Читать книгу 100 escritores del siglo XX. Ámbito Internacional - Domingo Ródenas de Moya - Страница 19
ITALO CALVINO
Оглавлениеpor
LUIS BELTRÁN ALMERÍA
No podemos conocer nada exterior a nosotros pasando por encima de nosotros mismos —piensa ahora—, el universo es el espejo donde podemos contemplar solo lo que hayamos aprendido a conocer en nosotros.
(Palomar, 1983)
El gran tema de la obra de Italo Calvino (Santiago de las Vegas, Cuba, 1923-Siena, 1985) es el camino de la vida en busca de la auténtica sabiduría. Para encontrarla Calvino apuntó en dos direcciones en apariencia opuestas: el universo y el fondo del alma humana. El nexo entre ambos es la risa. Esa investigación sobre el alma del mundo se reviste en la obra de Calvino de una originalísima búsqueda de la forma literaria. Calvino acuñó nuevos géneros. Esos géneros estuvieron emparentados con dos géneros tradicionales: el cuento y la menipea (una forma muy original de sátira que practicó la Antigüedad y que ha sobrevivido a través de las épocas). La más importante de sus creaciones genéricas es la cosmicómica. Se trata de una forma de relato a medio camino entre el cuento y la menipea. Del cuento toma su gran libertad de imaginación. De la menipea toma su enorme libertad de especulación y de indagación. En su denominación reúne los tres elementos esenciales de la literatura calviniana: el cosmos, la risa y el alma humana. Contra la crítica que repite insistentemente que Las cosmicómicas (1965) son relatos de ciencia-ficción, Calvino replica que a él le interesan más los orígenes que el futuro. «Yo quisiera —dice— servirme del dato científico como de una carga propulsora para salir de los hábitos de la imaginación y vivir incluso lo cotidiano en los confines más extremos de nuestra experiencia; en cambio, me parece que la ficción científica tiende a acercar lo que está lejos, lo que es difícil de imaginar, y que tiende a darle una dimensión realista».
Calvino es capaz de ver los asuntos humanos desde la perspectiva más amplia —para eso se sirve de la ciencia— y así consigue despojarse de las miserias individualistas y sectarias, de moralismos hipócritas y dogmatismos ideológicos. Sus escritos tratan de abarcar las grandes dimensiones de la vida —esto es, temporales y espaciales— para descubrir las enormes posibilidades que el espíritu humano apenas comienza a vislumbrar. Este planteamiento ha sido entendido como una utopía. Y, en parte, así es. Es la utopía de la «república mundial de iguales, libres y justos», la sociedad universal a la que aspira Cosimo, el barón rampante. Pero no es solo eso. Es también el resultado de un rechazo a los dogmatismos: el comunista y otros. Calvino, que había sido partisano en la Brigada Garibaldi contra los nazis y militante comunista, rompe con esa concepción del mundo, rígida y burocrática, en 1957. Pero también cabe ver El barón rampante como una crítica de las ideologías de la sujeción a la tierra, a los nacionalismos. Calvino se proclamó neoyorquino, ermitaño en París y habitó las ciudades invisibles.
Varias de las obras de Calvino tienen un carácter autobiográfico. Pero esa tendencia a la autobiografía rehúye cualquier asomo de narcisismo. Quizá la obra autobiográfica más conseguida sea Palomar (1983). Su personaje es un tipo cómico, que ha tomado su nombre del observatorio astronómico del Monte Palomar en California, es decir, que esta figura conecta con la dimensión científico-cómica de las cosmicómicas. El señor Palomar nos confiesa su padecimiento y su dificultad para relacionarse con el prójimo. No se trata solo de un sufrimiento en el terreno de las relaciones personales —aunque también lo es—, sino de una relación problemática con el mundo. Ese malestar en el mundo parece tener su origen en la renuncia a una actitud idealista respecto al mundo: «Hubo una época en que su regla era esta: primero construir en su mente un modelo, el más perfecto, lógico, geométrico posible; segundo, verificar si el modelo se adapta a los casos prácticos observables en la experiencia; tercero, aportar las correcciones necesarias para que modelo y realidad coincidan». Este idealismo ha sido el espíritu dominante en la izquierda europea durante buena parte del siglo XX, al quedar atrás el dogmatismo burocrático que encarnó el comunismo oficial. El testimonio del señor Palomar consiste en la constatación del fracaso de ese método-modelo. Modelar —dice— es programar un sistema de poder, y del poder conviene esperar siempre lo peor. Lo que le interesa a Palomar es lo que sucede a pesar del poder: «La forma que la sociedad va adoptando lentamente, silenciosamente, anónimamente, en los hábitos, en el modo de pensar y de hacer, en la escala de valores». Esta posición lleva al viejo idealista a una forma nueva de escepticismo, de silencio. Incluso los remedios a los males del mundo pueden causar otros males, quizá peores, en manos de reformadores iluminados, tal vez ineptos, tal vez prevaricadores o, incluso, ambas cosas al mismo tiempo. De ahí que la única salida sea «mantener sus convicciones en estado fluido, verificarlas caso por caso y convertirlas en la regla implícita del propio comportamiento cotidiano, en el hacer o en el no hacer, en el elegir o en el excluir, en el hablar o en el callar».
