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SAUL BELLOW

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CRISTINA GARRIGÓS

Soy norteamericano, de Chicago, sombría ciudad, Chicago, y encaro las dificultades como he aprendido a hacerlo, sin rodeos. Así será esta crónica, pues: de estilo libre; quien antes llama, antes es atendido, ya fuere inocente o no tan inocente su llamado.

(Las aventuras de Augie March, 1948)

Dentro de la llamada literatura étnica norteamericana, la producida por escritores judíos ocupa una posición especial, pues es tal su dimensión literaria, en calidad y en cantidad, que resulta cuestionable considerar como minoría a un grupo que cuenta entre sus miembros con nombres tan reconocidos como Philip Roth, Bernard Malamud, Isaac Bashevis Singer o Saul Bellow (Lachine, Canadá, 1915-Brookline, Massachusetts, 2005). Este último, de hecho, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1976 y la Medalla Nacional de las Artes en 1988, y fue el primer novelista que ganó el Premio Nacional de Literatura tres veces. De él se ha dicho que, junto con William Faulkner, es la piedra angular de la literatura norteamericana del siglo XX (Philip Roth), que es el heredero de Dickens (Ian McEwan), que la música, el lirismo de su prosa y la belleza del lenguaje literario hacen que todos los escritores contemporáneos —Updike, DeLillo, Roth— parezcan aprendices junto a él (James Wood), que en su nombre hay una errata: en lugar de ser Saul debería ser Soul («alma», en inglés) (Martin Amis), que es el gigante de entre todos los novelistas norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX (J. M. Coetzee). Sin embargo, Bellow cuenta también con un nutrido grupo de detractores, entre los que se cuentan posmodernos y feministas, que le achacan el hacer una literatura más propia del siglo XIX que del XX, siguiendo la corriente realista de los novelistas rusos o de Dickens, y el retratar personajes femeninos que resultan ofensivos. Nabokov dijo de su literatura que era de una mediocridad miserable. En lo personal, se le ha acusado de racista, e incluso se llegó a impedir que se pusiera una calle con su nombre en su barrio de Chicago.

De nombre originalmente Solomon Bellows, el escritor nació el 10 de junio de 1915 (aunque algunas biografías señalan julio) en Lachine, en el Quebec canadiense. Hijo de emigrantes rusos de origen judío, Bellow vivió en el gheto de Montreal su primera infancia. A los nueve años, la familia se mudó a Chicago, una ciudad que ocuparía un papel fundamental en muchas de sus novelas. Educado dentro de la ortodoxia judía en una casa en la que se hablaba y leía en inglés, francés, hebreo y yidis, su madre hubiera querido que fuera rabino o violinista. En lugar de ello, el joven Saul desarrolló una gran afición por la literatura que, al parecer, se despertó con la lectura de La cabaña del tío Tom de Harriet Beecher Stowe y se consolidó con obras que consideraba como sus libros de cabecera, entre los que destacan la Biblia, Shakespeare y las novelas rusas del XIX.

Tras un breve período en la Universidad de Chicago, trasladó sus estudios a la Universidad Northwestern, de la que se licenció en 1937 en Antropología y Sociología. Continuó los estudios posgraduados en este campo en la Universidad de Wisconsin, aunque pronto cambiaría de rumbo para dedicarse a la literatura. Su carrera académica se vio, además, interrumpida por la Segunda Guerra Mundial, un conflicto en el que participó activamente, pues estuvo alistado, y durante el que escribió parte de su obra. Después de la guerra, Bellow residió en Nueva York durante unos años, pero regresó a Chicago en 1962 para trabajar en la universidad, una ciudad en la que viviría más de treinta años y que consideraba su fuente de inspiración para poder escribir una prosa que estuviera conectada con la vida real. En 1993 se mudó a Brookline, cerca de Boston, en cuya universidad enseñaría hasta su muerte el 5 de abril de 2005. Bellow está enterrado en el cementerio judío Shir He Harim en Brattleboro, Vermont. Se casó cinco veces y tuvo cuatro hijos.

El joven Bellow formó parte del grupo de Chicago del Federal Writers’ Project (Proyecto federal de escritores) en el que participaron en los años treinta autores como Richard Wright o Nelson Algren, con un posicionamiento político izquierdista, que apoyaba al régimen comunista de Rusia y que promovía la unión entre la intelectualidad y el compromiso político. Bellow era trotskista y, de hecho, años después viajaría a México para conocer a León Trotski, aunque quiso el destino que este fuera asesinado el día antes de conocerse. Las ideas sociales de Bellow eran claras y como tales se plasmaron en su primer relato, «Two Morning Monologues» (‘Dos monólogos matutinos’, 1941), publicado en la Partisan Review, revista de marcada tendencia izquierdista. En esta obra se retrata la angustia de un joven desempleado que espera (y desea) que le llamen para el servicio militar. Esta idea se consolidaría después en su primera novela, El hombre en suspenso (1944), que escribió durante la Segunda Guerra Mundial, mientras estaba embarcado, y en la que refleja el ambiente sofocante y deprimente de la guerra. También su segunda novela, La víctima (1947), sobre la relación entre un judío y un gentil y cómo acaba el uno víctima del otro, ahonda en esta corriente. M.a Eugenia Díaz, en la introducción a la edición española de Las aventuras de Augie March (1948) señala esta novela, junto a El hombre en suspenso y La víctima como pertenecientes a una primera etapa en la carrera literaria de Bellow que duraría desde 1944 a 1955, una etapa de posguerra en la que Estados Unidos se está convirtiendo en una potencia política y económica.

