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19

Reacher siguió sentado, en silencio, mientras Vaughan ordenaba todo lo que había encima del escritorio. Puso el teclado en línea con el monitor y el ratón en línea con el teclado, puso el teléfono recto, y a partir de ahí ajustó todo lo demás, hasta que todos los lados estuvieron en paralelo o formando un perfecto ángulo recto los unos con respecto a los otros. Después metió los lápices en un cajón y sacudió con la mano el polvo y algunas migas que había sobre la mesa.

—Las marcas de la camilla —dijo la policía.

—Lo sé. De no ser por ellas, podría haberme inventado todo esto.

—Si es que eran marcas de camilla.

—¿Qué otra cosa podrían ser?

—Supongo que nada, porque estaba bastante claro que eran marcas de una de esas camillas anticuadas con patines, no de las modernas que tienen ruedas.

—Además, ¿por qué iba a habérmelo inventado?

—Para llamar la atención.

—No me gusta llamar la atención.

—A todo el mundo le gusta que le hagan caso. En especial, a los policías retirados. Es una patología reconocida. Ustedes intentan insinuar que están en plena forma, listos para volver a la acción.

—¿Es lo que hará usted cuando se jubile?

—¡Espero que no!

—Pues yo tampoco lo hago.

—Entonces ¿qué está pasando en Despair?

—Puede que el joven fuera del pueblo. Como ellos sabían de quién se trataba, no era candidato para su reciente petición de información sobre personas desaparecidas.

Vaughan negó con la cabeza.

—Sigue sin tener sentido. De toda muerte sin explicación fuera de casa ha de informarse al forense del condado y eso tendría que haber aparecido en el sistema de la Policía del Estado. Aunque solo fuera como estadística. La Policía del Estado me habría dicho: «Pues sí, hemos oído algo de que en Despair ha aparecido un cadáver esta mañana. ¿Por qué no va a ver?».

—Pero no es lo que le han dicho.

—Porque no ha llamado nadie de Despair... y eso no tiene sentido. ¿¡Qué coño van a hacer con el muerto!? No tienen depósito de cadáveres. Que yo sepa, no tienen forma de mantenerlo refrigerado. De hecho, no tienen ni cámara frigorífica.

—En ese caso, van a hacer con él algo diferente.

—¿Qué?

—Enterrarlo, lo más probable.

—¡No es un animal atropellado!

—Puede que quieran ocultar algo.

—Pero dice usted que murió de causas naturales.

—Y así es. Murió porque llevaba días caminando por entre la maleza. Puede que porque lo expulsaron del pueblo. Puede que les dé vergüenza, si es que son capaces de sentirla, claro.

Vaughan negó con la cabeza.

—No, no lo expulsaron del pueblo, porque nadie nos llamó. Siempre nos llaman. Siempre. Después llevan a los detenidos hasta el linde y los dejan allí. Esta semana solo han sido la chica y usted. Nadie más.

—¿Y nunca los expulsan hacia el oeste?

—No hay nada al oeste. Son tierras no asignadas.

—Puede que sean lentos. Puede que vayan a llamar más tarde.

—No tiene ningún sentido. Si encuentras un cadáver, echas una mano a la pistola y la otra a la radio. Pides refuerzos, pides una ambulancia, llamas al forense. Un, dos, tres. Es automático. Así, sin pensar.

—Puede que no sean tan profesionales como usted.

—No es cuestión de ser más o menos profesional, sino de que, en cuestión de segundos, seas capaz de decidir que no vas a seguir el procedimiento y que no vas a llamar al forense. Para eso tendría que haber una razón de peso.

Reacher no dijo nada.

—Puede que no haya sido la policía quien lo ha recogido. Puede que lo hayan encontrado otros —sugirió Vaughan.

—Los civiles no llevan camillas en el coche.

Vaughan asintió como ausente y se puso de pie.

—Deberíamos marcharnos antes de que lleguen los del turno de día y el capitán.

