Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 51
Aguantando como se podía
ОглавлениеCorría el año 1973 con su feroz carga política en un país desgarrado por los ideologismos que nos llevaron a odiar familiares, compañeros y amigos, por el solo hecho de enarbolar banderas distintas. Mi padre había tenido un infarto por la tensión que se vivía en el campo donde había invertido todos los ahorros de su vida y a los veinte años debí hacerme cargo de Marchigüe, un campo ovejero absolutamente improductivo, que se mantenía por ese entrañable amor a la tierra de quienes desde chicos se nos inculcó el ideal de la vida campesina. No me fue tarea fácil armonizar mi ingeniería con la administración de un fundo distante entonces a cinco horas de Santiago.
A pesar de calcular mil veces los imposibles números del campo, caí hechizado por esa tierra que mi madre me pedía defendiera como fuese posible, invocando todo tipo de argumentos, pero cuya razón principal era sin dudas, el no abandonar los restos de su hijo menor, muerto recién nacido y enterrado bajo un maitén de las casas. Sin embargo, mi padre estaba seguro de que nos sería arbitrariamente arrebatado, pues la agresiva agitación campesina era agobiante y se inventaban a diario conflictos que sirvieran de pretexto a la expropiación por parte de la Corporación de Reforma Agraria, durante la Unidad Popular.
Desde el año 1970 al 73, hice cuanto pude para administrar de la mejor forma posible esa tierra que adorábamos, pero que no producía más que gastos y angustias. Después de las clases de los viernes, en vez de tomar la “liebre” de vuelta a casa, tomaba el bus o el tren que me llevaba a Marchigüe. Llegaba de noche a la estación y camino al campo era frecuente escuchar altoparlantes difundiendo canciones panfletarias y esquivar mítines políticos que azuzaban la revolución vociferando contra los patrones. Al pasar nadie me miraba o lo hacían con desprecio, a pesar de haber compartido largas cabalgatas y sido un buen compañero de pichanga de muchos de los agitadores.
A pesar del terror, logramos sobrevivir los tres años que gobernó Allende. Sin embargo, en agosto de 1973, recibí una llamada urgente de nuestro administrador, advirtiéndome que al día siguiente se tomarían el campo. Se había enterado de oídas y esperaba instrucciones para resguardar lo que fuese posible. Salimos a medianoche desde Santiago con mi padre y un par de amigos llevando cada uno un revólver. La densa y baja niebla apenas nos permitió llegar al fundo cuando salía el sol y ya estaban apostadas varias camionetas con banderas y agitadores en la entrada.
Mi padre nos pidió que guardásemos las armas y nos retiráramos a una distancia prudente, pues él iba a conferenciar con los agitadores, dentro de los cuales no había absolutamente nadie del fundo. En algo más de una hora, los revoltosos se desbandaron pacíficamente y volvió mi padre con una sonrisa socarrona mostrándonos un papel firmado y sellado.
Lo último que hizo mi padre por ese campo, fue ofrecerlo en venta al Estado, sabiendo que el ministro de agricultura necesitaba construir allí, urgentemente gallineros para combatir el desabastecimiento. Fue muy astuto al valerse del comisario agrícola provincial para firmar una promesa de venta a un precio ridículamente bajo e incitar el orgullo del funcionario para demostrar su mérito ante sus jefes. Apenas fue advertido de la toma, llegó al campo y antes de una hora él mismo había desmantelado la inminente expropiación de la CORA que le habría arrebatado todos sus honores. El ardid dio resultado y la promesa firmada en un papel sellado, antes de un mes terminó siendo solo un pedazo de papel. El resto es historia.