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ISAAK E. BÁBEL

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por

NATALIA ARSENTIEVA

Yo era un niño mentiroso. La culpa era de la lectura. Tenía una imagen siempre incandescente. Leía en clase, en el recreo, camino de casa, de noche bajo la mesa, tapándome con un mantel que llegaba al suelo. Debido a los libros pasé por alto todas las cosas de este mundo.

(«En el sótano», Cuentos de Odesa, 1931)

Isaak Emmanuílovich Bábel (Odesa, 1894-Moscú, 1941) fue primogénito en la familia de Emmanuel Bábel, comerciante judío. Desde niño en casa le hacían aprender el Talmud y el yidis. Máxim Gorki inicia al joven autor en el mundo de las letras entre 1915 y 1916 y le echa una mano con la publicación de sus relatos, prohibidos por la censura por «exceso» de erotismo. Siguiendo los consejos de Gorki, Bábel abandona la capital para conocer mejor la vida, las gentes, la actualidad, para llenar en definitiva su vida de nuevas impresiones y deshacerse del peso de conocimientos petrificados.

Después de realizar el servicio militar, en otoño de 1917, y estar un tiempo en la Checa, la policía secreta soviética, Bábel trabaja en el Comité de instrucción pública. Muy pronto es destinado como corresponsal a la Caballería roja durante la campaña militar soviética contra la Guardia Blanca y Polonia. Las impresiones de estos años de hambre y penurias desembocan en Diario de 1920, muy objetivo y documental en comparación con la literatura halagadora del naciente «realismo socialista». El autor del Diario, marxista convencido, sabe valorar lo bueno y lo malo que trae la revolución. Le animan los cambios en la sociedad, el respeto hacia la mujer, la mejora de las condiciones de trabajo, el espíritu de reformas, pero no puede aceptar los poderes destructivos del proceso revolucionario, los sacrificios humanos, el sufrimiento de miles de personas, como los niños huérfanos o los minusválidos de guerra abandonados y desprotegidos por la nueva vida. Le apena ver cómo mueren elefantes, avestruces y serpientes en el zoo, abandonados por sus dueños, cómo se pudre la carne de miles de caballos, sus animales predilectos, en los mataderos. Pero más que la ruina económica y la crisis de los tiempos de la guerra, le afecta la pérdida de los valores positivos del pasado. Educado en el respeto a la religión, el joven periodista lamenta el derrumbe de los centros cultuales, de las catedrales cristianas y las sinagogas, pilares necesarios en la vida del hombre afectada por el desastre de la guerra. Describe la atmósfera de su época, que precede a la celebración del triunfo revolucionario en forma de premonición, como una realidad espectral, llena de malos presagios, en tonos oscuros y casi decadentes, que anuncian la caída del poder de la Tercera Roma en favor de algo desconocido y preocupante.

En la década de 1920 Bábel escribe cuentos de ficción divididos en dos ciclos: Caballería roja y Cuentos de Odesa. En el primero prevalece el espíritu crítico, que le motiva a profundizar en el conocimiento de la realidad histórica de su tiempo; en el segundo, el vitalismo con su desbordante gozo por la vida. Ambas tendencias se deben a una corriente espiritual que Bábel conoció durante su estancia en la región de Volin, que formaba parte de una vasta zona de la Europa del Este. Era la cuna del hasidismo, poderosa rama del pensamiento cabalístico de múltiples y antiguas raíces, de perfil neoplatónico. A Bábel le tocó conocerla gracias a los contactos con las comunidades judías de los territorios de Polonia, Rusia y Ucrania occidental que se ocupaban del comercio, constantemente agredidas por los celosos nativos. El escritor llegó a conocer su forma de ser y pensar cuando esta ya estaba afectada por el desastre de una guerra civil que les puso al borde del abismo. Vivían en extrema pobreza agravada por la decadencia de la vida espiritual, habitualmente muy densa en estas tierras, con debates filosóficos y enfrentamientos religiosos entre los partidarios de la teología rabínica y librepensadores, comentadores de la Biblia y de la Torá, entre los cuales predominaban portavoces del hasidismo. Bábel tuvo la suerte de conocer a algunos de estos últimos mohicanos del saber heterodoxo, tales como el rabino Motale Bretslavski, representante de la dinastía de Chernóbil. Gracias a estos nuevos contactos y encuentros llegó a conocer la literatura exegética, los trabajos del filósofo cordobés Maimónides y los de Ibn Ezra, un sabio de la taifa de Zaragoza, precursores del movimiento que surgió opuesto a la teología tradicional rabínica. Bábel conoció las enseñanzas del rabino Mendl Menakhem, predicador judío del pueblo polaco de Kotz, famoso por su probidad, pureza de pensamiento y hechos, y una singular capacidad de fundir el ascetismo con el sentimiento de la alegría por la vida, el culto de la razón con la éxtasis mística. Con sus ideas, el rabino Menakhem abría nuevos horizontes para el pleno desarrollo del alma. Dejó una profunda huella en el alma del joven periodista Bábel.

