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4. LA MITOLOGÍA EN HIGINO

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Las Fábulas de Higino constituyen una obra muy rica en cuanto al contenido por la información que proporcionan sobre los más diversos mitos 33 . Puede considerarse, junto con la Biblioteca de Apolodoro, la principal enciclopedia mitológica de la Antigüedad. Y con las Metamorfosis de Ovidio, una de las principales fuentes latinas para el estudio de la mitología clásica. No es, sin embargo, obra de gran valor desde el punto de vista literario. En cuanto a su valoración global, la impresión que nos ofrece es que se trata de un conjunto de fichas temáticas escritas de forma independiente y reagrupadas posteriormente. Una compilación de resúmenes, de obras de teatro de autores griegos fundamentalmente, realizados por el propio autor de las Fábulas, o quizás por un epitomador anterior a quien sigue aquél. Ello explicaría saltos en el vacío dentro de la narración, o repeticiones incesantes de diversos temas, como por ejemplo la fábula L dedicada a Admeto, y la siguiente (LI) dedicada a Alcestis, cuya redacción es casi idéntica; o bien las fabulae CIII y CIV con los temas de Protesilao y de Laodamía; las XII y XIII, etc.

Sin embargo, a diferencia de Apolodoro, que junta los mitos en una narración continua y construye una mitología unitaria que tiene un comienzo y un final, desde la creación del mundo hasta la muerte de Ulises, Higino se limita simplemente a yuxtaponer episodios mitológicos. Una dificultad de comprensión en la lectura de Higino consiste en que la narración es en muchas ocasiones elíptica, y deja ver la preocupación del autor por ofrecer el mayor número de datos posibles, pero no una historia bien narrada que se haga comprensible. Da, pues, la impresión de que se trata de escuetas fichas en las que predomina la información, especialmente los nombres propios, sobre la literatura, como si se tratara de breves recursos mnemotécnicos que le podrían servir al maestro, al rétor, al bardo que debiera cantar las glorias de los héroes pasados, para poder desarrollar una historia que él ya conoce. Hay fábulas enteras sin verbo, como es el catálogo de los griegos que acudieron a Troya (fab . XCVII), resumen en poco más de una página del catálogo de las naves que Homero hace en Ilíada II, o los pretendientes de Helena (LXXXI), los reyes tebanos (LXXVI), etc.

Su extrema obsesión por la recopilación de nombres se ve en algunos detalles concretos como la enumeración de los perros que devoraron a Acteón, que pasan de ser tres en Esquilo a treinta y ocho en Ovidio, y nada menos que a ochenta y cuatro en Higino (fab . CLXXXI), escritos en seca yuxtaposición, sin ninguna referencia concreta a cada uno de ellos, al contrario que Ovidio (Met . III 207-233), salvo la distinción entre machos y hembras. Un segundo ejemplo es el catálogo de los Argonautas (fab . XIV), donde frente a los cincuenta y cinco de Apolonio de Rodas, los cincuenta y cuatro de Diodoro Sículo, los cincuenta y dos en Valerio Flaco, los cincuenta de Argonáuticas órficas y Estacio, y los cuarenta y cinco de Apolodoro, Higino escribe nada menos que sesenta y siete nombres, si bien algunos repetidos o equivocados. Sin embargo, en la lista de hijas de Dánao e hijos de Egipto, en una fábula que nos ha llegado con el texto muy corrupto (CLXX), ha consignado sólo noventa y tres nombres de los cien esperados (cf . Apolodoro, Bibl . II 1, 5).

El objetivo de este acopio de nombres y fuentes es proporcionar las distintas variantes en las genealogías de algunos personajes. Así, por ejemplo, Hécuba es citada cuatro veces como «hija de Ciseo o, como otros dicen, de Dimante» 34 (fab . XCI 1; CXI 1; CCXLIII 1; CCXLIX). O bien las distintas versiones de un mismo mito. De este modo proporciona dos diferentes del mito de Ino (fab . II y IV), Antíope (VII y VIII), Faetonte (CLII A y CLIV), o Amimone (CLXIX y CLXIX A), amén de mitemas repetidos como la pérdida de la sandalia por Jasón (XII 2 y XIII), y de numerosos episodios que iremos encontrando a lo largo de la obra.

