Читать книгу 100 escritores del siglo XX. Ámbito Internacional - Domingo Ródenas de Moya - Страница 9
PAUL AUSTER
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MANUEL BRITO
Mucho más tarde, cuando pudo pensar
en las cosas que le sucedieron, llegaría
a la conclusión de que nada era real excepto el azar.
(Ciudad de cristal, 1985)
Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) es sin lugar a dudas uno de los novelistas norteamericanos más significativos de cuantos han surgido en los últimos treinta años. Su extensa obra narrativa se complementa con libros de poesía, obras de teatro, colecciones de ensayos, guiones cinematográficos y traducciones de escritores franceses. También ha dirigido cuatro películas, la última de ellas en el año 2007 con el título de La vida interior de Martin Frost, en la que, entre otras curiosidades, participa como actriz su propia hija, Sophie Auster. La faceta cinematográfica de Auster ha contribuido a incrementar su popularidad y ha logrado reunir un grupo cada vez mayor de adeptos fieles a sus novelas en todo el mundo. De hecho, sus libros han sido traducidos a más de quince idiomas. Es justo reconocer que Auster posee una creatividad abrumadora que le ha proporcionado gran variedad de tramas y formas que luego desarrolla en sus novelas. Esta habilidad lo ha convertido en un autor de culto, pero, al mismo tiempo, en un autor popular.
Nacido en el seno de una familia judía de clase media, su padre era el propietario de un negocio familiar de alquiler de apartamentos y tenía una posición económica acomodada. Sin embargo, en el hogar de los Auster no reinaba la armonía, pues el matrimonio de sus padres no era feliz. Paul Auster creció en los barrios de South Orange y Maplewood de Newark. Ya en su época de adolescente se sentía como «un emigrante interno, un exiliado en su propia casa», como nos cuenta en su libro de memorias A salto de mata (1997). La dinámica familiar marcada por el distanciamiento y divorcio de sus padres cuando él tenía alrededor de diecisiete años y los problemas psicológicos de una hermana tres años más joven, provocaron en el joven Auster ese sentimiento de soledad dentro del hogar. El viaje de su tío Allen Mandelbaum a Europa dejándole varias cajas llenas de libros fue un acontecimiento decisivo en su adolescencia, ya que comenzó a devorar toda esa literatura, conociendo por primera vez un universo inmenso de realidades imaginadas que provocaron el deseo de convertirse él mismo en forjador de historias. Su interés por la literatura se gestó en esos años y tras terminar la enseñanza secundaria en el Instituto de Maplewood realizó su primer viaje a Europa, visitando España, Italia, Francia e Irlanda. Fue por entonces cuando comenzó a gestar su primera novela.
Al volver de Europa se matriculó en la Universidad de Columbia de la ciudad de Nueva York, que le ofreció la posibilidad de pasar un año en París como parte del programa de estudios en el extranjero. Pero desilusionado por la rutina del programa académico abandonó la universidad y vivió en un pequeño hotel de la rue Clément en París. Al volver a Estados Unidos, un decano indulgente lo restituyó en la Universidad de Columbia, donde se licenció en 1970. Los siguientes cuatro años los pasó en París. Sus estancias en esta ciudad le ayudarían a ganarse la vida durante una temporada como traductor de escritores franceses, entre ellos Stéphane Mallarmé y Joseph Joubert.
