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ÁLVARO CUNQUEIRO

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por

JUAN HERRERO SENÉS


Cuento como a mí me parece que sería hermoso nacer, madurar y navegar, y digo las palabras que amo, aquellas con las que pueden fabricarse selvas, ciudades, vasos decorados, erguidas cabezas de despejada frente, inquietos potros y lunas nuevas.


(Las mocedades de Ulises, 1960)


Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911-Vigo, 1981) puede considerarse uno de los grandes fabuladores de las letras españolas, a la manera de Borges o Italo Calvino. Alguien para quien la imaginación ocupa el puesto supremo en las facultades y que ofrece la escritura como antídoto al realismo, el estilo predominante bajo el franquismo. Escribir es para nuestro autor equiparable por tanto a soñar, crear y contar, y su obra se constituye como un inmenso catálogo de personajes, linajes, historias, lugares, anécdotas, inventos y aventuras. Al reinar la imaginación, esta pone sus propias leyes, y Cunqueiro se permite, con erudición fabulosa y léxico riquísimo, mezclar épocas, tradiciones, leyendas y sagas literarias, entre ellas la mitología clásica, la «materia de Bretaña», Las mil y una noches, la rica imaginería céltica y gallega, El Quijote, Shakespeare o el Renacimiento italiano... Su obra obtiene así la forma y propósito que pareciera tuvo la literatura misma al nacer: contar historias para divertir, hacer soñar y ampliar sin límite el mundo de lo real, abriéndose al misterio insondable del ser humano, único dotado para fabular.

Cunqueiro nació en Mondoñedo, una de las antiguas siete capitales del reino de Galicia. Su padre era farmacéutico y en la botica organizaba una tertulia a la que asistió desde niño el autor. Lector voraz que mezclaba a partes iguales Stendhal y las novelas de quiosco, empezó estudios de letras en Santiago de Compostela, que abandonó para hacerse periodista; sus primeros artículos aparecieron en Vallibria, Galiza o El Pueblo Gallego. Amigo de intelectuales como Domingo García Sabell o Carlos Maside, fue en los años treinta miembro del Partido Gallegista. Con el estallido de la Guerra Civil, Cunqueiro empezó a colaborar en publicaciones del bando nacional, militó en Falange y llegó a ser subdirector de Vértice, donde publicó su primera narración en castellano: La historia del caballero Rafael (1939). Luego pasó por San Sebastián y Vigo hasta que en 1939 recaló en Madrid, donde colaboró brevemente en ABC hasta que diversos problemas con las autoridades falangistas le hicieron volver a Galicia en 1946. A partir de entonces, Cunqueiro vivió del periodismo, firmando artículos en decenas de publicaciones, como El Progreso o en Destino, llegó a ser director de El Faro de Vigo entre 1964 y 1970, y se dedicó plenamente a su extensa obra literaria. En 1959 ganó el Premio Nacional de la Crítica por Las crónicas del Sochantre, en 1961 fue elegido académico de la lengua gallega y en 1968 consiguió el Premio Nadal con Un hombre que se parecía a Orestes. Murió en 1981 después de una larga enfermedad.

Antes de la Guerra Civil Cunqueiro escribió únicamente en gallego y cultivó sobre todo la poesía, con títulos como Mar ao Norde (‘Mar al Norte’, 1932), Poemas do si e non (‘Poemas de sí y no’, 1933) o Cantiga Nova que se chama Riveira (‘Cantiga Nueva que se llama Riveira’, 1933), libros que combinaban vanguardismo y neotrovadorismo. Pero a partir de 1939 su obra se expresó tanto en gallego como en castellano (en no pocos casos Cunqueiro se autotraducía) y se abrió a una infinidad de géneros, cuyos límites el autor desafía continuamente: relatos, libros de viajes, reportajes, crítica literaria, libros de gastronomía, obras de teatro, conferencias o charlas radiofónicas... y el relato y la novela. Si en este último terreno es donde produjo sus obras más destacadas, no pueden dejar de mencionarse el drama O incerto Señor Don Hamlet, príncipe de Dinamarca (‘El incierto Señor Don Hamlet, príncipe de Dinamarca’, 1958), donde revisita la historia popularizada por Shakespeare a partir de sus fuentes anteriores y de la influencia de Freud; los poemarios Dona do corpo delgado (‘Mujer de cuerpo delgado’, 1950) y Herba aquí ou acolá (‘Hierba de aquí y de allá’, 1980), mezcla de exquisita musicalidad y veracidad emocional; sus miles de colaboraciones periodísticas parcialmente reunidas en volúmenes como El envés (1969), El descanso del camellero (1970) o Papeles que fueron vidas (1994); y los conjuntos de estampas de personajes gallegos a partir del ancestral mundo mitológico galaico, en sus libros Escola de menciñeiros e fábula de varia xente (‘Escuela de curanderos y cuentos de gente diversa’, 1960), Xente de aquí e de acolá (‘Gente de aquí y de allá’, 1971) y Os outros feirantes (‘Los otros feirantes’, 1979).

