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Kuala Lumpur medieval

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Partí a Vietnam y Camboya desde Melbourne, en una línea aérea de bajo costo que une Australia con las ciudades del sudeste asiático. Air-Asia es una aerolínea malasia que contaba con una flota bastante mayor que nuestra Lan Chile y tenía su sede en Kuala Lumpur, capital de Malasia. Sus aviones eran tan buenos como los que llegaban a Chile, solo que había que pedir asiento de pasillo pues los asiáticos son más bajos y estaban hechos para piernas más cortas. No servían ni siquiera un vaso de agua, pero el precio era un 40% más barato y bien valía la pena prepararse unos sándwiches.

En Kuala Lumpur, la aerolínea tenía un aeropuerto propio y completo para sí, aún más grande que el gubernamental, con el que compartía las pistas de aterrizaje. Por el aeropuerto KLIA 2 (así se llamaba) circulaban cuarenta y cinco millones de pasajeros al año y tenía ochenta mangas de acceso, o sea, unas siete veces nuestro Pudahuel. El aeropuerto era el enclave de cientos de rutas aéreas que conectaban Asia, Oceanía y Europa, al que se accedía por un veloz tren desde la ciudad.

Hice escala en Kuala Lumpur y aproveché de conocer y recorrer la ciudad, cuyo gran atractivo eran las torres Petronas que, sin lugar a duda, eran espectaculares, en especial cuando se iluminaban de noche. El resto de Kuala Lumpur no era ni chicha ni limonada, pues carecía del encanto de las ciudades del sudeste asiático y no tenía aún el desarrollo comercial de Hong-Kong o Singapur.

Los vuelos se iniciaban muy temprano por la mañana y el aeropuerto debía permanecer abierto toda la noche por las largas esperas de los pasajeros. Como el tren funcionaba solo hasta medianoche, en el terminal aéreo debían pernoctar cientos de pasajeros que quedaban atrapados entre las ventanillas de migración y los filtros de seguridad que se activaban solo poco antes de los abordajes. El aeropuerto era gigantesco, pero nunca fue diseñado para un alojamiento masivo.

En sus inmensos pasillos, resplandecían las tiendas de marca aprovechando la zona libre de impuestos, pero durante la noche cerraban, dejando los pasillos convertidos en verdaderos socavones mal iluminados, en los cuales los pasajeros pernoctaban acomodándose en el suelo. Naturalmente, la gente se distribuía a los costados para dormitar sin interrumpir el tráfico de pasajeros que iban llegando con cuentagotas durante toda la noche. Los pasillos eran muy largos pues debían permitir el acceso a tantas mangas de abordaje y en toda su extensión era posible ver gente recostada durmiendo en el suelo. Muchas eran familias completas que organizaban verdaderos campamentos desplegando frazadas y colchonetas donde dormían niños y abuelos resguardados por el duermevela de los adultos. Sin embargo, la mayoría eran jóvenes que viajaban aprovechando los bajos precios de las líneas aéreas que, por regla general, se cubrían con capuchas y no paraban de usar sus celulares con cualquier motivo.

Resultaba impresionante caminar en pleno siglo XXI por un inmenso corredor en penumbras que asemejaba a una gran gruta, flanqueado por interminables hileras de sujetos encapuchados a cada lado con sus caras mal iluminadas por las pantallas de sus celulares, que asemejaban velas encendidas. Parecía ser una procesión medieval de monjes capuchinos sacada de una novela de Ken Follett. Para colmo, sus conversaciones apagadas recordaban una especie de canto en sordina propio de un funeral.

Si alguien despertara de un sueño de mil años, creería en el milagro de la resurrección, pues después del velorio y como por arte de magia, a las cinco de la mañana se encendieron todas las luces, todo se puso instantánea y frenéticamente en movimiento, y se abrieron como por arte de magia las deslumbrantes tiendas del duty free para mayor consumo de todos.

Para hacer el cuento corto...

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