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IX
ОглавлениеA la vuelta, ya al anochecer, Sonia entró en el cuarto de Natacha y, con gran sorpresa suya, encontró que se había dormido vestida en el diván. La carta de Anatolio, abierta, estaba cerca de ella encima de la mesita. Sonia la tomó y la leyó.
Leía y miraba a Natacha dormida, buscando en sus facciones la explicación de lo que leía, y no sabía encontrarla. La cara de Natacha era tranquila, dulce, feliz. Con la mano en el pecho, para no ahogarse, Sonia, pálida, temblorosa de miedo y de emoción, se sentó en una silla y se deshizo en lágrimas.
«¿Cómo no he visto nada? ¿Cómo es posible que haya llegado tan lejos? Ya no quiere al príncipe Andrés. ¿Cómo ha podido permitir eso a Kuraguin? Es un falso, un perverso, esto está bien claro. ¿Qué dirá Nicolás, él que es tan bueno, cuando lo sepa? He aquí lo que significaba aquel rostro trasmudado, resuelto y nada natural de ayer y anteayer. Pero ¡no puede ser que le quiera! Probablemente ha abierto esta carta sin saber qué era. Debe estar muy ofendida. ¡Es imposible que haga tal cosa!», pensaba Sonia.
Se secó las lágrimas, se acercó a Natacha y otra vez le miró atentamente la cara.
- ¡Natacha! - dijo muy bajito.
Natacha despertó y se dio cuenta de la presencia de Sonia.
- ¡Ah! ¿Ya habéis vuelto?
Y, con la decisión y la ternura propias del momento de despertar, abrazó a su amiga. Pero al ver la confusión de Sonia, su cara expresó enseguida el disgusto y la desconfianza.
- Sonia, ¿has leído la carta? - dijo.
- Sí - repuso dulcemente Sonia.
Natacha sonrió triunfalmente.
- No, Sonia. No puedo ocultártelo más. Ya lo sabes, nos queremos, Sonia; me ha escrito, Sonia…
Sonia, como si no quisiera creer lo que oía, miró a Natacha con los ojos muy abiertos.
- ¿Y Bolkonski? - le dijo.
- ¡Ah, Sonia! ¡Ah! ¡Si pudieras comprender lo feliz que soy! Tú no sabes lo que es amor.
- Pero, Natacha, ¿lo otro ya ha pasado del todo?
Natacha, con los ojos muy abiertos, miraba a Sonia como si no comprendiese lo que le preguntaba.
- ¿Qué? ¿Dejar, pues, al príncipe Andrés? - dijo Sonia.
- ¡Ah! ¿No lo comprendes? No digas tonterías. Escucha - dijo Natacha con despecho.
- No, no lo puedo creer - repitió Sonia -; no comprendo cómo has podido querer a un hombre un año entero y de pronto… Pero si sólo lo has visto tres veces. No te creo; bromeas. En tres días has podido olvidar y…
- ¡Tres días! ¡Si me parece que hace cien años que le quiero! Me parece que no he estado enamorada nunca de nadie más que de él. Tú no lo puedes comprender, Sonia. - Natacha la abrazó -. Me habían dicho que estas cosas pasan; quizá tú también lo has oído decir, pero hasta ahora no he sentido el amor. Esto no es como aquello de antes. En seguida que le vi presentí que haría lo que quisiera de mí, que era su esclava y que lo tenía que amar por fuerza. ¡Sí, esclava! Haré todo lo que él me mande. Tú no me comprendes. ¿Qué he de hacer, Sonia? - dijo Natacha con rostro alegre y a la vez desesperado.
-Pero piensa lo que haces; yo no puedo dejarte así. ¡Cartas misteriosas! ¿Cómo lo has podido consentir? - pronunció con un asco, con un horror que no acertaba a disimular.
- Te digo que no tengo voluntad. ¿No quieres entenderlo? ¡Le quiero!
- ¡Ah, no permitiré yo eso! Voy a decirlo ahora mismo - exclamó Sonia con las lágrimas deslizándose por sus mejillas.