Como ya se apuntó, es en la narrativa donde Cunqueiro consiguió más certeramente plasmar su universo personal. Parece preferible hablar en general de «narrativa» sin distinguir estrictamente entre relatos y novelas, pues estas últimas, sin dejar de serlas, constituyen en realidad agrupaciones de relatos e historias en torno sobre todo a un personaje protagonista y a una tradición literaria o universo mitológico particular. Así, sus dos primeros relatos destacados, Merlín e familia (‘Merlín y familia’, 1955) y Las crónicas del Sochantre (1956), tienen que ver fundamentalmente con lo que se conoce como «materia de Bretaña» y, en general, el mundo celta: tratan, el primero, del mago Merlín y su habilidad y fama para disipar los más difíciles embrujos; y el segundo, de las andanzas de un músico de funerales que recorre la Bretaña en una carroza llena de fantasmas y seres de ultratumba. Las siguientes tres novelas, Las mocedades de Ulises (1960), Cuando el viejo Simbad vuelva a las islas (1961) y Un hombre que se parecía a Orestes (1968), se relacionan con el mundo del mar y los viajes en su doble vertiente griega y persa. La primera obra recupera a un Ulises imberbe para explicarnos sus inicios, su formación como astuto marinero fabulador y cómo conoció a Penélope; las otras dos abordan, por el contrario, un tema crepuscular: una la vejez del marinero Simbad, nostálgico del mar, y otra las cuitas del joven Orestes, encargado de matar a los que acabaron con su padre. Finalmente, Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca (1972) y El año del cometa con la batalla de los cuatro reyes (1974) se sitúan de algún modo en el vértice histórico de la modernidad, ese momento de tránsito entre el oscurantismo medieval y el racionalismo moderno, para hacer vivir a dos personajes mágicos. En todos los casos, Cunqueiro se permite mezclar tiempos y épocas, rompiendo los límites de las tradiciones literarias.

En cierto sentido, podría decirse que la trayectoria narrativa de Cunqueiro dibuja una parábola de alejamiento, pérdida y regreso al «hogar» (el mundo celta) paralelo al que se produce argumentalmente en sus obras. Así, si en la década de los cincuenta domina en su obra el paisaje galaico, celta y así atlántico, en los sesenta Cunqueiro lanza sus personajes al Mediterráneo, primero a Grecia, luego al lejano Oriente y de vuelta a las Hélades, para en los setenta ir acercando las tramas a su tierra, primero en Italia, y luego de nuevo a Galicia.

En todas estas obras asistimos al prodigioso despliegue de las facultades fabuladoras del autor. Sus páginas incluyen microhistorias, anécdotas y relatos, cuando no, como en el caso de Merlín, una novela insertada. Los personajes son en muchos casos ellos mismos narradores, o si no gente cuya principal virtud es ser «amigo de escuchar historias». Con todo ello, Cunqueiro persigue difuminar límites, el primero de ellos, entre un narrador central y su audiencia; frente a ello, afirma que todos podemos ser narradores y que en cualquier lugar acecha una buena historia; en segundo lugar, disipa las diferencias entre contar, imaginar, soñar y recordar. Así, en Merlín se habla de «imaginar y memorar, que son la misma cosa»: contamos los mitos que alguna vez quizá fueron verdad y que durante siglos han sido explicados, y con ellos construimos y comunicamos qué y cómo querríamos ser. Finalmente, se mezclan las lindes entre el sueño (o la fantasía) y la realidad: la vida de los personajes es en muchos casos el conjunto de sus aventuras, sus historias y sus sueños. Cunqueiro busca inventar de este modo leyendas e historias, recrear los mitos. Los mitos —como las narraciones— no son ni verdad ni mentira o son ambas cosas, la re-creación de lo humano en molde argumental.


Los protagonistas de las novelas de Cunqueiro, no pocos sacados ya de la literatura, son generalmente gentes dotadas de dones o habilidades singulares, y que de algún modo tienen una «misión» que cumplir que en muchos casos implica abandonar el hogar o la patria. Son viajeros nostálgicos (Ulises se llama así, dice Cunqueiro, por San Ulises, el santo que inventó el remo y el deseo de volver al hogar) que recorren mundo descubriendo parajes, personas y costumbres, y en esas peripecias se agotan. En muchos casos, sufren un problema de identidad y sienten el peso de una soledad personal. En su mayoría son descastados, han perdido sus raíces y su familia, para ser criados por amas o tutores. Y en cierto sentido su singladura es un lanzarse a la acción, al mundo, para en él, como si fuera un tesoro enterrado, encontrar un sentido que no pueden localizar en sus orígenes y que tampoco se vislumbra en el final. La clave residirá, por tanto, en el trayecto mismo. E igual ocurre con la lectura de las obras cunqueirianas: la trama argumental no es lo más importante, sino la cornucopia de descripciones, detalles y anécdotas que crean un poblamiento fabuloso y un efecto de hechizo narrativo. En ambos casos, para el protagonista y para los libros, el final que espera es por lo general melancólico, al depender de en qué medida los sueños y aspiraciones de los personajes se ven cumplidos.

