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16. Estilo y versificación

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Lucrecio, hay que reconocerlo, es claro en lo que dice pero no es cómodo de leer (¡cuántos lectores y traductores se han quedado en sus prólogos!). Para comprenderlo y disfrutarlo hace falta, aparte de saber mucho latín, estar familiarizado con las convenciones de la poesía antigua y pasar largos ratos luchando con pasajes estragados por los accidentes de la transmisión. Pero eso es ahora. En sus tiempos Lucrecio buscaba en Roma un público de lectores dispuestos a adentrarse en los vastos espacios de un poema que habría de poner ante ellos una visión completa de la realidad donde enmarcar una vida dichosa. Si el lector explícito era el noble Memio 132 , el lenguaje no podía ser otro que el de la clase rica y ociosa, abierta a los refinamientos de la literatura. Pero, como por encima de las convenciones del género el poeta se dirige a cualquier inteligencia dispuesta a liberarse, procuró no perder una suerte de cercanía coloquial y dotar a su obra de un aura de sinceridad y energía. No quiere sólo exponer la verdad sino ganarse al lector con argumentos coherentes y poderosos 133 . Hay por eso un desafiante maximalismo doctrinal y una controlada furia razonadora. Recorre el poema un rumor sordo de oscuro estupor; la admiración, que es motor de la filosofía, pero que en los filósofos profesionales y prosaicos se acalla del todo con las voces claras de la razón, vibra aquí entre los versos.

Es el suyo un estilo solemne y austero. La sintaxis es difícil a veces, pero más por la longitud excesiva de los razonamientos y exposiciones (con algunas derivaciones y paréntesis que distraen la atención 134 ) que por las inversiones o disyunciones contrarias al orden habitual de las palabras. Con el uso del hipérbaton Lucrecio no enrarece el lenguaje más que un Virgilio o un Horacio.

El largo y comprometido poema de Lucrecio poco tiene que ver con la temática y las predilecciones estilísticas de la escuela de los poetae noui 135 . Pero a pesar de todo esto, Lucrecio lleva razón cuando en la convencional propaganda de sus proemios, dice que es un pionero, que pisa un camino limpio de huellas, que no tiene precursores (I 924-933). En ese propósito innovador se encuentra con los neotéricos.

Al tema le cuadraba mejor cierto empaque tradicional y arcaizante. De ahí que en cuestión de estilo el poema ocupe un lugar central entre Virgilio y Ovidio. La organización de sus partes es muy clara, pero no se alude a ella ni tan escasamente como en las Geórgicas ni de modo tan palmario y continuo como en el Arte de amar. Las inserciones narrativas están sustituidas por las rarezas naturales o las descripciones; los preceptos dejan paso a explicaciones retóricamente eficaces y lógicamente bien trabadas, ya que, como el mismo poeta se encarga de decimos (I 401) son los argumentos (argumenta) los que arañan credibilidad (fides) en favor de las palabras (dicta).

Sobrevuela por todo él el fantasma de Ennio, evocado al principio. De Ennio se toma cantidad de vocabulario, el uso de palabras compuestas, la aliteración efectista, principios rítmicos y métricos. El metro y la lengua de Lucrecio se perciben a veces como una estación de paso entre Ennio y Virgilio. Esto es un abuso del historicismo progresista. Lucrecio es en sí y para sí. Es poeta de su tiempo que a su manera participa de la solemnidad comprometida y civil de Cicerón. También es falso el contraste que a menudo se establece entre las partes poéticas y las prosaicas del De rerum natura. Es verdad que la poesía didáctica no deja nunca de padecer una íntima tensión entre forma y contenido, entre lo poético y lo expositivo, pero no es legítimo leer con ánimo diverso partes de un poema que se escribieron con el mismo.

La adaptación y traducción del vocabulario de sus fuentes doctrinales griegas supuso un primer desafío para Lucrecio. Ya el satírico Lucilio antes que él había latinizado los eídōla y las átomoi (frag. 753 Marx). Pero en el De rerum natura hay nada menos que tres quejas sobre las carencias del latín, la patrii sermonis egestas (I 136-139 y 831-832; III 260). Pese a ello, Lucrecio adopta muy pocas palabras griegas por mera transcripción 136 y en general prefiere evitar los helenismos. Así, el final del libro VI, que describe la peste de Atenas durante la Guerra del Peloponeso, es un trasunto del relato que de la misma hizo el historiador Tucídides (II 49), pero mientras el autor griego utiliza más de medio centenar de términos técnicos tomados en préstamo de autores médicos, el latino se ciñe al vocabulario tradicional —enniano— de la poesía épica.

