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El avión de los uruguayos

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Por esas cosas de la vida, me tocó vivir de cerca el increíble caso de los rugbistas uruguayos accidentados en la cordillera en 1972. En el colegio San Ignacio fui compañero de curso y muy amigo de Pedro Algorta, uno de los sobrevivientes que había vivido en Chile pues su padre era funcionario del BID. En la universidad nos fuimos distanciando pues seguimos diferentes carreras y un par de años más tarde supe que había vuelto a su país por la re destinación de su padre.

Un año después supe que vendría a Chile integrando un equipo de rugby uruguayo y nos preparamos para recibirlo. Todo iba bien hasta que supimos que el avión Fairchild de la fuerza aérea uruguaya que los traía, había desaparecido cruzando la cordillera. Todas las alertas se encendieron y desencadenaron una intensa e infructuosa operación de búsqueda y rescate, desorientada por la última información que el piloto había alcanzado a reportar.

La búsqueda fue terminada ante las imposibles condiciones climáticas y sus amigos concurrimos consternados a un funeral de cuerpo ausente en la capilla del colegio. Era el primer compañero que nos dejaba y fue muy triste saludar en esas condiciones a su familia, en especial a su eterna polola que apenas unos días antes lo esperaba alegre.

Pasados tres meses, llegando de vuelta a casa en plena época de exámenes, mi madre me recibió muy feliz pues en la televisión habían anunciado que existían sobrevivientes y que Pedro estaba entre ellos. Con varios conmocionados compañeros partimos rápidamente a San Fernando, adonde llegamos al tiempo que los últimos sobrevivientes descendían de los helicópteros de rescate. Aún los helicópteros iban y venían rescatando sobrevivientes para trasladarlos al vetusto hospital de San Fernando. Se había congregado la prensa y aparecían acongojados los primeros parientes que viajaron apenas supieron que había vestigios del siniestrado avión.

Recién se había sabido que el piloto temerariamente cruzó la cordillera frente a San Fernando contraviniendo la indicación de evitar una tormenta cruzando por Curicó y mintió acerca de su ruta. Lastimosamente esa falsedad desinformó a los esfuerzos de búsqueda que buscaron infructuosamente en aquellos lugares que supuestamente cubría la ruta de vuelo. Curiosamente siempre relacioné los supuestos últimos minutos de Pedro con nuestro campo de Chimbarongo adonde íbamos con él de vacaciones y que estaba ubicado valle abajo del lugar del accidente, lejos de donde lo buscaban.

Pude entrar al hospital pues contaba con un carné de reportero que conseguí trabajando en la Radio Corporación durante las largas huelgas universitarias. Pude verlo, no sin antes entrevistarme con un comando de la fuerza aérea, quien me explicó y exigió que tomase con la mayor naturalidad todo lo que mi amigo necesitaría desahogar, pues habían penosamente sobrevivido alimentándose de los restos de sus compañeros.

Fue impactante entrar a verlo y encontrar su sonrisa que destacaba entre el pelo que le caía desgreñado sobre la cara que había adquirido un color cobrizo obscuro. Estaba muy delgado y me impresionó ver sus esqueléticos brazos blancos cubiertos del sol por meses, junto a sus obscuras muñecas quemadas por la nieve.

Estaba alegre y aún incrédulo, no tardó en contarme todo lo acontecido en los diez minutos que me permitieron estar con él. Después volvió a su país, estudió en Estados Unidos y tras ser un exitoso ejecutivo en Argentina, se retiró al campo y dedicó a escribir sobre el tema del que se han editado varios libros y hecho un par de películas.

En el año 2012, nos visitó en Marchigüe y tuvimos largas y entretenidas charlas con nuestros hijos. Ha terminado siendo escritor y un formidable conferencista capacitando a ejecutivos sobre cómo tomar decisiones en circunstancias dramáticas, enfatizando con crudos ejemplos que quienes sustentan el poder real de cualquier organización, son quienes administran los siempre escasos recursos disponibles.

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