En este sentido, las obras de Cunqueiro tienen mucho de retablos: inmensas galerías de retratos de personajes a cuál más fascinante, pintados con una endiablada fantasía para el detalle sorprendente y característico que individualiza e inmortaliza. Por ejemplo, Fanto tiene la habilidad de huir de cualquier prisión, el barquero Filipo «tenía su casa junto a un sauce llorón. Viendo las aguas, se aficionó a la filosofía» y Enrique IV, «fue un iracundo inquieto, y cuando por primera vez probó el helado, se le cortó la digestión». Entre los secundarios destaca la figura del mozo, del escudero o compañero fiel que ayuda al protagonista en sus correrías, así como el personaje femenino, a menudo callado, triste y enigmático.

El estilo de Cunqueiro corresponde a su propósito fabulador y a la vez a su esencial modernidad. Sus historias combinan ironía y humor mezclados con una esencial ternura por los personajes y sus andanzas. No duda en utilizar el absurdo y la sorpresa. Pero con placer renuncia a un desarrollo argumental trabado y a los finales redondos. Fiel a la tradición oral, a Cunqueiro le importa la narración y su embeleso, pero no elude la metaficción, hace patente el legado literario que sustenta el frondoso surgimiento de una realidad recreada, y renuncia a la construcción perfecta en beneficio de la verosimilitud fabuladora.

Otra peculiaridad bien moderna de la escritura cunqueiriana es la querencia por los paratextos, esto es, por todos aquellos textos que «envuelven» a la historia: dedicatorias, introducciones, prólogos, epílogos y apéndices varios. Es distintivo en nuestro autor la utilización de índices onomásticos, esos listados donde encontramos todos los nombres citados a lo largo de una obra en cuestión, usados habitualmente en obras generales o de referencia. Con ellos, Cunqueiro pretende, por una parte, reunir y ordenar el cúmulo de personajes, pero además busca prolongar sus vidas una vez ha concluido el desarrollo argumental, para comunicar al lector su permanencia intemporal.

Otros dos aspectos destacados de la escritura cunqueiriana son su enorme amplitud léxica y su ritmo «moroso». Cunqueiro, sin dejar de ser fiel a un afán de estilo sencillo, así en la construcción de frases, despliega un inmenso saber lingüístico que le permite nombrar con precisión hasta los más ínfimos detalles de lo real. Así, plantas, animales, objetos, artes y artilugios, gestos y sensaciones son nombrados y descritos con una precisión que refuerza la sensación arcaica, de relato antiguo con poso de sabiduría, que tienen los textos. A ello contribuye también un estilo lento, pausado, que se demora en la descripción cuando juzga conveniente pero no olvida la obligación narrativa de un «sentido del final» y que en definitiva busca recrear la dicción oral de poetas, vates y otros contadores de historias.

Entre las obras más significativas de Cunqueiro podría señalarse en primer lugar Las crónicas del Sochantre, donde se narran las peripecias de un músico de capilla que va en una carroza a tocar a los entierros. En la carroza viaja con toda una serie de fantasmas y personajes de ultratumba que le irán refiriendo sus vidas pasadas.

Cuando el viejo Simbad vuelva a las islas explica la historia de Simbad, un viejo marinero retirado que, en la tertulia, cuenta las historias de los mares que recorrió en su juventud y sueña con volver a ellos. Pero sus contertulios no le creen, y Simbad decide entonces comprobar las historias de su vida, y busca la nave en la que viajó, para volver a embarcar en ella. Pero descubre que si bien la nave realmente existió, partió sin él, y eso destruye sus sueños. Simbad se nos aparece aquí fatigado, transido por la infinita melancolía de un mar que no puede surcar y de una vida que no es como la que se había imaginado. Con esta novela y la siguiente, Las mocedades de Ulises, Cunqueiro empieza a horadar en el reverso oscuro de los mitos, situando a sus literarios protagonistas en la juventud y en la vejez, fuera de sus momentos culminantes, y así, expuestos a su propia y solitaria (re)construcción personal.