Para presentar a algunos héroes, anota la referencia del padre y de la madre, y de ésta a su vez cita al padre y a la madre, y todo ello con distintas variantes. Así ocurre, por ejemplo, con bastantes de los Argonautas, como con Asterión, cuya descripción se va ramificando innecesariamente, habiendo incurrido en varias confusiones como exponemos en las notas correspondientes al texto: «Asterión, hijo de Piremo, tenía por madre a Antígona, hija de Feres, de la ciudad de Pelene. Otros dicen que era hijo de Hiperasio, de la ciudad de Piresia, que se encuentra en la falda del monte Fileo, en Tesalia, lugar en el que confluyen en un solo punto dos ríos de cursos separados, el Apídano y el Enipeo» (fab . XIV 1). Ello convierte la obra en un auténtico nomenclátor, más que en un texto literario. Es evidente que le interesaba la información más que el gusto estético y la composición de un texto bello.

La información es generalmente tan lacónica, que el lector debe conocer previamente el mito, pues muchas de sus fábulas están escritas en un estilo cortado, carecen de detalles explicativos así como de los antecedentes del mito que trata. En caso contrario, lo entenderá difícilmente. Existen fábulas en que la sustitución de los nombres tradicionales con que conocemos un mito por otros procedentes de versiones que nos son desconocidas, hacen el mito poco inteligible, como es el caso de Eleusino (fab . CXLVII). En otras fábulas, las elipsis dificultan notablemente la comprensión, como en fab . CCLXI, donde los saltos en el tiempo provocan interrogantes en el lector, y en fab . CLXXXVI, alusiva al mito de Melanipe.

En ocasiones la sintaxis parece estar en contra de la tradición mítica. Así en XCVI 1: commendavit eum in insulam Scyron ad Lycomeden regem, quem ille inter virgines […] servabat, donde parece que es Aquiles quien preserva a Licomedes, y no al contrario.

El autor de las Fábulas, buen conocedor de Virgilio y de Ovidio, poetas que han influido decisivamente en su contenido, no ha incluido ninguna fábula especial alusiva propiamente a Eneas (aunque éste es citado en varias ocasiones), ni a la fundación de Roma, a sus orígenes, etc., cuando sí encontramos una especial dedicación a la Ilíada (XCVII-CVI) y a la Odisea (CXXV-CXXVI). Ello es más extraño aún teniendo en cuenta que la obra iba destinada al público latino (pensemos en el libro XV de las Metamorfosis de Ovidio amén de la propia Eneida), que ha consagrado una fábula entera a Anquises (XCIV) y que conocía bien los contenidos de la Eneida como para depender del libro II en la fab . CVIII, dedicada al caballo de Troya. Estas ausencias se hacen aún más extrañas si se trata realmente del bibliotecario de Augusto, y si la obra se escribió poco antes del 11 d. C. en que fue acabada la Astronomia . Que la Eneida le era familiar podemos verlo continuamente en toda la obra. Por poner algunos ejemplos, diremos que ha influido en él a la hora de citar algunos nombres propios, como Tersandro, a quien Higino nombra como Tesandro y lo introduce en el caballo de Troya (CVIII 1), variante debida a Virgilio (En . II 261), ya que la versión tradicional lo da por muerto en la segunda expedición contra Tebas; o Criniso en lugar de Crimiso, el dios-río que se unió a Segesta, de quien engendró a Acestes (En . V 38). Del mismo modo, en fab . CCLXXIII 14-19, Higino hace una descripción de los juegos que hubo en Sicilia con motivo de la muerte de Anquises, que son un resumen del libro V de la Eneida . En Prefacio 8, al enumerar a las cincuenta Nereidas, ha seguido el mismo orden de Virgilio (Geórg . IV 336-345). Cita a Harpálice, que aparece por primera vez en la Eneida (I 317), etc.

Mezcla a veces mitos con leyendas, como es el caso de Pitágoras (CXII 3), o la muerte de Eurípides por perros en un templo (CCXLVII 1), o la leyenda de Semíramis (CCXL 2 y CCXLIII 8), etc.

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