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VIII

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Llegó la mañana siguiente y con ella volvió la agitación. Todos se levantaron, todos se agitaron y empezaron a hablar. Vinieron de nuevo las modistas, María Dmitrievna salió y llamaron para el té. Natacha, con los ojos muy abiertos, como si quisiera recoger todas las miradas fijas en ella, miraba a todos lados con inquietud y procuraba poner la misma cara de siempre. Después de comer, María Dmitrievna -era su mejor momento -, sentada en su sillón, llamó a Natacha y al viejo Conde.

- ¡Y bien! Amigos, he reflexionado sobre todo eso y he aquí mi parecer - empezó -: ayer estuve en casa del príncipe Andrés y hablé con él… Él se puso a gritar y yo más que él… ¡Se lo dije todo!

- ¿Y qué? - preguntó el Conde.

- ¿Él? Está loco… No quiere saber nada. Y bien, no hay nada a hacer, ya hemos atormentado bastante a la pobrecita. Para mí es cosa de arreglar vuestros asuntos y volveros a casa, a Otradnoie, y esperar…

- ¡Oh, no! - exclamó Natacha.

- Sí. Hay que marchar y esperar allí. Si el novio llega ahora, habrá altercados. Él solo, de tú a tú, se explicará con el viejo, y luego irá a vuestra casa.

Ilia Andreievitch aprobó este parecer, que enseguida le pareció muy juicioso.

- Si el viejo se amansa - añadió -, siempre estaréis a tiempo de ir a su casa, a Moscú, o de ir a verle a Lisia-Gori; si el casamiento se efectúa contra su voluntad, necesariamente ha de celebrarse en Otradnoie.

-Exacto, y ya siento haber ido a su casa y haber llevado allí a mi hija - replicó el Conde.

-No, eso no; ¡por qué lo has de sentir! Estando aquí debíais ir por cortesía. Pero si no lo quiere, es cosa suya - dijo María Dmitrievna buscando alguna cosa en su bolso -. El ajuar está dispuesto. ¿Qué habéis de esperar aún? Lo que falte ya os lo enviaré. Siento que os vayáis, pero valdrá más que hagáis esto, y que Dios os acompañe.

Finalmente encontró lo que buscaba en su bolso y lo dio a Natacha. Era una carta de la princesa María.

- Te ha escrito; la pobre siente mucha pena, teme que te figures que ella te hace la contra.

- ¡Claro que me la hace! - exclamó Natacha.

- ¡No digas tonterías! - gritó María Dmitrievna.

- Digáis lo que digáis, no creeré a nadie. Sé muy bien que no me quiere - replicaba atrevidamente Natacha tomando la carta. Y su rostro expresó una resolución fría y mala que obligó a fruncir las cejas a María Dmitrievna y a mirarla severamente.

- Niña, no hables así - dijo -; lo que te he dicho es la verdad. Escríbele.

Natacha no respondió y se fue corriendo a su cuarto para leer la carta de la princesa María.

En ella decía que estaba desolada a causa de la mala inteligencia que había habido entre ellas; le rogaba que quisiera creer, fuesen los que fueran los sentimientos del anciano Príncipe, su padre, que ella la amaba como a la mujer escogida por su hermano a cuya felicidad estaba decidida a sacrificarlo todo.

«No obstante - escribía -, no crea que mi padre esté mal dispuesto contra usted. Es un hombre enfermo y viejo, hay que excusarlo; pero es bueno, es magnánimo, y querrá a la que hará feliz a su hijo.» La princesa María rogaba a Natacha fijara el día en que la podría recibir.

Después de leer la carta, Natacha se sentó a la mesa para escribir la respuesta:

«Querida Princesa», escribió rápidamente, mecánicamente, y se detuvo. ¿Qué podía escribirle después de lo que había pasado la noche anterior? «Sí, si, todo aquello era así, pero ahora es muy diferente.» ¡Es necesario! ¡Es horrible…! Y para olvidar aquellos pensamientos terribles fue a buscar a Sonia y ambas empezaron a escoger bordados.

Después de comer, Natacha fue a su cuarto y volvió a leer la carta de la princesa María. «¿Todo se ha acabado? ¿Ha sido todo tan rápido que todo el pasado ha desaparecido?» Recordaba la fuerza de su amor por el príncipe Andrés, se representaba el cuadro, tantas veces presente en su imaginación, de la felicidad que gozaría con él, y a la vez se inflamaba de emoción recordando todos los detalles de su entrevista de la noche anterior con Anatolio. «¿Por qué no puede ser todo a la vez? - pensaba muchas veces, completamente aturdida -. De esta manera sería feliz del todo; pero sin uno de ellos no puedo serlo. Decir al príncipe Andrés todo lo que ha pasado u ocultárselo es igualmente imposible. Y “con ello” aún queda todo igual. ¿Pero he de renunciar para siempre a la felicidad del amor del príncipe Andrés, a la cual me he acostumbrado desde hace tanto tiempo?»

- Señorita - dijo la camarera, que entró en el cuarto con aire misterioso -: un hombre me ha encargado que le diera esto - y le alargó una carta -. ¡Por amor de Dios, Condesa…! - continuó, mientras Natacha, con un movimiento involuntario, abría el sobre y leía una carta de amor de Anatolio, de la que no comprendía nada aparte de que era de él, del hombre que amaba. Sí, lo amaba, pues, de no ser así, ¿habría podido pasar todo lo que había pasado? Aquella carta amorosa suya, ¿podría encontrarse en sus manos?

Natacha tenía entre sus manos temblorosas aquella carta apasionada que Dolokhov había escrito para Anatolio y leyéndola encontraba el eco de todo lo que creía sentir.

La carta empezaba con estas palabras:

«¡Desde ayer mi destino está decidido! Ser amado por usted o morir, no tengo otra salida.» A continuación escribía que sus padres no le daban el consentimiento debido a ciertas causas misteriosas que sólo podía explicar a ella misma, pero que si ella le amaba, si pronunciaba una palabra, ninguna fuerza humana podría impedir su felicidad: el amor lo vencería todo. La raptaría y se la llevaría al otro extremo del mundo.

«¡Sí, sí, le quiero!», pensaba Natacha volviendo a leer una y otra vez aquella carta y buscando en cada palabra un sentido particular, profundo.

Aquella noche, María Dmitrievna fue a casa de los Arkharov y propuso a las niñas que la acompañaran. Natacha pretextó una jaqueca y se quedó en casa.

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