Читать книгу 100 escritores del siglo XX. Ámbito Hispánico - Domingo Ródenas de Moya - Страница 17
CAMILO JOSÉ CELA
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SANTOS SANZ VILLANUEVA
La literatura española ignora el equilibrio y pendula, violentamente, de la mística a la escatología, del tránsito que diviniza al bajo mundo, al más bajo y concreto de todos los mundos, del pus y la carroña.
(El gallego y su cuadrilla, 1949)
Viendo el pasado reciente desde la altura de un pequeño trecho del recién estrenado milenio, pocas dudas caben de que Camilo José Cela (Iria Flavia, La Coruña, 1916-Madrid, 2002) es nombre de referencia inexcusable de las letras españolas posteriores a la Guerra Civil y uno de los pocos autores que, hoy por hoy, tienen asegurado un sitial en los anales literarios entre los de su promoción, la de los jóvenes beligerantes en la contienda que se dieron a conocer en la primera posguerra. Con ello el escritor gallego ha conseguido hacer realidad lo que más que un sueño fue un empeño biográfico claro y perentorio desde su juventud. Ya en la mocedad dejó claro que estaba dispuesto a jugársela por ser alguien importante en las letras, por alcanzar la fama; en fin, lo apostó todo a triunfar en la literatura y en la sociedad. Desde un principio puso los cimientos del sólido edificio donde alojó ese éxito que creció con rapidez: su primera novela, La familia de Pascual Duarte (1942), le proporcionó súbita y multitudinaria fama en mínimo tiempo; los escritores de la generación siguiente a la suya, los niños de la guerra, lo reconocieron como un maestro; la Academia Española lo recibió muy joven, consagrando así con un plus de respetabilidad la imagen transgresora que el escritor cultivaba. En tiempos difíciles, se movió sin graves quebrantos entre la España oficial, de la que se aprovechó, y una calculada disidencia, aureola que le proporcionaba el talante liberal de la revista Papeles de Son Armadans, donde acogió a amplio número de escritores del exilio republicano. Con la obtención del Nobel (1989) coronó Cela su apetencia, aunque después de este galardón siguió acumulando toda clase de honores y distinciones, académicas y sociales, que buscó sin disimulo desde mucho antes. A la vez, convirtió su figura, transformada en personaje público, en un lucrativo negocio, en una fuente de ingresos para colmar una descarada apetencia de dinero.
Pasó, así, a ser no tanto un escritor leído y respetado sino una figura institucional. El gran éxito social constituye, de alguna manera, el fracaso del escritor. Llegada la democracia, se dio a conocer un documento por el cual Cela se ofrecía durante la guerra como delator a los sublevados para denunciar a sus conocidos de Madrid. Fue un mazazo que echó por tierra su siempre calculada ambigüedad política. Los gestos públicos para mantener fama mediática (ofrecerse en un programa de televisión a absorber con el ano un balde de agua) comenzaron a tomar tintes bufos. Su literatura se fue haciendo repetitiva y manierista. Los lectores solo se interesaban por sus libros clásicos. Y, en fin, las nuevas promociones de escritores lo ignoraban o menospreciaban. Fue durante mucho tiempo un sobreviviente de su propia obra, y hay quienes cierran la etapa de interés y mérito de sus escritos a finales de los sesenta e incluso en el decenio anterior.
Con todo, varios momentos de la prosa narrativa de posguerra son deudores del trabajo pionero de Camilo José Cela. Pascual Duarte agitó las estancadas aguas novelescas de comienzos de los cuarenta y propició, aunque sin que la responsabilidad sea en exclusiva suya, el desarrollo de una forma peculiar de existencialismo español, apellidado tremendismo, la gran corriente de nuestra prosa de ficción hasta bien entrados los cincuenta. Un libro de andar y ver, Viaje a la Alcarria (1948), dio alas a un género entonces mortecino y luego muy pujante. La colmena (1951) se tuvo por la primera representación en verdad crítica de la España de los vencedores y constituyó un estímulo para los jóvenes narradores comprometidos de los cincuenta, que apreciaron en ella valores testimoniales modélicos. Un saldo, como se ve, nada despreciable y que no puede oscurecer el derrotero biográfico poco ejemplar.
