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6. Lucrecio y el epicureísmo

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Veamos cómo ciertos usos y maneras del epicureísmo se reflejan en Lucrecio. En primer lugar la estima de la escritura. Epicuro estableció vínculos de amistad con sus discípulos tal como Sócrates, pero no desdeñó como él la escritura (al contrario, fue un escritor prolífico) ni los conocimientos sobre la naturaleza (que el Sócrates platónico considera innecesarios). Lucrecio emprende la ardua tarea de trasmitir por escrito ideas y conceptos de una filosofía nacida dentro de una larga tradición de textos y aquilatada en el discurso y la polémica. Como fiel y modesto emisario, si de algo se enorgullece es de su labor de poeta y traductor. Atrevimiento fue componer en latín, pues en esto «se aparta de los maestros de la escuela, para quienes sólo los que hablaban griego llegaban a ser realmente sabios» 71 .

Viene luego el talante coloquial. En Epicuro no se ha perdido la raíz dialogada del saber filosófico, que requiere una actitud abierta en los interlocutores, frente al dogmatismo irracional y cerrado de las creencias. «En una disputa entre personas amantes del razonamiento» —aseguraba— «gana más el que pierde, debido a que aprende más que ninguno» 72 . Todo el poema de Lucrecio está impregnado de intención persuasiva, quiere convencer más que exponer o teorizar en el ámbito de la razón pura.

El epicureísmo era una doctrina salvadora y que ponía la salvación «en la celosa clausura sobre sí misma del alma individual para tutelar la propia imperturbabilidad en medio de las tempestades de la vida humana, gracias al poder iluminador de algunos principios» 73 . Lucrecio es decididamente apostólico, quiere convertir a su oyente. Algunas manifestaciones patrióticas (sinceras a pesar de todo) salen al paso de las censuras y recelos que podía suscitar su doctrina. Por este afán regenerador, que fija la mirada en las viejas constumbres perdidas, la doctrina adquiere una cierta pátina romana. Lo que Lucrecio añade al epicureísmo es el creer casi sin decirlo que las enfermedades sociales de Roma podrían remediarse con la aceptación de las doctrinas de Epicuro.

En la antigüedad los filósofos se sienten parte de una comunidad que los abarca a todos. No es tanta la rivalidad entre las sectae como la fuerte oposición que establecen todas frente a los más, al vulgo de los que no filosofan. «Jamás pretendí agradar al vulgo», decía Epicuro, «pues lo que a él le agradaba no lo aprendí yo y, por contra, lo que sabía yo estaba lejos de su comprensión» 74 . A la expansión de la filosofía ponía restricciones temperamentales y étnicas (si es suyo el texto trasmitido): «Pero, está a disposición de cualquier complexión corporal ni de cualquier raza llegar a ser sabio» 75 . Es verdad que Lucrecio, en sintonía con su Maestro, no espera que todos acojan su mensaje pero su mensaje es para que todos lo acojan. Es la cara elitista de la escuela.

Y muy cerca de ella está su cara heterodoxa. El epicureísmo mostraba cierta radical oposición a las otras filosofías, al proponer el placer como piedra de toque para cada acto moral o suprimir la intervención divina en el universo y la historia 76 . Si Lucrecio tiene una «gran esperanza de gloria» (laudis spes magna , I 923) no es tanto por sus invenciones poéticas sino por su destrucción de los miedos religiosos (I 932) a través del desvelamiento de los enigmas de la física (I 933).

También es cierto que la escuela epicúrea fue poco flexible y se mantuvo igual a sí misma entre las otras sectae , más acomodaticias y cambiantes. Jamás un epicúreo se atrevería a retocar la doctrina del Maestro aunque fuera en el punto más insignificante. Prueba de ello es el respeto rayano en la adoración que se le profesaba al fundador y sus dogmas. No es de extrañar por tanto que Lucrecio glorifique a Epicuro con lenguaje de tono religioso. Lo ensalza sucesivamente como vencedor sobre la religión (I 75), como pater y rerum inuentor (III 9), como dios civilizador (V 19) y héroe cultural ateniense (VI 2). Pero a la postre damos con una paradoja: de un exclusivista cenáculo helénico que veneraba la prosa del Maestro Fundador y aceptaba gustoso una cierta tiranía intelectual, el vocero más conspicuo ha resultado ser un discípulo de última hora, un poeta que ni siquiera escribe en griego. El destino incierto de los escritos lo quiso así 77 .

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