Читать книгу 100 escritores del siglo XX. Ámbito Internacional - Domingo Ródenas de Moya - Страница 15
BERTOLT BRECHT
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MICHAEL PFEIFFER
Los acontecimientos no deben sucederse imperceptiblemente, sino que es necesario que entre ellos quede un espacio por donde pueda entrar en juego la facultad de juzgar.
(Pequeño organon para el teatro, 1948)
El futuro rebelde Bertolt Brecht (Augsburgo, 1898-Berlín, 1956) nace el 10 de febrero de 1898 en una ciudad provinciana de Baviera, en el seno de una familia relativamente acomodada. Aunque el sur de Alemania es predominantemente católico, el joven escolar cursa la educación primaria en una escuela protestante en donde la lectura de la Biblia luterana forma una parte central del plan de estudios. Cuando en el año 1928 le preguntan en una entrevista qué hecho le había impresionado más hasta ese momento en su vida, Brecht contestó lacónicamente: «No se lo van a creer: la Biblia». En 1917 tiene que acabar su bachillerato de forma provisional ya que la Primera Guerra Mundial, en su penúltimo año, marcaba drásticamente el orden del día. No muy convencido, se matricula en Múnich para estudiar Medicina, pero al año siguiente le llaman a filas como auxiliar sanitario en un hospital militar. Si bien el alumno Brecht participaba —como todos los jóvenes de su época— del entusiasmo patriótico por la guerra con poemas de alabanza al emperador, ahora, con la experiencia de los mutilados de guerra, compone en 1919 una balada que enseguida llamaría la atención de jueces y fiscales por un acto considerado de alta traición. Se trata de la provocadora y satírica balada Legende vom toten Soldaten (‘Leyenda del soldado muerto’) donde una comisión médica militar desentierra con una pala bendecida a un soldado, medio podrido ya, para declararle de nuevo apto para el servicio y reenviarlo al frente como carne de cañón. Tal fue el impacto de estos versos que, en 1923, el emergente partido nacionalsocialista colocaría este texto y a su joven autor entre los más odiados de su «Lista negra» y posteriormente serviría al gobierno de Hitler en 1933 como justificación para retirarle la ciudadanía alemana.
Con los años veinte empieza su andadura por las ciudades tal como recoge en un poema autobiográfico de su Hauspostille (‘Devocionario doméstico’): «Yo, Bertolt Brecht, soy de la Selva Negra. / Mi madre me condujo a las ciudades / cuando estaba en su vientre. Y el frío de los bosques / dentro de mí estará hasta que muera. / En la ciudad de asfalto estoy en casa». «Balada del pobre Bertolt Brecht». Primero vive en la ciudad bohemia de Múnich, donde en 1922 estrena Tambores en la noche, que se convierte en una de las obras teatrales más representadas en la República de Weimar y por el cual le sería concedido el prestigioso Premio Kleist. También le atrae la efervescente metrópolis berlinesa donde pasaría a residir en 1924, ciudad que era a la vez, entre Moscú y Nueva York, la capital de las vanguardias artísticas y el escenario del empobrecimiento de las masas debido al paro y a la galopante inflación producto de un capitalismo descontrolado: «Llegué a las ciudades en tiempos del desorden, / cuando el hambre reinaba. / Me mezclé entre los hombres en tiempos de rebeldía / y me rebelé con ellos» («A los hombres futuros»).
En la capital despliega su talento creador en todos los géneros literarios y en las corrientes artísticas del momento. Trabaja tanto en la radio como en el cine, publica en revistas literarias y compone canciones propagandísticas para el Frente Unitario de los Trabajadores. Culmina esta etapa de Berlín con el éxito avasallador de La ópera de cuatro cuartos, estrenada en 1928 en el Theater am Schiffbauerdamm, éxito debido también en gran parte al genial músico Kurt Weill. Esta etapa finaliza bruscamente poco después con el hundimiento de todo el país en el Tercer Reich. «¡Oh Alemania, pálida madre! / Entre los pueblos te sientas / cubierta de lodo. / Entre los pueblos marcados por la infamia / tú sobresales», «Alemania». El 28 de febrero de 1933, el día después del incendio del Reichstag, Bertolt Brecht y los suyos emprenden el largo camino del exilio a través de Praga, Viena, Zúrich, París, Dinamarca, Suecia, Finlandia y Moscú para llegar en 1941, finalmente, a Estados Unidos. «Cambiábamos de país como de zapatos / a través de las guerras de clases, y nos desesperábamos / donde solo había injusticia y nadie se alzaba contra ella» («A los hombres futuros»). Dejando a un lado su colaboración con Fritz Lang en el guion de la película Los verdugos también mueren de 