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Colonialidad y eurocentrismo como factores de dominación

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El reconocimiento de que el fin del colonialismo concebido como relación política no implicó en América Latina la conclusión del colonialismo como conceptualización económica, social, jurídica, e incluso comunicacional, cimentó en los albores del siglo xxi la construcción de un nuevo paradigma civilizatorio-emancipatorio en buena parte de la región.

Esta refundación latinoamericana esbozó nuevas prácticas de espaldas al Estado liberal estructurante, considerado decimonónico como corriente filosófica y doctrina económica. El Consenso de Washington, diseminado en el continente durante la década del 90, pareció sucumbir ante el despertar que implicó la integración regional.

La llegada al poder de Hugo Chávez Frías (1998), Inácio Lula da Silva (2002), Néstor Kirchner (2003), Evo Morales (2005), Rafael Correa (2006) y José Pepe Mujica (2010) enhebró la posibilidad de poner en pie el proyecto de integración político y económico latinoamericano, referenciado en las luchas independentistas de Simón Bolívar y José de San Martín, casi dos siglos antes.

Sin embargo, en las diferentes latitudes se tomaron caminos que evidencian algo más que matices. Desde Bolivia, Venezuela y Ecuador se optó por la creación de un “socialismo del siglo xxi”; mientras que desde Brasil, Argentina y Uruguay se promovió un desarrollo económico nacional e inclusivo, dentro del esquema capitalista, con la figura de un Estado “árbitro” regulador, inclinado hacia las voluntades populares (Borón, 2017).

En la región prosperaron políticas públicas para reestructurar los sistemas de radiodifusión, no como hecho aislado, sino como disputa por la hegemonía política y cultural (De Moraes, 2011: 16).

Mientras los medios de comunicación tradicionales continuaron constituyéndose en “servidores de la hegemonía” (Sartre, 1994), al reflejar el ideario de las clases y las instituciones dominantes, al fijar los contornos del orden dominante; se promovió el surgimiento de nuevos medios en disputa por una nueva hegemonía en la producción simbólica de subjetividades.

El reconocimiento de las propias historias, la interculturalidad plurilingüe, los intereses y orígenes comunes fueron dibujando una nueva cartografía identitaria latinoamericana bajo la certeza geopolítica y económica de cimentarse sobre un poder natural: las mayores reservas de agua, litio, minerales, gas, petróleo y agricultura del mundo.

Casi un “ir a contramano”, liberando los discursos que desde la hegemonía dominante se buscan silenciar o neutralizar, con la emergencia de otras voces, otros principios éticos-políticos y otras formas de experimentar la variedad de mundos, dentro del mundo (De Moraes, 2011: 18).

Los medios de comunicación se reconocieron reproductores de la matriz dominante con serias discriminaciones étnicas. Una investigación realizada en México arroja luz sobre la temática:

La etnicidad de los personajes no refleja la autopercepción de la población mexicana. Se observa que en la pantalla hay una sobre representación de personajes blancos y una subrepresentación de personajes mestizos, con una marcada diferencia de género, al comparar los datos relevados en función de la etnicidad con los resultados obtenidos por la encuesta del Módulo de Movilidad Social Intergeneracional (mmsi) (Wenceslau, et.al., 2017).5

El relevamiento cuantitativo, estadístico y analítico sobre las 10 películas nacionales con mayor asistencia en los cines de ese país, estrenadas entre 2013 y 2016, demostró que

si bien la mayoría de los personajes se representa como blanca, es más alto el valor de las mujeres que de los varones: el 70,2% de los personajes femeninos y el 57% de los masculinos fueron considerados blancos, porcentaje más elevado que el obtenido por la encuesta del mmsi, donde el 12.2% de las mujeres y el 11% de los hombres se considera blanco (mmsi, 2017).

Repasando, mientras que el 70,2% de los personajes de mujeres son blancos, en la vida real solo el 12.2% se autopercibe como tal. En el caso de los varones, el 57% de los personajes contrasta con el 11%.

Por el contrario,

mientras que en el cine el 15.2% de las mujeres y el 27.2% de los varones son mestizos, en la encuesta del mmsi, el 59% de las mujeres y el 63.7% de los hombres se declaran mestizos en relación con su origen étnico (mmsi, 2017).6

Y en cuanto a las variables etnia, género y trabajo, comprobaron que en las películas analizadas “fue percibida una segregación por etnia y género. Solo las mujeres mestizas o de aparente origen indígena son representadas como empleadas domésticas, camioneras o participan de una asociación criminal”.

En el caso de los varones

no se los ve representados en carreras profesionales como doctores o periodistas. Esto respondería a lo encontrado por el Módulo de Movilidad Social Intergeneracional, donde las personas que se perciben con tonos de piel más claras ocupan puestos de mayor jerarquía que los de tono de piel más oscuros (mmsi, 2017).

Ante esos escenarios de discriminación colonial, se buscaron y necesitaron “nuevas tramas y contextos”, nuevas definiciones, nuevos márgenes desde donde “decir América Latina hoy” significara “pensarse desde la diversidad y la re-unión, densidades que cotejan miradas, temáticas y propuestas de variadas características” (Alfonso, 2013: 12).

Como consecuencia de la proliferación de esos saberes fue encumbrándose el poder performativo de las palabras como capacidad de “producir el porvenir”, de adelantarse a lo que vendrá, “de generar futuro”, erigiéndose como el nuevo tótem desde el que inventar el mundo (García Linera, 2016).

Esta nueva cartografía evidenció la necesidad de un nuevo nombrar, de un decirse a sí mismo distintivo, propio, en un intento de liberación colonial, al recuperar las identidades en una “nueva unidad cultural y política”, para no ser “retomados”, reintegrados en el sistema o “prisioneros de una represión”, sino adquirir el poder de hablar al asumirse como sujetos políticos de una organización cultural (De Certeau: 61).

¿Existe la posibilidad de crear un programa político, económico, social y jurídico sin un correlato en la fundación de un nuevo paradigma comunicacional? ¿Resulta factible encarnar un proyecto emancipatorio sin repensarse, renombrarse e “inventar” un nuevo mundo cultural-comunicacional? ¿Qué rol tiene la comunicación, la capacidad de decir pública y masivamente en esa transformación decolonial? ¿Cómo puede ir impregnándose la nueva cultura que emerge desde el fondo de la historia originaria y bastarda? ¿Cómo hacerlo, además, desde un alto grado de concentración comunicacional, mercantilista, machista, clasista y racista?

Derecho humano a la comunicación: Desconcentración, diversidad e inclusión

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