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JUAN BENET

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DOMINGO RÓDENAS DE MOYA


El hombre de letras que más me interesa es el que vive fundamentalmente de la incertidumbre; él sabe que el misterio que nos rodea no será esclarecido nunca.


(Declaraciones hechas en Alicante, abril de 1978)


El tropiezo casual en 1945 de Benet (Madrid, 1927-1993) con una página de William Faulkner iba a determinar el signo literario del más importante novelista español de la segunda mitad del siglo XX, matizado por el deslumbramiento que le produciría, ya en los cincuenta, la lectura de Os sertoes de Euclides da Cunha. Aún no había ingresado en la Escuela de Ingenieros de Caminos (lo haría en 1948) y ya frecuentaba la tertulia de Pío Baroja, el café Gijón o el Gambrinus, por donde se dejaban caer Luis Martín-Santos, Rafael Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite o la memoria viva de la generación del 27 Pepín Bello. Su vocación de narrador estaba definida, aunque siempre la juzgaría, no sin vanidosa afectación, una forma de distraer los muchos ratos de ocio que le dejaba su profesión de ingeniero.

Desde 1956, cuando dirige en la comarca leonesa de El Bierzo las obras del canal de Cornatel, en adelante Benet es ante todo ingeniero y solo subsidiariamente escritor. Su primer libro de relatos, Nunca llegarás a nada (1961), fue costeado por él mismo y pasó sin pena ni gloria. Para entonces trabajaba en el manuscrito de Volverás a Región, cuya primera redacción se remonta a 1953. Cuatro factores concurren en la génesis de esa novela fundamental: el estilo y el universo opresivo de Faulkner, la grandeza topográfica de Euclides da Cunha, la experiencia infantil de la atrocidad y el sinsentido (una partida de anarquistas sacaron de su casa al padre de Benet y lo fusilaron en una cuneta), y la montaña leonesa, en la que vivió entre 1961 y 1965 durante la construcción de la presa del Porma. Esa novela, que publicaría gracias a la mediación de Dionisio Ridruejo en 1967, fue su primer libro con alguna repercusión.

Antes de eso, cuando todavía estaba vigente la poética austera y utilitaria del realismo testimonial, Benet reivindicó la ambición literaria y el rigor estilístico, el grand style, para la literatura española. Su alegato cobró forma de ensayo: La inspiración y el estilo (1965). Ahí expone su juicio de que el más acerbo enemigo del grand style es el costumbrismo, equivalente a la entrada de la taberna y la cochambre en el relato, y entendía que las letras españolas se habían rendido al tipismo costumbrista después del siglo XVI, convirtiendo la ficción en mera constatación y alejándola de la invención. El componente informativo, didáctico o no, de esa narrativa, dependiente al fin y al cabo de su condición temporal, está llamado a evaporarse y dejar un residuo no literario que delata el carácter espurio de la obra. Solo la forja de un estilo estéticamente riguroso permite mantener inalterable el interés del texto y garantizar su pervivencia; solo en el estilo tiene la inspiración su oportunidad. Del estilo surgirá el mundo ficcional: una atmósfera y unas criaturas y, de forma derivada, unas coordenadas espaciales y temporales, unas acciones y pasiones; sin estilo no hay literatura que perdure por muy piadosas o solidarias que sean las intenciones que la muevan. La literatura no debe someterse más que a criterios literarios, ni sociológicos, ni políticos ni morales porque, siendo estos caducables, arrastrarían a aquella en su caducidad. La primacía del estilo y la composición no eran entonces en absoluto una doctrina generalizada, pese a la incipiente difusión de la nueva narrativa hispanoamericana, y el tono categórico con que Benet la defendió hizo que, tras adquirir notoriedad, se polarizaran críticos y escritores entre partidarios incondicionales y cerrados detractores. La polémica que Benet mantuvo en 1970 con el novelista Isaac Montero en las páginas de Cuadernos para el Diálogo ilustra bien las razones del escritor frente a los abogados de una literatura realista y social.

La más inmediata puesta en práctica de esta exigente poética fue Volverás a Región, que sin embargo no despertó de su modorra a la crítica española de 1968, algo que sí sucederá en 1970 tras obtener el Premio Biblioteca Breve con Una meditación (el manuscrito lo había enviado Juan García Hortelano al premio). La novela aclimataba la atmósfera enfermiza de la narrativa de William Faulkner a la España de la posguerra, emulaba el dibujo de unos personajes sombríos, hechos de aristas y oquedades, y, a semejanza del mítico condado de Yoknapatawpha, se situaba en la imaginaria comarca de Región, cuyo correlato podían ser las montañas de León, y que ya había aparecido en el cuento «Baalbec, una mancha» de Nunca llegarás a nada (1961). «¿Qué otra anticipación del porvenir que no sea la cita con la muerte cabe en esta tierra?», se pregunta retóricamente el narrador: tierra condenada, decadencia, muerte y falta de porvenir, he ahí Región.