Las aventuras de Augie March supone una transformación de su estilo anterior. Bellow compuso la mayor parte de Las aventuras de Augie March en París, donde residió durante un tiempo gracias a una beca Guggenheim. Esta obra, que le consolidó como uno de los grandes escritores contemporáneos estadounidenses, es una novela que ha sido comparada con el clásico de Cervantes, Don Quijote, que ejercería una importante influencia sobre su producción literaria. A través de las peripecias de su protagonista, Augie, el escritor nos adentra en la comunidad judía de Chicago, ofreciéndonos un retrato de la gran urbe como el lugar en el que se desarrolla la vida del hombre corriente. Esta imagen, muy estadounidense, de la ciudad como experiencia de supervivencia cobra una gran relevancia en la narrativa de Bellow, que ve en el pueblo americano en general un pueblo hecho a sí mismo, y en el pueblo judío, en particular, la imagen de la superación.

Los héroes de Bellow representan la evolución intelectual y el afán por mejorar. Si bien su ideología puede haber variado a lo largo de su vida, desde una perspectiva marxista hasta el neoconservadurismo de los últimos años, su posición como autor comprometido con el pueblo judío se ha mantenido inalterable. Ser autor judío no significa solo pertenecer a esta etnia y participar de la religión semita. Como señala Alfred Kazin, Bellow ejercía de autor judío y la preocupación por esta raza permea la mayoría de sus obras: en casi todas aparecen personajes judíos y los que no lo son, están obsesionados con los judíos. Aparecen barrios judíos, familias judías, se presenta al judío como un intelectual universitario. A Bellow le fascina la experiencia del pueblo judío como pueblo elegido y perseguido. En sus libros, los protagonistas son judíos que consiguen superar las dificultades y sobrevivir en la jungla de la gran ciudad. Sus héroes son personas disociadas, desplazadas, fuera de lugar, que luchan en un mundo hostil rodeado de seres extraños. Son peregrinos que vagan por un mundo que les es ajeno y deben luchar por sobrevivir. El héroe de El hombre en suspenso, Joseph, se pregunta: «¿Cómo debe vivir un buen hombre? ¿Qué debe hacer?». Tales preguntas son claves en la obra de Bellow, prueba del dilema moral que tienen muchos de sus protagonistas y que resuelve en obras como Carpe diem (1956), cuyo título es lo suficientemente indicativo.

Es evidente, por tanto, que no todo es angustioso en la obra de Bellow. «Los manuscritos de Gonzaga» (1954), por ejemplo, nos ofrece un relato ambientado en la España franquista, en el que un joven crítico literario norteamericano, Clarence Feiler, busca unos poemas sin publicar de Gonzaga, un poeta fallecido. Los elementos detectivescos y la sátira sobre la crítica literaria que contiene esta obra recuerda a otras como Los papeles de Aspern de Henry James o, posteriormente, Posesión de A. S. Byatt y muestra también cierta influencia cervantina en la búsqueda utópica de un texto desconocido, que resulta totalmente marginal a la narración, pero que, sin embargo, la articula. Vemos además, en este cuento, el retrato despiadado de una España atrasada y desconfiada que mira a Estados Unidos con una mezcla de admiración y recelo.

La novela Henderson, el rey de la lluvia (1959) nos ofrece una imagen más optimista del mundo que las obras anteriores. En esta ocasión, el protagonista no es judío sino anglosajón. Esta obra, que se ha interpretado como una parodia del psicoanálisis, tan de moda en la época, y de la aventura mítica del héroe (Francisco Collado) nos ofrece la historia de un hombre que, angustiado por la realidad norteamericana en la que vive, decide hacer un viaje a África para tener una experiencia reveladora. Los conocimientos antropológicos de Bellow son evidentes en la novela, como lo es el interés por el psicoanálisis, que ya había mostrado en «Dora», un relato de 1949 en el que hace una referencia intertextual al ensayo de Freud, Análisis de un caso de histeria, para narrar la historia de una joven que comienza a descubrirse a sí misma a través de su implicación para ayudar a un vecino desconocido que se encuentra solo.

