Читать книгу Nada que perder - Lee Child - Страница 16
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El Tahoe blanco atravesó el cuello de botella a treinta kilómetros por hora. Reacher oyó sus ruedas pasando sobre la maleza. Eran anchas y blandas, y se retorcían sobre la superficie terrosa y disparaban pequeñas piedras a derecha e izquierda. Oyó el siseo de la bomba de la dirección asistida y la pulsación acuosa de un gran vehículo con ocho cilindros en V al girar. El Tahoe describió una curva cerrada lo bastante cerca de Reacher como para que este oliera el tubo de escape.
Reacher se quedó quieto.
El todoterreno siguió adelante. No se detuvo. Ni siquiera redujo la velocidad. El conductor estaba muy arriba, en el asiento de la izquierda. Reacher supuso que, como la mayoría de los conductores, tendría la vista puesta en el giro que iba a hacer. Estaba anticipándose a la curva. Miraba hacia delante y a la izquierda, no hacia los lados y hacia la derecha. Era una mala técnica para un guardia de seguridad.
Reacher permaneció tumbado hasta que el Tahoe se hubo alejado. Luego, se puso de pie, se sacudió el polvo y siguió, en dirección oeste, hasta la roca baja hacia la que había estado caminando. Una vez allí, se sentó detrás.
El segundo complejo estaba amurallado con piedra sin pulir, no con metal. Era un complejo residencial. Tenía plantas ornamentales, incluidas pantallas de árboles dispuestas de modo que no se viera la actividad industrial. A lo lejos se veía una casa enorme construida con madera que tenía aspecto de chalé, por lo que parecía que encajara mejor en un pueblo dedicado al esquí como Vail que en Despair. Había edificios exteriores, incluido un granero gigantesco que probablemente fuera un hangar para aviones, dado que, a lo largo del muro más alejado, había una especie de pista de piedra triturada y alisada que no podía ser más que una pista de aterrizaje y despegue; sobre todo, porque tenía tres mangas de viento, una en cada punta de la pista y otra en el centro.
Reacher siguió adelante. Se mantuvo apartado del cuello de botella de cincuenta metros. Allí era demasiado fácil que le vieran. Era demasiado fácil que lo alcanzaran. Por tanto decidió girar hacia el oeste de nuevo y rodear también el complejo residencial, como si ambos recintos formaran un único obstáculo de proporciones desmesuradas.
Hacia el mediodía, Reacher estaba escondido en la zona sur y veía la parte de atrás de la planta de reciclaje. El complejo residencial estaba más cerca, a su izquierda. Mucho más allá, al noroeste, en la distancia, se divisaba una pequeña mancha gris. Era un edificio bajo, o una serie de edificios que debían de estar a entre ocho y diez kilómetros de distancia. Borroso. Puede que cerca de la carretera. Puede que se tratara de una gasolinera o de un área de servicio para camiones. Quizá fuera un motel. Puede que estuviera fuera del linde de Despair. Reacher entrecerró los ojos para verlo mejor, pero no sacó nada en claro, así que volvió a concentrarse en lo que tenía más cerca. Dentro de la planta seguían trabajando. En la casa no sucedía gran cosa. Vio los Tahoes dando vueltas y se fijó en los camiones de la alejada carretera. Su ir y venir era continuo. En su mayoría eran tráileres de plataforma, pero había algunos camiones contenedores y camiones de caja. Iban y venían, y el humo del diésel empezaba a oscurecer una larga franja del horizonte. La planta escupía humo, llamas y chispas. La distancia amortiguaba su sonido, que de cerca debía de ser aterrador. El sol estaba en lo alto y la temperatura había subido.
Se agachó y se quedó observando y escuchando hasta que se aburrió. Entonces se dirigió al este con la intención de echar una ojeada al pueblo desde el otro lado.
El sol brillaba con fuerza, por lo que Reacher extremó la precaución y se movió despacio. Había un largo vacío entre la planta y el pueblo, puede que de unos cinco kilómetros. Recorrió dicha distancia en línea recta, escondido entre la maleza. Hacia media tarde se encontraba a la altura de donde había estado a las seis de la mañana, pero al sur del asentamiento, no al norte, mirando las casas por detrás, no el frontal de los edificios comerciales.