Volverás a Región sustituye la trama por el entramado verbal y en el lugar de la intriga coloca la aventura del estilo, sin que ello suponga que la historia y los personajes se esfumen por completo. No es así, y una lectura atenta descubre los mimbres básicos de una anécdota mínima llena de sordidez: a la casa aislada del doctor Daniel Sebastián, donde solo viven él y un joven alienado que aguarda el regreso de su madre y al que cuida, llega una tarde una mujer madura. Se trata de Marré Gamallo, hija del coronel franquista que aplastó la resistencia republicana en Región, y ha vuelto atraída por el recuerdo de Luis I. Timoner, el ahijado del doctor con el que vivió al final de la guerra una arrebatada pasión amorosa que pretende recuperar. Toda la noche monologan, despertando fantasmas del pasado y sin prestarse demasiada atención hasta que, al amanecer, cuando la mujer se marcha, el joven demente le quita la vida al doctor Sebastián. A lo lejos se oye el disparo del Numa, el guarda del bosque que recibe a tiros a quienes franquean la línea de su coto. Pero estos personajes y otros evocados, como la enigmática mujer que perdió el coronel Gamallo en una partida de cartas, se difuminan en un texto laberíntico, de períodos sintácticos interminables, que hace de la prolijidad una técnica incantatoria y de camuflaje. De la lectura se desprende una atmósfera opresiva dominada por el desmoronamiento y la ruina, una lúgubre sugestión de futuro cegado y de claudicación, y también la traza de la pasión extinta y de la violencia latente, todo ello acentuado por el paisaje agreste de Región. En la aridez del entorno y sus habitantes y en las laceraciones incurables que sufren se adivina sin dificultad la proyección mítica de la España fracturada que salió de la guerra, su miseria económica y la enfermedad moral que corrompió durante decenios una sociedad dividida.

La opacidad del discurso narrativo aumentó en su siguiente novela, Una meditación, donde el texto se presenta como un continuo sin divisiones que corresponde al monólogo entreverado de un narrador algo fullero que rememora hechos ocurridos entre 1920 y la década de 1960. No se adivina una trama más allá del obsesivo discurso interior del personaje, una meditación caótica que da saltos temporales y cambia de asunto o se regodea en ciertos pormenores, haciendo con ello que el fluir evocativo sea discontinuo mientras que el discurso verbal no se interrumpe ni siquiera por signos de puntuación. Al fondo de Una meditación sigue operando la indagación de Faulkner en la conciencia de sus criaturas. Benet deja una huella intertextual cuando Cayetano Corral, al regresar a Región en 1940, trata de reparar su reloj descompuesto como si ello supusiera la restauración del tiempo anterior a la guerra, una cita encubierta de El ruido y la furia de Faulkner, donde el atormentado Quentin Compson (su monólogo es, por cierto, el más caótico de la novela) destroza el reloj familiar como signo de su abdicación del tiempo de la vida.

A pesar de las nulas facilidades para la lectura de esta novela, la crítica destacó la originalidad impar de Benet y desde entonces el escritor representó la alternativa más radical al inveterado costumbrismo español y a la ficción basada en un argumento.

En los primeros años setenta se suceden las publicaciones: su Teatro (1971), Un viaje de invierno (1972), 5 narraciones y 2 fábulas (1972), La otra casa de Mazón (1973), Sub rosa (1973), aparte de los ensayos Puerta de Tierra (1970). De estos títulos, el más celebrado fue Un viaje de invierno, donde se recreaba el mito de Deméter y Perséfone que, al trasponerlo a Región, se convertía en la espera de Demetria de su hija Coré, a la que organiza una fiesta de bienvenida. En la obvia dimensión mítica del argumento había una evocación del rito primaveral del renacimiento, pero en la ansiosa espera de la madre latía el miedo a que el regreso no se produjera y reinara la esterilidad. Entre los títulos citados, dos corresponden a sendos volúmenes de cuentos: 5 narraciones y 2 fábulas, donde ensaya el género gótico, la ghost story, y Sub rosa, que reúne diez irónicos relatos de asunto sentimental (y uno policíaco). Todos estos textos, excepto las fábulas, que se incorporarán en 1981 a Trece fábulas y media, fueron incluidos, junto a otros relatos, en los dos volúmenes de Cuentos completos (1977), que son una óptima introducción al universo y la prosa de Benet, por ejemplo a través de «Una tumba». O de la leyenda «Numa», publicada en el libro mixto Del pozo y del Numa (1978) y adosada a los Cuentos completos en su segunda edición.

