Читать книгу 100 escritores del siglo XX. Ámbito Hispánico - Domingo Ródenas de Moya - Страница 4
PREFACIO
ОглавлениеLa literatura no intenta en absoluto subvertir, sino descubrir y revelar la verdad de un mundo que el hombre o bien raramente puede conocer, o bien apenas conoce, o bien cree conocer y en realidad no conoce. Quizá sea esta, la verdad, la cualidad más básica e irrefutable de la literatura.
gao xingjian
Mi fe en el futuro de la literatura consiste en saber que hay cosas que solo la literatura, con sus medios específicos, puede dar.
ITALO CALVINO
Si hoy me pregunto por qué amo la literatura, la respuesta que acude a mi mente de forma espontánea es: porque me ayuda a vivir.
TZVETAN TODOROV
Este libro sigue siendo, como lo fue en su primera aparición en 2008, una invitación apasionada y firme. A abonar y ennoblecer la vida, a ensancharla y hacerla más espaciosa con el optimismo de la voluntad (y me temo que a fortalecer el pesimismo de la inteligencia), a desembarazarse de las mordazas y ligaduras que impone lo que debe ser pensado, sentido, expresado y acatado, a plantar cara a la estafa de las doctrinas panacea y al fanatismo y al pensamiento augusto y angosto y a impugnar el adocenamiento y el fraude oscurantista del irracionalismo. Hoy, sin embargo, todo parece un poco más difícil y esa invitación puede parecer tocada de inoportuno idealismo o, aun peor, de boba ingenuidad. Pero no ha de bastar el temor a que eso sea así para disimular que este libro quiere ser también una invitación a la libertad de pensar y actuar y a la reflexión crítica de esas mismas libertades, al lujo intelectual y al inconformismo y a la desmitificación del heroísmo manufacturado y la suspicacia ante las marcas registradas y los dueños fatuos de la verdad y a la impaciencia con la necedad y con la violencia, la que se hace de puñetazos y la que se ejerce por la extorsión de la amenaza expresa o latente. Y sigue siendo también y quizá por encima de todo una invitación al conocimiento, a la fulguración de la palabra y al oasis de la imaginación. Por eso, este libro está lleno hasta el borde de luz y de tiniebla, de sublimidad y atrocidad, de clamores e imprecaciones y llamadas de socorro y susurrada aflicción o descarnado espanto y también, aunque en menor medida, de cánticos, risas y delicia, porque en él resuenan algunas —solo algunas pero muy cernidas— de las voces más vigorosas y verdaderas, más lúcidas y escalofriantes, de la literatura del siglo XX.
No es un libro sobre literatura, sino sobre la felicidad. Porque toda la literatura, toda, gira alrededor de ese fuego inalcanzable cuyo lejano resplandor nos orienta y cuya promesa de calor nos impulsa, abruma y envenena. Aunque no lo parezca, toda la literatura habla de la felicidad, aunque casi siempre, indefectiblemente, acabe haciéndolo sobre su imposibilidad o su ocaso o sobre las murallas y grilletes que los sistemas políticos y morales o las perversiones del juego social, laboral o sexual nos colocan para trabarnos el esfuerzo de alcanzarla o para degradarlo en empeño iluso además de inútil. A veces la literatura dice en voz audible qué es, cómo nos incendia por dentro la felicidad (o sus vísperas, que es donde echa las raíces), pero solemos juzgar ese tipo de canto una fantasía idílica, cuando no una impudicia o una forma de sonrojante cursilería. Es lo cierto que casi toda la literatura trata de las infinitas maneras que tiene la infelicidad de gobernar los destinos humanos o de las ingeniosas maneras que los humanos inventamos para destruir nuestras oportunidades, que nunca son muchas.