Pascual Duarte es obra cruda y violenta. El homónimo protagonista, campesino extremeño pobre y primitivo, habla con arrepentimiento, en vísperas de ser ajusticiado, de las tropelías que ha cometido. Además de diversas crueldades, perpetró varios asesinatos, entre ellos el de un aristócrata y cacique local. Puede haber en el fondo de la novela un alegato social disimulado en un drama rural, también un testimonio de desazón existencialista e incluso una lectura favorable al nuevo régimen en cuanto que en la trama se restablece el orden social conculcado. Desde luego, la novela fue patrocinada por la Falange y a ello se debe en parte la gran difusión y el hecho de que se aceptara sin más la originalidad de un texto con numerosos débitos o huellas, e incluso merecedor de serias reservas sobre la verosimilitud de la escritura creativa de un labriego inculto.
Tras dos novelas de menor interés y acierto (Pabellón de reposo, de 1943 y Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes, de 1944), llega la consagración definitiva de Cela con su obra más famosa y todavía la más original y lograda, La colmena. Desgrana en ella el autor unos centenares de vidas casi todas bastante anónimas que se mueven por las calles madrileñas o coinciden en un café literario a comienzos de los cuarenta. Novela colectiva, se ha venido entendiendo como la crónica testimonial de un tiempo de hambre y represión, pero, sobre las humillaciones y padecimientos, muestra un existir acobardado, una falta de alegría y una ausencia de esperanza.
Alguna crítica, llegada la obra de Cela a estas alturas, le reprochó cierta incapacidad para la novela por la poca consistencia de sus argumentos y por la debilidad en la construcción de auténticos personajes. Las reservas, avaladas por los grandes hiatos sin obras nuevas de este género, valen también para los siguientes títulos, Mrs. Caldwell habla con su hijo (1953) y La catira (1955). Sin negarlas, hay que ver estos libros desde la perspectiva de la trayectoria general del gallego, al igual que conviene ya en este momento anotar otro malentendido, el de tratarse de un escritor realista muy crítico. Ni la novela tradicional, con argumento y personajes definidos, ni el realismo testimonial constituyen el ideario ni la médula del modo de novelar de Cela. Y cada vez se irá volcando más, con clara determinación, en moldes que tienen que ver con los modos del «modernismo» internacional.
Ya hay una confesión de vanguardismo narrativo en el monólogo algo delirante de Mrs. Caldwell, y con Oficio de tinieblas 5, uno de los libros de mayor riesgo formal de toda nuestra literatura, llega la intrínseca experimentalidad. Estos moldes no convencionales utiliza Cela para dar su visión de la Guerra Civil en San Camilo 1936 (1969), polémica interpretación de la contienda, melopea atormentada de un narrador que recrea las fechas primeras de la lucha en un dramático soliloquio. Fatalismo, violencia, pesimismo noventayochista van surgiendo de una mareante oración profana con la que construyó un diagnóstico nacional no poco discutible y nada convencional. Las explicaciones del drama hispano hay que buscarlas, al parecer del autor, en el sexo, en el peso de fuerzas instintivas, en una idiosincrasia nacional, con lo cual se minimizaba la raíz ideológica de la guerra y se relegaba la confrontación social.
Claro está, a la altura de los años ochenta, el modelo narrativo de Cela. Se decanta por un relato con muy poco peso argumental, por la fragmentación muy grande del discurso, por el encadenamiento acumulativo de pensamientos, reflexiones e imágenes visionarias, por la adición de escenas de raíz onírica. En la forma, llega al vanguardismo crítico y a la experimentalidad que no evita transgresiones expresivas u ortotipográficas: ausencia de puntos o de mayúsculas, supresión de capítulos y de cualquier otro descanso del discurso, automatismo psíquico, fraseo de corte poemático...
