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El principio del fin

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Su caída será fulminante. Su primer parte a Francia trae la noticia de que su hijo ha recibido un balazo en el campo de batalla de Sarrebruck, escaramuza insignificante transformada en victoria. Apenas llegado a Metz, se derrumba; sus lugartenientes no obedecen a sus órdenes y se hacen derrotar a su antojo. Aquel ejército prusiano que negaba el jefe de Estado Mayor Le Boeuf, enfrenta desde finales de julio cuatrocientos cincuenta mil hombres a los doscientos cuarenta mil franceses, penosamente desperdigados por nuestra frontera. Esta es invadida por el enemigo, que nos ataca el 4 de agosto, y destroza en Wissembourg la división Abel Douay; el día 6, en Spickeren-Forbach, a Frossard, el preceptor del joven héroe de Sarrebruck; el mismo día, en WorthFroeschwiller, derrota a todo el cuerpo de Mac-Mahon, cuyos restos huyen atropellándose. El águila de hojalata dorada ha caído de la bandera. Napoleón iii telegrafía a su mujer: «Todo está perdido, tratad de sosteneros en París».

Toda la guerra ofrece una buena presa a la Bolsa. La de Crimea tuvo el canard tártaro; esta otra tuvo, el día 6, el «canard» mac-mahoniano: veinticinco mil enemigos y el príncipe Carlos, prisioneros. París se engalana, la gente se abraza, canta La Marsellesa; a última hora, se acuerda comprobar la noticia. Era falsa; el Ministerio lo anuncia así a las seis de la tarde, dice que sabe –mentira– quién ha sido el falsario y que lo persigue. La verdadera victoria fue una jugada de Bolsa.

El día 7, ya no hubo más remedio que confesar los desastres. Por mucho que Emile Ollivier amañe los partes, por más que la española declame a lo María Teresa: «¡Seré la primera en el peligro!», lo único que ve París es la invasión. La República, el gran recurso de las horas trágicas, la que expulsó a los prusianos de Valmy, está en todas las bocas. Emile Ollivier proclama el estado de sitio, lanza a los gendarmes contra los grupos, no quiere convocar al Cuerpo Legislativo. Sus colegas le obligan a ello; entonces hace anunciar que toda manifestación será considerada como signo de connivencia con el enemigo, y que en el bolsillo de un espía prusiano se ha encontrado este parte: «¡Valor! ¡París se subleva, el Ejército francés será cogido entre dos fuegos!». Algunos diputados de la izquierda y varios periódicos han pedido que se arme inmediatamente a todos los ciudadanos. Emile Ollivier amenaza a los periódicos con la ley marcial. Vana amenaza. Desde que la patria está en peligro, renacen las energías. El 9 de agosto, en la apertura del Cuerpo Legislativo parece lucir, por un momento, la esperanza de salvación.

No fue más que un relámpago. La izquierda siguió siendo la izquierda, desconfiando de un pueblo que, por su parte, se muestra reticente a tomar la iniciativa. El 10 de agosto rechazó lo que se le ofrecía, y dejó que la espada prusiana entrara hasta la empuñadura.

54.- A cuatro (el 14 de junio de 1861). (N. del ed.)

55.- Hoy plaza de la República.

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