Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 60
El cristo de Chiu Chiu
ОглавлениеTrabajé a principio de los 80s en el Ministerio de Justicia en un equipo de trabajo destinado a modernizar los sistemas judiciales del país. Era una pega compleja pues nuestras contrapartes eran los jueces, quienes entonces eran poco proclives a innovar sus viejos procedimientos. Recuerdo haber instalado un computador a un juez de la Corte Suprema, que permitía procesar textos y pidió a gritos que le sacaran el satánico aparato del escritorio.
Se buscaba informatizar los procedimientos judiciales y había mucha resistencia a pesar de que los argumentos sobraban por los miles de causas impunes por el desorden y la corrupción. Para experimentar se eligió un juez innovador de Antofagasta para que en su magistratura se desarrollara un plan piloto y se pudiera probar algunas técnicas muy básicas.
Me integré a un equipo con otros tres profesionales escogidos con pinzas: un administrativo del Poder Judicial, un informático hijo de un alto juez y otra ingeniera que era además monja de esas que no usan hábitos. Todos los frentes habían sido cubiertos para nuestro mejor éxito. Hicimos un buen trabajo y aprovechamos los días feriados para recorrer la región. Fuimos a Chuquicamata y desde ahí, al altiplano a conocer por pésimos caminos de tierra, los pequeños pueblos que entonces eran absolutamente rústicos y aislados en el majestuoso paisaje de los nevados volcanes y las pampas de coirón.
San Pedro era un lugar apenas conocido por las excavaciones arqueológicas del padre LePaige, que recorrimos caminado por sus calles de tierra, de la misma que estaban hechas sus casas e iglesia; Toconao nos sorprendió con un funeral en un atardecer mágico; en Caspana nos tocó la fiesta de las acequias en que el pueblo rogaba por sus cosechas al son de diabladas y una borrachera descomunal. En Chiu Chiu visitamos su iglesia de adobe y techo de paja, construida por los conquistadores y pintada a la cal con puertas y ventanas de cactus que nadie se preocupaba en cerrar. Recorrimos Ayquina, Toconce, Socaire y otros lugares preciosos pero muy abandonados.
De vuelta en Antofagasta y cuando ya nos devolvíamos a Santiago, la policía de Investigaciones del aeropuerto detuvo a la monja por ser sospechosa de haber robado una imagen religiosa desde la parroquia de Chiu Chiu. Quedamos atónitos y fuimos citados a declarar como testigos, lo que podríamos hacer por exhorto desde Santiago en atención a nuestro viaje. Nuestra buena amiga monja, quedó detenida, pero fue socorrida por el juez.
Ya de vuelta en Santiago, supimos que ella había sido imputada y dejada en libertad condicional, por robar un Cristo colonial de madera policromada avaluado en una millonada de dólares el mismo día de nuestra visita. Todos recordamos la hermosa efigie y nos sorprendimos de que siendo tan valiosa careciera de resguardo, pues las puertas estaban sin llave y nadie había que la cuidase. Solo había un viejo libro de visitas que firmamos todos y que imaginábamos era la fuente de información con que contaban los detectives.
No fueron días fáciles declarando en los juzgados e interrogados inquisitoriamente por los jueces del crimen, hasta que se descubrió a un anticuario intentando vender la imagen, que fue de inmediato recuperada para la comunidad de Chiu Chiu. Había sido robada por unos vagos que al ver la oportunidad que se les presentaba, se hicieron de él y vendieron a vil precio.
Fuimos sobreseídos de la causa, pero lo más ridículo terminó siendo el raciocinio policial para imputar a un ciudadano de tan feo delito. Quién más podría ser culpable del robo del Cristo, sino una religiosa que estampó su firma y nombre en el libro de visitas de ese día. Estaba claro como el agua.