Читать книгу La comuna de Paris - Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray - Страница 24

Gambetta

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El 2 de noviembre del 68, día de los difuntos, descubren en el cementerio de Montmartre, bajo una piedra enmohecida, la tumba del representante Baudin, asesinado el 2 de diciembre del 51 en Saint-Antoine. Quentin, redactor de Le Réveil, increpa al Imperio. La multitud grita: «¡Viva la República!». La publicación Pueblo y Juventud habla de venganza y la promete en breve. Le Réveil de Delescluze, L’Avenir National de Peyrat, La Revue Politique de Challemel-Lacour y otros periódicos conquistados por el ejemplo abren una suscripción para erigir a Baudin una tumba que perpetúe su memoria. Hasta Berryer se suscribe. El Imperio lleva a los tribunales a los periodistas y a los oradores del 2 de diciembre. Un abogado joven defiende a Delescluze. Totalmente desconocido para el público, se destaca desde hace algunos años entre la juventud estudiantil y la del foro, donde sorprendió a los maestros en un extraño proceso llamado de los 54. No se entretiene alabando a Baudin. Ya de entrada, Gambetta ataca al Imperio, evoca con trazos de Corneille el 2 de diciembre, encarna el dolor, la cólera, la esperanza de los republicanos; con su voz torrencial, sumerge al fiscal de S. M. Imperial y, con los cabellos flotando al viento, desabrochado, aparece durante una hora como el profeta del castigo. La nueva Francia se vio sacudida como por el alumbramiento de una conciencia. El proceso de Baudin marcó el límite fatal del Imperio. Cometió este la tontería de creer que el 2 de diciembre habría manifestaciones y puso en pie un ejército, dirigido por Pinard,un pequeño ministro del Interior. París, suficientemente vengado, se contentó con reír. El Imperio, ridiculizado, agobió a los periodistas con multas y meses de prisión, clausuró las reuniones públicas y tendió todos sus tentáculos administrativos. Esto ocurría en vísperas de unas elecciones generales.

La misión de los serviles del 63 había terminado. Siguieron a Napoleón iii hasta el crimen de lesa patria. Bastante más culpables que en el 57, dieron a luz la hegemonía prusiana lanzando a Italia en brazos de Prusia. Continuaron financiando la guerra de México, aclamaron a la segunda expedición romana y a Rouher con su: «Jamás, jamás dejará Francia que Italia tenga a Roma por capital».

No hay disculpas para estas bajezas, para estas traiciones. Todos estos diputados oficiales eran altos burgueses, grandes industriales, financieros, emparentados con la administración, el ejército, la magistratura, el clero. Contra su opinión nada podía prevalecer. Preferían seguir viviendo a sabiendas de que, a fin de cuentas, el trabajo lo paga todo. En las elecciones del 69 no tuvieron otro programa que el del emperador, no buscaron otro elector que el ministro. Fue el pueblo quien, una vez más, hubo de salvar las apariencias.

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