Читать книгу 100 escritores del siglo XX. Ámbito Internacional - Domingo Ródenas de Moya - Страница 20
ALBERT CAMUS
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MAR GARCÍA
Pues si hay un pecado contra la vida, acaso no sea tanto desesperar de ella como esperar otra distinta y esquivarse a la implacable grandeza de esta.
(«El verano en Argel», Bodas, 1938)
Albert Camus (Mondovi, Argelia, 1913-Villeblevin, Francia, 1960) personifica a la vez la teorización de una manera de vivir y la puesta en práctica de un pensamiento que su absurda muerte en un accidente de tráfico parece corroborar trágicamente. Merecedora del Premio Nobel de Literatura en 1957, tan criticada como admirada, su obra plantea un compromiso con el hombre y con el presente desde la tensión irreductible entre absurdo y rebeldía, inmanencia y sentido de lo sagrado, soledad y fraternidad. El manuscrito inconcluso de su novela autobiográfica El primer hombre, publicado en 1984, deja sin resolver dicho conflicto. Su propuesta no contentó a quienes encarnaban la opción triunfante de la posguerra —el compromiso político de la izquierda capitaneada por Sartre— ni a aquellos que, algunos años después, hicieron de la literatura un laboratorio de experimentación. Los primeros le reprochan su moderación ideológica, el preferir las verdades medianas, relativas y temporales o las lecciones concretas del cuerpo a la fe incondicional en la Historia; los segundos, su clasicismo formal; en plena efervescencia del Théâtre nouveau (Beckett, Ionesco, Adamov), Camus, cuyo teatro no se sustenta en una estructura de comunicación no literaria, resultaba extemporáneo. La misma consideración pudo aplicarse a sus novelas desde la óptica del Nouveau roman.
Camus elaboró una obra dinámica sustentada por un pensamiento que no dejó nunca de buscarse a sí mismo. Si bien es posible distinguir los ciclos del absurdo y de la rebeldía, en cada uno de ellos los temas camusianos circulan con una interdependencia evidente y sus libros proponen una sucesión discontinua de instantes que oscilan entre la Naturaleza y la Historia, la esperanza y la desesperación, el optimismo y el pesimismo, la sensualidad y la austeridad. La obra de Camus resulta, pues, irreductible a una evolución que llevaría del no al sí, del revés al derecho, del nihilismo al humanismo: su universo conforma una totalidad intuitiva que, en lugar de fijar el sentido de la búsqueda, la deja brutalmente abierta. Si la diversidad de vías de expresión —narrativa, El extranjero, La peste, La caída, El exilio y el reino; ensayo poético, Bodas; ensayo intelectual, El mito de Sísifo, El hombre rebelde; teatro, El malentendido, Calígula, Los justos; crónicas— es otra manifestación de esta búsqueda sin tregua, el filósofo resulta invariablemente inseparable del novelista o del dramaturgo. Mientras que el Camus pensador se esfuerza por elaborar conceptos y por ofrecer una dimensión teórica a sus principales temáticas, el autor de ficciones complica esta labor sembrando la ambigüedad. Así, a pesar de que en La peste se evidencie una preocupación por la objetividad o en El extranjero se persigue una escritura neutra, las novelas de Camus parecen no coincidir nunca con los ensayos, y, en estos, la presencia de una subjetividad viva y de su experiencia sensible del mundo tiñe el registro del análisis filosófico.
La nostalgia de los orígenes que siempre acompañó a Camus es inseparable de la ausencia y el sufrimiento que sugiere la figura paterna, el padre muere en la batalla del Marne en 1914, y del silencio asociado a la madre, de origen menorquín, analfabeta y casi sorda. La escritura es un intento por dar sentido a estas dos formas de ausencia que, unidas a la tuberculosis que aquejaba al autor (alejándolo de la práctica del fútbol y obligándolo a pasar largos períodos de reposo), lo predisponen a una singular comprensión de lo absurdo de la condición humana. Hasta los diecisiete años, su vida transcurre en Argel. Después de un primer y brevísimo matrimonio, cursa estudios de Filosofía en la Universidad de Argel y realiza distintos viajes a Europa. Su adhesión al partido comunista, que abandona poco después a causa de divergencias entre este y el Partido Popular Argelino, defensor de la independencia, tiene lugar a la vez que sus primeras incursiones teatrales. En 1937, el joven Camus publica un conjunto de ensayos, El revés y el derecho. El título escogido para su primera obra anuncia ya el carácter dual que, como se ha dicho, define al conjunto de su producción y que opone la experiencia física de una unión armoniosa con el mundo a la imposibilidad de la dicha. Otro aspecto anunciador de los trabajos que vienen después es la oscilación entre el relato concreto, que introduce elementos de la experiencia personal, y la meditación abstracta. Los ensayos contienen, además, numerosas referencias a la pobreza sobre la que Camus vuelve en su prefacio a la edición francesa de 1958 afirmando que la pobreza material (diferente de la pobreza de espíritu, de la indiferencia o del olvido) es la expresión de la vida verdadera, en unión con el mundo, el hombre y la naturaleza. El sentimiento trágico del absurdo no proviene, pues, de un malestar ante el mundo (la náusea sartriana), sino del deseo de absoluto que despierta la belleza del mismo en el hombre, contrario a la condición humana, sometida al sufrimiento y a la muerte.
