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ELIAS CANETTI

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por

MICHAEL PFEIFFER

Bloqueo: alguien va cercándose de palabras por encima de las cuales no puede saltar. Cuando estas se agujerean, las cambia por otras.

(Apuntes, 1973-1984)

Seguramente no habrá otro autor del siglo XX de andanzas tan variadas y mestizas como las de Elias Canetti (Rustschuk, 1905-Zúrich, 1994) en la Europa de las fronteras y de las dos grandes guerras. De origen judeo-español, nació en la ciudad búlgara de Rustschuk, a orillas del curso bajo del Danubio. Desde sus comienzos tiene un trato continuado con diferentes lenguas: su lengua materna es el ladino (el idioma que los judíos sefardíes conservaron durante siglos). La lengua afectiva de sus padres era el alemán, idioma que el pequeño Canetti escuchaba sin entender. Viena era la capital cultural de Centroeuropa en esa época. «Cuando alguien viajaba Danubio arriba, rumbo a Viena, se decía que iba a Europa. Europa empezaba allí». En las calles de Rustschuk se escuchaban hasta siete idiomas: búlgaro, turco, armenio, griego, albanés, el romaní de los gitanos, etcétera. En 1911 la familia Canetti se muda a Manchester y Canetti comienza su educación escolar en inglés. A la muerte de su padre y en el viaje a Viena, su madre le enseña el alemán a marchas forzadas, «una lengua materna implantada tardíamente y con verdaderos sufrimientos» preparándolo para la continuación de sus estudios en Viena. Posteriormente realiza el bachillerato en Zúrich para acabar esta primera etapa escolar en Fráncfort. En 1924 regresa a Viena donde estudió la carrera de Química obteniendo el título de doctor en esta especialidad. Lleva siempre consigo su pasaporte turco que le sirve de salvoconducto, sobre todo cuando en 1938 tiene que huir de la Viena nazi hacia Inglaterra.

Pese a toda esta mescolanza lingüística y cultural, cuando se le inquiría acerca de sus orígenes, él se consideraba siempre un autor vienés de lengua alemana. En su discurso pronunciado con ocasión de la entrega del Premio Nobel en 1981 declaró: «Lo recibí en nombre de Kafka, Musil, Broch y Karl Kraus, a quienes nunca se había premiado». En sus largos años de exilio en Londres nunca renunció a esta condición de escritor en lengua alemana a la que quiere proteger de la contaminación bárbara del nacionalsocialismo, con la intención de devolver a los alemanes desde fuera un idioma limpio: «Los alemanes podrán quitármelo todo, menos la lengua, la lengua no me la quitarán nunca». Su trabajo en la escritura fue su forma de resistencia. Finalmente regresaría a Zúrich, su ciudad de acogida, su ciudad amada, para vivir sus últimos años. Dejó a esta ciudad sus manuscritos y su biblioteca como su legado intelectual. Añadir en este espacio más detalles acerca de su vida sería casi un pecado porque nuestro autor es uno de los representantes más diestros en el género autobiográfico. Dejamos que sea el lector quien indague por sí mismo en los tres volúmenes de la historia de su vida.

De manera similar a su trayectoria vital, la obra de Canetti destaca por su heterogeneidad y por su singularidad difícilmente encasillable en los esquemas de las corrientes literarias del siglo pasado. Imaginemos por un momento el conjunto de sus libros como uno de esos paisajes fijos que de vez en cuando nos proyectan a cámara rápida: las formaciones geológicas, los montes, los valles, el perfil del horizonte permanecen inmutables, mientras a su alrededor se alternan el día y la noche, el sol y la luna, y las estaciones.

