Читать книгу Nada que perder - Lee Child - Страница 14
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La cafetería de Hope tenía la política de rellenar el café una y otra vez, y Reacher se aprovechó de ello sin piedad. Él solo se bebió casi toda una de esas jarras de la marca Bunn. A su camarera le fascinó el espectáculo. No era necesario que le pidiera que le rellenara la taza, ella volvía siempre que él lo necesitaba; en ocasiones, antes de que lo necesitara, como si estuviera ansiosa por hacerle romper algún récord mundial de consumo de café. Le dejó doble propina por si acaso el dueño la reprendía por su generosidad.
Para cuando salió de la cafetería había anochecido del todo. Eran las nueve de la noche. Supuso que seguiría estando oscuro durante unas diez horas. En aquella latitud y en aquella época del año debía de amanecer sobre las siete. Recorrió tres manzanas, hasta donde recordaba que había visto una tienda de comestibles. En una ciudad se habría tratado de un supermercado, y en las afueras habría sido una tienda franquiciada, pero en Hope seguía siendo lo que muy probablemente había sido siempre, un negocio familiar pequeño y polvoriento que vendía aquello que la gente necesitaba cuando lo necesitaba.
Reacher necesitaba agua, proteínas y energía, así que compró tres botellas de agua Poland Spring de litro, seis barritas energéticas con pepitas de chocolate y un rollo de bolsas de basura negras de cincuenta litros. El dependiente de la caja registradora lo metió todo con cuidado en una bolsa de papel y Reacher recogió el cambio y se llevó la bolsa de papel hasta el mismo motel en el que había dormido la noche anterior, que estaba a cuatro manzanas de allí. Le dieron la misma habitación, la del final. Entró, dejó la bolsa de papel en la mesita de noche y se tumbó en la cama. Planeó descansar un rato. Hasta medianoche. No quería caminar los mismos veinte kilómetros dos veces el mismo día.
Reacher se levantó de la cama a medianoche y miró por la ventana. No había luna. Había nubes densas y alguna que otra zona en la que se veían las estrellas. Metió las compras en una de las bolsas de basura y se echó la bolsa al hombro. Dejó el motel y se dirigió a la calle Uno, a oscuras. Una vez allí, giró al oeste. No había tráfico. No había peatones. Había muy pocas ventanas con luz. Era medianoche en mitad de la nada. La acera acababa seis metros después de la ferretería. Bajó de la acera al asfalto y siguió adelante. A paso de marcha. Seis kilómetros y medio por hora. No era complicado en un camino recto y con apenas pendiente. Al ritmo que llevaba le pareció que jamás necesitaría detenerse.
Pero se detuvo. Se detuvo ocho kilómetros después, a cien metros del linde entre Hope y Despair, porque presintió una forma en la oscuridad, a lo lejos. Un agujero en la negrura. Un coche aparcado en el arcén. Era negro con algunos toques de blanco.
Un coche patrulla.
Vaughan.
Justo en el momento en que pensaba su apellido, unas luces se encendieron. Unos faros altos. Resplandecientes. La mujer policía acababa de iluminarlo de lleno. De pronto su propia sombra apareció tras él, infinita. Se protegió los ojos con la mano izquierda porque llevaba la bolsa con la derecha. Se quedó quieto. La policía no apagó las luces, así que Reacher salió de la carretera hasta la arena que había al norte. La policía apagó los faros, pero lo siguió con el foco del parabrisas. Reacher se dio cuenta de que no le iba a dejar en paz, así que cambió de dirección y se dirigió directo hacia la luz.
Vaughan apagó el foco y abrió la ventanilla, que descendió con un zumbido. Estaba aparcada con el morro en dirección este, con dos ruedas en la arena y el parachoques trasero justo al nivel de la junta de dilatación de la carretera. Dentro de su jurisdicción, pero por poco.
—Suponía que volvería a verlo por aquí.
Reacher la miró, pero no dijo nada.
—¿Qué está haciendo?
—Dar un paseo.
—¿Nada más?
—No hay ninguna ley que lo impida, ¿verdad?
—Aquí no, pero ahí sí, que es donde estará si da tres pasos más.
—Pero no es su ley.
—Es usted muy tozudo.
Reacher asintió.
—Quería ver Despair y lo voy a ver.
—No crea usted que se pierde nada.
—No me cabe duda, pero me gusta formarme mi propia idea, no quedarme con lo que me dicen los demás.
—Lo que le han dicho iba en serio, ¿sabe? O se pasa treinta días en una celda o le disparan.
—Si me encuentran.
—Lo encontrarán. Yo lo he encontrado.
—Porque no pretendía esconderme de usted.
—¿Ha tumbado usted a un ayudante en Despair?
—¿Por qué lo pregunta?
—He estado pensando en las preguntas que me ha hecho.
—No tengo claro lo que era.
—No me gusta que hagan daño a los agentes de paz.
—Ese agente de paz no le habría gustado... si es que de verdad era un agente de paz.
—Irán a por usted.
—¿Cómo de grande es el Departamento de Policía de Despair?
—Más pequeño que el nuestro. Yo diría que lo componen dos agentes y dos coches.
—No me encontrarán.
—¿Por qué vuelve?
—Porque me han dicho que no lo haga.
—¿Merece la pena?
—¿Qué haría usted?
—Soy una forma de vida basada en los estrógenos, no en la testosterona. Ya soy adulta. Los mandaría a tomar por el culo y seguiría con mi vida. O me quedaría en Hope, que es un buen pueblo.
—Mañana nos vemos.
—Lo dudo. O lo recojo a usted aquí mismo dentro de un mes o leeré lo que le ha pasado en la sección de Sucesos del periódico: «Apaleado y muerto de un disparo por resistirse a la detención».
—Mañana nos vemos. Y la invito a una cena tardía.
Reacher empezó a caminar de nuevo. Un paso, dos pasos, tres pasos... y cruzó el linde.