Tras un inesperado silencio, explicable quizá por el fallecimiento de su esposa, volvió a publicar en 1976 los ensayos ¿Qué fue la Guerra Civil?, En ciernes, y El ángel del Señor abandona a Tobías. En el primero fraguaba su interés por la literatura militar en general y por la Guerra Civil española en particular, lo que obliga a tenerlo en cuenta cuando se analiza el ciclo Herrumbrosas lanzas al que nos referimos más adelante. Una gira de conferencias por Estados Unidos en compañía de García Hortelano y nuevas responsabilidades en las obras públicas no interrumpen el ritmo de su quehacer literario.

Pero lo que lleva años absorbiendo a Benet es la redacción de su novela más empeñosa, Saúl ante Samuel (1980), que ve la luz en parto doble junto a una novela de lectura mucho menos ardua, escrita en pocas semanas, El aire de un crimen, finalista del Premio Planeta. No fue este el único recreo literario que se permitió Benet durante la gestación de Saúl ante Samuel, pues en 1977 había publicado una narración oscilante entre el humor disparatado y la extravagancia, En el estado, con la que había querido descomprimir la alta presión a la que se encontraba trabajando y que se ofrece como una novela deshuesada, sin argumento ni acción ni personajes, un divertimento textual.

En efecto, el Benet más audaz —y más rayano con el hermetismo— culmina en Saúl ante Samuel, cuya dimensión mítica está elevada al cuadrado, pues al mito geográfico de Región se añade el subtexto bíblico del rey Saúl, coronado por el profeta Samuel, que fue castigado por su rebeldía con una cruel derrota y, sobre todo, el fratricidio de Caín sobre Abel. El punto de arranque es, como en Un viaje de invierno, una espera, la de Simón que mira a través de una ventana cerrada (metáfora de la cerrazón de su propia memoria) y recuerda los días de la guerra, cuando su primo Martín, detenido por los republicanos, fue traicionado por su propio hermano Emilio, que pudo salvarlo pero se abstuvo de hacerlo, tal vez porque mantenía una relación adúltera con su cuñada. Pero esto no son sino unas vagas líneas de referencia en el oscuro texto de la novela, sembrado de motivos recurrentes que sirven de apoyatura estructural, como la abuela-sibila que vive en el segundo piso de la casa, un telegrama, un camarero, un vaso de leche o los visillos de la ventana por la que Simón aguarda el regreso de Emilio tras cuarenta años de exilio. De nuevo es el lenguaje benetiano en su precisión léxica y sintáctica y en su capacidad para armar un nebuloso cosmos de resonancias míticas el genuino protagonista de la novela.

La década de los ochenta iba a ser la de un triple Benet visto desde la figura del lector literario: el acerado articulista de actualidad (escritor para no lectores), el narrador en busca de un auditorio más amplio (el escritor para lectores) y el creador minoritario (el escritor para escritores). El primero publica los ensayos La moviola de Eurípides (1981) y los artículos de Sobre la incertidumbre (1982), más Artículos (1983). El segundo publica la novela En la penumbra (1982 en su primera versión y 1989 en su versión definitiva) y, ya en 1991, El caballero de Sajonia, novela histórica que toma como motivo ciertos episodios de la vida de Lutero. El tercero, en fin, reúne las curiosas Trece fábulas y media (1981), compila sus cuentos en Una tumba y otros relatos (1981) y, sobre todo, se enfrasca en su último gran proyecto, Herrumbrosas lanzas, un ciclo novelesco épico —de hecho una única novela— que había de articularse en cuatro volúmenes y que quedó inconcluso a su muerte.