- ¿Qué dices? Si lo cuentas es querer perderme, quieres que nos separen…
Ante este temor de Natacha, Sonia lloró de vergüenza y de compasión por su amiga.
- ¿Qué ha habido entre los dos? - le preguntó -¿Qué te ha dicho? ¿Por qué no viene a hablar con los de casa?
Natacha no respondió nada.
-Por Dios, Sonia, no lo digas a nadie, no me hagas sufrir. Piensa que nadie se puede meter en nuestros asuntos. Yo te he confesado…
- Pero ¿por qué todo este misterio? ¿Por qué no viene a casa? ¿Por qué no te pide? El príncipe Andrés ¿te ha dejado en libertad…? Pero no lo puedo creer, Natacha. ¿Has pensado cuáles pueden ser las «causas misteriosas»?
Natacha miró a Sonia con ojos interrogadores. Evidentemente, esta pregunta se le ocurría por primera vez y no sabía qué responder.
- ¿Qué causas? No lo sé, pero bien debe haberlas.
Sonia suspiró y bajó la cabeza con desconfianza.
- Si las hubiere… - dijo Sonia.
Pero Natacha, ante aquella duda, la interrumpió horrorizada.
- Sonia, no se puede dudar de él, no se puede dudar.
- ¿Él te quiere?
- ¿Si me quiere? - repitió Natacha con una sonrisa de compasión por la poca inteligencia de su amiga -. ¿No has visto cómo escribe, no lo has visto?
- ¿Y si no fuera un hombre digno?
- ¿Él un hombre indigno? Si lo conocieras…
- Si lo es, ha de declarar su intención o ha de dejar de verte. Y si tú no quieres obligarle a ello, lo haré yo. Yo le escribir é, lo diré a papá - gritó con energía.
- ¡Pero si no puedo vivir sin él! - exclamó Natacha.
- Natacha, no te entiendo. ¿Ya sabes lo que dices? Acuérdate de tu padre, de Nicolás.
-No necesito a nadie. No quiero a nadie sino a él. ¿Cómo te atreves a decir que no es digno? ¿Ignoras que le quiero? - gritó Natacha -. Sonia, ¡vete! No quiero disgustarme contigo, pero ¡vete, por Dios, vete! ¡Ya ves cómo sufro! - exclamó rencorosamente Natacha con voz de enojo y de desesperación.
Sonia se fue llorando a su cuarto.
Natacha se acercó a la mesa y, sin reflexionar un momento, escribió a la princesa María la respuesta que no había podido hallar durante toda la mañana. Escribió brevemente que la incomprensión entre ellas dos había terminado; que aprovechando la magnanimidad del príncipe Andrés, que al marchar la había dejado totalmente en libertad, le rogaba olvidarlo todo y perdonarla si no se comportaba como él merecía, pero que no podía ser su esposa. Todo aquello, en aquel momento, le parecía muy claro, muy simple y muy fácil.
El viernes, los Rostov habían de marchar al campo. El miércoles, el Conde acompañó al comprador de la hacienda cercana a Moscú.
El día de la marcha del Conde, Sonia y Natacha debían asistir a una gran comida en casa de los Kuraguin y María Dmitrievna las acompañó.
Durante la comida, Natacha encontró otra vez a Anatolio, y Sonia observó que ella le hablaba a escondidas y que durante toda la comida estaba muy turbada. Cuando llegaron a casa, Natacha fue la primera en dar la explicación que la otra esperaba.
- ¿Ves, Sonia? Has dicho muchas tonterías hablando de él - empezó Natacha con voz dulce, con aquella voz que emplean los niños cuando quieren que se les dé la razón -. Hoy nos hemos explicado.
- ¿Y qué? ¿Qué te ha dicho? ¡Qué contenta estoy de que ya se te haya pasado el disgusto conmigo! Dímelo todo, toda la verdad. ¿Qué te ha dicho?
Natacha quedó pensativa.
- ¡Ah! Sonia, si tú le conocieras como lo conozco yo. Ha dicho… Me ha preguntado cómo me prometí con Bolkonski. Está contentísimo de que sólo depende de mí dejarlo.
