Читать книгу Para hacer el cuento corto... - Hugo Hanisch Ovalle - Страница 52
La ciudad santa de Jerusalén
ОглавлениеUn buen amigo me convenció en Islamabad de viajar a tierra santa. Dudé mucho en tomar la decisión, pues era casi imposible entrar a Israel con un pasaporte timbrado en Pakistán. Viajé primero a Dubái para allí transbordar con otro pasaporte a un vuelo de Royal Jordanian Airlines con destino a Amman y de ahí a Jerusalén. Esa compañía aérea era, junto a Turkish Airlines, las únicas aerolíneas de países musulmanes autorizadas a viajar a Israel. Eran tantas las recomendaciones que se narraban en Tripadvisor para evitar vejámenes fronterizos, que me inquietaba cambiar de pasaporte y tenía serias dudas de poder ingresar al país, por lo que planeé ese intricado itinerario
Afortunadamente nadie me dijo nada a mi llegada y al cabo de una hora estaba en mi habitación de un hostal árabe en el centro del Jerusalén histórico, donde no podían circular vehículos. Era un edificio de cuatro pisos entre la VI y VII estación del vía crucis, que a esa altura era un gran baratillo donde cientos de comerciantes vendían frutas y verduras, carne, zapatos, plásticos, artículos religiosos y ropa interior. El hotel tenía una azotea techada con vista panorámica a la ciudad vieja, desde donde, tomando un buen té, se podía observar toda la ciudad al son de las campanas cristianas y las plegarias de los muecines.
Después de salir a reconocer la impronta de la ciudad vieja, recorrí las catorce estaciones de la “Vía Dolorosa”, donde cada estación daría para una crónica: El huerto de Getsemaní en las afueras, la flagelación y el juicio de Pilatos en el barrio católico, toda la cuesta arriba del calvario con sus tres caídas, el manto de verónica y el apoyo del Cireneo en el barrio musulmán, para terminar en el barrio ortodoxo griego con toda la crucifixión bajo la ruinosa basílica del Santo Sepulcro, llena de cicatrices de su turbulenta historia. Hice y rehíce el calvario en una catarsis espiritual, escuchando desde La Pasión según San Mateo de Bach hasta Jesucristo superestrella.
Hacia el poniente está el barrio judío al lado del Muro de los Lamentos, donde es conmovedora la devoción de sus fieles guiados por unos viejos y venerables rabinos de barba blanca y ancho sombrero de piel. Cada esquina de la ciudad tenía un inmenso significado religioso que ojalá hubiese sido un remanso de paz, pero la tensión se cortaba con tijeras entre árabes e israelíes. En mi viaje a Belén sentí que esa tensión se hacía carne con el ignominioso muro que los separaba físicamente. Traspasar los amenazantes filtros de seguridad era cruel y tortuoso para los residentes, aunque yo apenas enseñé de lejos mi pasaporte.
Belén era una ciudad evocadora de paz, desde la cueva de los pastorcitos y la gruta de la leche, hasta la basílica de la natividad. Sin embargo, por su situación fronteriza estaba llena de estrictos controles que abrumaban a sus paisanos, muchos de los cuales eran cristianos.
Habiendo visitado Belén, debí volver a cruzar la frontera entre Palestina e Israel, pero a una hora punta que me significó tres horas en la fila. De nuevo nadie me pidió el pasaporte a pesar de que los palestinos eran sometidos a inspecciones vejatorias. No terminaba de entender por qué capeaba con tanta facilidad los tortuosos controles.
Llegué de vuelta a Jerusalén y al día siguiente inicié mi viaje de retorno a través de la puerta de Jericó. Casi perdí el avión, pues los judíos no trabajaban los sábados y había que buscar taxistas árabes, que no eran fáciles de encontrar en ese barrio, y la mochila me pesaba. Otra vez me inquietó enfrentar los controles migratorios y preparé el discreto recambio de pasaportes, pues recíprocamente, quien tenía timbrada una entrada a Israel, no podía ingresar a Pakistán.
Antes de entrar a la zona de embarque del aeropuerto, entre militares armados hasta los dientes, un muy amable policía de civil se me acercó y preguntó cómo había sido mi estadía en Jerusalén y si volvía ya a Pakistán (!). Aterrado, le contesté afirmativamente. Me deseó suerte y se despidió con un ¿Y qué tal fue su viaje a Belén ayer?