El 6 de octubre de 1974 Paul Auster se casó con la también escritora Lydia Davis. En Why Write? (‘¿Por qué escribir?’, 1996), Auster nos cuenta la anécdota que ocurrió ese día al recibir una llamada del poeta Charles Reznikoff en su apartamento justo momentos antes de que empezaran a llegar los invitados a la ceremonia. A Auster le habían encargado un artículo para conmemorar el octogésimo cumpleaños de Reznikoff, y se lo había enviado por correo sin advertir que el anciano escritor vivía bastante cerca de su casa. Pasaron varias semanas sin tener noticias del poeta y cuando por fin se puso en contacto con él fue precisamente en la mañana de su boda. A Reznikoff todo esto le pareció muy gracioso y a partir de ahí entablaron una amistad cordial. Entre otras cosas, a Reznikoff le gustaba mucho contar historias y la manera en que Auster lo describe como «relator» ilustra de alguna manera el estilo que el propio Auster desarrollaría posteriormente: «Tenía la paciencia necesaria para contar una buena historia —y la habilidad de saborear hasta el último detalle que aparecía en el camino. Lo que en principio parecía una interminable serie de digresiones [...], al final se convertía en la construcción elaborada y sistemática de un círculo». Efectivamente, la prosa narrativa de Auster se caracteriza también por una tendencia similar a las digresiones, aparentemente inconexas, que al final cobran sentido global dentro de la historia.
Su matrimonio acabaría en 1978 tras el nacimiento de su hijo Daniel el año anterior. Otro hecho importante en esta década fue la muerte de su padre, acaecida en 1979, lo que le supuso heredar lo suficiente para no tener que preocuparse por pagar el alquiler y, por ende, para dedicarse plenamente a la escritura. Además de este beneficio económico, el fallecimiento de su padre impulsó a Auster a escribir La invención de la soledad (1980), una reconstrucción de la figura de su padre antes de que sus recuerdos se desvanecieran. La primera parte de este libro se titula significativamente «Retrato de un hombre invisible», en alusión a la ausencia del padre en su vida y para quien nunca contó en absoluto, incluso cuando todavía vivían juntos. Aunque este libro no es una novela, Auster ha reconocido que fue el «catalizador que puso en marcha toda (su) carrera como novelista».
En febrero de 1981, Auster conoció durante un recital de poesía en Nueva York a la que sería su segunda esposa: Siri Hustvedt. Se casaron ese mismo año y tienen una hija en común, Sophie. La década de los ochenta fue muy fructífera y positiva para Auster, tanto a nivel privado como profesional. A la felicidad personal junto a su nueva esposa se le unió la publicación de una obra fundamental en su trayectoria. Se trata de La trilogía de Nueva York, que sigue siendo la obra más conocida y leída de este escritor. Está compuesta por tres novelas que publicó originalmente por separado: Ciudad de cristal (1985), Fantasmas (1986) y La habitación cerrada (1986). Sobre esta trilogía descansa la calificación de Auster como autor posmodernista, que muchos críticos le han atribuido. Y, desde luego, un análisis de los tres textos revela varias similitudes con esta tendencia narrativa que surgió en la década de los sesenta en Estados Unidos en las figuras de Donald Barthelme, Thomas Pynchon o John Barth. Auster participa de la filosofía posmodernista que implica, entre otras cosas, un lenguaje que nos llena de dudas sobre sus propias capacidades comunicativas y, paralelamente, un sujeto siempre al borde del abismo ontológico, que no sabe quién es ni cómo llegar a conocerse. Una de las ideas más influyentes dentro del posmodernismo literario es la muerte del autor formulada por Roland Barthes y que desbanca al autor de la posición central que tenía en la narrativa realista como único artífice de la obra, y pone el énfasis en el texto mismo. Como consecuencia, los escritores posmodernistas ponen en práctica una serie de técnicas como la metaficción, la autorreflexión, la parodia, el absurdo o la intertextualidad, que subvierten las pretensiones del realismo literario y ponen al descubierto la materialidad del texto. En este sentido, la novela posmodernista nos sugiere que las historias se remiten a sí mismas y son, por tanto, autosuficientes. Precisamente, en