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XV
ОглавлениеPedro fue a casa de María Dmitrievna para comunicarle que su deseo estaba cumplido: Kuraguin había salido de Moscú. Toda la casa estaba amedrentada y emocionada. Natacha había empeorado y María Dmitrievna le confió en secreto que aquella noche, cuando vio claro que Anatolio era casado, había intentado envenenarse con arsénico, que se había proporcionado a escondidas. Cuando se hubo tragado una pequeña cantidad se asustó tanto que llamó a Sonia y le explicó lo que acababa de hacer. Había sido posible administrarle a tiempo el contraveneno, y ahora ya estaba fuera de peligro. No obstante, se encontraba tan decaída que no era posible pensar en su traslado, y habían enviado a buscar a su madre. Pedro vio al Conde descompuesto y a Sonia deshecha en lágrimas, pero no pudo ver a Natacha.
Pedro, aquel día, comió en el círculo. Por todos lados oía conversaciones sobre la tentativa de rapto de la señorita Rostov, y las desmentía todas, afirmando obstinadamente que no había nada de todo aquello, que su cuñado había hecho pedir a la señorita Rostov, que había sido rechazado y que no había nada más. Pedro creía que tenía obligación de ocultar aquel hecho y de restablecer la reputación de la señorita Rostov.
Esperaba con miedo la llegada del príncipe Andrés y cada día iba a buscar noticias a casa del anciano Príncipe.
El príncipe Nicolás Andreievitch sabía por la señorita Bourienne todos los rumores que corrían por la ciudad y en la habitación de la princesa María había leído la carta en que Natacha devolvía la palabra a su prometido. Estaba más alegre que de costumbre y esperaba a su hijo con gran impaciencia.
Al cabo de unos cuantos días de la marcha de Anatolio, Pedro recibió una noticia del príncipe Andrés anunciándole su llegada y rogándole pasara por su casa.
Tan pronto como llegó a Moscú, el príncipe Andrés había recibido por su padre la carta de Natacha a la princesa María en la cual retiraba su promesa - la señorita Bourienne había robado la carta de la habitación de la princesa María y la había entregado al viejo -, y escuchó de su padre la narración del rapto de Natacha, con los comentarios siguientes.
Pedro fue a su casa a la mañana siguiente.
El príncipe Andrés cogió a Pedro del brazo y se lo llevó al cuarto que tenía preparado para él: había allí una cama, una maleta y dos cofres abiertos. El príncipe Andrés se acercó a uno y tomó una cajita. De ella sacó un rollo envuelto en papel. Hacía todo esto en silencio y muy deprisa. Se levantó, tosió. Tenía la cara hosca y los labios apretados.
- Perdóname si te pido un favor…
Pedro comprendió que el príncipe Andrés quería hablarle de Natacha, y su ancho rostro expresó el sentimiento y la compasión. Esta expresión de la cara de Pedro molestó al príncipe Andrés. Con voz sonora, resuelta y desagradable continuó:
- He recibido la negativa de la condesa Rostov. Los rumores que han llegado hasta mí de que tu cuñado ha pretendido su mano o una cosa por el estilo ¿son exactos?
- Lo son y no lo son - empezó Pedro; pero el príncipe Andrés le interrumpió:
- Aquí hay sus cartas y su retrato - tomó el pliego de papeles de encima de la mesa y lo dio a Pedro -. Devuélveselo a la Condesa si la ves.
- Está muy enferma - dijo Pedro.
- ¡Ah! ¿Aún está aquí? ¿Y el príncipe Kuraguin? - preguntó rápidamente el príncipe Andrés.
- Hace días que está fuera. Ella está muy enferma.
- Te aseguro que lo siento.
Sonrió fríamente, de una manera hostil y desagradable, tal como acostumbraba hacerlo su padre.
- ¡Así, pues, el señor Kuraguin no se ha dignado ofrecer su mano a la condesa Rostov!-dijo Andrés atragantándose muchas veces.
- Ciertamente, no podía casarse con ella porque ya lo está - respondió Pedro.
El príncipe Andrés, con su cara desdeñosa y hostil, recordaba otra vez a su padre.
- ¿Y dónde está ahora tu cuñado? ¿Puedo saberlo?
- En San Petersburgo…, y, si quieres que te diga la verdad, no lo sé de cierto.
-Lo mismo me da. Di a la condesa Rostov que era y continúa siendo completamente libre y que le deseo toda la felicidad posible.