto de 2015.

¿Desde qué aparatos acceden? El 61% desde teléfonos, el 29% de PC, el 26% de tabletas y el 19% de Smart TV.

En Brasil ocurre algo similar. La última encuesta realizada a 18 mil personas de todo el país10 demostró que la televisión “despunta” como el principal medio para quienes fueron entrevistados, con un 95% de preferencia. La radio quedó en segundo lugar, con el 30% de las personas que aseguraron escuchar radio todos los días.

En cuanto a la cantidad de tiempo destinada a la televisión, si bien es un poco mayor entre las personas que tienen hasta cuarto grado de escolaridad: 4 horas 47 minutos, también resulta alta para quienes tienen escolaridad superior: casi 4 horas, 3 horas 59 minutos.

En el caso de la Argentina, el 98% declaró haber mirado televisión durante el último año (2013), con un promedio diario de acceso de 2 horas y 51 minutos, la mayoría mira noticieros 73%, la mitad mira películas y el 43% series.

El 95% mira la tele en el aparato de TV, mientras que el 6% lo hace por PC, el 68% paga tv por cable y el 13% por servicio satelital. En el otro extremo, el 71% tiene PC, el 68% es usuario o usuaria, el 65% se conecta a internet y el 60% lo hace desde su casa.

Pero Internet no es, aún y a pesar de la insistencia de gran parte del campo de reflexión académica, el medio elegido para informarse en su mayoría, sino para entretenimiento: en el uso de las redes sociales (57%), Facebook encabeza las preferencias con 24%, Youtube continúa con 22%. El 55% tiene perfil de Facebook, pero solo el 13% una cuenta en Twitter.11

En el caso de Chile, la última encuesta realizada para el Consejo Nacional de Televisión, en 2014, señala que “la televisión abierta nacional es el principal medio para informarse en un 89%, aumentando en preponderancia a medida que desciende el estrato socioeconómico”.12

La radio es elegida por el 29%, la televisión paga por el 32%, la prensa escrita por el 19%, las redes sociales por el 13%, los diarios en Internet por el 9%, otras páginas de Internet por el 7%, mientras que los canales de tv local por el 2%, las revistas de papel el 3% y otras personas con las que conversa, por el 7%.

Otra investigación realizada en 2011 sostiene, además, que

al desagregar los datos según estrato social, los estratos más altos son quienes más consumen otros medios de comunicación como periódicos e internet para informarse ( ). La frecuencia de consumo da cuenta de la importancia que tienen los noticiarios de televisión abierta en la vida cotidiana. La modalidad más frecuente de consumo en tv abierta es todos los días. Prácticamente 2 de cada 3 entrevistados ve noticias todos los días, aumentando la proporción a medida que aumenta la edad (cntv, 2011: 11).

En el caso del Perú, el 98% de las personas encuestadas —realizada por el Consejo Consultivo de Radio y Televisión— dijo mirar televisión un promedio diario de 3:24 horas, mientras que el 81% escucha radio, durante un promedio de 3:12 y solo el 51% navega por internet, en promedio tres horas diarias. El 80% no ha escuchado hablar sobre Televisión Digital Terrestre, cree que la radio y la tv no están regulados y el 52% no conoce “el derecho a quejarse por contenidos inadecuados en el horario familiar”.13

En otra encuesta realizada en 2011, el 97% de los jóvenes encuestados de entre 18 y 29 años, dijo mirar televisión. Entre las personas de más de 65 años es el 94%, el 75% escucha radio y solo el 4% accede a internet. El 98,7% tiene televisor.

En general, las personas eligen la tv para mirar programas infantiles, el 40,3%; entretenimientos, el 37,8%; películas, el 35,4%, y noticieros el 30 ,9%.

Sin embargo, a la hora de expresarse sobre la TV, como ocurre en la Argentina, destacaron la preeminencia de contenidos violentos (89%), el sensacionalismo (67%), frente a la radio (18%) y la Internet (11%).

De hecho, la televisión es percibida como una influencia negativa para la imagen de los adultos mayores (55%), de los niños (56%) y de las mujeres (63%).14

Esta televisión atada a la mercantilización, no deja de ser usada como “refinamiento cualitativo de los dispositivos ideológicos, en la búsqueda de ‘unificación de la demanda’, como forma inconfundible de expansión del mercado hegemónico, sin que ‘los subalternos resientan la agresión’ (Barbero, 1987: 195).

La adhesión a los modelos dominantes implica la constitución de un “solo público”, reabsorbiendo las diferencias, confundiendo “comunicabilidad” con “rentabilidad económica”.

Una tendencia a constituir un discurso que, para ampliar audiencia, debe reducir las diferencias al mínimo, “exigiendo el mínimo de esfuerzo decodificador y chocando mínimamente con los prejuicios socioculturales de las mayorías” (Barbero, 1987: 196).

Se trata de la absorción de diferencias, como forma de negación y a su vez, como mecanismo de control. La homogeneización requiere denominar y categorizar al “receptor”, clasificándolo, y transformando “las identidades sociales previas” para hacerlas funcionales a un “determinado esquema de sociedad” (Ibídem: 197).

Por otra parte, en un contexto de globalización, la televisión que extiende sus fronteras por fuera de las limitaciones nacionales, con “imperios mediáticos” que construyen y difunden información “homologada y homologante, con rígidas alianzas con poderes gubernamentales” (Giancarlo Aresta y Giuseppe Giulietti, citados por Ferrajoli, 2008).

Allí transcurre gran parte del debate público, aunque obturado, como nueva ágora.

No se asegura una democracia vibrante, porque en la actualidad, el carácter del debate público está determinado no por lo que el orador tiene que decir ni por su capacidad para llamar la atención del transeúnte casual sino por los medios de comunicación, especialmente por la televisión. Efectivamente, las actividades en la esquina de la calle, sea que se trata de un discurso, una demostración o una manifestación, se llevan a cabo en gran parte para las cámaras de televisión y obtienen su poder de la aparición en el noticiero de la noche (Fiss, 1997: 91).

De allí la necesidad de promover la educación crítica de las audiencias, ya que tienen un rol fundamental por cumplir, a partir de mecanismos de resistencia y apropiación, reconfiguración, impidiendo el “control total”, al ser “una institución multimediada”, donde pueden reconocerse negociaciones y tensiones (Orozco, 2014).

En convivencia con nuevas pantallas, no como “ventana” o “espejo”, que reproduce significados dominantes, sino como “institución cultural” que produce realidad, “la televisión reproduce patrones y significados culturales a través de la creación de nuevos significados que participan de las determinaciones dominantes” (Orozco, 2014: 27).

Sin embargo, ¿es posible corregir las asimetrías discriminatorias en escenarios de alta concentración comunicacional, decolonial y eurocéntrica? ¿Qué herramientas son necesarias para la construcción de una comunicación democrática? ¿Cuáles son los derechos y el poder que tienen las audiencias en una sociedad en la que el poder es el “poder de la comunicación”? (Castells, 2009: 89).

Derecho humano a la comunicación: Desconcentración, diversidad e inclusión

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