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I.1.3. El problema endémico de los bosques: No su aprovechamiento responsable y adecuado a los tiempos y necesidades biológicas de los mismos, sino su abuso y sobreexplotación

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En la actualidad, sólo un 20% de los bosques del mundo se considera originario, es decir, no alterado por el ser humano. El resto, es decir, el 80% hasta completar la totalidad existente de los mismos a nivel mundial ha sido transformado o retocado en mayor o menor medida por el ser humano y ello a través de muy diversas formas y maneras, debidas también a las más variadas y dispares circunstancias o motivos. Así, en unas ocasiones se han visto alterados los bosques por la ocupación del territorio por los humanos, en otras ocasiones por la realización de infraestructuras de todo tipo (tendidos eléctricos, carreteras, etc…) cuyo trazado atraviesa los mismos, a veces por una finalidad loable cuyo único propósito ha sido tratar de preservarlos, evitando la propagación de incendios o la deforestación que padecen, pero en la inmensa mayoría de los casos, por un aprovechamiento excesivo y desmedido para obtener materias primas y recursos económicos12. Baste como muestra de este último supuesto el hecho de que en el año 2018 la producción de madera en rollo industrial creció un 5%, lo que supuso que aproximadamente se extrajeran 2.030 millones de metros cúbicos de madera en tronco de los bosques del mundo13, de los que algo más de la mitad se utilizó como leña (en un 90% consumida en los países subdesarrollados y en vías de desarrollo), mientras que el resto se empleó en usos industriales como construcción, muebles, tableros, puertas, ventanas, parquet o papel. De todo ello se colige, sin lugar a duda de ningún género, que el consumo de productos forestales, aun no siendo, ni mucho menos, la única causa existente, tiene un papel destacado en la pérdida de bosques en el mundo.

Un dato ciertamente significativo y sobre todo sumamente revelador del abuso indiscriminado, recurrente e inalterable que de los bosques del mundo se viene haciendo con carácter general por parte de los seres humanos, es que desde el año 1950 hasta el presente (año 2021), han desaparecido prácticamente la mitad de los bosques tropicales húmedos del planeta. También debe ser objeto de profunda reflexión el hecho de que entre la década de los años 80 del Siglo pasado y los albores de la presente centuria los bosques en los países industrializados aumentaron en 20 millones de hectáreas como consecuencia del abandono de cultivos que se convirtieron en matorrales o debido al fomento de repoblaciones y recuperación de cubierta forestal, mientras que en los países del tercer mundo y en vías de desarrollo se perdieron 200 millones de hectáreas de bosque. El resultado de tal dato puede resumirse en que se perdió a nivel mundial cobertura de bosque a un ritmo de 9 millones de hectáreas cada año14. De hecho, lo realmente preocupante es que, a pesar de los esfuerzos realizados por organizaciones, instituciones, grupos y gobiernos, sobre todo desde el último tercio del Siglo XX, actualmente sólo queda en el mundo un tercio de los bosques que existían a principios de dicha centuria.

La tendencia actual, en línea con lo apuntado el párrafo precedente, es que, en la pasada década del presente Siglo XXI, se constata una pérdida neta de bosque en Oceanía, América del Norte y Central y sobre todo en África y América del Sur, mientras que por el contrario aumenta la cobertura forestal en Europa y Asia15. No obstante, sí que es justo decir y reconocer que el ritmo de destrucción de los bosques se ha ralentizado, debido en gran medida, sino en toda, a que cada vez más ha calado y cala en la población y como consecuencia de ello, en los políticos y dirigentes de los diversos países, la importancia de mantener y preservar los bosques existentes. Sin perjuicio de reconocer que dicho dato es efectivamente bueno y positivo, aun así, se viene produciendo una pérdida neta anual de bosques a nivel mundial de unos 75.000 Km2, lo que equivale a prácticamente las tres cuartas partes de la superficie de Portugal o de Castilla y León.

Por otro lado, además del problema de la disminución incontenible de bosques a nivel global, está el de la pérdida de la calidad de los mismos, ya que evidentemente la entidad, categoría, estatus y, por ende, aprovechamientos y ganancias derivadas de los bosques con matorrales o plantaciones no se pueden equiparar, ni mucho menos, con las funciones ambientales y productivas de los bosques nativos y en general de todos aquellos caracterizados por su longevidad y consistencia. De todo ello puede extraerse a modo de resumen que, en definitiva, ningún lugar del mundo es ajeno al desequilibrio que están provocando las actividades humanas en los bosques, en unos casos por pérdida de cobertura forestal y en otros por la calidad de la misma. Cabe destacar dentro de este panorama general que vengo dando sobre la situación de los bosques a nivel mundial y cuya finalidad es mostrar al lector de la presente obra el gravísimo problema existente, que la pérdida más grande de bosques que se está produciendo en los últimos tiempos se concentra, básica y fundamentalmente, en diez países: dos de América del Sur (Brasil y Venezuela), dos Asiáticos (Indonesia y Myanmar, antigua Birmania) y seis Africanos (Sudán, Zambia, Tanzania, Nigeria, República Democrática del Congo y Zimbabue), los cuales suman casi una pérdida total de 8,2 millones de hectáreas anuales, lo que no deja de ser, lisa y llanamente, desolador16.

Quiero terminar este subapartado destacando la importancia del mismo, no sólo por el hecho en sí de mostrar la explotación desmedida e irracional que inexorablemente está llevando a la deforestación más absoluta de aquellos bosques especialmente valiosos desde un punto de vista económico, principalmente por el valor de la madera de los árboles que les conforman, sino porque tal hecho resultó determinante una vez que no sólo se reparó en él –pues desde hacía muchos años era ya conocida tal debacle medioambiental y por qué no decirlo, consentida, o cuanto menos, ignorada–, sino que además se tomó plena concienciación del mismo, para generar el movimiento que finalmente devendría en lo que se conoce como Certificación Forestal17.

La certificación forestal: un instrumento económico de mercado al servicio de la gestión forestal sostenible

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