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8. La trama de la realidad

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Ya hemos establecido la tema de contenidos: a uno y otro lado el mundo de lo pequeño y lo grande, y en el centro el hombre como el escudriñador de ambos. La exposición doctrinal empieza, pues, con lo que los antiguos llamaban una ‘fisiología’, discurso sobre la naturaleza íntima y total de las cosas, el átomo y el universo (libros I y II).

Nada viene de la nada y nada se vuelve nada (I 151-264). La materia está compuesta de cuerpos, simientes o primordios invisibles instalados en el espacio vacío: son los átomos (I 265-417). Cada cosa es una combinación de átomos y vacío, y lo demás (incluido el tiempo) es sólo un accidente o propiedad de ellos (I 418-502). Los átomos son macizos, perdurables, sin partes y mínimos (I 503-634). El universo es infinito y nada hay fuera de él; infinitos son el espacio, la materia y el número de los átomos (I 951-1113).

El movimiento de los átomos produce el mundo con los hombres, no para los hombre por causa divina (II 62-183). Tal movimiento nunca es hacia arriba, sino que cae produciendo peso, si bien una leve desviación garantiza los choques y la potestad de los seres vivos sobre sus movimientos (II 184-293). Las figuras de los átomos son diferentes en unos y otros, lo que explica las cualidades heterogéneas que se dan en una misma cosa (II 294-477). Es limitado en cambio el número de las clases de átomos diferentes en figura, aunque sean infinitos los átomos de cada clase (II 478-729). Los átomos carecen de cualidades secundarias como color, olor, sabor, temperatura (II 730-864). Lo viviente sensible está hecho de átomos insensibles, pues vida y sentido depende tan sólo de la ordenación de átomos en un conjunto, y todo en suma proviene de átomos y en ellos se resuelve (II 865-1022). Hay un infinito número de mundos que se forman y destruyen (II 1023-1174).

Hasta aquí la doctrina del primer par de libros. Se trata, como se ve, de una explicación del universo en términos únicamente de redistribución de la materia en movimiento. Vida y mente son propiedades que emergen, una vez que cierta ordenación de átomos lo consiente. Pese a ello se advierte en el sistema de Lucrecio una acusada propensión al uso de símiles y metáforas vitalistas. Hay que tener en cuenta que la más llamativa construcción de la naturaleza es el ser vivo. No es de extrañar por tanto que el atomismo derive en primera instancia de la experiencia que se tiene con el nacimiento, sustento y muerte de los organismos. El intercambio y reordenación de materia viva que se hace en el nacer y morir, comer y defecar. Los cadáveres se hacen polvo y en el polvo brota el grano: todo se arma y se desarma en el almacén y taller incansable de la naturaleza. El atomismo lucreciano, revestido de lenguaje poético, recibe de ahí una fuerte impronta vitalista. Los primeros ejemplos de seres que los agregados de átomos producen son en el De rerum natura los vivientes: hombres, peces, aves, reses, árboles (I 161-5). Los átomos se denominan, por eso, ‘semillas de seres’ (I 59), ‘cuerpos engendradores’ (I 132).

Reparemos también en la radical rebeldía contra las trampas del antropocentrismo 84 . Una concepción naturalista auténtica supone un gran esfuerzo de imaginación: saltar por encima del hombre y sus ilusiones, verlo como parte del todo, someterlo a la ley universal. Requiere además una inmensa modestia: es como si el sabemos de la misma substancia del mundo nos volviera a los hombres insubstanciales. De ahí que siempre se haya tenido al atomismo como una concepción hiriente para el narcisismo de la especie humana. No es un bálsamo sino un cauterio doloroso para las heridas de un ser aislado y consciente; por eso «es instructivo que el materialismo haya sido adoptado en aquella coyuntura por los mismos ajenos motivos morales en nombre de los cuales ha sido usualmente rechazado» 85 .

Otros conceptos que lleva aparejado el atomismo son los de azar y ley, presentes en una sentencia del fundador Demócrito («Todo lo pueden espontaneidad y necesidad» 86 ) y aliados por la matemática y física modernas en las leyes llamadas ‘leyes de azar’. En Lucrecio el acaso y la necesidad conviven armónicamente como las dos caras de la moneda: el vocabulario carga las tintas sobre lo obligatorio y forzoso en la naturaleza 87 , pero cierra cualquier rendija por donde pueda colarse el finalismo 88 . Por eso la tradición filosófica deísta no dejó nunca de percibir con razón que él y los atomistas habían puesto la casualidad en el trono de la providencia 89 .

Frente al átomo se alza el infinito. Los antiguos recelaban del espacio sin fin y el tiempo perdurable (las penas eternas de los malvados suelen presentarlas como tareas cíclicas: sube y baja de Sísifo con la piedra, idas y venidas de las Danaides con los cántaros cascados); veían el mar y el cielo como una ausencia, un vacío, el abismo; no los inscriben en su poesía como imagen de soledad y grandeza porque más bien son objetos que les repelen. Epicuro asume fervorosamente el principio de lo infinito, en contraste abierto con la teoría aristotélica de la finitud del mundo. En ciertos pasajes de Lucrecio, incluso, se percibe una suerte de ebriedad de infinito 90 . Sólo por imperativos de la filosofía, pues, un poeta se atreve a inscribir el infinito en sus versos a través de la fantástica imagen del arquero que se acerca a las murallas del mundo y lo prolonga disparando siempre más allá.

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