Bellow es un escritor famoso por sus reflexiones sobre la soledad y la locura y la fina línea que separa esta última del genio, un tema que explora especialmente en Herzog (1964). Esta novela, que le granjeó fama y reconocimiento, a pesar de considerarse antiintelectual, versa sobre la vida de un filósofo judío que desea relacionarse con los demás, pero es incapaz de resolver su vida. En la misma línea, El legado de Humboldt (1975), también nos presenta a un protagonista intelectual, Humboldt, basado en un poeta amigo suyo, Delmore Schwartz. Esta obra obtuvo el Premio Pulitzer y fue definitiva para que le concedieran el Premio Nobel, galardón que le fue otorgado «por la comprensión y el análisis sutil que realiza de la sociedad contemporánea en sus obras». En su discurso de aceptación del Premio Nobel, Bellow reivindicó la intelectualidad como arma contra la apatía e instó a los escritores a hacerse cargo de su papel de faros de la civilización y luchar contra la desidia espiritual y el materialismo exacerbado.

A Bellow le han criticado por ser demasiado cerebral y por sus largas digresiones y sus reflexiones sobre antropología o religión. Su posición ideológica tampoco deja a nadie indiferente. Noam Chomsky criticó las declaraciones que hizo en su libro Jerusalén, ida y vuelta (1975) donde había dicho que la mayoría de los israelitas era tolerante y que no existía apenas rechazo hacia los palestinos. Es también famosa la entrevista que concedió a The New Yorker en marzo de 1988 en la que, al hablar de multiculturalismo, Bellow lanzaba la siguiente pregunta: «¿Quién es el Tolstói de los zulúes? ¿Quién el Proust de los papúes? Me gustaría leerlo».Quizá lo que quería decir Bellow es que estos escritores estaban aún por descubrir, pero el hecho es que estas afirmaciones fueron interpretadas como un alegato racista y le valieron el rechazo de una gran parte de la comunidad universitaria y la exclusión de las listas de lecturas de algunos departamentos de inglés. En su defensa, Bellow comentó que había hecho el comentario desde un punto de vista antropológico, distinguiendo las comunidades literarias de las preliterarias.

Martin Amis dijo de él que el estallido visionario de la viril madurez de Bellow (Augie March, Herzog, El legado de Humboldt) había dejado paso a un arte más frío y conciso, aunque sus últimas obras habían ganado en claridad y frescura. Amis también señala que el cambio en su posición ideológica es visible en su narrativa, pues mientras que El planeta de Mr. Sammler (1970) presentaba el Holocausto como un acontecimiento histórico comprensible, La conexión Bellarosa (1989) niega cualquier posibilidad de una explicación plausible para este acontecimiento. Algunos críticos han señalado que Mr. Sammler representa la mente de Bellow, su inteligencia. Sammler escapó de los nazis dejando atrás a su esposa muerta y desde su exilio en América hace manifiesto su desprecio por un mundo cruel e injusto. La moralidad del libro reside pues, como en muchas obras de Bellow, en la certeza de sus opiniones, pues sus héroes se muestran seguros de sí mismos y de la verdad de sus convicciones y, por eso mismo, algunos críticos los consideran políticamente incorrectos. Sin embargo, a pesar de ello, como señala Francisco Collado, «Bellow es, sin lugar a dudas, uno de los grandes novelistas norteamericanos del siglo XX. Su narrativa ha llegado a ser tan rica en complejidad a lo largo de su vida literaria que, no en vano, la crítica lo ha definido con una gran variedad de calificativos, tales como autor inteligente, astuto, existencialista, neomodernista, realista, costumbrista o neohumanista». Más allá de su filiación religiosa, Bellow es, en definitiva, un nombre clave en la narrativa contemporánea estadounidense y, como dijo el propio escritor en 1994: «El tiempo dirá lo que el siglo XX hizo por mí y lo que yo he hecho por el siglo XX».

Bibliografía

Cándido Pérez Gállego, El héroe solitario en la novela norteamericana, Madrid, Prensa Española, 1966; Malcolm Bradbury, Saul Bellow, Londres, Methuen, 1982; Jonathan Wilson, On Bellow’s Planet. Readings from the Dark Side, Londres-Toronto, Associated University Presses, 1985; Pilar Alonso Rodríguez, Tres aspectos de la frontera interior: Una concepción mesiánica del hombre en la obra de Saul Bellow, Bernard Malamud y Philip Roth, Salamanca, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Salamanca, 1987; Ruth Miller, Saul Bellow. A Biography of the Imagination, Nueva York, St. Martin’s Press, 1991; Gerhard Bach, The Critical Response to Saul Bellow, Westport, Greenwood Press, 1995; James Atlas, Bellow. A Biography, Nueva York, Random House, 2000; Harold Bloom, Saul Bellow. Modern Critical Views, Nueva York, Chelsea House Publishers, 2000; José Antonio Gurpegui Palacios (ed.), Historia crítica de la novela norteamericana, Salamanca, Almar, 2001.

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