1942, no consigue vender su talento a las productoras de Hollywood mientras que en la neutral Suiza, en el teatro de Zúrich, se estrenan sus grandes obras teatrales, como por ejemplo Madre Coraje y sus hijos o Vida de Galileo. Esta fase acabaría en 1947 con una invitación a declarar ante el Comité de actividades antiamericanas. A la pregunta sobre si había escrito obras revolucionarias responde astutamente que sí porque su intención revolucionaria era derrocar al gobierno de Adolf Hitler exactamente igual que habían hecho los soldados norteamericanos. Ese mismo año regresa Brecht a Europa pasando por París y Zúrich, y, después de haber conseguido la nacionalidad austríaca en 1950, acaba instalándose en Berlín Este, la capital de la República Democrática Alemana. Sus últimos años de vida los dedica casi por completo a la puesta en práctica de su concepción del teatro épico realizando las funciones de director del Berliner Ensemble —fundado por él y su mujer Helene Weigel y ubicado en el Theater am Schiffbauerdamm, el mismo lugar de su primer éxito— y llevando al escenario sus propias obras y las adaptaciones de otros autores dramáticos. En 1955, un año antes de su muerte, no duda en aceptar el Premio Stalin de la Paz en Moscú, pese a que su convivencia con el régimen comunista no había estado exenta de conflictos, como se ve con toda claridad en su reacción a la revuelta de los obreros berlineses del 17 de junio de 1953, con el poema, evidentemente impublicable, «La solución», de las Elegías de Buckow:
Tras el alzamiento del 17 de junio
el secretario de la Unión de Escritores
mandó repartir panfletos en la avenida Stalin
en los que se leía que el pueblo
había perdido la confianza del gobierno
y que solo redoblando el trabajo
podría reconquistarla.
¿Pero no sería
más simple que el gobierno
disolviera al pueblo
y que eligiera otro?
Resulta difícil encajar a Brecht en las corrientes literarias de su época. Él, como tantos de los autores reunidos en el presente libro, creó su propio estilo. La reacción de la crítica al estreno de Tambores en la noche confirma su fuerza innovadora: «El joven poeta de veinticuatro años, Bertolt Brecht, ha transformado de la noche al día la fisionomía poética de Alemania [...] un tono nuevo, una nueva melodía, una nueva manera de ver». Su gran oponente, Thomas Mann, reconoció inmediatamente la valía del joven Brecht señalando que la diferencia entre su generación y la suya era mínima. Pero Brecht, el rebelde antiburgués, no estaba de acuerdo en absoluto con esta afirmación y respondió con un ataque frontal a la comparación de Mann: «En una disputa eventual entre un carruaje y un automóvil, sería el carruaje, evidentemente, quien consideraría mínima esa diferencia». Si bien es Thomas Mann quien en 1929 recibe el Premio Nobel, es Bertolt Brecht quien tiene el honor póstumo de que Gallimard publique sus obras en la Bibliothèque de la Pléiade, junto a Kafka y, curiosamente, Ernst Jünger. Por otro lado, lo que Brecht nunca supo fue que el Premio Stalin que recogió tan diligentemente en Moscú había sido rechazado por el primer candidato a obtenerlo, Thomas Mann.
Suelen distinguirse tres etapas en la obra de Brecht. La primera, entre 1918 y 1928, la podríamos calificar de fase de juventud. Son diez años de una producción prolífica que contrasta con el expresionismo en su fase de decadencia. En esta época se opone con frialdad al patetismo declamatorio del expresionismo y de todo tipo de idealismo. Cabe mencionar aquí la antología poética titulada irónicamente Hauspostille de 1929, que recoge los poemas compuestos entre 1916 y 1925. Tanto la poesía como sus obras teatrales En la jungla de las ciudades o Baal de 1923, se caracterizan por un lenguaje nuevo que ya entonces se consideraba novedoso, brutalmente sensual y melancólicamente tierno, vulgar y a la vez de una tristeza abismal, de un furibundo ingenio y de un lirismo de tonos elegíacos. Este antiidealismo casi nihilista se expresa por ejemplo en la primera estrofa del poema «Verwisch die Spuren» (‘Borra las huellas’), incluido en la antología Aus einem Lesebuch für Städtebewohner (‘Del libro de lectura para los habitantes de las ciudades’): «Sepárate de tus compañeros en la estación. / Vete de mañana a la ciudad con la chaqueta abrochada, / búscate un alojamiento, y cuando llame a él tu compañero: / no le abras. ¡Oh, no le abras la puerta! / Al contrario, / borra todas las huellas». Sin embargo, el último verso de este poema pone en duda la rigidez anónima del conjunto porque concluye con la siguiente constatación, puesta además entre paréntesis: «Esto me enseñaron».
