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Hacia la construcción de una ciudadanía comunicacional

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A pesar de las múltiples y hasta contradictorias teorías desarrolladas en el campo de la comunicación, difícilmente se defienda hoy, entrado ya el siglo xxi, la pasividad de las personas en sus varias relaciones con los medios, ni se las piense aisladas, sino inscriptas en un complejo campo cultural, social, histórico y político. Sin embargo, la discusión sigue latente en los términos de quién, quiénes, desde qué posición, cómo y con qué relaciones asimétricas establecen los múltiples sentidos posibles en el campo comunicacional.

¿Son las personas o los textos? Ante esa interrogación permanente, Stanley Fish (1980) promueve la posibilidad de pensar en tres zonas de interés para llegar al concepto de “comunidad interpretativa”:

1. la concepción del texto que se propone;

2. la temporalidad en la que se produce;

3. la existencia de una comunidad interpretativa.

La indagación no supone pensar sobre las diferentes lecturas que propone un texto, sino cuáles son las variedades de texto que pueden ser construidas en las lecturas. Existe la polisemia, es cierto, pero desde el otorgamiento de las audiencias: La conclusión —dirá en 1980— es que “el lector es quien ‘hace’ la literatura”.

Ya no se trata solo de recepción, ni de determinación de la estructura. Tampoco de individuo y sociedad. Sino que, en determinado momento histórico, existe una comunidad interpretativa que producirá una concepción determinada.

En el ámbito latinoamericano, Guillermo Orozco Gómez (2014) retomará el concepto de “comunidad interpretativa” entendiéndola como “un conjunto de sujetos sociales unidos por un ámbito de significación del cual emerge una significación especial para su actuación social (agency)”.

Las comunidades de interpretación pueden coincidir con comunidades territoriales, pero no se trata de demarcaciones geográficas, ya que una comunidad de interpretación “podría también ser instrumental en cuanto a que sus miembros persiguen algún fin particular a través de su participación en la comunidad”.

Se puede participar así de varias comunidades de apropiación. De significados y no de textos, “polisémicos, que pueden captarse diferentemente”. Se hablará de televidentes críticos, de audienciación de las sociedades, de ciudadanía comunicativa y derechos comunicativos, para plantear propuestas de educomunicación.

Orozco buscará distanciarse del paradigma de los efectos, pero también de la teoría crítica, vinculando la televisión no tanto con la ideología dominante por su poder unidireccional o por ser un “aparato ideológico”, en sí mismo, sino por su capacidad para producir y no solo reproducir la ideología dominante. La televisión más que reflejar la realidad como una “ventana o espejo”, la produce y las personas la niegan o la reproducen (Franco y González, 2014).

En esa línea, puede reflexionarse en torno de que

los medios actúan de mediadores entre la realidad global y el público o audiencia que se sirve de cada uno de ellos. Pero esa mediación es algo más que simple comunicación. Los medios no solo transmiten, sino que preparan, elaboran y presentan una realidad que no tienen más remedio que modificar cuando no formar. El medio no es un espejo (Epstein, 1974), porque el es­pejo no toma decisiones, sino que refleja simplemente lo que tiene ante sí, mientras los que animan los medios adoptan decisiones, siguen una política Tampoco da cuenta de la realidad la metáfora de la ventana (Gaye Tuchman, 1983). Una ventana da a una realidad exterior a los espectadores e independiente de ellos. Pasa lo que pasa, no lo que nosotros decidimos que está pasando. Mientras que los medios deciden qué está pasando, qué imagen de la realidad exterior van a producir y ofrecer a sus espectadores. Lo que los medios presentan no es ni un espejo ni una ventana. Y no puede ser de otra manera. Ni el espejo ni la ventana tienen en cuenta como metáforas la mediación del lenguaje, que es esencial en los medios de co­municación, especialmente cuando de transmitir información se trata (Gomis, 1991).

Desde esta perspectiva, es necesario comprender que la televisión “reproduce patrones y significados culturales a través de la creación de nuevos significados que participan de las determinaciones dominantes su discurso es especialmente vulnerable a ser tomado por dado” (Orozco, 2014: 27).

De allí que sea necesario indagar sobre:

1. La construcción de los significados: influenciado por el modelo de Encoding/Decoding (Hall, 1980) propone analizar las condiciones sociohistóricas del medio y las directrices político-económicas que asume como institución cultural. Observar la codificación particular, de acuerdo con un código cultural determinado.

2. Los significados dentro de un producto cultural, profundizar sobre la invitación a ver “el código significante como el conjunto de significados que conforman posiciones de lecturas específicas”.

3. La interacción entre las personas y los significados, en términos de negociación.

Esta mirada de posible apropiación, a partir de la educación infocomunicacional y de la mediación múltiple de Orozco, de “estar-siendo”, tendrá un desplazamiento en la conceptualización de García Canclini (1995), quien leerá más bien relaciones de consumo, en la atomización social, en las ‘comunidades’ atomizadas, que “se nuclean en torno a consumos simbólicos más que en relación con procesos productivos”.

Derecho humano a la comunicación: Desconcentración, diversidad e inclusión

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