A diferencia de esta primera obra, escrita en una etapa dominada por la enfermedad y las decepciones, los ensayos líricos de Bodas revelan una mayor confianza. El más célebre de ellos, «Bodas en Tipasa», es el que mejor traduce la celebración camusiana de la unión sensual del hombre con la naturaleza. A partir de 1938, la actividad periodística de Camus se intensifica. Luego de trabajar como redactor para varios rotativos de Argel donde, además de la crítica literaria, aborda cuestiones de actualidad política y social, decide instalarse en París a causa de sus problemas con la censura. Tras casarse en 1940 con Francine Faure, trabaja como periodista hasta la ocupación de París, que le obliga a regresar algunos meses a Argelia. En 1942, publica El extranjero y El mito de Sísifo.
En el universo amoral de Meursault, el «extranjero» de la novela epónima —ser natural que recibe pasivamente las impresiones del exterior y cuya existencia parece transcurrir ajena al código social—, los conceptos de bien y de mal, de pecado y de arrepentimiento no tienen lugar. En la primera parte se presenta, en forma de diario, un encadenamiento ciego de circunstancias, de sensaciones experimentadas y de reflejos instintivos que concluye con el crimen cometido en la playa sin razón aparente. Meursault solo tiene conciencia de haber roto el equilibrio del día. La segunda parte relata de modo retrospectivo la vida en prisión del acusado y presenta las interpretaciones que la sociedad quiere imponerle. Aunque en prisión Meursault pasa de la pasividad a la actividad reflexiva y en los últimos momentos, antes de la ejecución, deja de ser extranjero a sí mismo mientras contempla la noche, su indiferencia es en realidad su verdadero crimen. La finalidad del interrogatorio al que se somete al reo es, pues, más que establecer la verdad de lo ocurrido, suprimir el carácter inexplicable del hecho y lo azaroso del gesto, imponiéndole un sentido. En última instancia, la transformación del crimen inexplicable o fortuito en un acto monstruoso y premeditado equivale a afirmar, contra Meursault, que el lenguaje es capaz de vencer a la opacidad del mundo. Más allá de la crítica de la justicia que construye Camus, la novela propone dos lecturas posibles del crimen: una, contingente, en la que un hombre, víctima de una insolación acaba matando a un árabe; otra, mítica, donde la muerte del árabe es la manifestación de la fuerza inexorable del destino que priva al ser humano de su libertad. El rechazo a indagar en el porqué de los acontecimientos se traduce en la utilización de frases cortas y anodinas que acusan la influencia de la novela americana. El estilo de la ausencia, que aspira a ser a la vez ausencia de estilo, hace de cada frase un presente cerrado en sí mismo que no encuentra prolongación en la frase siguiente y que corrobora la insuficiencia de la causalidad como principio explicativo. La escritura blanca de Camus se convierte, así, en una rebelión contra el orden que impone el lenguaje (Barthes). El mito de Sísifo, publicado solo unos meses después, forma parte, junto a El extranjero y a Calígula (1944), del ciclo del absurdo. Mientras que Sísifo simboliza el carácter contingente de la repetición cotidiana de gestos y hábitos, Calígula plantea la confrontación de un héroe nihilista con el absurdo que es, también, una reflexión sobre los límites de la libertad.
En 1944, frente al nazismo y al comunismo, el existencialismo es el gran movimiento intelectual de la Liberación. Las obras que suceden al ciclo del absurdo corresponden al período de rebelión y de compromiso con la Resistencia. En esta etapa, Camus decide luchar contra la injusticia, máxima expresión del absurdo. Su colaboración en el diario Combat como redactor en jefe le hace salir del aislamiento nihilista para abrirse a la comunidad y revelarse contra el mal histórico. La peste (1947) puede entenderse como una especie de anti-El extranjero en la medida en que, para escapar del absurdo, funda una moral humana contra toda forma de terrorismo. La novela se sitúa en Orán y el título remite a la enfermedad más contagiosa y agresiva de la época, la «peste brune» (nombre que se daba al nazismo por analogía con el color de las camisas militares). El confinamiento y la condensación de la trama en un breve espacio de tiempo intensifican la dimensión trágica de la novela. Como la ballena blanca en Moby Dick, la epidemia de peste encarna al mal; solo el paso de la conciencia a la acción permite al médico enfrentarse a la epidemia arrastrando consigo a otros individuos. En La peste, gran metáfora de la pulsión de muerte que lleva al hombre a destruir a sus semejantes, Camus adopta una narración impersonal y objetiva para dar mayor autenticidad al testimonio de un narrador cuyo anonimato se mantiene hasta el final —se trata de Rieux— evitándose así el exceso de pathos, la interpretación de los hechos y el enjuiciamiento de las actitudes. Pero Rieux no es un héroe. Como escribe Camus al final de El hombre rebelde, hay que renunciar a ser Dios para ser hombre.