En el trasfondo del ciclo de cuentos Caballería roja se percibe la influencia de la filosofía hasídica. El autor afirma en esta obra que «las ventanas y las puertas de la ardiente mansión del hasidismo han sido arrancadas, pero este es inmortal como el alma de la madre. Con los ojos anegados, el hasidismo continúa aún de pie en la encrucijada de los vientos de la historia». La misma intención literaria que motiva la creación de los relatos de Bábel está expresada en los escritos de Maimónides: el estudio del mundo material como condición indispensable para el conocimiento de las verdades superiores. Para abordar el tema del estudio del sentido de la guerra civil entre el Ejército Rojo y los restos de la resistencia contrarrevolucionaria, Bábel se vale de la figura del narrador ficticio Lutov («El feroz»), que revela la esencia del hombre que vive la época de las revueltas, siendo testigo ocular de «acontecimientos de importancia mundial». Las gentes y los ambientes vistos por el narrador que desempeña la función del sujeto de la narración no dejan lugar a duda: no estamos ante el episodio heroico digno de una epopeya, sino ante el fenómeno de la decadencia global del ser humano: biológica, moral y espiritual. La lógica del argumento está sometida al cronotopo del camino vinculado a la realidad histórica: Budionni, el jefe militar de la Caballería roja, se empeña en tomar las estaciones de ferrocarril y los centros administrativos de Rusia occidental, Bérdichev y Zhitomir, antiguas ciudades rusas con predominio de población judía. Junto a destacamentos cosacos, Lutov se desplaza hacia la parte ucraniana de la zona del conflicto, conociendo por el camino muchas personas de distintas etnias y edades. Gracias a ellos, el discurso narrativo de la primera persona se complementa con elementos que desarrollan otras estrategias narrativas: epistolar, documental, recuerdos, etcétera. Las estéticas naturalistas de los cuentos, similares a las de Zola, presentan una rica amalgama de impresiones visuales y acústicas. El conjunto narrativo está constituido por las descripciones del entorno en su cotidianidad, así como por el espacio individual del personaje y el espacio colectivo de los cosacos del Ejército Rojo. Bábel nos deja ver un cuadro desolado, invadido por imágenes de monstruosos cadáveres, casas sucias donde duermen niños devastados por enfermedades genéticas y epidemias. Todo está dominado por un espíritu de perdición. Bérdichev, en un pasado reciente morada de mercaderes, una ciudad siempre alegre y llena de bullicio ferial, lugar de confluencia de emprendedores y comerciantes de toda Europa y del sur de Rusia, con sus pasos subterráneos, llenos de contrabando y talleres de falsa moneda, se convierte en una auténtica cloaca por la cantidad de personas que acuden a ella en busca de refugio. Asimismo está en crisis el pensamiento hasídico, propio de esta zona. Bábel señala que el movimiento, que dio cabida a las ideas revolucionarias, en los tiempos de la guerra civil, decae. Los sabios judíos como Guedali, «fundador de una Internacional quimérica», tenían la ilusión de que «la dulce revolución» de sus ensueños liberara su comunidad judía del dominio polaco, tomara «todas las almas bajo su tutela» y les diera «un racionamiento de primera categoría». No obstante, la revolución real en forma del poder soviético con su férrea política respecto a cualquier manifestación del pensamiento libre, le demostró que «se come con pólvora aliñada con sangre». Guedali se aleja a rezar para no presenciar cómo el ejército revolucionario siembra terror y muerte en todas partes. Inducido por el miedo, el clero, tanto el católico como el ortodoxo, huye de la Caballería roja, dejando sus parroquias. Las sinagogas se quedan vacías, los cabalistas se esconden en sus beit midrash, degradando su saber en magia, curanderismo y adivinación. Los hijos de los rabinos, élite intelectual de la comunidad judía, seducidos por la revolución, en vano sacrifican sus vidas, como el «príncipe» judío Ilia Brazlavski, que muere sin pena ni gloria en medio de la barbarie. Para el narrador es angustioso ver al príncipe que «había perdido sus pantalones y avanzaba doblado por la mitad bajo el peso de la mochila militar», donde el retrato de Lenin estaba junto al de Maimónides. Bábel demuestra que el hasidismo, religión de «piadosos», casa mal con el marxismo, capaz de sacrificar miles de vidas humanas persiguiendo sus objetivos. Sus héroes se han convertido en asesinos sádicos, crueles y despiadados, dominados por un instinto de violencia que les lleva a disfrutar de la sangre derramada.