Ciudad de cristal encontramos algunas de estas ideas de una forma más o menos evidente. Quinn, el protagonista, es un escritor de novelas de misterio que escribe bajo el seudónimo de William Wilson (personaje original de Edgar A. Poe) y que inventa un narrador para esas novelas llamado Max Work. Quinn se va alejando cada vez más de William Wilson y se acerca más al narrador, mostrando una confusión de identidades que se radicalizará con la asunción por parte de Quinn de la identidad de Paul Auster. Además de ser el autor, Paul Auster será un personaje a quien Quinn conocerá más tarde en la novela. Esta situación confusa hace reflexionar sobre la autonomía de las historias y, justamente, se nos dice de Quinn que «lo que le interesaba de las historias que escribía no era su relación con el mundo, sino su relación con otras historias». Por otro lado, Quinn reniega de su propia existencia, y adjudica al narrador inventado por él toda conexión con la realidad: «Hacía mucho tiempo que había dejado de considerarse real. Si seguía viviendo en el mundo era únicamente a distancia, a través de la persona imaginaria de Max Work». En este universo fantástico se han invertido todos los roles: el protagonista pierde consistencia y en su lugar destaca un narrador ideado por el propio protagonista, que, a su vez, pierde su entidad como tal para pasar a ser un Doppelgänger falso del propio autor. Aquí vemos la muerte simbólica no solo del autor, sino también de un concepto de sujeto soberano y racional. Este sujeto está fragmentado, carece de certezas e incluso duda de lo que ve, como se dice Quinn a sí mismo: «Si todo esto está sucediendo realmente debo mantener los ojos abiertos». Esta nueva dimensión narrativa nos alerta sobre el carácter incierto de la realidad y, por tanto, también de la idea del yo, que se desenvuelve ahora por unos vericuetos inestables y desarticulados. Quinn es un protagonista que ha perdido el contacto con su realidad más inmediata, la de su propia identidad y hace observaciones del tipo de: «Mientras deambulaba por la estación, recordó quién se suponía que era». Y, así sucesivamente, Auster va perfilando el personaje de Quinn dejando en entredicho su estatus como protagonista.
En la segunda novela de la trilogía, Fantasmas, un detective privado llamado Azul investiga a un hombre llamado Negro por cuenta de un cliente que se llama Blanco. Al final Negro y Blanco resultan ser la misma persona, un escritor que escribe una historia sobre el hecho de que está siendo investigado por Azul. La identidad insuficiente de los personajes se manifiesta en su nominación como simples colores, sin más prerrogativas. Son, por tanto, fantasmas cuya existencia se pone en cuestión incluso dentro del texto. Y en la tercera entrega de la saga, La habitación cerrada, el protagonista es un escritor que mientras investiga la vida de un escritor desaparecido para redactar su biografía, se encuentra con que va asumiendo paulatinamente la identidad de esa persona. Las tres novelas de la trilogía inciden en la confusión y el azar como elementos que están presentes en la vida de los personajes. Muchas veces las coincidencias y los accidentes destruyen cualquier intento racional de regular nuestras experiencias cotidianas. De ahí que estas tres novelas se nos presenten como una estructura laberíntica cuyo hilo conductor lleva al lector a desempeñar un rol detectivesco.
Al igual que sus novelas rompen con las convenciones del realismo, también otras obras suyas, entiéndase ensayos por ejemplo, desarticulan nuestras expectativas como lectores. Así, de su libro Why Write?, se podría esperar que explique sus motivaciones para escribir y el sentido que él ve en la escritura. En vez de eso, el libro es una colección de historias que ilustran su práctica literaria y su énfasis una vez más en la importancia de contar historias, sin más. En una entrevista del año 2007 Auster definía sus novelas como «de muchos estratos y con varias historias al mismo tiempo». Eso es realmente lo relevante para él. La capacidad para entretejer diversas historias es lo que cuenta y el concepto de verdad, o de verosimilitud, pasa a un segundo plano, dándole a su narrativa unas connotaciones casi oníricas que nos recuerda la naturaleza imprevisible de la vida.
