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LUIS CERNUDA

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por

JAVIER PÉREZ BAZO


... Escúchame y comprende.

En sus limbos mi alma quizá recuerde algo,

Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos

Tendrán razón al fin, y habré vivido.


(«A un poeta futuro», en Como quien espera el alba, 1944)


Cuando se despedía el alba del 5 de noviembre de 1963 lo encontraron tendido junto a la puerta del cuarto de baño, con su pipa entre los dedos, pulcramente peinado, en pijama y bata. Ocurrió en el número 11 de la calle Tres Cruces de la localidad mexicana de Coyoacán, en la casa de su amiga Concha Méndez donde se alojaba, después de que un infarto quebrara su vida. Apenas media docena de amigos enterró a Luis Cernuda (Sevilla, 1902-Coyoacán, México, 1963) en el Panteón Jardín de la ciudad de México un luminoso día otoñal. Allí llegó a término una trayectoria verdaderamente excepcional de la Modernidad poética. Había sido el suyo un marcado carácter de persona tímida, retraída, proclive al enamoramiento, exquisita en las formas, de elegancia severa en el cuidado del cuerpo y en el vestir. Era quejoso hasta el extremo de mostrarse mortificado por su prolongada preterición, debida a fenómenos de diversa índole que impidieron apreciar durante años el exacto valor de su verso. Hoy, sin embargo, se le concede la relevancia propia de las figuras de mayor coherencia de la lírica española del siglo XX. Esto es necesario precisarlo, no por restituir su pensamiento poético y su poesía, pues ya han merecido con amplitud el reconocimiento, sino, sobre todo, en virtud de la significación estética de su obra, así como por la altura moral, ética, desde la cual fue concebida.

Con fundamento unitario reagrupó Luis Cernuda su producción poética bajo el afortunado título La Realidad y el Deseo. Después de su primera edición madrileña de 1936, sus tres sucesivas amplificaciones mexicanas (1940, 1958 y la póstuma de 1964) presentan una evolución cronológicamente lineal, que no es otra que la trazada por los poemas en cada libro y la de cada libro en el suceder biográfico del autor. En esta concepción de una estructuración orgánica de la totalidad reside la primera peculiaridad de la poesía cernudiana, conformada como proyecto globalizador acabado que guarda determinadas similitudes, siendo desde luego distinto, con la ideación de una «obra total» que asimismo en España realizaron Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén. En Cernuda este crecimiento sin discontinuidad establece con gran pertinencia el desarrollo de diferentes núcleos estéticos de variable duración, imbricados de manera paradigmática en las corrientes artístico-literarias de la primera mitad del siglo pasado —la llamada Vanguardia histórica— y de un componente autobiográfico en el cual Octavio Paz vio un implícito aspecto confesional a modo de «biografía espiritual». Entendido mejor en tanto que itinerario íntimo de vidas y como constante diálogo señaladamente ético del poeta consigo mismo, La Realidad y el Deseo en sus correspondientes reediciones —cuyos poemas siguen, con salvedades, el orden cronológico de composición— presenta una sucesión de experiencias, de especulaciones introspectivas, de meditaciones sobre una realidad íntima de vivencias... Si la realidad con sus múltiples matices remite al mundo exterior, bajo el deseo subyace la aspiración a fundirse con lo codiciado. En la relación de ambos surge el conflicto: la imposible concreción del deseo porque la realidad lo impide. Precisamente en este enfrentamiento entre realidad y deseo radica la acusada tendencia neorromántica de Cernuda, quien, subsumida la influencia del romanticismo europeo, vino a prolongar de manera moderna y completiva una deficiente tradición romántica española, según convincentemente ha advertido Pedro Aullón de Haro.

La reconstrucción de la personalidad intelectual y poética de Cernuda —a la que contribuyó él mismo en el ensayo de sesgo memorialístico «Historial de un libro», inserto en Poesía y Literatura (1960)— no ha de sustraer las circunstancias históricas, la coexistencia de una fuerte inclinación psíquica del poeta al desarraigo, la constante tensión entre sus propios valores y los estatuidos en la época, y, también, su muy pronunciada inclinación hacia la permanente errancia, sin duda porque habitaba en él un ser de inadaptado al medio y a la sociedad. Así, atendiendo a aspectos histórico-biográficos, estéticos y temáticos, la producción lírica de Luis Cernuda muestra en su totalidad dos épocas: la primera se circunscribe a la poesía compuesta en España, que tiene en los poemas recogidos en revistas de la época y en Perfil del aire (1927) su comienzo y en Invocaciones (1935) su final; la segunda comprende la realizada durante la Guerra Civil y el exilio, desde Las nubes (1940) a Desolación de la Quimera (1962).

