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Cuando todos hubieron marchado de la casa de Pelagia Danilovna, Natacha, que lo observaba y lo descubría todo, se las arregló para instalarse con Luisa Ivanovna en el trineo, haciendo que Sonia se acomodase con Nicolás y las criadas.

Nicolás ya no tenía ganas de pasar delante de nadie, y de vez en cuando miraba fijamente a Sonia a la extraña luz de la luna, buscando en aquella luz que lo cambia todo, a través de las cejas y el bigote, la antigua Sonia y la Sonia nueva de la cual había decidido no separarse nunca. La miraba fijamente, y se daba cuenta de que era siempre la misma y siempre diferente. Respiraba a pleno pulmón el aire helado, y, mirando la tierra que huía bajo el trineo y el cielo estrellado, se transparentaba al reino de la magia.

- Sonia, ¿te encuentras bien? - le preguntaba de vez en cuando.

- Sí - respondía ella -, ¿y tú?

A medio camino ordenó al cochero que detuviera los caballos y, corriendo, fue al trineo de Natacha y se subió a los patines.

- Natacha, ¿sabes?, me he decidido por Sonia - murmuró en francés.

- ¿Se lo has dicho? - preguntó Natacha animándose, muy gozosa.

- ¡Ah, qué rara estás con ese bigote y esas cejas! ¿Estás contenta?

- Muy contenta, soy muy feliz.. Me dabas rabia. No te lo había querido decir, pero te portabas mal con ella. ¡Tiene tan buen corazón, Nicolás! ¡Qué contenta estoy! A veces soy mala, pero me da vergüenza ser feliz sola, sin Sonia. Ahora ya estoy satisfecha. Ve, ve con ella.

- No, espera. ¡Ah, qué rara eres! - decía Nicolás sin dejar de mirarla y descubriendo también en su hermana alguna cosa nueva, un aire desconocido, un encanto y una ternura que nunca le había sabido ver.

«Si antes la hubiese visto como ahora, haría tiempo que le habría preguntado lo que tenía que hacer, hubiera hecho todo lo que ella me hubiese dicho y todo estaría arreglado», pensaba Nicolás.

- ¿Estás contenta? Así, pues, ¿he hecho bien?

- ¡Ah, muy bien! No hace mucho tiempo que me disgusté con mamá porque dijo que ella te tenía perturbado. ¿Cómo es posible que diga tal cosa? Me enfadé mucho y no permitiré que nadie hable mal de ella, ni tan siquiera que lo piense, porque ella es mejor que nadie.

- Así, pues, ¿te parece bien? - repitió Nicolás mirando otra vez la expresión del rostro de su hermana para saber si decía la verdad; y luego, haciendo crujir las botas, saltó de los patines y corrió hacia su trineo. Aquel circasiano, siempre contento y sonriente, con un bigotito y unos ojos brillantes, que miraban por debajo de la capa de cebellina, continuaba sentado en el mismo sitio de antes. Aquel circasiano era Sonia, su futura esposa, contenta y enamorada.

Al llegar a casa, después de explicar a la Condesa lo que habían hecho en casa de los Melukhov, las niñas se retiraron a sus habitaciones.

Al desnudarse, permanecieron sentadas un buen rato, hablando de su felicidad sin despintarse los bigotes. Hablaban de su vida cuando estuvieran casadas, de sus maridos, que serían amigos, y de la dicha que sentirían.

Colección integral de León Tolstoi

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