La década de los noventa supone para Auster el comienzo de su relación con el cine sin abandonar su faceta de escritor. El 25 de diciembre de 1990 Auster publicó «El cuento de Navidad de Auggie Wren» en el periódico The New York Times, una historia que tiene a alguien llamado Paul como narrador y donde de nuevo se ve al Doppelgänger austeriano. Paul es un autor que ha recibido una petición de The New York Times para escribir un cuento de Navidad para la edición matutina del periódico. No se le ocurre nada hasta que le menciona el problema a Auggie Wren, propietario de un quiosco en el barrio donde vive. Wren, que es también fotógrafo, le promete contarle el mejor cuento de Navidad que haya oído nunca si le compra algo para almorzar. Desde hace doce años se ha dedicado a fotografiar la misma esquina durante todas las mañanas y a la misma hora. La historia que Wren le cuenta a Paul es cómo empezó su carrera como fotógrafo pero al final no queda claro si esta historia realmente ocurrió o es una invención del propio Wren quien, a su vez, es una invención de Paul, el narrador protagonista que establece un juego especular con Paul Auster, el autor real. En la conclusión, el narrador nos dice que ha sido engañado por Wren y, por lo tanto, por Paul (es decir, él mismo), pero que lo importante es que «mientras haya alguien que la crea, no hay ninguna historia que no pueda ser verdad». Esta historia sería la base de la película que dirigieron Wayne Wang y Paul Auster con el título de Smoke (1995). En el mismo año también dirigen Blue in the Face, una vuelta de tuerca sobre la primera y donde personas reales como el cantante Lou Reed o el director de cine Jim Jarmusch hacen cameos mientras hablan en el quiosco de Wren. Tres años más tarde será solamente Auster quien dirija Lulu on the Bridge para centrarse, de nuevo, en los enigmas sobre la identidad y conflictos irresolubles de los dos protagonistas. El saxofonista Izzi ha conocido al amor de su vida en la persona de una joven actriz llamada Celia, con la que comparte una serie de acontecimientos misteriosos que complican la trama de la película. Al final, Izzi se despierta del sueño y todo lo ocurrido se revela como una ilusión. Los espectadores observan que el verdadero sentido de la película es que trata sobre la filmación de una película. La autorreflexividad es llevada por Auster al terreno cinematográfico también.
Los años noventa son una época muy prolífica para Auster. En 1992 publicó Leviatán, una novela donde nuevamente desarrolla un juego especular de coincidencias entre el personaje inventado, Peter Aaron (nótese la igualdad de iniciales con Paul Auster) y el propio autor. Aaron es traductor y escritor, como Auster, y su esposa se llama Iris, mientras que la de Auster se llama Siri, que es obviamente «Iris» al revés. Ambos tienen un hijo de un matrimonio anterior y ambos escriben la historia de otro escritor: Aaron la de su amigo Benjamin Sachs y Auster la de Aaron. Otras novelas de esta década son Mr. Vértigo (1994) y Tombuctú (1999), narraciones fantásticas en las que Auster presenta en la primera a Walt, un chico que puede levitar y volar. En la segunda, el protagonista es Mr. Bones (Sr. Huesos), un perro inteligente donde los haya, que no habla inglés pero lo entiende perfectamente y acompaña a su dueño en un viaje desde Brooklyn a Baltimore. En ambas el autor nos ofrece tramas alejadas de situaciones convencionales y nos hace reflexionar una vez más sobre las fronteras entre realidad y ficción, verdad y artificio.
Los primeros años del siglo XXI han visto la publicación de cinco libros por parte de Paul Auster. En 2002 editó Creía que mi padre era Dios, donde el autor llevó a cabo un experimento inusual: invitó a los oyentes de un programa de radio a contar una historia verdadera. De los más de 4.000 relatos que obtuvo como respuesta, Auster escogió 180 y los publicó en esta colección de historias, todas distintas y contadas por gentes de todas las edades, orígenes y clase social. Hay algunas divertidas, como la que relata cómo el perro de un miembro del Ku Klux Klan apareció corriendo por la calle durante el desfile anual del Klan y le arrebató la capucha a su amo mientras la ciudad entera estaba mirando.