En este paisaje se perfilan dos macizos contundentes: su única novela Auto de fe (1936) y el ensayo antropológico de 1960 Masa y poder cuyas seiscientas páginas le llevaron más de treinta años de estudios preparatorios para su redacción. Canetti nunca tuvo prisa en publicar sus escritos porque estaba completamente convencido de que su obra pasaría sin duda a la posteridad. Como dice el propio autor: «Mientras todos los que me conocían me impulsaban a terminarlo, yo no lo terminé ni una hora antes de lo que me pareció adecuado [...] Ahora me digo que he conseguido agarrar a este siglo por el cuello». En el acelerado mercado actual de bestsellers, una postura como la de Canetti parece ya completamente extemporánea. Sin embargo, creía por completo en el reconocimiento de su obra. Esto es perceptible también en el complejo y accidentado camino de su novela Auto de fe que tarda casi treinta años para llegar finalmente a los lectores alemanes en una reedición de 1963, después del éxito alcanzado por su traducción en Inglaterra.

Alrededor de este núcleo principal —tal como el autor mismo denominó a su obra magna, Masa y poder— se extienden otros territorios más llanos o de pendiente menos pronunciada, como por ejemplo su primer éxito de ventas a los sesenta y cinco años, cuando comienza a poder vivir de sus escritos. Nos referimos a su autobiografía en tres volúmenes publicada a partir de 1971 con La lengua absuelta. Autorretrato de infancia, La antorcha al oído. Historia de una vida, 1921-1931, de 1980, y El juego de ojos, Historia de una vida, 1931-1937, de 1985. Además de ver resucitar ante nuestros ojos un mundo tan remoto como el de una familia sefardita a caballo entre Oriente (el Imperio otomano) y Occidente (el Imperio austrohúngaro) antes de su desaparición tras la Primera Guerra Mundial, en estos tres libros aparece también una serie de figuras imprescindibles para conocer la vitalidad intelectual y artística de la Viena del primer tercio del siglo XX o la babilónica Berlín de la República de Weimar. El lector español dispone de una brillante edición de esta autobiografía con introducciones e índices de nombres, obras y lugares en un único volumen titulado Historia de una vida que forma parte de la obra completa de Canetti que está editando Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, empresa esta que representa una culminación de las primeras ediciones de las obras de Canetti en España a cargo de Mario Muchnik.

Otras llanuras menos conocidas de su producción literaria las conforman sus tres piezas teatrales, adecuadas más bien para una lectura en voz alta que para su representación en escena: La boda (1932), La comedia de la vanidad (1950) y Los emplazados (1964). El propio Canetti las declamaba frecuentemente en público dando una voz personalizada e inconfundible a cada uno de sus personajes. En su manera de declamar no solo su teatro sino gran parte de su obra y en el hecho de otorgar tanta importancia a la voz viva, sigue las pautas de su maestro Karl Kraus, famoso en Viena por sus centenares de lecturas en público, a las cuales asistía el joven Canetti con devoción. Una muestra de esta «escuela del buen oír» la encontramos en el título del segundo libro de su autobiografía, La antorcha al oído, que hace referencia a la revista Die Fackel (‘La antorcha’), editada y redactada por Karl Kraus en Viena. Disponemos también de una insólita edición casi completa en un audiolibro de todas las lecturas, entrevistas y conferencias radiofónicas de Canetti que suman más de treinta horas de audición con la propia voz del autor: Das Hörwerk 1953-1991 (‘Textos hablados 1953-1991’) editado en formato mp3 por Zweitausendeins en el año 2006.

De su antología de breves ensayos La conciencia de las palabras (1975) cabe mencionar una lectura muy atenta de la correspondencia de Kafka en El otro proceso de Kafka. Sobre las cartas de Kafka a Felice, de 1969, su confrontación y distanciamiento de la figura de Karl Kraus o sus reflexiones acerca de asuntos políticos tales como Hitler o Hiroshima.