Son numerosos los personajes de Caballería roja que representan las categorías elaboradas por la ética filosófica del hasidismo, en concreto, los trabajos de Maimónides. El autor lleva esas categorías a su manifestación extrema, de manera que sus personajes son las encarnaciones simbólicas de estas propiedades. Entre los combatientes de la Caballería roja hay auténticos demonios, despiadados asesinos y ángeles como Sashka el Cristo. Según Bábel, en los hombres debe predominar el espíritu fraternal basado en la afinidad de las almas. Lutov, de origen judío, es hermano en espíritu de Jlébnikov, soldado ruso. Almas gemelas, comparten pasiones, afectos, intereses, tienen el mismo apego al mundo material por donde andan «mujeres y caballos». Las huellas de hasidismo en la obra de Bábel se perciben asimismo en el concepto de la misión del ser humano, destinado a buscar en medio de la terrible realidad las chispas de lo ideal, caídas de las divinas alturas, para hacerles brillar con más intensidad. Es exactamente lo que hace Bábel a la hora de presentar los destellos de lo prístino y divino que todavía permanecen en este mundo cruel y manchado de toda clase de vicios. Se manifiestan en precisas y múltiples formas. Los cuerpos viriles, fuertes y hermosos de los cosacos evocan imágenes ideales de la antigua belleza griega con su gracia carnal. La misma gracia está en los movimientos de caballos que penetran en el río «hasta el lomo», con chorros de agua que se desliza «entre centenares de patas». Las ilustraciones del libro de historia que disfruta leyendo un soldado ruso recuerdan el esplendor de un gran imperio: «Sobre su combada espalda relucían las almenadas ruinas del Capitolio y la arena del circo iluminada por el ocaso». La luz ideal fluye por la catedral gótica, en la cual entran los cansados combatientes de la caballería: «Relucía bajo el tibio sol como una torre de loza. Los reflejos del mediodía centelleaban sobre sus lustrosos flancos». El espíritu de la eternidad reina sobre un cementerio judío con sus seculares piedras grises cubiertas de escritura asiria. En Bábel no hay contraste entre el paisaje idílico y la vida humana: la solemne naturaleza estival penetra en el espacio de las míseras casuchas y lo invade con su paradisíaca y sobrenatural belleza cósmica.