Las herrumbrosas lanzas del título remiten a las que porta la muerte en la «Elegía primera» de Viento del pueblo de Miguel Hernández, pero también a un pasaje de Volverás a Región donde asoma «la cabeza herrumbrada de una lanza» carlista, imagen del destino de discordia y muerte de aquella tierra. Y es que el proyecto consistía en narrar la Guerra Civil en el espacio imaginario de Región. La primera entrega, en 1983, se dividía en seis «libros» e incluía un mapa de Región, levantado por el autor. Narraba cómo, a comienzos de 1938, se preparaba el plan de operaciones bélicas en las dos ciudades enfrentadas: Macerta, cuya guarnición se había sumado al alzamiento, y Región, leal a la República, con cuyo Comité de Defensa, que organiza la contraofensiva, se inicia la novela. En la segunda entrega (libro VII), publicada en 1985, se suspendía el progreso argumental para centrarse en el comandante Eugenio Mazón y la historia de su familia con una demora en los detalles propia de la narrativa decimonónica. Solo en la tercera y última entrega (libros VIII-XII), que sale en 1986, se reanuda la acción militar con extrema minuciosidad en la descripción de los movimientos tácticos: dos columnas salen de Región con el objetivo de tomar Macerta, pero solo una de ellas, la que comanda Mazón, llega a las inmediaciones de la ciudad sublevada. La crónica queda interrumpida, pero sabemos que las fuerzas regionatas no logran tomar la Macerta franquista. Sobre las consecuencias funestas de esa catástrofe sabemos mucho desde Volverás a Región hasta La otra casa de Mazón y Benet no tiene por qué insistir.

Después de Herrumbrosas lanzas, solo publicaría dos novelas más: En la penumbra (1989) y El caballero de Sajonia (1991) y ambas, aunque la segunda fue un encargo editorial (o por eso mismo), dan indicio de que Benet buscaba recabar una audiencia más amplia que la muy minoritaria que siempre había tenido. En la penumbra es su última novela regionata, pero la estructura externa tiene poco que ver con los textos monolíticos de sus obras mayores. Aun siendo una narración breve, aparece dividida en dieciséis capítulos apoyados en conversaciones a dos. La alternancia de diálogos no excluye la voz reflexiva y a veces irónica de un narrador superior muy semejante al de novelas anteriores que, sin embargo, se complace en meditar y hacer meditar a los personajes sobre el arte de contar, de manera parecida a como lo hacen Cipión y Berganza en El coloquio de los perros cervantino.

Su últimos libros fueron la excelente guía de viajes Londres victoriano (1989) y la compilación de ensayos literarios La construcción de la torre de Babel (1990). Póstumamente aparecieron las colecciones de artículos Prosas civiles (1995) y Páginas impares (1996), en los que centellean la lucidez y el verbo de Benet en su aproximación a las noticias que llenan los periódicos. Ya en 2011, coincidiendo con la reedición de su obra en bolsillo, se ha publicado una compilación de su labor ensayística, Ensayos de incertidumbre, y un volumen de cuentos que había permanecido inédito, Variaciones sobre un tema romántico, que contiene un par de piezas maestras: «Una antigua costumbre» y «El legado».


Bibliografía


David K. Herzberger, The Novelistic World of Juan Benet, Clear Creek-Indiana, The American Hispanist, 1976; Vicente Cabrera, Juan Benet, Boston, Twayne Publishers, 1983; Malcolm A. Compitello, Ordering the Evidence: «Volverás a Región» and Civil War Fiction, Barcelona, Puvill Libros, 1983; Roberto C. Manteiga, David K. Herzberger y Malcolm A. Compitello, Critical Approaches to the Writings of Juan Benet, Hanover, University of Rho de Island by University Press of New England, 1984; Kathleen M. Vernon (ed.), Juan Benet, Madrid, 1986; Ken Benson, Razón y espíritu (Análisis de la dualidad subyacente en el discurso narrativo de Benet, Estocolmo, Universidad de Estocolmo, 1989; John B. Margenot III, Zonas y sombras: Aproximaciones a Región de Juan Benet, Madrid, Pliegos, 1991; Juan Benet, Cartografía personal, M. Jalón (ed.), Valladolid, Cuatro Estaciones, 1997; Francisco García Pérez, Una meditación sobre Juan Benet, Madrid, Alfaguara, 1998; Eduardo Chamorro, Juan Benet y el aliento del espíritu sobre las aguas, Barcelona, Muchnik 2001; Juan Benet, Infidelidad del regreso, M. Jalón (ed.), Valladolid, Cuatro Ediciones, 2007; Juan Benet, Una biografía literaria, M. Jalón (ed.), Valladolid, Cuatro Ediciones, 2007; Antonia M.ª Molina Ortega, Las otras regiones de Juan Benet, Cáceres, Universidad de Extremadura, 2007; Juan Benet, Ensayos de incertidumbre, I. Echevarría (ed.), Barcelona, Lumen, 2011.

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