Esta narrativa antitradicional, antirrealista, que aboga por una construcción libre, y se inscribe en el terreno de la llamada novela lírica, sirve de base a una visión nihilista de la vida centrada en la repetición monocorde de unos pocos asuntos: la muerte, el sexo, el tiempo, la violencia instintiva, el egoísmo, la soledad, la desesperanza. En suma, una valoración por completo negativa de la naturaleza humana, respecto de la cual adopta una postura de distanciamiento entre macabro y humorístico. Sus libros se llenan de toda clase de seres desventurados o marginales: ajusticiados, tontos, putas, maricones (términos del autor, claro). A esta excepcionalidad, que se presenta, sin embargo, como el nivel común de las gentes, la adorna de un rasgo en sus inicios creativo pero devenido en manía estilística: una onomástica exótica. Y llena las páginas de escatología (violaciones, bestialismo, incesto, lujuria, sadismo, meadas...). Este conjunto de caracteres definen la última larga etapa de la novelística de Cela: Mazurca para dos muertos (1983), Cristo versus Arizona (1988), El asesinato del perdedor (1994), La cruz de San Andrés (1994) y Madera de boj (1999).
Son libros marcados por un fuerte manierismo y sin que en ellos se cumpla la presunta intención revulsiva de una literatura de este corte. Producen la impresión de algo gratuito, de un puro montar galerías de miserias, crueldades, infortunios y rarezas. En el fondo, parece que toda esta arboleda de desventuras responde a la creencia de que el ser humano es un error de la naturaleza, y aunque el autor no haya dicho nunca tal cosa, la acumulación de horrores y el pesimismo de sus libros permiten atribuirle tal pensamiento. El mundo es un caos sin amor ni piedad.
Esto nos lleva a una dimensión antropológica, pero también a un fuerte enraizamiento hispánico, preocupación constante de su obra que gira, sin perder este alcance universal, sobre la indagación de una España esencial cruel y cainita. Esta vertiente hispánica, aparte de constar en el difuso pero inequívoco escenario de las novelas, tiene formulación específica en una forma especial, el llamado apunte carpetovetónico. Esta original invención no pertenece a un género concreto (es narración, o cuento, o artículo, e incluso puede no ser ni siquiera literatura, según el autor) y consiste en un bosquejo, caricatura o aguafuerte de un tipo o de un trozo de vida. Piezas de esta clase, caracterizadas por su diversidad, Cela las reúne bajo ese calificativo en El gallego y su cuadrilla (1949), aunque figuran también en otros libros como el volumen de cuentos Baraja de invenciones (1953), pero el concepto ampara una actitud transversal de toda la obra del autor, el carpetovetonismo, donde se resume la visión española del escritor y su modo de presentarla: predilección nada piadosa, en los límites del desprecio por los seres derrotados, disminuidos, excéntricos o no comunes, crueldad en la mirada, y burla, sal gruesa, esperpento y caricatura en la expresión.
La obra de Cela, aparte lo más conocido de ella, sus novelas, se diversifica por varios géneros en los que no destaca y que tampoco frecuentó con asiduidad: el teatro y la poesía. Más mérito tienen sus preocupaciones filológicas, sobre todo su trabajo léxico en torno a uno de los motivos centrales de su escritura, el sexo, que da lugar al Diccionario secreto (1968 y 1971) (y también a una Enciclopedia del erotismo, 1976-1977), y un amplio puñado de ensayos de temática cultural y artística. Por encima de todo ello destaca la literatura viajera, la otra modalidad fundamental de la escritura de Cela, al entender de algunos lo mejor de su obra, aunque lastrada, según otros pareceres, por una visión escapista de la realidad. Como sea, los libros de andar, ver y contar de Cela, en especial el citado Viaje a la Alcarria, se sitúan en el centro de un capítulo muy notable de la prosa de posguerra. Este recorrido manchego renueva las raíces noventayochistas de la literatura viajera. Tiene un matizado carácter testimonial que se desprende de las notaciones de modos de vida o de condicionantes socioeconómicos, pero no es esa una finalidad excluyente. Al revés, muestra una clara voluntad de autonomía literaria basada en la personalidad del viajero, omnipresente, y en la querencia por lo pintoresco y cultural. Hoy, el recorrido alcarreño destaca también por el estilo, por la lección de sencillez que desprende, por la contención y menor retorcimiento de la prosa, nada habituales en un autor con fuertes querencias barrocas.
