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17

Reacher dio una vuelta de ciento ochenta grados con cuidado y miró hacia la carretera para asegurarse de que no se había desviado mucho ni hacia el este ni hacia el oeste. No, no se había desviado. Estaba justo en el mismo lugar que la noche anterior. Caminó cinco pasos en dirección sur, giró hacia el este, caminó cinco pasos más, dio la vuelta, caminó diez pasos hacia el oeste.

No vio nada.

—¿Y bien? —le preguntó Vaughan.

—Ha desaparecido.

—O sea, que estaba tomándome el pelo.

—No. ¿Por qué iba a hacerlo?

—¿Cómo de preciso cree que pudo ser con las piedras y a oscuras?

—Eso es lo que me estoy preguntando.

Vaughan caminó describiendo un pequeño círculo alrededor de Reacher. Negó con la cabeza.

—No está aquí... si es que alguna vez ha estado.

Reacher permanecía quieto en el vacío. No había nada que ver. No había nada que oír, excepto la camioneta de Vaughan al ralentí, paciente, a veinte metros de distancia. Reacher caminó diez metros más al este y empezó a trazar un círculo amplio. Cuando llevaba un cuarto del mismo, se detuvo.

—Mire aquí.

Reacher señaló una larga línea de cavidades ovaladas que había en la tierra arenosa, cada una de ellas a un metro de distancia de la otra.

—Pisadas —dijo Vaughan.

—Mis pisadas. De anoche, cuando volvía a Hope.

Giraron hacia el oeste y siguieron las pisadas en sentido contrario. Siguieron el rastro que había dejado el camino de pasos, solo que en dirección a Despair. Diez metros después, llegaron al borde de un pequeño claro con forma de diamante. El claro estaba vacío.

—Espere —dijo Reacher.

—No es aquí.

—Pero era aquí. Este es el lugar.

La tierra arenosa estaba batida por múltiples perturbaciones. Había decenas de pasos que iban en todas direcciones. Había rasguños, rayones y marcas de algo que alguien había arrastrado. Había pequeños surcos entre la maleza, algunos más precisos, si bien la mayoría no lo eran, debido a que tenían arena y tierra encima.

—Dígame lo que ve —le pidió Reacher a Vaughan.

—Actividad. Una chapuza.

—Una historia. Nos dice lo que sucedió.

—Pasara lo que pasase, no podemos quedarnos aquí. Se suponía que íbamos a venir y a marcharnos a toda prisa.

Reacher se estiró y miró en dirección a la carretera, a derecha e izquierda.

No venía nadie.

—No viene nadie.

—¡Debería haber traído una cesta de pícnic!

Reacher entró en el claro. Se agachó y señaló con dos dedos un par de evidentes marcas paralelas que había en mitad del claro. Era como si alguien hubiera presionado la tierra con un coco, con fuerza, con el eje de norte a sur.

—Las rodillas del joven. Aquí es donde se rindió. Llegó tambaleándose, se giró un poco y se cayó. —Reacher señaló una zona de piedras que había a cosa de un metro veinte al este de donde se encontraban—. Aquí es donde yo aterricé después de que me tropezara con él. Sobre estas piedras. Si quiere, le puedo enseñar los moretones.

—Quizá más tarde. Tenemos que marcharnos.

Reacher señaló cuatro impresiones nítidas. Cada una de ellas tenía forma rectangular, de unos cinco centímetros por siete y medio, y juntas conformaban un rectángulo mucho más grande, de unos sesenta centímetros por metro y medio.

—Las patas de una camilla. Alguien vino a por él y lo recogió. Cuatro o cinco tipos, a juzgar por las pisadas. Empleados públicos porque, ¿quién más va por ahí con camillas? —Se levantó, miró en todas direcciones y señaló hacia el noroeste, una línea irregular de pasos y vegetación aplastada—. Vinieron por ahí y se lo llevaron en la misma dirección, de vuelta a la carretera, puede que a la furgoneta de un forense que estuviera aparcada al oeste de mi túmulo.

—Vale, pues todo bien. Las autoridades competentes se han encargado de él. Problema resuelto. Venga, nos vamos.

Reacher asintió levemente, miró hacia el oeste y le preguntó a la policía:

—¿Qué deberíamos ver allí?

—Dos pares de huellas de pasos que se acercan en esta dirección. Los del joven y los suyos, ambos en dirección este, saliendo del pueblo. Separados por el tiempo, pero en una dirección muy similar.

—Pues parece que hay mucho más.

Rodearon el claro y se situaron al oeste. Vieron cuatro líneas de pasos distintas, bastante juntas la una de la otra. El rastro conjunto que dejaban no estaba separado más de dos metros.

—Dos que van y dos que vienen —comentó Reacher.

—¿Cómo lo sabe?

—Por los ángulos. La mayoría de las personas caminan con los pies hacia fuera.

—Puede que haya una familia de zambos por la zona.

—Podría ser, sí, en Despair, pero es improbable.

Las huellas más recientes dejaban unos grandes huecos en el suelo, a algo más de un metro de distancia los unos de los otros, profundos. Las más antiguas dejaban unos huecos más pequeños, más próximos, menos regulares y no tan profundos.

—El joven y yo. En dirección este. Separados en el tiempo. Yo caminaba, él se tambaleaba y avanzaba como podía.

Las otras dos líneas de huellas eran muy recientes. La arena no estaba tan compacta y, por tanto, las hendiduras se veían mejor; además, eran más profundas, estaban más espaciadas y eran más parecidas entre sí.

—Tipos bastante grandes. En dirección oeste. Hace poco. No están separados en el tiempo.

—¿Y qué significa eso?

—Significa que están buscando al joven. O a mí. O a ambos. Para ver dónde hemos estado, de dónde venimos.

—¿Por qué?

—Han encontrado el cadáver y sienten curiosidad.

—Ya, pero ¿cómo han dado con el cadáver?

—Por los buitres. Es lo más evidente en campo abierto.

Vaughan se quedó callada unos instantes. Y al fin dijo:

—¡A la camioneta, ahora!

Reacher no discutió. La mujer policía había llegado a la conclusión más lógica antes que él, aunque solo por un instante.

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