Huyendo del provincianismo, Cernuda abandonó aún joven la Sevilla que le vio nacer el 21 de septiembre de 1902 y llegó a Madrid. Hubo de soportar entonces la pésima recepción de Perfil del aire. Más allá de su proximidad al verso de Jorge Guillén y de Juan Ramón Jiménez, que las primeras críticas le reprocharon olvidando otras influencias no menos notorias —Mallarmé, Reverdy y Gide—, las composiciones de este libro menor transmiten soledad, tristeza melancólica, indolencia, monotonía envuelta por un impresionismo sentimental. El menosprecio que recibió aquella obra primeriza le produjo una crisis literaria y de identidad que le empujó a escribir como reacción estética Égloga, Elegía, Oda (1927-1928), extenso y pulquérrimo poema en cuatro tiempos mediante el cual quiso probar su capacidad de ejercitarse dentro de un neoclasicismo que trae al oído las melodías de Garcilaso. Esta crisis le llevaría al término del verano de 1928 a Toulouse, de inmediato sentido como lugar desafecto. Había obtenido un puesto de repetiteur en la Escuela Normal de Magisterio. Allí no permanecerá ni siquiera nueve meses. La ciudad del midi francés —y sin duda París a raíz de su viaje en la Semana Santa de 1929— inauguró la expresión surrealista de Un río, un amor (1929), que completará con Los placeres prohibidos (1931). En búsqueda de una voz personal en horas coincidentes con un desengaño amoroso, supo aprovechar en ambos libros determinadas técnicas compositivas surrealistas, e incluso de ascendencia creacionista, para mostrar la frustración del deseo, el canto de un amor socialmente acotado. En Madrid atravesó dificultades. Años después la capital se engalanaba con los colores republicanos. Transcurrieron días de compromiso e ilusión ideológica, también de amores nuevos.

Abandonado el surrealismo y una vez declarada sin penumbras la confesión de su homosexualidad, Cernuda encauzó su verso con mayor claridad y concisión por veredas neorrománticas. De una rima de Bécquer tomó prestado el título Donde habite el olvido (1932-1933), seguramente la obra que mejor muestra el desencanto elegíaco de la pasión amorosa y donde los tópicos románticos acuden a la recreación nostálgica de un ideal pretérito ya perdido («aquel instante feliz entre tormentos»). La solución al fracaso será el olvido: «No, no quisiera volver, / Sino morir aún más, / Arrancar una sombra, / Olvidar un olvido». Las formulaciones neorrománticas persistirán en Invocaciones —titulado inicialmente Invocaciones a las gracias del mundo—, lo cual no impide adelantar los elementos que conformarán, si bien con cierta contención correctora, el muy consistente sustrato temático de su verso posterior. En 1936 Manuel Altolaguirre imprimió la primera edición de La Realidad y el Deseo cuya recepción muy celebrada, contrariamente a lo ocurrido con Perfil del aire, no pudo ser para su autor más gratificante.

Pero aún faltaba por llegar la voz más resueltamente original de Luis Cernuda. Comenzó a escucharse cuando conoció el asalto del odio contra el hombre, el olor a pólvora fratricida: «¿Qué puede hacer el hombre contra la locura de todos? Y sin volver los ojos ni presentir el futuro, saliste al mundo extraño desde tu tierra en secreto ya extraña», dejaría escrito más tarde en un poema en prosa de Ocnos (1941). Al anochecer del 14 de febrero de 1938 había salido de París hacia Londres con el fin de dictar unas conferencias. Iniciaba así, ya sin cese, las mudanzas físicas y psicológicas, de vida y ánimo. En tierras británicas primero —ejerció de auxiliar de español en el condado inglés de Surrey, luego, en 1939, de lector universitario en Glasgow—, antes de aborrecer Escocia y decidir acumular paisajes estadounidenses y mexicanos. El Cernuda exiliado formaliza decididamente los aspectos más destacados de su poesía, que en su conjunto configuran una muy singular poética del desarraigo, sin duda una de sus mejores aportaciones al pensamiento poético del exilio español. De ello quedará constancia en Las nubes y se dilata, entrega tras entrega —Como quien espera el alba (1940-1944), Vivir sin estar viviendo (1944-1949), Con las horas contadas (1950-1956) y Desolación de la Quimera (1962)—, recorriendo la ladera de la madurez y que, obviadas ciertas oscilaciones valorativas, cabe considerarse dentro de los restringidos ámbitos de la excelencia artística.