Pero si digo que este es un libro sobre la felicidad es también porque, para muchos, la literatura constituye una de esas oportunidades infrecuentes en la medida en que proporciona una experiencia muy similar (si no idéntica) a la de la felicidad. En el mero tránsito de la lectura —pues esta siempre es un traslado a otro lugar— reside el gozo, en el viaje a un espacio mental cuyo perímetro vamos empujando, como quien amplía los metros cuadrados de su vivienda, libro tras libro. Y esa alegría nunca se parece a sí misma, es cambiante e inesperada porque unas veces la causa el choque milagroso de dos palabras que designan con quirúrgica precisión lo que parecía sustraerse a ser nombrado, otras deriva del poder envolvente y suspensivo de una trama o de la empatía suscitada por un personaje, otras del reconocimiento de las propias dudas, miedos y ansiedades o de la deslumbrante claridad con que se exhibe la mecánica de cierta realidad, incluso de la representación suntuosa del acontecer histórico o del altruismo o de la maldad, que solo puede ser humana... y cuyas sinrazones, cuando quedan atrapadas en el lenguaje como un insecto en una perla de ámbar —y a lo mejor justo por eso—, también inspiran una forma de júbilo, turbia, aturdida y turbadora, pero júbilo al fin y al cabo.
El título de este libro, 100 escritores del siglo XX, tan simple y denotativo, requiere, sin embargo, alguna explicación, que ha de empezar por desmentir que albergue solo a cien autores, puesto que se compone de dos volúmenes independientes de breves ensayos interpretativos sobre cada uno de ellos, Ámbito internacional y Ámbito hispánico, que suman una galería de doscientos nombres. Conviene, además, aclarar que, en el título, «escritores del siglo XX» no denota únicamente el emplazamiento cronológico en la pasada centuria (para la mayor parte de nosotros la nuestra), sino que alude al hecho menos obvio de que los creadores de que aquí se habla han escrito el siglo XX de la misma manera que se escribe un poema, una novela o un artículo, pero también con la misma fuerza de fijación, con la misma perdurabilidad, con que Thomas Mann ha narrado la historia de la familia Buddenbrook o Gabriel García Márquez ha escrito la de los Buendía. Los avatares del siglo pasado, su cambiante fisonomía, su biografía convulsa y su espíritu atormentado han quedado inscritos no tanto en los periódicos y revistas, en la profusa documentación audiovisual que nos ha legado, como en las novelas, poemas, obras de teatro y ensayos de los que se trata en esta obra. La imagen que compone ese acervo de textos no se asemeja a la de una fotografía o a la que ofrece un reportaje, a menudo engañosas en su inmediata evidencia, sino a la de un escáner o una tomografía que revela las intimidades del organismo, sus lesiones profundas. Es la imagen que el futuro tendrá del Novecientos y cada uno de los escritores que aquí se allegan es responsable de un trazo fundamental de la misma. Ellos, pues, han escrito el siglo XX.