Con Un hombre que se parecía a Orestes, Cunqueiro ganó el Premio Nadal en 1968. La novela tiene su punto de partida en el mito griego de Orestes versionado por Esquilo. Aquí, Orestes aún no ha regresado a Micenas para cumplir venganza por la muerte de su padre Agamenón a manos de su madre Clitemnestra, ahora casada con el traidor rey Egisto. En medio de un reino en plena decadencia y corrupción, la reina es ya prácticamente un fantasma y el rey solo vive para temer la llegada del vengador. Pero Orestes está viejo y lleno de dudas ante su misión. Cunqueiro traslada la historia a una edad indeterminada mezcla de helenismo y medievalismo para hablar de los estragos del tiempo y la disipación de la memoria y de los ideales. La novela permite ser también entendida como una alegoría sobre cómo el paso del tiempo convierte en inútil la venganza, lo que algunos lectores del tardofranquismo pudieron leer en clave sociopolítica como una llamada a no abrir las heridas de la Guerra Civil.

En Vida y fugas de Fanto Fantini della Gherardesca nos trasladamos al Quatroccento italiano para conocer las aventuras del caballero Fanto, un soldado a sueldo famoso por su habilidad para las más espectaculares fugas, que realiza convirtiéndose en uno de los cuatro elementos. La novela se construye como si se tratara de una investigación biográfica de un personaje real, y por ello no solo incluye un índice onomástico, sino además un prólogo donde el autor nos explica el propósito de su estudio, la documentación consultada y las huellas que Fanto dejó para la posteridad, así como referencias bibliográficas varias, la principal de ellas el discurso fúnebre que Lionfante, el caballo hablador de Fanto, le habría dedicado ante el senado de Venecia y que habría servido de inspiración nada menos que a William Shakespeare. Fanto es una novela de regusto quijotesco, por el periplo de los personajes, por la especial relación entre señor y escudero, y por la ternura no exenta de ironía con que Cunqueiro trata a su héroe: Fanto, nacido de un rayo, guapo y seductor, rescata bellas doncellas encerradas en inexpugnables torres, y consigue huir de los más crueles destinos, pero no puede escapar de la tristeza de la falta de verdadero amor y de la melancolía de una vida en paz. Su acumulación de fugas y transformaciones se convierte en un camino de autodestrucción del que Fanto no puede escapar, al no tener su vida un sentido definido que justifique sus aventuras.

Finalmente, El año del cometa presenta la historia de Paulos, un joven dotado de mágicos poderes que toma como misión personal encontrar a varios reyes que han de salvar a su pueblo de ser destruido, como el propio Paulos ha predicho que ocurrirá tras leer los signos de la llegada de un cometa. La novela tiene un buen tanto de resumen del quehacer narrativo de Cunqueiro, y así de metapoética, pues Paulos recorre los paisajes y las «materias» por las que se fue desplazando la narrativa cunqueiriana a la búsqueda de los reyes David, Arturo y Julio César. Si estos reyes cooperan, la patria se salvará y además los sueños y predicciones de Paulos se cumplirán, y así se justificará su periplo vital. Pero a lo largo de la novela Paulos descubre no solo la vejez y decrepitud de los reinos que visita, sino sus propios fantasmas interiores, y así cómo puede usar los dones que tiene no solo para crear, sino también para destruir. Y, lo que es más terrible, se da cuenta de su soledad, de que en realidad a nadie le importa ni su misión ni lo que pueda salir de ella; deja entonces de soñar y ahí fallece. Y parecería que solo podrá salvarse en la medida en que resuciten, para esta vez permanecer, sus sueños.


Bibliografía


Diego Martínez Torrón, La fantasía lúdica de Álvaro Cunqueiro, Sada, Ediciós do Castro, 1980; Cristina de la Torre, La narrativa de Álvaro Cunqueiro, Madrid, Pliegos, 1988; Francisco Fernández del Diego, Álvaro Cunqueiro e o seu mundo: vivencias e fabulacions, Vigo Ir Indo, 1991; Ana-Sofía Pérez-Bustamante, Las siete vidas de Álvaro Cunqueiro: cosmovisión, codificación y significado en la novela, Cádiz, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, 1991; Ana María Spitzmesser, Álvaro Cunqueiro, la fabulación del franquismo, Sada, Ediciós do Castro, 1995; Rexina, Rodríguez Veiga, Álvaro Cunqueiro: unha poetica de recreacion, Santiago, Editorial Laiovento, 1998; Antonio Jesús Gil González, Teoría y crítica de la metaficción en la novela española contemporánea: a propósito de Álvaro Cunqueiro y Gonzalo Torrente Ballester, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2002; Ninfa Criado Martínez, Álvaro Cunqueiro: el juego de la ficción dramática, Madrid, CSIC, 2004; Francisco Fernández del Diego y otros, Álvaro Cunqueiro, unha fotobiografi, Vigo, Ediciones Xerais, 2007; Manuel Gregorio González, Don Álvaro Cunqueiro, juglar sombrío, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2007.

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