El resto de los libros publicados a lo largo de esta década son novelas. Por ejemplo, El libro de las ilusiones (2003), un libro de varios estratos narrativos, según la definición del propio Auster y donde el narrador, después de perder a su mujer e hijo en un accidente, se dedica a beber y ver la televisión hasta que un día proyectan una comedia protagonizada por Hector Mann, estrella del cine mudo desaparecido misteriosamente en los años veinte. Es tal el efecto que esta comedia hace en el protagonista, haciéndole reír y rescatándolo del estado patéticamente decadente en que se encontraba, que decide buscar las películas de Mann, archivadas en una serie de museos de todo el mundo. El protagonista, David Zimmer, llega a obsesionarse tanto con Mann que acaba escribiendo un libro sobre su vida, hasta que un día recibe una llamada telefónica de una mujer diciendo que es la esposa de Hector Mann. Como suele suceder en las novelas de Auster, una serie de azares y casualidades otorgan un final sorprendente y abierto.
De igual manera, en su siguiente novela, La noche del oráculo (2004), Auster nos propone otra ocasión de disfrutar con el mundo de casualidades en que viven los personajes, pero sin tener que buscarle una relación causa-efecto. Sidney Orr es un escritor que se recupera de una enfermedad a la que nadie esperaba que sobreviviese. Compra un cuaderno azul y descubre que puede volver a escribir. Su amigo y también escritor John Trause (nótese que Trause es un anagrama de Auster), le ha hablado de Flitcraft, un personaje fugaz de El halcón maltés (novela publicada por Dashiell Hammett en 1930) que logra eludir la muerte y abandona todo para inventarse otra vida. En la novela que Orr está escribiendo, Flitcraft se ha convertido en Nick Bowen, un joven editor que parte rumbo a Kansas, tras salvarse milagrosamente de la muerte, llevándose el manuscrito de una novela inédita de una escritora famosa en los años veinte y cuyo título precisamente es La noche del oráculo.
En muchas ocasiones, las novelas de Auster están llenas de referencias intertextuales que parecen sugerir que la literatura tiene su más elevado significado en hacer referencia a sí misma. En Ciudad de cristal el escritor de novelas inventado por Quinn se llama William Wilson, que es el título de una historia de Edgar Allan Poe sobre los dobles. En La habitación cerrada, el narrador busca a Fanshawe, título de una novela de Nathaniel Hawthorne publicada en 1828, personaje misterioso cuya esposa se llama Sophie Fanshawe, igual que la esposa de Hawthorne, también llamada Sophie. El universo ficticio de Auster nos depara un entresijo de autorreferencias de unos personajes a otros dentro de la misma novela, o extraídos de otras novelas, así como de referencias al propio autor en una suerte de juego entre diversos alter egos que vamos siguiendo a lo largo de sus obras.
En Brooklyn Follies (2005) Auster hace un homenaje a las gentes de Brooklyn, donde él reside desde hace treinta años. Pretendía mostrar la forma de vida en ese lugar anterior a la caída de las Torres Gemelas. Y para ello idea un personaje, Nathan Glass, un hombre de sesenta años que vuelve al sitio donde pasó su infancia supuestamente para «morir», ya que ha sobrevivido a un cáncer de pulmón. Una vez allí, decide escribir un libro sobre lo que ocurre a su alrededor, y ese libro está lleno de anécdotas, equívocos y coincidencias extrañas, curiosamente todas relacionadas con los sentimientos. Al final, el protagonista se da cuenta de que no ha regresado a Brooklyn para morir sino para vivir. Es una comedia «necesaria», como ha declarado el propio Auster, escrita con la convicción de que vivir en Nueva York ya nunca sería igual que antes del ataque terrorista.
