Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 50
Padrino de Boda en Pakistán
ОглавлениеAhmed era mi edecán en Pakistán, pues gracias a su inglés aprendido en Gran Bretaña, apoyaba nuestra misión del Banco Mundial. Siempre estaba gentilmente a mis órdenes y continuamente me conducía cuando necesitaba movilizarme. Aprendí a estimarlo mucho y conocí a su familia en varias oportunidades, cuando pude conversar con su hija Zoraida, de quince años, quien ante mí debía cubrir su cara con un chal de seda. Más de alguna vez debí contenerme ante mi casi automática reacción de darle un beso en la mejilla, que en Chile habría sido una mera cortesía, pero en Pakistán hubiera sido una afrenta terrible. A las mujeres jamás se les podía tocar pues un simple apretón de manos hubiera significado un sacrilegio.
Estando un día en la oficina, Ahmed se me acercó con unos papeles para indicarme solemnemente que, tras una concertada reunión familiar, se me había designado como padrino matrimonial de Zoraida, quien debía encontrar novio apenas cumpliese dieciséis años. Ser padrino en Pakistán es muchísimo más serio que en Chile, pues allá es quien decide el novio para su ahijada. Me entregó con formalidad los currículums con foto, nombres, estudios y experiencia laboral de tres muchachos que la red casamentera de Pakistán había seleccionado para ella, cuando los padres buscaron cuidadosamente el mejor novio para pactar el matrimonio de su hija.
La costumbre era conducida con solemnidad por los padres y en nada correspondía al intercambio de una hija por tres ovejas y un camello, con que occidente ha caricaturizado lo que nosotros llamábamos dote hace no tanto tiempo. Esa tradición podía incluir un padrino para elegir al mejor candidato entre aquellos seleccionados meticulosamente por las celestinas y haber sido designado como tal, constituyó un honrosísimo compromiso. Quedé perplejo y no atiné a articular palabra alguna ante tan insólita petición hasta que percibí la angustiosa mirada de ruego de mi buen edecán. Haberme negado, habría sido una terrible afrenta a la familia.
Aún en estado de shock, me propuse revisar las fotos que poco me decían y sus datos, que me eran absolutamente insuficientes para evaluarlos como maridos. Estando consciente de la tremenda responsabilidad que asumía, le planteé la necesidad de someterlos a un cuestionario para saber más de ellos, lo que celebró mucho. De inmediato envié un mensaje a mi hija psicóloga pidiéndole esas plantillas de reclutamiento de personal con preguntas entrecruzadas, sin indicarle el motivo, pues de haber sabido la verdad, ni me habría contestado.
Apenas llegadas las respuestas, pude hacerme una mejor idea de cada candidato y reflexivamente elegí a un joven ingeniero originario de Multán, una tórrida ciudad camino a Karachi. Rogando a Dios que mi intuición no me traicionase, aproveché de condicionar el matrimonio para cuando ella cumpliera los dieciocho años. Esto fue aceptado y de inmediato se anunció el compromiso, a pesar de que los novios no se verían sino hasta el día de su boda.
Se visitaron mutuamente los futuros consuegros, los futuros novios se presentaron separadamente ante sus nuevas familias, y me atreví a contarle la verdad a mi hija, que terminó indignada con mi padrinazgo, a pesar de explicarle la imposibilidad absoluta de negarme.
Dejé para siempre Pakistán cuando expiró mi contrato a fines de 2009 y me olvidé del asunto, hasta que tres años después recibí un primoroso parte de matrimonio firmado por los novios, invitándome a la ceremonia nupcial donde yo ocuparía un sitial de honor. Desgraciadamente me era imposible viajar y me excusé de hacerlo en una carta llena de felicitaciones y bendiciones. Un mes después recibí las fotografías del matrimonio en que el novio lucía un satinado traje de sultán con turbante y pluma junto a Zoraida que aparecía espléndidamente vestida de seda y lentejuelas. Otras fotos mostraban la secuencia del novio conociendo a la novia tras descubrir su velo nupcial, y varias escenas del festín que duró tres largos días.
En todas las fotos se veía un asiento desocupado al lado de los novios, quienes me hicieron saber que honrosamente me correspondía.