He llamado a este comportamiento nueva forma de escepticismo. Quizás habría que decir falso escepticismo. El mismo señor Palomar no se conforma con esa renuncia al modelo ideal, único o complejo, y prosigue su investigación universal buscando «aplicar esa sabiduría cósmica a la relación con los semejantes». Esa búsqueda es la confesión que contiene este libro. No supone una renuncia a la búsqueda de la verdad o de una escala de valores —por utilizar su propia expresión— sino una nueva búsqueda, una investigación abierta y, en parte, contradictoria. Porque el único momento conclusivo al que llega Palomar constata que el universo es «el espejo donde podemos contemplar solo lo que hayamos aprendido a conocer en nosotros». Lo que busca Palomar en el cosmos es un orden, como siglos antes lo buscó san Agustín («Contempla el cielo, la tierra y el mar y todo cuanto hay en ellos [...] Todas las cosas tienen su belleza, porque tienen su número: quítaselo y no quedará nada», De libero arbitrio). Casi lo podría firmar Calvino. Pero si atendemos un poco más veremos que a Calvino no le interesa en realidad la belleza universal (y menos como manifestación de la existencia de Dios), sino otra cosa distinta: las enormes posibilidades de nuevas simetrías, combinaciones, apareamientos que permite la disgregación del orden del mundo. En otras palabras, le interesa la norma oculta en el fondo de lo existente en la medida en que es el motivo de esperanza en la salvación del género humano. Quizás en expresión teórica, que el propio Calvino elude, podría decirse que el desorden es la esperanza en un nuevo orden más complejo y más profundo. Calvino ilustra esa idea con la anécdota de la pantufla desparejada (epígrafe 3.1.3).
Y este aspecto contradictorio con la doctrina de la contemplación agustiniana nos lleva directamente al núcleo de su estética. Calvino reúne, como autor, dos líneas estéticas que no se reconcilian fácilmente: el humorismo y el simbolismo hermético. El humor de Calvino es fácilmente observable a lo largo de todo el libro. El señor Palomar es una figura que permite el distanciamiento y la ironía respecto a las propias convicciones de Calvino, incluso se reviste de los atributos del tonto, del despistado y, en algún momento, despierta sospechas acerca de su estado mental —por ejemplo, cuando observa los astros en la playa—. El señor Palomar no es un personaje sino una figura para la autoparodia, la ironía moderna, como suelen ser las creaciones de Calvino. Expresa esta figura un método artístico que le permite situarse más allá del individualismo. Nada en esta obra es narcisista, que suele ser una de las formas estéticas más frecuentes del individualismo.
Pero ahora me interesa más la otra dimensión estética de Palomar, su simbolismo. Para empezar, he de señalar que este es un libro en apariencia mucho menos hermético que otros de Calvino, como Las ciudades invisibles (1972). Pero si nos fijamos con algo más de detenimiento veremos en esta obra el perfil clásico del arte hermético. En primer lugar, la disposición de esas meditaciones es hermética porque solo al final podemos percibir claramente que estamos ante una confesión o, quizá mejor, ante un testamento intelectual. El autor —en otro rasgo de humor— juega con el lector proponiéndole variados y curiosos temas y solo paso a paso va destilando con cuentagotas su pensamiento a partir de las percepciones alcanzadas. En segundo lugar, esta obra persigue un único objetivo: aproximarse a la norma oculta de lo existente en la medida en que es el motivo de la salvación del género humano. He reunido en esta frase dos conceptos que aparecen por separado en el escrito de Calvino, pero cuya conexión es esencial para comprenderlo. El simbolismo hermético se mueve hacia un fin: alcanzar la salvación. Las claves para encontrarla están ocultas y solo son reveladas a los iniciados. En este caso el iluminado Palomar pone en práctica una nueva forma de ver (la forma de ver descrita en el epígrafe 3.1.1, «El mundo mira al mundo»).