Viajes por el Scriptorium (2007) se origina en una imagen que Auster vio durante semanas en su cabeza. Era la de un hombre mayor sentado al borde de la cama, en pijama y con las manos sobre las rodillas mirando hacia el suelo. Tras pensar sobre esta imagen durante algún tiempo, Auster llegó a la conclusión de que ese hombre mayor era él mismo dentro de veinte años. Lo llamó Mr. Blank (Sr. Vacío) porque es un personaje que siempre lo olvida todo. En una entrevista ha afirmado que esto nunca le había pasado, pues normalmente el proceso de gestación de sus novelas es muy lento, incluso llevándole años dilucidar los personajes y la historia de una novela. De ahí que este libro sea una especie de excepción dentro de toda la trayectoria del autor. Aunque algunos críticos como Garan Holcombe se refirieron a su siguiente obra, Un hombre en la oscuridad (2008), como la novela donde Auster ha comenzado a perder su magia por su excesivo sentimentalismo, el protagonista August Brill destila una vez más los recursos imaginativos de un Auster que cuestiona aspectos sustanciales del Imperio norteamericano al contrastar realidad y ficción. La primera está relacionada con el neoconservadurismo de la primera década del siglo XXI, especialmente tras la elección de George W. Bush como presidente de Estados Unidos, y la segunda para referirse a las posibilidades de un mundo diferente. La pérdida de familiares íntimos en tres generaciones diferentes, como son la esposa de Brill por cáncer, el divorcio de su hija y la muerte del novio de su nieta en Irak haciendo negocios, se engarzan en su mente insomne con la invención de otro narrador, Owen Brick, que cuenta su historia: la de un soldado que vive en un país donde el World Trade Center todavía permanece en pie e Irak nunca ha sido invadido. Sin embargo, sí existe una guerra civil en Estados Unidos que ha motivado la creación de Estados Unidos de Canadá (formados por Canadá y los llamados «estados azules» votantes de los demócratas en las polémicas elecciones presidenciales de 2004) y la Tierra de Jesús (formada por aquellos estados republicanos que votaron a Bush, Jr.). La novela progresa así a través de la controversia ideológica con un cierto trasfondo pacifista. Junto a ello, la nocturnidad física y psicológica del narrador incrementa la intensidad de los mundos múltiples típicos de la novela posmoderna, donde uno de los personajes le comenta a Brick que él puede parar esta guerra civil si logra matar a Brill ya que fue él quien la inventó. Matar al narrador principal, sin embargo, no servirá de nada ya que no se puede evitar el destino y que este mundo siga girando y girando a pesar de la dura realidad.
El prolífico Auster publicó al año siguiente Invisible (2009), que es un título apropiado para el clásico juego metafictivo que lleva a cabo Auster entre autor, narrador y personajes. La cuestión de la identidad explorada a través del uso alternativo de la primera, segunda y tercera persona en las tres primeras secciones tituladas «Primavera», «Verano» y «Otoño», desnuda la década de los sesenta en Estados Unidos con personajes incapaces de controlar el sexo y la violencia, a la vez que están envueltos en la atracción por exponer la inteligencia asociada a la crueldad. Pero también sirve para profundizar en la complejidad de los personajes literarios que cuestionan a su propio autor. En «Primavera», un estudiante de la Universidad de Columbia, Adam Walker, judío como Auster y de su misma edad, es seducido durante la primavera de 1967 por su profesor de ciencia política, Rudolph Born, primero a nivel profesional al prometerle apoyo para publicar una revista y, en segundo lugar, a nivel sexual, a través de la novia de este, Margot. Las relaciones posteriores que derivan en arengas políticas, traiciones y dramas personales culminan en cada una de las cuatro secciones del libro con una huida física de algunos de los protagonistas, logrando Auster eclipsar cualquier final conclusivo. Treinta y ocho años separan la primera de la segunda sección, donde Walter se va a vivir con su hermana, y ya moribundo envía su manuscrito basado en su experiencia sobre 1967 a un nuevo personaje, James Freeman. El laberinto de autor, narrador y personaje se complica aún más cuando el propio James en la tercera parte confiesa a la hermana de Adam, Gwyn, que él ha trastocado los nombres y situaciones del manuscrito original para preservar la identidad del autor. En la última y cuarta parte diversos personajes que aparecen en la narración de Adam Walker ofrecen su particular versión sobre la historia que él ha narrado. Esta investigación del yo y sus múltiples identidades sigue la estela de las anteriores novelas de Auster, dominadas por el protagonismo del azar y por una maravillosa prosa que no solo entretiene sino que nos deja al borde del abismo de las incertidumbres de la vida.