También es destacable su obra «menor», la prosa breve El testigo oidor, de 1974. Estas cincuenta descripciones de un máximo de dos páginas cada una nos muestra por un lado la fuerza de su fantasía y también el rigor en la composición lapidaria de los vicios humanos expresados en fórmulas que son casi radiografías en las que nos reconocemos todavía a nosotros mismos y a nuestros contemporáneos. El Lengüilargo, por ejemplo, «habla sobre patines y adelanta a los peatones. Las palabras se desprenden de su boca como avellanas vacías». El Maestroso, en cambio, cuando decide desplazarse, «avanza sobre columnas» y donde se emplazan estas «surge un templo y los adoradores se congregan en un abrir y cerrar de ojos». Y entre El Lamenombres, El Caldealágrimas y La Depurasílabas se «desliza sin ser visto» el personaje de El Testigo oidor, el carácter que da título al conjunto y que es el más parecido al propio Canetti que siempre está a la búsqueda de inauditas «máscaras acústicas»: «¡Con tanta habilidad desaparece! [...] Conoce todos los sitios donde hay algo que oír, lo registra bien y no olvida nada».

La amplitud de los géneros literarios que Canetti domina no se agotan aquí. Paralelamente a la larga elaboración de Masa y poder y hasta sus últimos días, el autor creó una especie de válvula de escape, un entretenimiento libre en forma de apuntes y aforismos espontáneos que forman un extensísimo paisaje aparte dentro de su obra, reunidos en su totalidad en el volumen Apuntes (1942-1993), el cuarto volumen de las obras completas mencionadas, y anteriormente publicados en ediciones parciales con títulos tan expresivos como La provincia del hombre. Apuntes 1942-1972, El corazón secreto del reloj. Apuntes 1973-1984 o El suplicio de las moscas. Apuntes 1986-1993. Quien desee familiarizarse con el imaginario de Canetti, tiene aquí la posibilidad de una lectura también espontánea y fragmentada, al azar, como quien deambula por las calles de una ciudad nueva para hacerse una composición del lugar.

Una vez familiarizados con el horizonte literario de nuestro autor en sus obras más accesibles, le aguarda entonces al lector una aventura de mayor calado: entrar en el mundo a la vez cómico, grotesco y sombrío de los personajes de su novela Auto de fe. El título original, Die Blendung, significa traducido literalmente «el deslumbramiento» o «la obcecación, el ofuscamiento» y hace referencia al cuadro de Rembrandt, Sansón cegado por los filisteos del cual el joven Canetti había quedado impresionado durante su estancia en Fráncfort. Esta pérdida de visión del mundo real por parte del protagonista, el sinólogo Peter Kien, se refleja en tres pasos que estructuran el desarrollo catastrófico de la novela: «Una cabeza sin mundo», «Un mundo sin cabeza» y «Un mundo en la cabeza». Lo que Canetti planificó inicialmente como una amplia «Comédie humaine» de la locura, quedó reducido al final a unos pocos personajes que se hacen la vida imposible unos a otros. El lector reconocerá fácilmente en esta novela la huella de Cervantes en la ciega bibliomanía del sinólogo encerrado en su inmensa biblioteca, el influjo de la novela picaresca española en la figura del siniestro personaje del enano jorobado Fischerle, y también los trazos oscuros y fantasmagóricos de los Caprichos y de la pintura negra de Goya. Naturalmente no vamos a destapar el violento desenlace del libro pero sí auguramos al lector una fascinante lectura que oscila entre la angustia y la hilaridad.

No obstante, para dar unos primeros pasos en la obra tan heterogénea de un autor centroeuropeo como Elias Canetti, recomendamos al excursionista inexperto y curioso la lectura de Las voces de Marrakesh, en donde el autor regresa a sus raíces judías y mediterráneas ofreciendo un paisaje urbano y humano en el cual se siente reflejado él mismo, en la plaza del Melah del barrio judío de Marrakesh: «No quería marcharme jamás de aquí, desde hacía cientos de años yo había estado aquí, pero lo había olvidado y ahora todo renacía. Veía expresada toda la densidad y calor de la vida que sentía en mí mismo. Cuando me encontraba allí yo era esa plaza. Pienso que siempre vuelvo a esa plaza».

Bibliografía

Mario Muchnik (ed.), Custodio de la metamorfosis: homenaje a Elias Canetti en su 80º aniversario, Barcelona, Muchnik, 1985; Kristian Wachinger, Elias Canetti: imágenes de una vida, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2005; Sven Hanuschek, Elias Canetti, Múnich-Viena, C. Hanser, 2005.

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