Si Viaje a la Alcarria renueva la literatura andariega regeneracionista, a la vez sirvió de base a la oleada de narrativa documental de los años cincuenta (las incursiones en el subdesarrollo español de Ferres, López Salinas, Grosso o Goytisolo). Ni estaba esta línea cercana al informe y la sociología en el recorrido alcarreño ni dominó en Cela. Publicó un buen puñado más de literatura errabunda —Del Miño al Bidasoa (1952), Judíos, moros y cristianos (1956), Primer viaje andaluz (1959) o Viaje al Pirineo de Lérida (1965)— en la que fue disminuyendo el testimonio, desplazado por lo paisajístico, los tipos pintorescos, la erudición caprichosa, la escatología, las disquisiciones históricas, literarias...
Esta deriva de la prosa viajera se suma a la global del escritor y del personaje formando un todo unitario muy revelador. Nada quedará pronto en su escritura de la presentación crítica de una realidad nacional que estaba falseando el franquismo y que podía colegirse en La colmena o en el viaje alcarreño. Enseguida el autor se encaminará hacia la exploración carpetovetónica, desentendiéndose de la realidad corriente (el cada vez más fuerte escapismo de sus nuevos viajes) o sustituyéndola por los fantasmas de la violencia y el sexo. En 1986 volvió al escenario de su primer vagabundeo en Nuevo viaje a la Alcarria. En esta ocasión no lo hizo a pie sino en lujoso automóvil y no solo, sino acompañado de una llamativa mujer africana de color: imposible una mejor imagen de una trayectoria general.
Poco antes de su fallecimiento logró rematar Cela una novela en la que andaba empeñado desde mucho antes, Madera de boj, y donde podemos ver una manifestación de últimas voluntades literarias. La obra está definitivamente fuera del costumbrismo social, se adentra en las raíces del ser humano sin dejar de tener un referente local (Galicia, tan presente en su escritura, y, en concreto, la Costa de la Muerte con mención explícita de Fisterra), no hay con propiedad una anécdota principal, como no sea la vaga caravana de varios centenares de personajes camino de la villa de Noia evocada por el narrador, y predomina una lengua que brota a borbotones para poner al descubierto el fondo oscuro del alma. En resumen, una novela de extremo subjetivismo, dura y poética, solo un punto verista y de voluntad mitificadora. El mito telúrico del relato se sustenta en una epopeya: construir una casa con la rebelde madera de boj. Esa leve cobertura le permite al autor hablar de lo de siempre, lo cual, en este caso, tiene ambición totalizadora de la existencia: de «la fiesta brava del vivir y el morir», dicho con el verso que cita un personaje. El narrador da rienda suelta a una verborrea incontinente que configura una salmodia alucinada marcada por la música de la oración o del canto popular. Aun repetitiva de motivos y tratamientos habituales en el autor, en Madera de boj sobresale una potente imaginería visionaria, un mundo oscuro y cruel, y brillan esporádicos fulgores del estilo.
Al mérito poco discutible y poco discutido de la prosa celiana se añaden, en perspectiva global, una búsqueda de novedades expresivas y una actitud vanguardista o experimental raras en nuestras letras, y sensibilidad para asociar lo poemático y lo narrativo. El personaje ha perjudicado al escritor pero todo eso está en el balance de este polémico e imprescindible narrador español del pasado siglo.
Bibliografía
Alonso Zamora Vicente, Camilo José Cela (acercamiento a un escritor), Madrid, Gredos, 1962; Paul Ilie, La novelística de Camilo José Cela, Madrid, Gredos, 1978; AA.VV., La palabra en libertad: homenaje a Camilo José Cela, Murcia, Comisión V Centenario, 1991, 2 vols.; Francisco García Marquina, Retrato de Camilo José Cela, Boulder, Colorado, Society of Spanish and Spanish-American Studies, 2005; Gustavo Guerrero, Historia de un encargo: «La catira» de Camilo José Cela, Barcelona, Anagrama, 2008.