—¿Le da vergüenza que la vean conmigo?

—Un poco, pero más vergüenza me da no saber qué hacer.

Volvieron a la vieja camioneta de Vaughan y se dirigieron a la cafetería. La hora punta de los desayunos había terminado y el sitio había recuperado cierto grado de calma. Reacher pidió café. La policía dijo que solo quería un vaso de agua del grifo. Cuando se lo sirvieron, se bebió la mitad de golpe y empezó a tamborilear con los dedos en la mesa.

—Empecemos de nuevo —dijo—. ¿Quién era ese tipo?

—Un hombre caucásico.

—¿No era hispano? ¿No era extranjero?

—Yo diría que, técnicamente, los hispanos son caucásicos. También los árabes y algunos asiáticos. Lo único que sé, por cómo tenía el pelo, es que no era negro. Es lo único que tengo claro. Podría haber sido de cualquier parte del mundo.

—¿De piel oscura o blanca?

—Era imposible verlo.

—Debería haber llevado usted una linterna.

—En general, sigo alegrándome de no haberlo hecho.

—¿Cómo era la piel?

—¿Que cómo era la piel? Pues... era piel.

—Usted debería poder decir algo al respecto. La piel cetrina tiene un tacto diferente de la pálida. Es más suave... más gruesa.

—¿En serio?

—Yo diría que sí. ¿No se lo parece a usted?

Reacher se tocó la cara interna de la muñeca izquierda con el índice derecho. Luego, se tocó la mejilla, justo por debajo del ojo.

—Pues no sabría qué decir.

Vaughan estiró los brazos sobre la mesa.

—Toque. Compare.

Reacher le tocó la cara interna de la muñeca con suavidad.

—Ahora, tóqueme la cara.

—¿En serio?

—Con el mero propósito de demostrárselo.

Reacher hizo una pausa muy corta y le tocó la mejilla con la yema del pulgar. Apartó la mano y dijo:

—La textura de su piel era más gruesa que la nuestra. La suavidad estaba, más o menos, entre la suya y la mía.

—De acuerdo. —Se tocó la muñeca y la cara justo donde él se las había tocado y le dijo—: Deme su muñeca.

Reacher deslizó la mano sobre la mesa. La policía le tocó la muñeca con dos dedos, como si le estuviera tomando el pulso. Frotó tres centímetros hacia arriba y tres centímetros hacia abajo y, acto seguido se inclinó hacia delante y le tocó la mejilla con la otra mano. Tenía los dedos fríos por el vaso de agua y Reacher se sobresaltó. Sintió una ligera corriente.

—Así que no tenía por qué ser blanco —dijo Vaughan—, pero era más joven que usted. Menos arrugas y líneas de expresión. Menos envejecido.

—Gracias.

—Debería usar una buena crema hidratante.

—Tendré en cuenta su consejo.

—Y protección solar.

—Muy bien.

—¿Fuma?

—Fumaba.

—Eso tampoco es bueno para la piel.

—Puede que fuera asiático, por lo de la barba incipiente.

—¿Y los pómulos?

—Pronunciados, pero era delgado.

—Digamos, mejor, que estaba consumido.

—Mucho, pero es probable que fuera nervudo por naturaleza.

—¿Cuánto tarda alguien nervudo en quedarse consumido?

—No lo tengo claro. Puede que cinco o seis días en una cama de hospital o en una celda, si estás enfermo o en huelga de hambre. Menos si andas por ahí, caminando, intentando mantenerte caliente, quemando energía. Puede que, en ese caso, solo dos o tres días.

Vaughan se quedó un momento callada.

—Eso es mucho tiempo vagabundeando. Tenemos que enterarnos de por qué la buena gente de Despair estuvo dos o tres días esforzándose por mantener a ese joven fuera del pueblo.

Reacher negó con la cabeza.

—Puede que sea más útil intentar descubrir por qué tenía tantas ganas de quedarse. Porque debía de tener una razón jodidamente buena.

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