Después de la Liberación, la Historia adopta el aspecto de un teatro del terror (depuración, guerra fría, amenaza de la bomba atómica, guerras de Corea y de Indochina). Los justos (1949) pone en escena a un grupo de socialistas revolucionarios en la Rusia de 1905 y plantea los límites morales de la acción política. En El hombre rebelde (1951), Camus vuelve sobre la reivindicación de una libertad absoluta como exigencia para que la revolución no suplante a la rebelión, pero esta vez, su reflexión posee un valor colectivo: «Me rebelo, luego existimos». El autor critica a todas las ideologías que justifican la muerte, tanto el cristianismo como su sustituto materialista, el marxismo-leninismo, que hace de la Historia la nueva divinidad. Como alternativa, Camus propone una vuelta al pensamiento mediterráneo (pensée de midi), esto es, a la reflexión basada en la realidad concreta, la búsqueda de claridad y la medida (reformismo democrático). Sobre las ruinas nihilistas de una Europa que ha perdido todo amor a la vida, Camus plantea una comprensión del mundo que desconfía de los sistemas abstractos y de sus promesas de una sociedad ideal sin clases. Estos postulados no dejaron indiferente a la comunidad intelectual. Desde la tribuna de Les Temps Modernes, Camus recibe numerosos ataques y Sartre condena sin remisión su posición ideológica y su arrogancia intelectual. Se le acusa también por su falta de compromiso claro con la independencia de Argelia. Agotado por las recaídas de la tuberculosis, Camus atraviesa un período de esterilidad y de depresión en el que pone en duda los valores propuestos en obras anteriores. Sus siguientes libros reflejan esta crisis y abordan las cuestiones que le angustian: la culpa, el egoísmo, la mala fe, la mentira.
El verano (1954) marca un regreso a la inspiración mediterránea de Bodas. Pero es en La caída (1956) donde Camus, identificándose con Clamence, se somete a una confesión en forma de largo monólogo dramático en la que da cuenta de su caída psicológica y social y de la imposibilidad de volver a la vida exitosa anterior después de haber perdido la buena conciencia y la fe en el hombre. Una tarde, paseando por el Pont des Arts en París, una risa le perturba llevándose consigo su seguridad y su confianza optimista en los hombres: el personaje asiste sin intervenir al ahogamiento de una mujer. Los tres primeros capítulos evocan la vida de Clamence antes de la revelación de su mala fe. Los tres últimos lo muestran convencido de su egoísmo. El Mexico-city, un bar dudoso de Ámsterdam y las calles de la ciudad en un universo nocturno, húmedo y frío en el que los canales recuerdan a los círculos del infierno, son el espacio-prisión del exilio. La referencia al sol, a Java o a las islas griegas remite a la nostalgia del paraíso perdido, el del altruismo, la generosidad y el sentido del deber que disimulaban en realidad la búsqueda egoísta de la simpatía del otro. La risa de la lucidez que acaba con todas las certezas morales remite a la risa griega que, en La gaya ciencia de Nietzsche, se afirma ridiculizando a todos los sistemas filosóficos que pretenden fundar una moral. Como Nietzsche en La genealogía de la moral, el testimonio de Clamence muestra que la virtud, la deuda y el error sirven al moralismo para declarar su superioridad espiritual.
En 1957, Camus escribe El exilio y el reino, cuyos relatos mantienen una simetría antitética con la experiencia fundadora de El revés y el derecho. Muere en la carretera en 1960, sin conocer el desenlace de la guerra de Argelia.
Un francés nacido en Argelia en 1913 tenía que tomar obligatoriamente partido, al menos, respecto a Francia, Alemania, Argelia y la URSS. La reprobación de toda forma de violencia por parte de Camus fue interpretada como una traición a esas cuatro causas y su combate contra la opresión fascista, franquista, colonial y soviética, contra la pena de muerte, la depuración o la bomba atómica no bastó para obtener el perdón de la intelligentsia francesa que quiso hacer de él un moralista pesimista, clásico y burgués. La gloria de Camus no parece sin embargo haberse visto afectada por estas presuntas insuficiencias de su obra. La Historia se ha encargado de darle la razón en muchos aspectos y sus lectores saben que lo esencial de su legado, más allá de ambigüedades o paradojas, reside en la aceptación del amor instintivo por el mundo.
Bibliografía
Pierre Nguyen-Van-Huy, La métaphysique du bonheur chez Albert Camus, Neuchâtel, La Baconnière, 1961; Herbert Lottman (1976), Albert Camus, Madrid, Taurus, 2006; Olivier Todd (1996), Albert Camus. Una vida, Barcelona, Tusquets, 1997; Maurice Weyembergh, Albert Camus ou la mémoire des origines, Bruselas, De Boeck & Larcier, 1998; Rosa de Diego, Albert Camus, Madrid, Síntesis, 2006.