El artista pan Apolek, otro personaje del ciclo, doble del autor, sabe iluminar con la gracia de sus pinceles la ruda realidad de la vida: en sus cuadros, la gente del pueblo está representada en las imágenes de santos y vírgenes. El hastío monótono de la cotidianidad que reina en la vida diaria de la Caballería roja rompe la voz de Sashka el Cristo, que libera la chispa divina de su cárcel terrenal.

Simultáneamente con el ciclo de la Caballería roja, Bábel escribe con un dejo de nostalgia Cuentos de Odesa, un poema «centrado en color, forma y factura», en la ciudad de su infancia, donde «cada joven hasta que se case, sueña con ser grumete de un crucero oceánico, ansioso de ver nuevas y hermosas tierras, pero siempre, de una manera casi obstinada acaba casándose». El ciclo dibuja la vida de Moldavanka, un barrio judío de Odesa, «invadido por niños que maman, ropa que se seca al sol de la luz del sur y noches matrimoniales llenas de besos y de incansable pasión soldadesca». Al autor le atrae el mundo brillante y feroz de los contrabandistas y de la mafia del puerto, las fuertes personalidades de los gánsteres, como Ben Krik (Mishka el Japonés), los reyes no coronados, que hablan una graciosísima jerga y viven de acuerdo con sus propias leyes.

En la década de 1920, Bábel está en plenitud de sus capacidades artísticas y se convierte en el centro de atención en los círculos literarios de Odesa. Este sabio irónico de estatura baja, con su muy modesta manera de vestirse, es para la joven élite recién iniciada en las Bellas Letras toda una autoridad. Bábel se distingue marcadamente de los escritores que pertenecen a la llamada Escuela Literaria Meridional (Ilf, Petrov, Thinianov, Olesha, Kataev). Sus seguidores solo disfrutan de las manifestaciones externas de un denso trabajo interno espiritual que se realiza en este hombre de modestos modales, sin saber que, en el fondo de su carisma personal están las desconocidas enseñanzas del rabí Menakhem.

En la década de 1930, Bábel experimenta un brusco cambio de fortuna: ya es un escritor capitalino, tiene hijos de tres esposas distintas, vive en un piso tranquilo, en el que disfruta de confort y buena comida, viaja mucho al extranjero, hace constantes visitas a Francia y Alemania, pero es abandonado por las musas: «Mi espíritu está triste, hay que curarlo», confiesa en una de sus cartas. Efectivamente, escribe muy poco, lo cual es sospechoso para los comisarios de la literatura soviética ansiosos de ver a este gigante literario entre los adeptos del régimen. Obligado a escribir un artículo de prensa titulado «Mentira, traición, legado de Smerdiakóv», en apoyo a las famosas campañas contra los «enemigos del pueblo» y nombrado director de la más prestigiosa editorial soviética de literatura de ficción, Bábel no puede evitar las represalias. Acusado de participar en actividades contrarrevolucionarias y de espionaje «a favor de los gobiernos francés y austríaco», es condenado a muerte y fusilado en el año 1941 en las mazmorras subterráneas de Lubianka.

La obra de Isaak Emmanuílovich Bábel, prohibida y olvidada, es devuelta al lector a partir de la década de 1980 y aparece como un puñado de diamantes arrojado sobre el desolado y gris paisaje de la realidad artística soviética. A través de su trágico destino y la imagen de sus personajes, vislumbra la verdad a la que él aspiraba llegar con sus escritos, a la cual se dirigía por unos caminos difíciles y por la cual sacrificó al final su vida de escritor solitario y no comprometido.

Bibliografía

Patricia Carden, The Art of Isaac Babel, Ithaca, Cornell University Press, 1972; James E. Falen, Isaac Babel, Russian Master of Short Story, Knoxville, University of Tennessee Press, 1974; Eliot Borenstein, Men without women. Masculinity & Revolution in Russian fiction, 1917-1929, Durham, Duke University Press, 2000; Christine Rydel (ed.), Dictionary of Literary Biography: Russian Prose Writers between the World Wars, Detroit, Gale, 2003.

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