En Glasgow acabará Las nubes, que incorporará a la segunda edición de La Realidad y el Deseo, editada en México en 1940. Su núcleo germinal es la vivencia de la Guerra Civil y «la experiencia humana que de ella se deriva», conforme subrayó Francisco Brines. Se manifiesta de tal modo la denuncia de la patria cainita —«fuerte torre en ruinas»: pueblos que arden, campos infecundos, hombres «tronchados como flores»...— y la contemplación directa de la muerte. No extrañará, pues, que prolongando la tradición y el pensamiento estético noventayochista desde novedosos ángulos cívico-ideológicos, España como tema se extienda conspicuamente a lo largo de esta etapa de exilio y establezca una compleja red de afectos y desafectos tanto en el ámbito de lo personal (tiempo biográfico) como en el de lo colectivo (tiempo histórico) mediante un proceso dialéctico de asimiento y desprecio: la nostalgia y la afección del desterrado irán transformándose en alejamiento e indiferencia, en fractura íntima y rechazo. La España elegíaca de Las nubes percibida como madre se convertirá en madrastra en el corto espacio de unos meses («A Larra con unas violetas»), y este sentimiento pervivirá en entregas posteriores: «...sentí ceder el nudo / Que invisible nos ata a nuestra tierra / Madrastra fuera, que no madre, y aún la quise», escribe en «Quetzalcóatl», de Como quien espera el alba. Por otra parte, la circunstancia de España provoca la reflexión acerca de su pasado glorioso y áureo («El ruiseñor sobre la piedra» de Las nubes, «Retrato de poeta», de Con las horas contadas), sobre la historia mítica que encontramos en el primer libro del exilio («Resaca en Sansueña»), simbólicamente galdosiana y eterna en el último («Díptico español, II»), opuesta a la decadente, tradicional e intolerante de su dramático presente.

Al final del verano de 1947 cerraba Cernuda su primera etapa de exilio y emprendía en Nueva York un complejo periplo americano. Llegaba con el libro Vivir sin estar viviendo prácticamente terminado y el proyecto de Con las horas contadas. Fueron varias sus residencias dedicado a la escritura y subsistiendo con distinta fortuna gracias a la docencia. Cierta estabilidad le proporcionaron sus clases en el Mount Holyoke College de South Hadley (Massachusetts) hasta que en 1952, tras varias visitas previas y porque era tanta la atracción por aquella tierra como el desafecto por Estados Unidos, decidió aventurarse a vivir en México, primero como becario en el Colegio de México y, luego, en la Universidad Autónoma, estancia solo interrumpida circunstancialmente por un viaje a La Habana y la enseñanza, vivida como labor enojosa, en la Universidad de California Los Ángeles y en el State College de San Francisco. Del exilio británico Cernuda había salido intelectualmente enriquecido por la apreciable influencia que en él había dejado la relectura de los románticos Wordsworth y Coleridge, de Blake y del irlandés Yeats, así como con procedimientos constructivos tendentes a eludir la subjetividad y el exceso retórico de los poemas. Resolvió la des-subjetivación mediante el desdoblamiento o sustituyendo el yo autobiográfico por una polifonía de voces poéticas u otredades; y asimismo, merced al monólogo dramático que, a la manera de Robert Browning, le permitía proyectar la experiencia emotiva personal sobre una situación dramática o sobre personajes históricos con los que se identificaba existencial o psicológicamente.

