Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 47

El cementerio de Al-sheik

Оглавление

Mi estadía en Pakistán se desarrolló en un periodo bien turbulento de la historia de ese país, pues coincidió con la guerra de Afganistán, la insurgencia de los talibanes en Islamabad y el derrocamiento del gobierno militar del General Musharraf. El ambiente político era muy difícil y empeoró con el asesinato de la ex primera ministra Benazir Bhutto a pocas cuadras de mi oficina. Tuve la suerte de contar con los agregados militares de Chile, quienes, advertidos como diplomáticos, nos avisaban de posibles asonadas.

Una tarde nos avisaron de un inminente acontecimiento que podía ir desde un golpe de estado a un atentado contra extranjeros, que ya se habían hecho frecuentes en Islamabad con gran cantidad de muertos. El mensaje era claro: debía evacuar la ciudad junto a los otros chilenos, para lo cual se nos ofreció generosamente una casa en las afueras de la ciudad.

A media mañana del sábado llegamos a Al-sheik, un milenario pueblito rural inmerso en la árida llanura de Rawal. La aldea tenía calles empedradas e irregulares que subían por una colina entre casas de barro y mercados hasta una vieja mezquita, desde la cual se podía observar el valle. Los niños nos seguían y los comerciantes nos ofrecían alegres sus mercancías, sin sospechar que podría haber una revolución a pocos kilómetros.

El sacerdote mullah, un anciano encantador con nobles barbas blancas, nos ofreció la mezquita para descansar y pudimos recorrer libremente su interior y el cementerio que había en su proximidad. Nos contó que la construcción tenía más de mil años, pero era constantemente refaccionada por los aldeanos. El cementerio, sin embargo, envejecía sin mayores cuidados, y al igual que en otros pueblos, los niños jugaban entre sus viejas tumbas de piedra donde pacía un rebaño de cabras.

Nos llamó la atención una tumba con una cruz grabada y un nombre escrito en inglés. El viejo sacerdote nos contó que se trataba de un fusilero escocés que había llegado agónico después de una batalla, y necesitó varios años para sanar de sus graves lesiones y recuperar totalmente la memoria. Tenía un apellido que empezaba con Mac y no recuerdo qué más, y los habitantes del pueblo lo acogieron siguiendo las enseñanzas del islam, a pesar de ser un enemigo infiel al que nunca alguien reclamó en tan miserable aldea.

Vivió durante más de quince años en el pueblo hasta que recuperó la memoria y decidió viajar a Delhi a reportar su situación. Sin embargo, sus datos ya no existían pues los británicos lo habían registrado como muerto en acción y así figuraba hacía demasiado tiempo. Buscó informar a los oficiales británicos, pero sus camaradas habían sido hacía mucho repatriados y en esos años los ejércitos ingleses e hindúes combatían en los frentes europeos durante la primera guerra mundial. Escribió cartas a su antigua dirección en Edimburgo, pero todas fueron devueltas.

El escocés constató que hacía mucho que no existía ni para su familia ni para nadie, y profundamente deprimido se volvió al pueblo que lo había acogido, donde murió de pena y fiebre al poco tiempo. Los aldeanos decidieron enterrarlo en el cementerio a pesar de ser infiel y grabaron una cruz en su lápida que ha permanecido allí por más de cien años.

Algo parecido pasó en el cementerio de Marchigüe, pues aunque parezca mentira, un general inglés de los ejércitos de su majestad británica en Afganistán y Palestina fue enterrado allí junto a una hija. Se trata de otro misterio insondable olvidado en una abandonada tumba.

Volviendo a Pakistán, le pregunté al viejo Imán sobre si alguien había intentado comunicarse con posterioridad y con dulzura me respondió que jamás habían dejado de buscar a sus familiares para que pudiesen ser enterrados cristianamente, incluso se había publicado poco tiempo atrás la historia en Internet, pero jamás recibieron una respuesta. Por la tarde volvimos a Islamabad, donde nada sucedió.

Para hacer el cuento corto...

Подняться наверх