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6

El abogado de oficio no apareció. Reacher dormitó durante dos horas, hasta que el policía que lo había arrestado bajó haciendo ruido por las escaleras, abrió la celda y le hizo un gesto para que saliera.

—El juez está listo.

Reacher bostezó.

—Aún no me han acusado de nada y no he visto a mi abogado.

—Eso dígaselo al juez, no a mí.

—Pero ¿qué sistema de mierda tienen ustedes?

—El que hemos tenido siempre.

—Pues prefiero quedarme aquí dentro.

—Podría llamar a sus tres amigos para que vinieran a hacerle una visita.

—Ahorre gasolina y envíelos al hospital directamente.

—Podría esposarle a la cama.

—¿Usted solo?

—Podría bajar con una pistola aturdidora.

—¿Vive usted en el pueblo?

—¿Por?

—Porque puede que algún día venga a hacerle una visita.

—Lo dudo mucho.

El policía se quedó esperando. Reacher se encogió de hombros y puso los pies en el suelo. Se levantó y salió de la celda. Caminaba con cierta torpeza porque no llevaba los cordones. Por las escaleras tuvo que recoger los dedos de los pies con fuerza para que no se le salieran los zapatos. Pasó por delante de la recepción arrastrando los pies y siguió al policía hasta el primer piso. Aquella escalera era más ancha y daba a una puerta de madera doble que estaba cerrada. Al lado de la puerta había un poste con una base pesada y un cartel. El cartel era muy similar al del restaurante, solo que en este ponía JUZGADO. El policía abrió la hoja izquierda de la puerta y se hizo a un lado. Reacher entró en el juzgado. Había un pasillo central y cuatro filas de bancos a cada lado, luego, una barandilla con una puertecita y una mesa para el fiscal y otra para la defensa, cada una de ellas con tres sillas con ruedas. Había un estrado para los testigos, otro para el jurado y otro para el juez. Tanto los muebles como las estructuras eran de pino y estaban lacados en un color oscuro que el paso del tiempo y los barnices habían ido oscureciendo aún más. Las paredes estaban recubiertas de madera hasta tres cuartos de su altura y el techo y la parte superior de la pared estaban pintados de color crema. Detrás del estrado del juez había dos banderas: la de las barras y las estrellas y otra que Reacher dio por hecho que sería la del estado de Colorado.

La sala estaba vacía. Había eco y olía a polvo. El policía se adelantó y abrió la puertecita de la barandilla. Le hizo una señal a Reacher para que se sentara en la mesa de la defensa y él se sentó en la de la acusación. Esperaron. Entonces se abrió una puerta que pasaba inadvertida en la pared de atrás y entró un hombre vestido de traje. El policía se puso en pie de golpe y ordenó:

—Todos en pie.

Reacher permaneció sentado.

El hombre del traje subió con dificultad los tres escalones de su estrado. Estaba gordo y debía de andar por los sesenta y pocos años. Tenía el pelo blanco. Llevaba un traje barato y mal cortado. Cogió un bolígrafo y alineó una libreta justo delante de él. Miró a Reacher y le preguntó.

—¿Cómo se llama?

—No me han leído mis derechos.

—Es que no le han acusado de nada. Esto no es un juicio.

—Entonces ¿qué es?

—Una vista.

—¿Para qué?

—Es un tema administrativo, nada más. No es sino un formalismo, pero necesito que responda a unas preguntas.

Reacher no dijo nada.

—A ver, ¿cómo se llama?

—Seguro que el Departamento de Policía ha hecho una fotocopia de mi pasaporte y se la ha enseñado.

—Es para que quede registrado, por favor.

El tono del hombre era neutral y su actitud era bastante cortés, así que Reacher se encogió de hombros y respondió:

—Jack Reacher. Sin inicial intermedia.

El tipo lo anotó. A continuación, le preguntó su fecha de nacimiento, su número de la Seguridad Social y su nacionalidad. Luego, su dirección.

—No tengo dirección fija.

El tipo lo anotó.

—¿Ocupación?

—Ninguna.

—¿Cuál es el propósito de su visita a Despair?

—Turismo.

—¿Cómo pretende mantenerse durante su visita?

—No había pensado en ello. No había creído que fuera a tener problemas. No es que esto sea Londres, París o Nueva York.

—Por favor, responda a la pregunta.

—Tengo una cuenta corriente.

El tipo lo anotó también. Después, respiró con fuerza, repasó con el bolígrafo todas y cada una de las líneas que había escrito e hizo una pausa.

—¿Cuál fue su última dirección?

—Un ACM.

—¿Un ACM?

—Un apartado de correos militar.

—¿Es usted veterano?

—Sí, lo soy.

—¿Cuánto tiempo sirvió?

—Trece años.

—¿Hasta?

—Hasta que me retiré del cargo, hace diez años.

—¿En qué unidad sirvió?

—En la Policía Militar.

—¿Rango con el que salió?

—Comandante.

—¿Y no ha tenido usted ninguna dirección fija desde que dejó el ejército?

—No la he tenido, no.

El tipo trazó una marca pronunciada junto a una de las líneas que había escrito. Reacher vio cómo movía el bolígrafo cuatro veces, dos en una dirección y dos en la otra. Luego, le preguntó:

—¿Cuánto tiempo hace que no trabaja?

—Diez años.

—¿No ha trabajado desde que dejó el ejército?

—Lo cierto es que no.

—¿¡Un comandante retirado que no ha sido capaz de encontrar trabajo!?

—Digamos mejor que este comandante retirado no ha querido encontrar trabajo.

—Pero tiene una cuenta corriente.

—Tengo ahorros. Además, realizo algún que otro trabajo ocasional.

El tipo hizo una nueva marca junto a otra de las líneas. Dos rayones verticales, dos horizontales. Y a continuación le preguntó:

—¿Dónde pasó la noche de ayer?

—En Hope. En un motel.

—¿Y sus maletas siguen allí?

—No tengo maletas.

El tipo lo anotó e hizo otra marca.

—¿Ha venido andando hasta aquí?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque no hay autobús y no ha pasado ningún vehículo al que pedirle que me llevara.

—Ya, pero ¿para qué ha venido?

—Para hacer turismo.

—¿Qué había oído de nuestro pueblo?

—Nada de nada.

—Y, aun así, ¿ha decidido venir?

—Es evidente, ¿no?

—¿Por qué?

—El nombre me ha parecido intrigante.

—No es una razón muy creíble.

—A algún sitio tengo que ir. Ah, por cierto, gracias por la estupenda bienvenida.

El tipo dibujó una cuarta marca junto a las líneas que había escrito. Dos líneas verticales y dos horizontales. A continuación repasó la lista acompañándose del bolígrafo, despacio, metódico. Catorce respuestas, más los cuatro añadidos de las marcas a los márgenes.

—Pues lo siento mucho, pero resulta que incumple usted una de las ordenanzas de Despair, así que me temo que va a tener que marcharse.

—¿¡Marcharme!?

—Del pueblo.

—¿Qué ordenanza?

—La de vagabundeo.

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