Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 62

Un generoso hombre
de campo

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Mi padre lo encontró viviendo bajo un puente cerca de nuestro campo. Nadie lo conocía y no podía pasar desapercibido. Tenía once años y el conviviente de su madre lo había echado de su casa apenas murió ella. Llevaba varios días sin comer deambulando desorientado por más de treinta kilómetros.

Debió ser el año 1950 y no existían la información ni las leyes actuales, así que lo acogió y, apenas le dio de comer, lo envió a bañarse en el baño de las ovejas para matarle las pulgas y los piojos. Lo vistió con ropa vieja, el maestro del fundo le hizo unas ojotas y alguien le cortó el pelo.

Desde entonces no se movió de allí, pues mi padre le buscaba pequeñas pegas en el jardín; le enseñó a ensillar sus caballos y le acomodó un lugar en el granero para dormir. Al poco tiempo, madrugaba sonriente para hacer sus quehaceres.

Buscaron a su familia durante mucho tiempo, pero no fue posible encontrarlos por su difícil situación, ya que no tenía papeles y al parecer nunca los había tenido, aunque aseguraba llamarse “Jeneroso Parra” y lo podía escribir. En esos años los niños eran “pasados por el civil” cuando con suerte iban a la escuela, lo que raramente sucedía antes de los diez años.

Durante mucho tiempo colaboraba en lo que se necesitara, ya fuese barriendo, regando o yendo de compras menores al pueblo, no sin que antes mi mamá le enseñara el valor de los billetes y a contar el vuelto. Por último, se le dio una pieza desocupada al lado de las cocheras cuando se pudo conseguir su primer certificado de identidad. Me lo regaló emocionado cuando no hace mucho, lo fui a visitar al pueblo donde ahora vive. Mi padre, que era abogado, consiguió inscribirlo con su verdadero nombre, del que siempre fue orgulloso, y recién de viejo supo quién había sido su padre.

Después fue trabajador de campo y por años circulaba con una pala al hombro, hasta que llegó a ser ovejero cuando aprendió a esquilar y se puso botas. Para mí, mis hermanos y mis primos, fue nuestro héroe infantil que calzaba a la perfección con los famosos cow-boys de esa época y lo acompañábamos de madrugada a arrear el ganado. Dábamos la vuelta al día comiendo por el camino los sándwiches de pan negro, charqui y ají que nos preparaba el casero, mientras aprendíamos a silbar a los perros y apurar al ganado con gritos. De vuelta mi madre nos esperaba con sandía y harina tostada.

Generoso fue buen futbolista y llegó a ser un temible defensa lateral de un club de Marchigüe, a donde lo íbamos a ver jugar los días domingo. Sin embargo, un día cambió su caballo por una bicicleta de media pista y se largó a recorrer el mundo a pesar de los consejos de mi padre, quien había terminado siendo su padrino. Todos lloramos su partida mientras lo vimos alejarse camino al pueblo llevando una vieja maleta.

Volvió años después para casarse con una mujer algo mayor y se arranchó en el fundo donde siempre nos recibía alegre en su casa del potrero más alejado del campo. En invierno nos invitaba a desmontar para comer junto al brasero empanadas de chagual, y tomar café de trigo tostado.

Aún vive. Se jubiló hace muchos años y lo visito a menudo. Le pido siempre que me describa la única vez que en su vida fue a ver jugar a Colo-Colo en el estadio nacional, la que narra alegre como un niño, aunque cada vez que se acuerda de mi padre, no puede contener las lágrimas.

Para hacer el cuento corto...

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