Toda la fuerza innovadora de Brecht se pone de manifiesto en La ópera de cuatro cuartos con el juicio irrevocable que proporciona el éxito. Brecht y Weill consiguen un montaje de estilos que combina en una comedia picaresca tanto formas triviales como cultas, música jazz y tango, cabaret y música de baile, ópera y habaneras, entretenimiento puro y crítica social. La frase «Primero la comida, luego la moral» forma parte ya del acervo cultural alemán, una frase que, por cierto, tiene sus antecedentes en consideraciones similares del soldado Woyzeck de Georg Büchner. Esta obra no ha perdido ni un ápice de su viveza y ha sido interpretada desde sus comienzos por cantantes tan dispares como Louis Armstrong, Ella Fitzgerald, Frank Sinatra o Sting como fácilmente puede comprobarse en YouTube. La paradoja de esta ópera antiburguesa consiste precisamente en el éxito que obtuvo entre el propio público burgués al que Brecht pretendía censurar. Sus instrucciones para los actores delatan claramente su intención crítica:
El bandido Macheath debe ser representado por el actor como un aspecto de la burguesía. En la admiración que la burguesía siente por los bandidos se explica la errónea creencia de que un bandido es un burgués. Este error proviene de otro error anterior: un burgués no es un bandido. ¿De modo que no hay diferencia ninguna? Sí: un bandido a veces no es un cobarde.
No obstante, Brecht no siente ningún rubor por su éxito y aplica todos los trucos de la mercadotecnia para vender su composición y sacar provecho de su interpretación en todos los formatos artísticos. Declara: «Mi nombre es una marca. Y quien use esta marca, que pague». Continúa su colaboración con Kurt Weill en la obra Ascensión y caída de la ciudad Mahagonny, una visión apocalíptica del egoísmo capitalista escenificado en una ciudad fantasma poblada de delincuentes, prostitutas y buscadores de oro.
La segunda etapa creadora, entre 1929 y 1937, podríamos caracterizarla como una fase didáctica debida a la formación de índole marxista de Brecht. Como ya había observado Walter Benjamin en su famoso ensayo La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, una de las vertientes del fascismo emergente fue la estetización de la política, a la cual habría de responder la izquierda con la politización del arte, tarea a la que Brecht se entregó en cuerpo y alma. Es quizás esta etapa la que más está sujeta a sus circunstancias históricas y que en la actualidad menos interés suscita. No obstante, parte del teatro didáctico-dialéctico mantiene su éxito entre grupos de teatro de muchos países en vías de desarrollo o bajo una presión política dictatorial. La obra Terror y miseria del Tercer Reich supone una respuesta inmediata al régimen de Hitler, de igual manera que el golpe de Estado de Franco tiene su réplica en la obra Los fusiles de la señora Carrar (1937), que fue estrenada en París.
La tercera etapa, la fase de madurez entre los años 1938 y 1948 —es decir, hasta su regreso del exilio— y que abarca sus últimas grandes producciones dramáticas, se inaugura con la obra en la que mejor se refleja su condición de exiliado y de oponente al poder: Vida de Galileo escrita en 1938 y estrenada en 1943 en Zúrich. Otras obras destacables y relacionadas con el tema de la guerra y la corrupción moral que conlleva son, por ejemplo, Madre Coraje y sus hijos (1939), La persona buena de Sezuan (1940), La evitable ascensión de Arturo Ui (1941), Schweyk en la Segunda Guerra Mundial (1944) y, finalmente, El círculo de tiza caucasiano (1945).
Esta etapa tiene continuidad en los últimos años de su vida que dedica casi por completo a poner en práctica su concepción teatral sin dejar de trabajar en ningún momento en la lírica. Compone el último ciclo de poemas cuyo título alude al lugar de su retiro en el campo prusiano. Las Elegías de Buckow, con formas sucintas que recuerdan al haikú japonés, ciertamente vuelven a poner de manifiesto el desacuerdo del ya agotado rebelde Bertolt Brecht con el régimen del socialismo real pero también expresan de manera certera su condición humana como por ejemplo en el poema titulado «El humo»: «La casita entre árboles junto al lago / del tejado un hilo de humo. / Si faltase / qué desolación / casa, árboles y lago».
Al bajar el telón de su teatro del Berliner Ensemble, los espectadores podían ver el dibujo de la famosa paloma de Pablo Picasso que Bertolt Brecht denominaba «la combativa paloma de la paz de mi hermano Picasso». Incansables renovadores del arte, los dos nunca dejaron de producir. Su gran capacidad para la autoironía se expresa bien en este diálogo del relato «El esfuerzo de los mejores» (Historias del señor Keuner): «—¿En qué trabaja usted? —le preguntaron al señor Keuner, y él respondió—: Hago grandes esfuerzos preparando mi próximo error».
Bibliografía
Hans Egon Holthusen, Brecht, Barcelona, Seix Barral, 1963; Frederic Ewen, (1967), Bertolt Brecht: su vida, su obra, su época, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2001; Walter Benjamin (1973), Tentativas sobre Brecht, Madrid, Taurus, 1991; Ronald Hayman (1983), Brecht. Una biografía, Barcelona, Argos Vergara, 1985; Hans Mayer (1996), Brecht, Hondarribia, Argitaletxe, 1998; Jan Knopf (ed.), Brecht-Handbuch, Stuttgart-Weimar, Reclam, 2001-2005.