Читать книгу La comuna de Paris - Hippolyte Prosper Olivier Lissagaray - Страница 36

El asunto de La Villette

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No había más remedio que esperar. Sin estos fantasmas no se podía hacer nada. La pequeña burguesía parisina creía en la extrema izquierda, ni más ni menos que lo que había creído antes en los ejércitos de Le Boeuf. Los que quisieron ir más allá se estrellaron. El domingo 14, el reducido grupo blanquista que bajo el Imperio nunca había querido mezclarse a los grupos obreros y no creía más que en los golpes de mano, intenta una sublevación. Contra el parecer de Blanqui, a quien se consultó, Eudes, Brideau y sus amigos, atacan en La Villette el puesto de zapadores bomberos, en el que se guardan algunas armas. Hieren al centinela y matan a uno de los gendarmes que acuden al lugar del asalto. Dueños del terreno, los blanquistas recorren el bulevar exterior, hasta Belleville, gritando: «¡Viva la República!» «¡Mueran los prusianos!». Lejos de constituir un reguero de pólvora, hacen el vacío en torno suyo. La multitud los mira de lejos, asombrada, inmóvil, inducida a la sospecha por los policías que la desviaban del verdadero enemigo: el Imperio. Gambetta, pésimamente informado acerca de los medios revolucionarios, pidió que se juzgase a las personas detenidas. El consejo de guerra solicitó seis penas de muerte. Para impedir estos suplicios, algunos hombres de corazón fueron a visitar a George Sand y a Michelet, que les dio una carta conmovedora. El Imperio no tuvo tiempo de llevar a cabo las ejecuciones.

El general Trochu escribió también unas líneas: «Pido a los hombres de todos los partidos que hagan justicia con sus propias manos a esos hombres que no ven en las desgracias públicas más que una ocasión para satisfacer detestables apetitos». Napoleón iii acababa de nombrarle gobernador de París y comandante en jefe de las fuerzas reunidas para su defensa. Este militar, cuya única gloria consistía en unos cuantos folletos, era el ídolo de los liberales por haber criticado al Imperio. A los parisinos les cayó en gracia porque tenía buen tipo, hablaba bien y no había fusilado a nadie en los bulevares. Con Trochu en París y Bazaine fuera, todo podía esperarse.

El día 20 de agosto, Palikao anuncia desde la tribuna que Bazaine ha rechazado a tres cuerpos de ejército en Jaumont el día 18. Se trataba de la batalla de Gravelotte, cuyo último resultado fue dejar incomunicado a Bazaine con París y arrojarle hacia Metz. Pronto se abre camino la verdad: Bazaine está bloqueado. El Cuerpo Legislativo no dice una palabra. Aún queda un ejército libre, el de Mac-Mahon, mezcla de soldados vencidos y de tropas bisoñas; poco más de cien mil hombres. Ocupa Châlons, puede resguardar a París. El propio Mac-Mahon se ha dado cuenta de ello según dicen, y quiere retroceder. Palikao, la emperatriz y Rouher se lo prohíben y telegrafían al emperador: «Si abandonáis a Bazaine, estalla la revolución en París». El temor a la revolución es para las Tullerías una obsesión mayor que el miedo a Prusia. Tanto es así, que mandan a Beauvais, en vagón celular, a casi todos los presos políticos de Sainte-Pélagie.

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