Las casas estaban bien ordenadas y eran uniformes, de construcción barata pero pasable. Eran todas ellas casas de una sola planta, con enlucido de gravilla y techo de asfalto. Algunas estaban pintadas, otras estaban recubiertas de madera teñida. Otras tenían garaje. Algunas tenían una valla de madera alrededor del jardín; otras, jardines abiertos. La mayoría tenía antena parabólica, todas ellas inclinadas y orientadas al suroeste, como si se tratara de un regimiento de caras expectantes. Se veía gente aquí y allí. En su mayoría eran mujeres, pero había algunos niños. También había unos pocos hombres. Entraban o salían de coches, trabajaban en el jardín, caminaban despacio. Debían de ser los trabajadores a media jornada que no habían tenido suerte ese día. Siguió avanzando, pero lo hizo dando un rodeo de cien metros, izquierda y derecha, este y oeste, para cambiar de punto de vista. Sin embargo, lo que veía desde allí apenas se diferenciaba de lo que acababa de ver. Casas en un extraño y pequeño suburbio, pegadas al pueblo, pero a kilómetros de cualquier otro sitio, y un vacío terrible a su alrededor. El cielo estaba altísimo y resultaba descomunal. Hacia el oeste, parecía que las Rocosas estuvieran a millones de kilómetros. De pronto, Reacher se dio cuenta de que Despair lo había construido gente que se había rendido. Aquella gente había llegado hasta el punto más alto del repecho, había visto lo lejos que quedaba el horizonte y se había rendido en aquel mismo instante. Entonces, habían levantado un campamento y se habían quedado allí para siempre. Y sus descendientes seguían en el pueblo, trabajando o sin trabajar, siempre de acuerdo con los caprichos del dueño de la planta de reciclaje de metal.
Reacher comió la última barrita energética y se acabó el agua que le quedaba. Hizo un agujero en la tierra con el tacón y enterró los envoltorios y las botellas metidos en la bolsa de basura. A continuación, se desplazó de roca en roca para acercarse más a las casas. El sonido sordo que le llegaba desde la lejana planta cada vez se oía menos. Supuso que se debía a que era la hora de salir. El sol estaba bajo, a su izquierda. Sus últimos rayos besaban los picos de las lejanas montañas. La temperatura estaba bajando.
Los primeros coches y camionetas empezaron a llegar casi doce horas después de haberse marchado. Un día largo. Se dirigían hacia el este, hacia la oscuridad, por lo que llevaban las luces encendidas. Los haces de luz giraban hacia el sur en los cruces, botando, en dirección a Reacher. Luego, volvían a girar, ya fuera a derecha o a izquierda, y se dispersaban camino de garajes, entradas delanteras o zonas de tierra manchadas de aceite. Los vehículos se detuvieron poco a poco, uno tras otro, y se apagaron las luces. Se apagaron los motores. Las puertas chirriaron al abrirse y sonaron con fuerza porque las cerraban de golpe. Había luz dentro de las casas. Se veía el fulgor azulado de las televisiones por las ventanas. El cielo empezaba a oscurecerse.
Reacher se acercó más. Vio hombres que llevaban fiambreras vacías hasta la cocina o que se quedaban de pie junto a su vehículo, que se estiraban, que se frotaban los ojos con el envés de la mano. Vio niños con pelotas y guantes de béisbol que pretendían que sus padres les lanzaran las últimas bolas del día. Vio cómo algunos padres accedían y cómo otros se negaban. Las niñas, emocionadas, salían corriendo para enseñarles a sus padres los tesoros que habían conseguido a lo largo del día.
Vio al tipo grande que se había puesto en la cabecera de su mesa en el restaurante, el tipo que había abierto la puerta del coche patrulla como el botones que abre la puerta de un taxi frente a un hotel, el ayudante principal. El hombre salió de la vieja camioneta con cabina doble que Reacher había visto aparcada junto al restaurante y se cogió la tripa con ambas manos. Pasó frente a la puerta de su cocina y trastabilló por el jardín. Aquel jardín era de los que no tenían valla. El tipo siguió adelante, dejó atrás una zona ornamentada y se encaminó a la maleza que había más allá.
Reacher se acercó.
El tipo se detuvo de pronto, se quedó parado, se inclinó hacia delante y vomitó en el suelo. Permaneció agachado unos veinte segundos. Luego, se enderezó, sacudió la cabeza y escupió.