El pensamiento poético de Luis Cernuda en el exilio está estrechamente vinculado a la dolorosa experiencia de la expatriación, al amor y el homoerotismo nunca ocultado, a la obsesiva inquietud por el ejercicio creativo. El transcurso del tiempo, que sugiere el título mismo de Como quien espera el alba, provoca la meditación sobre lo efímero («Los espinos») y lo perdido («Las ruinas», «Juventud»), acentuada por el desgarro del destierro cuando rememora su lugar natal: «Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida / Tierra nativa, más mía cuanto más lejana» («Tierra nativa»). Le duelen la soledad y el extrañamiento, por cuanto le privan del deseo de vivir plenamente, y por ello solo hallará consuelo en el sentido vitalizador de la poesía. De hecho, la reflexión metapoética y sobre el devenir del poeta, que tuvo antecedentes en libros anteriores, se convierte ahora en una sobresaliente categorización temática de reminiscencia hölderliniana que volverá a su obra posterior. Resulta significativa, pues, su identificación en la composición «Góngora» con el autor aúreo denostado e incomprendido en su época, pero de «vivir más libre y más soberbio» merced a la poesía. La justicia del destino sentenciará al poeta con el reconocimiento que se le niega, según leemos en los versos de «A un poeta futuro» transcritos al principio de estas páginas. También surge el amor que, si casualmente tratado, cuando aparece lo hace de excepcional manera como en «Apología pro vita sua», «Elegía anticipada» y «Otros tulipanes amarillos», recuerdos entrañables de sus ya lejanos amantes. Dentro de la producción de Cernuda, la importancia de Como quien espera el alba se acrecienta por el equilibrio, sin desajustes, entre un lenguaje sencillo, evocador, cotidiano, de naturalidad expresiva, y un discurso poético no exento de procedimientos retóricos ni estructurales como el del desdoblamiento en una segunda persona o el uso del monólogo dramático («Quetzalcóatl», «El águila»).

Ciertamente, resulta comprensible que en Vivir sin estar viviendo decrezca la intensidad poética debido al decaimiento que sabemos por «Historial de un libro» atravesaba entonces su autor. Sin embargo, en textos como «Cuatro poemas a una sombra» —inspirado en las fases del amor atormentado con un joven universitario inglés, desde su pasión inicial hasta el recuerdo nostálgico de lo que fue—, o en aquellos sustentados en el monólogo dramático («Un contemporáneo», «Silla del rey» o «El César»), e incluso en la bellísima recreación del tema de España en «Ser de Sansueña», encontramos una gran altura poética. En cuanto a Con las horas contadas fue escrito de manera intermitente entre otros afanes —el poemario en prosa Variaciones de un tema mexicano (1952)— y cuando el autor sentía el peso del cansancio y la vejez. En él incluyó «Poemas para un cuerpo», serie de dieciséis poemitas de impecable factura estética —a la que convendría añadir «Epílogo», de Desolación de la Quimera— en torno a la historia de amor con el mexicano Salvador Alighieri, que sin duda ha de inscribirse entre la poesía amorosa más logradamente escrita en lengua española. Encuentros y desencuentros, ausencias, infidelidades, dudas, despedidas, anhelos... Y todo ello, bajo los presupuestos de la dignidad del poeta que, ante la edad desbordada, vuelve a evidenciar la ética de su diferencia, de la defensa de su verdad en un mundo hostil.