Pero no solo ellos, desde luego, sino tantos otros creadores que no figuran en estos dos centenares y que podrían haberlo hecho sin desdoro alguno ni méritos inferiores, o que figuraron en la edición de 2008 y que, por motivos diversos ajenos a su relevancia, ahora ya no lo hacen. No han podido entrar en el arbitrario cupo al que, por serlo, no le es menester justificación más allá de la redondez de las cifras: 100 más 100. No hay otras razones para que autores como Flann O’Brien, Anna Ajmátova, Raymond Roussel, Georg Trakl, E. M. Forster, Gertrude Stein, Karl Kraus, Henri Michaux, Hermann Hesse, Saint-John Perse, Paul Éluard, Yasunari Kawabata, Alexandr Solzhenitsyn, Dylan Thomas, Czesław Miłosz, Christa Wolf, Isaac Bashevis Singer, Wole Soyinka, Jun’ichirõ Tanizaki, Carson McCullers, Dino Buzzati, André Malraux, Djuna Barnes, Jack Kerouac, Jorge Amado, Nikos Kazantzakis, Philip Larkin, Stefan Zweig, Sylvia Plath, Yukio Mishima, Simone de Beauvoir, Jean Rhys, Romain Rolland, John Fowles, Cormac McCarthy, E. E. Cummings, Julian Barnes, Paul Theroux, Salman Rushdie, Jean-Marie Le Clézio, Martin Amis, A. S. Byatt o Jonathan Franzen... (¡pero también H. G. Wells, Dashiell Hammett, Simenon, Lovecraft, Colette, J. R. R. Tolkien, John Le Carré, Stanisław Lem, Umberto Eco o John Irving!) se hayan quedado fuera que las razones que he considerado para incluir a los que están dentro. Y si he amontonado algunas ausencias (solo algunas) en el volumen internacional, habría de hacer lo propio respecto al hispánico, donde podrían (o deberían) figurar Juan Larrea, Cintio Vitier, Alfonso Castelao, Martín Luis Guzmán, J. V. Foix, Jesús Fernández Santos, Gabriel Aresti, Fernando del Paso, Óscar Hahn, José Eustasio Rivera, Cristina Peri Rossi, José Donoso, Benjamín Jarnés, José Juan Tablada, Josep Carner, Delmira Agustini, Roberto Arlt, León Felipe, Leopoldo Marechal, José Bergamín, Julio Ramón Ribeyro, José María Arguedas, José Emilio Pacheco, Manuel Puig, Blanca Varela, Pere Calders, Julián Ríos, Quim Monzó, José María Merino, Fernando Vallejo, Bernardo Atxaga, Carlos Monsiváis, Ricardo Piglia... Entre las razones que han conducido a los dos centenares de nombres finales se mezclan la excelencia literaria y la representatividad (que concurren en tantos de los ausentes), pero también, sin remedio, las arbitrariedades del gusto personal (aunque contrastado y corregido en diálogo con muchos de los redactores de los ensayos y con otros omnívoros y antiguos lectores con los que tengo contraídas deudas de gratitud) y, last but not least, las condiciones materiales de realización del proyecto.
No es inconveniente, pues, advertir que este libro no pretende proponer un enésimo y preceptivo canon literario à la Bloom porque no está elaborado con criterios de objetividad ni exhaustividad ni inapelable selectividad —ni, aún menos, desde una autoridad sancionadora de controvertible legitimidad— que suelen concurrir en la determinación de un canon. El censo de escritores de la centuria pasada, en los dos volúmenes, es impugnable porque es insuficiente y felizmente cuestionable, pero ese es tal vez uno de los beneficiosos efectos secundarios que podría tener, el de convocar a los ausentes y estimular también su lectura (una buena porción de ellos son mencionados a lo largo de la obra). Así pues, lector, no tienes en tus manos ni un canon preceptivo —y siempre antipático— ni un mausoleo de ilustres, sino un conjunto de acercamientos a grandes escritores del siglo XX que han transformado el concepto de arte literario y a través de los cuales se consigna y examina la transformación de la vida humana.
Cada uno de los breves ensayos que componen el libro pretende ser una pasarela hacia un universo literario particular y una concisa sugerencia de ruta por su geografía. Dada su extensión, necesariamente limitada, no se ha podido ceder a todas las seducciones del camino, pero cuando menos se ha colocado un rótulo de alerta: «Hacer posada aquí unos días tiene su recompensa». Para quienes deseen permanecer una larga temporada en uno de estos destinos y explorarlos con más detenimiento, se ofrecen unas sumarias indicaciones bibliográficas al final de cada capítulo.
De un texto literario debemos esperar —y exigir implacablemente— vigor estético y hondura semántica, superioridad expresiva (o sublimidad poética, si esto no suena inapropiado) y coraje intelectual, vale decir la ambición de formular preguntas difíciles a las normas, rituales, instituciones y valores humanos, privados y públicos, morales y políticos. Porque todo lo que no sea esto es trivialidad o ganga y la ganga no tiene acomodo en este libro.
Barcelona, julio de 2012