Acerca de la salvación Calvino-Palomar nos dice que ha llegado tarde a comprender que «reside en aplicarse a las cosas que están ahí». Esta actitud de atención a lo inmediato es lo contrario de la impaciencia juvenil y el voluntarismo («tratar siempre de hacer algo un poco más allá de los propios medios»). Este giro puede comprenderse en primera instancia como un giro generacional. La generación revolucionaria de la posguerra europea es, pasada la efervescencia del 68, una generación integrada, reconciliada. Pero esta sería una lectura superficial. En el espíritu del señor Palomar alienta todavía una actitud rebelde, trascendente y transgresora, aunque el objeto de la transgresión ya no sea la esfera de lo político sino esa otra que está más allá de lo político, del poder y para la que Calvino-Palomar parece no encontrar un término adecuado. Quizá la mejor forma de definir esa segunda esfera sea la de un nuevo pensamiento, más allá del individualismo, que solo es capaz de ver la esfera del poder.
Pero hay todavía una última cuestión que emana de la faz hermética de Palomar. Hemos vuelto en el párrafo anterior a la cuestión generacional que, a mi juicio, fundamenta el testimonio de Calvino. He señalado que en los casos más notables la confesión —en cuanto género literario— alcanza su mayor grado de significación en la encrucijada entre dos épocas. En el caso de Calvino y de nuestra época eso significaría el tránsito del individualismo a otra forma de pensar, sin duda superior, capaz de asimilar un grado de integración del universo y la humanidad, y de conciliación de esta consigo misma. En ciertas regiones de la cultura actual ese grado superior de comunicación humana es conocido como dialogismo, construir un diálogo entre los que deben ser un diálogo —lo que incluye la naturaleza—, según un conocido lema de Gadamer. Y la pregunta ahora debe ser: ¿es Calvino un aventajado heraldo del dialogismo, como Rousseau lo fue del individualismo? Llegados a este punto, conviene que nos impregnemos de una buena dosis de espíritu calviniano para respondernos negativamente. La edad del individualismo no ha concluido. Pese a las secuelas —cada vez más graves— y al alto coste en posibilidades de expansión de la humanidad a todos los niveles, todavía —y no sabemos por cuánto tiempo— el individualismo tiene tareas que cumplir y sigue renovando sus formas y contenidos. El propio Calvino es consciente de ello, pese a que no llegue a verbalizarlo. La prueba de esa conciencia es su hermetismo y su ironía. Este hermetismo irónico es la forma estética de un pensamiento que sabe que no ha llegado su hora y que no sabe cuánto ha de esperar. Al menos, frente al hermetismo clásico, sabe que esa hora ha de llegar alguna vez, pero ha aprendido a liberarse de la impaciencia juvenil y a entender (solo en teoría) que la única salvación reside en aplicarse a las cosas que están ahí. Ese es el testamento de Calvino-Palomar.
La actitud autocrítica y autorreflexiva de Calvino alcanza también a la literatura. Si una noche de invierno un viajero (1979) muestra su aproximación problemática a la novela y cuestiona los límites de la literatura y de su propia forma de entender la novela. En una trama basada en dos personajes —el lector y la lectora Ludmilla, que corren atípicas aventuras perseguidos por el ejército de la mixtificación— se interpolan diez relatos, diez comienzos de novelas. Interrogándose sobre el sentido de esta construcción, Calvino explica que la obra representaría para él «una especie de autobiografía en negativo: las novelas que hubiera podido escribir y que había descartado y, a un tiempo [...] un catálogo indicativo de actitudes existenciales que conducen a otros tantos caminos cortados». Esos caminos cortados van desde la novela de aventuras a la estilización de las obras de Rulfo, pasando por formas diversas, más o menos paródicas, de menipea. La clave de la autocrítica novelística de Calvino parece estar en su expresión «una especie de autobiografía en negativo». En negativo, porque no se propone una solución a la crisis de la novela, como en su día había planteado Cervantes, y más tarde el propio Calvino en Palomar —aunque aquí el carácter de novela se difumina ante el de autobiografía—. Con todo, cabe apuntar que Calvino ofrece cierto homenaje a Dostoievski, cuyo incipit de Crimen y castigo cita y estiliza con la serie de títulos que conforman las diez novelas suspendidas. Ese homenaje puede entenderse bien como el estado actual de la novela que conviene superar, bien como una forma novelística todavía no superada. En cualquier caso, sí que ofrece Calvino dos reflexiones para la superación de la crisis de la novela: una noción crítica del papel del autor y una revalorización de la lectura que conecta con las conclusiones que él mismo extrajo del estudio de los cuentos folclóricos: «El sentido último al que remiten todos los relatos tiene dos caras: la continuidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte». En De fábula (1980) había explicado el cuento tradicional como una escuela de aprendizaje de la continuidad de la vida. Habrá que suponer, pues, que la lectura y la novela han añadido el aspecto de la presencia de la muerte individual a la literatura universal.