Reacher se acercó más. Cuando estaba a unos veinte metros, el tipo volvió a agacharse y a vomitar. Reacher oyó cómo resoplaba, pero no lo hacía ni por dolor ni por sorpresa, sino porque estaba molesto, por resignación.
—¿Estás bien? —le preguntó Reacher desde la penumbra.
El tipo se puso derecho.
—¿Quién está ahí?
—Yo.
—¿Quién?
Reacher se acercó aún más y se situó debajo de un haz de luz que llegaba desde la ventana de la cocina de un vecino.
—¡Tú!
—Yo.
—¡Te echamos!
—No lo he aceptado.
—No deberías estar aquí.
—Si quieres, podríamos hablar de ese asunto, aquí y ahora.
El tipo negó con la cabeza.
—No me encuentro bien. No sería justo.
—Tampoco lo sería, aunque no estuvieras enfermo.
El tipo se encogió de hombros.
—Lo que tú digas. Me voy a casa.
—¿Qué tal está tu colega, el de la mandíbula?
—Le pegaste una buena hostia.
—¿Tiene bien los dientes?
—¿Y qué más te da?
—Es por calibrar. Calibrar es un arte. Hacer lo justo, ni más, ni menos.
—No es que tuviera buena dentadura antes de conocerte. Nos pasa a todos.
—Qué pena.
—Oye, no me encuentro bien. Haré como que no te he visto, ¿vale?
—¿Comida en mal estado?
El tipo hizo una pausa y luego asintió.
—Sí, ha debido de ser eso... Comida en mal estado.
Acto seguido, dio media vuelta y se dirigió a su casa, despacio, tambaleándose, sujetándose el cinturón con una mano, como si los pantalones le quedaran demasiado grandes. Reacher observó cómo se alejaba, y él también dio media vuelta y volvió a las sombras.
Reacher caminó unos cincuenta metros hacia el sur y unos cincuenta hacia el este, por si acaso el tipo enfermo cambiaba de opinión y decidía que, después de todo, sí que había visto algo. Quería alejarse un poco, no fuera a ser que la policía empezase a buscar en el jardín trasero de la casa del ayudante. Quería que la cacería empezase lo más lejos posible del alcance máximo de una linterna.
Pero la policía no apareció. Estaba claro que el tipo no les había llamado. Reacher esperó casi treinta minutos. Lejos, al oeste, Reacher oyó de nuevo el motor de la avioneta esforzándose, ascendiendo. Otra vez aquel pequeño avión, que despegaba una vez más. Siete de la tarde. Luego, el ruido fue apagándose, el cielo se quedó a oscuras y la gente se metió en casa. Aparecieron las nubes, que cubrieron la luna y las estrellas. Aparte del brillo que salía por las ventanas cortinadas, el mundo se volvió de color negro. La temperatura cayó de golpe. Así son las noches a campo abierto.
Un día largo.
Reacher se enderezó, se soltó el cuello de la camisa y se dirigió hacia el este, de vuelta a Hope. Dejó las casas iluminadas detrás de su hombro izquierdo, y cuando la luz se extinguió del todo, giró hacia la izquierda en la oscuridad y se encaminó hacia donde sabía que estaban la tienda de comestibles, la gasolinera, el aparcamiento abandonado y la parcela sin construir. Entonces volvió a desviarse hacia la izquierda y se esforzó por ver la línea de la carretera. Sabía que tenía que estar allí. La cuestión es que no la veía. Avanzó hacia donde suponía que debía de estar. Se acercó tanto como se atrevió. Por fin vio una franja negra en la oscuridad; borrosa, pero distinta de la llanura negra en que se había convertido la zona de maleza. Tomó aquella línea como referencia, fijó la dirección en su cabeza, se apartó diez metros para que fuera más complicado que le vieran y empezó a caminar. Caminar a oscuras es complicado. Llevaba las manos por delante para evitar golpearse con las mesas de roca. Se tropezaba con los matorrales. En un par de ocasiones trastabilló con rocas del tamaño de un balón de fútbol y se cayó al suelo. En un par de ocasiones se puso de pie, se sacudió y siguió avanzando a trompicones.
«Tozudo», le había llamado Vaughan.
«Estúpido es lo que soy», pensó Reacher.
La tercera vez que se tropezó no se tropezó con una roca, sino con algo más blando.