A Cernuda aún le faltaba dar notabilísimo término a su escritura poética. La tercera edición de La Realidad y el Deseo (1958) se cerraba con una sección novena sin título de ocho poemas que recogerá la única edición de Desolación de la Quimera (1962), final a su vez de la definitiva y póstuma de La Realidad y el Deseo. En este último libro suyo, desde la atalaya que le proporcionaba la madurez, cumplidos ya los sesenta años, y cuando creía intuir próxima la muerte, empeñó su esencial esfuerzo en hacer un balance poético de la propia existencia al dictado de una sinceridad ejemplar y firmes convicciones éticas. En esto reside presumiblemente la génesis y el desarrollo completivo de la obra, así como su carácter misceláneo en virtud de la temática variada y los recursos estilísticos debidos a influencias de Eliot, de Yeats y de su propia voz, perfectamente subsumidas (heterometría, naturalidad expresiva a través del coloquialismo, intertextualidades, desdoblamientos, monólogos dramáticos, etc.), aspectos en verdad poco novedosos respecto de anteriores entregas si exceptuamos el tema inédito de la senectud. El componente autobiográfico vuelve a ser en Desolación de la Quimera un importante elemento vertebrador de la obra, acaso con fuerza mayor. Cernuda rememora entonces el territorio de la infancia («Niño tras un cristal» y «Luna llena en Semana Santa»); acude al mundo de los afectos casi familiares («Hablando a Manona», «Animula, vagula, blandula») o para rendir homenaje a algunos de sus escasos amigos (Víctor Cortezo y Enrique Asúnsolo en sendas composiciones). E incluso resurge el amor, ahora visto desde el peso de la edad y en las frustraciones de una consumación erótica ya imposible («Despedida», «Lo que al amor le basta», «El amor todavía», «Antes de irse», «Música cautiva», «Pregunta vieja, vieja respuesta»...). Junto a esta reiteración temática, el desasosiego de Cernuda por el destino del poeta en una sociedad, que condena, parece intensificarse ante la presentida despedida, lo cual le condujo, por lo demás, a tributar su particular homenaje a los creadores de obras imperecederas —Goethe, Byron, Keats, Galdós, Tiziano, Francisco de Aldana, Lorca...— y a profundizar en su indagación sobre el arte como vía de salvación («Mozart» y «Luis de Baviera escucha Lohengrin») y la actitud del poeta hacia el mundo («A propósito de flores»).

La palabra poética cernudiana se fragua asimismo en Desolación de la Quimera en el ámbito de la relación con la realidad colectiva. Así, no sorprende que, ausente desde Las nubes, reaparezca el tema de España, incluso la guerra («1936»), y escuchemos entonces la renuncia dolorida del exiliado —«Soy un español sin ganas / Que vive como puede bien lejos de su tierra / Sin pesar ni nostalgias» («Díptico español, I»)—, que reconsidera, en fin, su condición para zanjar cualquier posibilidad de regreso, porque como Ulises ya no existe el hijo que le busque, ni Ítaca ni Penélope que le esperen: «Mas, ¿tú? ¿Volver? Regresar no piensas, / Sino seguir libre adelante» («Peregrino»). Los viajes al alma muestran el rostro más acerbo, acre y mordaz de un Cernuda extremadamente crítico, abrumado por el desarraigo, la soledad y la propia voz incomprendida. Por ello, abundan los incidentes circunstanciales del desafecto: de repulsa a las querellas de tribu y a los ambientes literarios («Supervivencias tribales en el medio literario»), al hipócrita reconocimiento póstumo («Birds in the night»); de denuncia a la cultura oficializada («Otra vez, con sentimiento»); de ajuste moral de cuentas hacia quienes hirieron su ánimo o desdeñaron su obra («J. R. J. contempla el crepúsculo», «Respuesta», «Malentendu») hasta alcanzar el apóstrofe violento que tiene en su último poema «A sus paisanos» el máximo exponente. En definitiva, a modo de corolario lírico de La Realidad y el Deseo, con Desolación de la Quimera, equiparable a la alta estimación reservada a Las nubes y Como quien espera el alba, Luis Cernuda vino a reafirmar el encumbramiento más definido de una de las construcciones poéticas más singularmente acendradas de la literatura española contemporánea.


Bibliografía


AA.VV., «Homenaje a Luis Cernuda», La caña gris, 6-8, otoño de 1962; Derek Harris (ed.), Luis Cernuda, Madrid, 1977; Luis Maristany, La realidad y el deseo. Luis Cernuda, Barcelona, Laia, 1982; Eloy Sánchez Rosillo, La fuerza del destino. Vida y poesía de Luis Cernuda, Murcia, Universidad de Murcia, 1992; Julio Neira y Javier Pérez Bazo, Luis Cernuda en el exilio. Lecturas de «Las Nubes» y «Desolación de la Quimera», Toulouse, Presses Universitaires du Mirail, 2002; Philip Silver y otros, Realidades y deseos de Luis Cernuda, Granada, Atrio, 2004; James Valender (ed.), 100 años de Luis Cernuda, Madrid, Residencia de Estudiantes, 2005; Antonio Rivero Taravillo, Luis Cernuda, años españoles (1902-1938), Barcelona, Tusquets, 2008 y Luis Cernuda, años de exilio (1938-1963), Barcelona, Tusquets, 2011.

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