La obra de Italo Calvino se caracteriza, pues, por un hermetismo abierto y humorístico. En todo hermetismo humorístico hay una contradicción patente: la fe en las posibilidades de desarrollo esencial del género humano que contrasta con la resistencia de actitudes mezquinas y miserables firmemente arraigadas en una época o en una región actuales. Calvino es uno de los autores que ha llevado más lejos esa paradoja entre la desesperanza en la actualidad y la confianza en el futuro. Su serie Nuestros antepasados ha quedado como uno de los monumentos de la literatura universal que consagra esa paradoja. Quizá la obra más interesante de esa trilogía sea El barón rampante. Se trata de una novela didáctica y humorística con rasgos biográficos y herméticos, que se apoya en elementos de menipea. Su eje es la rebeldía ante el mundo, sea por su autoritarismo, por su injusticia o por su necedad. La biografía de Cosimo Rondò es la excusa para exponer un estado de conciencia que aspira a un mundo mejor sin concesiones a la degradación social. Por eso, Cosimo ve el mundo desde arriba, desde los árboles, distanciado de la miseria humana y experimentando todo tipo de fórmulas para mejorar el mundo. No es una biografía heroica y tampoco simplemente didáctica. Es una biografía dramática porque su orientación no es la exposición de tal o cual aspecto o valor, sino el de la existencia comprometida en su totalidad con la aspiración a un mundo mejor. Esa aspiración choca contra la belleza, representado por Viola, una belle dame sans merci. Choca también contra el aislamiento del Caballero Abogado, «advertencia de en qué puede convertirse el hombre que separa su suerte de la de los demás». Choca contra el autoritarismo («sé que cuando tengo más ideas que los otros, doy a los demás estas ideas, si las aceptan; y esto es mandar». Choca también contra el nacionalismo («Mi hogar está por doquier, donde quiera que pueda subir, yendo hacia arriba»). Y su objetivo es una República arbórea, habitada por hombres iguales, libres y justos.
La obra de Calvino pone de relieve la fe en la imaginación, que amplía sin cesar los límites y las posibilidades de la humanidad. Esa fe le lleva a ser un profeta, el profeta de una nueva etapa del espíritu. La muerte le sorprendió el 19 de septiembre de 1985, cuando preparaba un viaje a Estados Unidos para impartir un ciclo de conferencias en la Universidad de Harvard que llevaba el significativo título de Seis propuestas para el próximo milenio (1985).
Bibliografía
María J. Calvo Montoro y Franco Ricci (eds.), Italo Calvino, nuevas visiones, Cuenca, Universidad de Castilla-La Mancha, 1997; Elizabeth Sánchez Garay, Italo Calvino: voluntad e ironía, México D. F., Fondo de Cultura Económica, 2000; Alberto Asor Rosa, Stile Calvino: cinque studi, Turín, Einaudi, 2001; Enrique Santos Unamuno, Laberintos de papel: Jorge Luis Borges e Italo Calvino en la era digital, Cáceres, Universidad de Extremadura, 2002; María J. Calvo Montoro, Italo Calvino, Madrid, Síntesis, 2003; Lucca Baranelli, Bibliografia di Italo Calvino, Pisa, Edizione della Normale, 2008; Letizia Modena, Italo Calvino’s Architecture of Lightness, Nueva York, Routledge, 2011.