El escenario de Sunset Park en Brooklyn, Nueva York, con sus casas de ladrillo marrón y edificios de finales del siglo XIX y principios del XX, es adonde vuelve uno de los protagonistas de Sunset Park (2010), Miles Heller, después de haber abandonado a su familia neoyorquina, dejar sus estudios en la Universidad de Brown y su subsiguiente experiencia en Florida, donde se dedicaba a limpiar las casas abandonadas por propietarios que no pudieron pagar sus hipotecas debido a la recesión económica de 2008. Heller no retorna por su propia voluntad sino para esperar a que su novia de origen cubano, Pilar, cumpla la mayoría de edad y evitar así el chantaje que le hace la hermana de esta. Volver significa hacer nuevas relaciones con tres okupas veinteañeros con los que se va a vivir y que se convertirán en sus amigos, pero también implica reencontrarse con un mundo que ahora ha cambiado. Las desviaciones del hilo narrativo principal sirven para conectar con una de las aficiones preferidas de Auster, el béisbol, con sus preocupaciones pacifistas, cuando se refiere al disidente chino Liu Xiaboo, o con sus preferencias cinematográficas, que en este caso se ejemplifican en la película de William Wyler, Los mejores años de nuestra vida (1946), cuyos protagonistas veteranos de la Segunda Guerra Mundial ya observaron en su momento que la vida anterior se ha desintegrado y se les ha ido entre los dedos, como le ocurre ahora a Miles. Los demás personajes también están imbuidos de esta conciencia de pérdida, donde el sexo y las relaciones personales necesitan una reconstrucción para afrontar el presente y el futuro de sus vidas. Una vez más el uso de varios narradores ofrece diferentes puntos de vista sobre la sociedad norteamericana. La técnica pulida de Auster con su narración en tercera persona y en pasado ayuda a una estructuración diáfana de la vida de los protagonistas, donde los cambios sociales y económicos aparecen como inevitables para que cristalicen sus nuevas aspiraciones.
En Diario de invierno (2012), Auster vuelve a la escritura biográfica iniciada con El cuaderno rojo (1993) para recorrer los episodios persistentes en su memoria, los recuerdos sobre las experiencias que lo han marcado, sobre todo las de amor, enfermedad y muerte. Es este un libro evocativo y, por momentos, intenso en el que el escritor se dirige a sí mismo en segunda persona, acentuando con ello el carácter intimista de este álbum de estampas dispersas.
Auster ha logrado consolidar su carrera literaria y ha demostrado poseer un don para inventar historias impactantes que no dejan indiferente a ningún lector. Él ha afirmado que sus historias surgen de «las profundidades del subconsciente, de un abismo al que no tengo acceso. Anidan ocultas dentro de mí mismo hasta que un día surgen y entonces las observo: ideas, personajes, palabras». Efectivamente, los relatos de Auster tienen una naturaleza irracional, que parecen nacidos en el reino semiótico teorizado por Julia Kristeva, en la etapa en que el ser humano es incapaz aún de articular el lenguaje simbólicamente. Esta idea nos ayuda a entender muchos elementos de su ficción: el absurdo, la confusión, las digresiones, los enigmas, los misterios, pero también el juego y la complicidad con los lectores, que acaban rendidos ante la evidencia de que el azar es muchas veces el único desencadenante de los acontecimientos.
Las obras de Paul Auster son eclécticas y, aunque participan de algunas ideas posmodernas, no se pueden encuadrar estrictamente en ese movimiento porque, al fin y al cabo, en todas ellas se puede recomponer un orden cronológico lineal y una trama más o menos explícita que otorgan cierto aire de realismo. Como él mismo ha dicho, sus novelas no dan respuestas sino que formulan preguntas, destruyendo así las lógicas aspiraciones de abarcarlas total e infaliblemente.
Bibliografía
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