La aliteración era un recurso rítmico de la poesía arcaica, de la que se toma también un cuantioso número de vocablos y algunas desinencias en trance ya de perderse (-ai, -ier, -um, -os). Se confía más en sustantivos y verbos que en adjetivos ornamentales («los adjetivos más comunes… son palabras cuantitativas sin color como magnus y paruus » 137 ). Usa dobletes del tipo noua miraque y acumulaciones efectistas (pocula crebra, unguenta, coronae, serta parantur , IV 1132). Le coloca a veces más de un adjetivo a un substantivo, fórmula evitada por los poetas posteriores (que emparejarán monótonamente dos adjetivos y dos nombres en diversos ordenamientos y quiasmos).

Palabras y nexos prosaicos marcan las divisiones mayores: in primis, incipit, nunc age, nunc locus est, illud in his rebus, quod superest. No falta aquí el bucle metafrástico, ‘digo y repito’ (etiam atque etiam). Recalca invariable y cuidadosamente el orden en que las pruebas se suceden: principio, praeterea, porro, huc accedit, denique, postremo. Aduce analogías en apoyo de sus puntos de vista, interpela a la audiencia y le plantea preguntas, remata con una sentencia los períodos, propone y recapitula, deja para el final el argumento más poderoso 138 .

Muchas repeticiones de versos y pasajes son estilísticas y conscientes 139 , pero a veces van más allá de lo puramente formulario 140 , como por ejemplo la reproducción, tal cual, del pasaje programático interno del libro I (926-950) al principio del IV (1-25), que bien puede deberse a un accidente editorial 141 .

Nadie compite con Lucrecio en el uso de las imágenes y símiles 142 . Para la actividad de los átomos fragua las metáforas del tejido 143 , del río 144 , de la reproducción animal 145 , del acuerdo y el conflicto 146 . Sus descripciones tienen gran fuerza visual 147 unida a un manejo del lenguaje lleno de escrupulosa exactitud. La tmesis 148 arcaica es del todo artificiosa pues se ejerce en prefijos que en ningún estadio de la lengua tuvieron autonomía 149 . Se entrega a juegos etimológicos del tipo: en la leña (lignis) está escondido el fuego (ignis) 150 ; amor (amorem) no es más que expulsión de humor (umorem ) 151 .

Menudean las sentencias 152 , acaso porque los epicúreos propendían a la divulgación de sus doctrinas en resúmenes claros y simplificadores 153 . El propio Epicuro daba importancia a los resúmenes y máximas memorables 154 y compuso repertorios de ellas (las llamadas Kýriai dóxai).

Lucrecio, si hubiera atendido más al sesgo práctico de la filosofía epicúrea y le hubiera querido quitar grandeza y altura al tema, podría haber escogido como metro el dístico elegíaco, tal como hicieron los poetas griegos Solón y Tirteo para propagar sus enseñanzas morales y políticas, o haría luego Ovidio para sus alegres consejos de amor. Un buen vehículo para su doctrina hubiera podido ser también el género de la sátira, que sin dificultad adquiere un aire cercano a la diatriba del filósofo callejero y popular 155 . Pero su elección fue la tirada de hexámetros propia de Hesíodo y de los filósofos-poetas anteriores a Sócrates. Si entramos en los detalles técnicos de la métrica lucreciana se observa una predilección por el dáctilo en el primer pie y el uso del espondeo para subrayar lo solemne. No se evitan palabras polisílabas para completar los dos últimos pies del verso (frugiferentis, exorerentur, pervolitantes). Ocasionalmente la -s final no hace posición, tal como era norma en los poetas anteriores pero dejará de ocurrir a partir justamente de Virgilio. Aunque métricamente Lucrecio no supera todas las asperezas formales de la poesía arcaica, supone un avance hacia la forma clásica o consagrada 156 .

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