Sonia suspiró tristemente.
- ¿Pero no habrás roto con tu novio?
- ¡Quién sabe! Tal vez sí, tal vez todo se ha acabado entre él y yo. ¿Por qué piensas tan mal de mí?
- Yo no, pienso nada; pero no comprendo…
- Espérate, Sonia, ya lo comprenderás todo. Ya verás qué hombre. No pienses mal ni de mí ni de él.
- Yo no pienso mal de nadie. Yo quiero y compadezco a todo el mundo. Pero ¿qué he de hacer?
Sonia no se rendía al tono tierno que Natacha usaba. Cuanto más se enternecía la expresión del rostro de Natacha, más seria y severa se volvía Sonia.
- Natacha - le dijo -, me has pedido que no te hablara de ello y no lo he hablado; ahora eres tú la que ha empezado. Natacha, no tengo confianza en él. ¿Por qué este misterio?
- ¡Otra vez! - interrumpió Natacha.
- Natacha, tengo miedo por ti.
- ¿De qué tienes miedo?
- Tengo miedo a que te pierdas - dijo resueltamente Sonia, asustada de lo que acababa de decir.
Las facciones de Natacha expresaron de nuevo la cólera.
- ¡Me perderé! ¡Me perderé! ¡Mejor! Eso no es cosa vuestra. Peor para mí; yo lo pagaré y no vosotros. Déjame sola, déjame sola. ¡Te aborrezco!
- ¡Natacha! - gritó Sonia, horrorizada.
- Te aborrezco. Te aborrezco. Para mí siempre serás mi enemiga.
Natacha no hablaba con Sonia y la evitaba. Con la misma expresión de extrañeza y de emoción y con la conciencia de una falta andaba por la casa haciendo ahora una cosa, ahora otra, para dejarlo todo enseguida.
Aunque resultara muy penoso para Sonia, ésta la seguía con gran atención.
La víspera del regreso del Conde, Sonia observó que Natacha se pasaba la mañana sentada cerca de la ventana de la sala como si esperase alguna cosa y luego la vio hacer una seña a un militar que pasaba por la calle y que le pareció que era Anatolio.
Sonia se propuso observar más atentamente a su amiga y vio que Natacha, durante toda la comida y durante la tarde, estaba muy rara y tenía un aire que no era natural. Respondía sin escuchar las, preguntas que le hacían, empezaba a decir cosas que no terminaba y se reía de todo.
Después del té, Sonia descubrió que la camarera esperaba temblorosa cerca de la puerta a que Natacha pasara. Sonia la dejó pasar y, escuchando detrás de la puerta, supo que Natacha acababa de recibir ocultamente otra carta. Inmediatamente comprendió que Natacha tenía algún plan para aquella noche. Llamó a la puerta de Natacha, que se negó a recibirla. «Huirá con él - pensó Sonia -. Es capaz de todo. Hoy su cara tenía un aspecto triste y resuelto. Ha llorado cuando ha dicho adiós al tío. Sí, es seguro que va a huir con él. ¿Qué puedo hacer? - pensaba Sonia recordando todos los indicios que pudiesen aclarar que Natacha escondía un proyecto terrible -. El Conde no está aquí. ¿Qué hacer? Ir a casa de Kuraguin y pedirle una explicación. Pero ¿quién le obliga a contestarme? Escribir a Pedro, como dijo el príncipe Andrés que se hiciera si pasaba alguna desgracia. Pero ¿quién sabe si ella ya ha roto con Bolkonski? Ayer escribió a la princesa María. ¡Y el tío no está aquí!» Decirlo a María Dmitrievna, que tanta confianza tenía en Natacha, le parecía terrible. «Sea como sea - pensaba Sonia en el corredor oscuro -, ahora o nunca es la hora de probar que me acuerdo de lo que ha hecho por mí la familia y que quiero a Nicolás. No, me pasaré tres noches sin dormir, no me moveré de aquí. La privaré de salir, a la fuerza si es preciso, y no permitiré que la vergüenza caiga sobre su familia.»