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14. Artificios y desarreglos de la pasión amorosa

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La furibunda (y celebrada) perorata que contra la pasión amorosa lanza Lucrecio al final del libro IV encaja dentro de esta concepción de la felicidad como calma controlada. El amor es un hecho físico explicable por la carga y descarga de átomos en el cuerpo del hombre, no una pasión inspirada por los dioses. El prudente se libera de los embelecos culturales y literarios del amor por el procedimiento de echar su simiente en un cuerpo cualquiera sin dedicarle una atención exclusiva (IV 1058-1076), porque el amor, incluso el feliz y correspondido es siempre irrealizable cuando no desgarrador (IV 1077-1140). Los inconvenientes del amor contrariado no hace falta nombrarlos (IV 1141-1145). Pero, aunque lo mejor sea no enamorarse, el sabio, si no hay más remedio, condesciende al amor rutinario y benévolo del matrimonio (IV 1278-1287).

«Si se prescinde de la contemplación, de la conversación y trato con la persona querida se desvanece toda pasión erótica», enseñaba Epicuro 125 . Este remedio de amor está conectado con la teoría de los simulacros, pero se acoge también a la prudencia popular y a la tradición literaria. La teoría de los simulacros lucreciana, justo en su capítulo de los ensueños y las ilusiones, deriva de modo natural hacia el magisterio amoroso 126 . Todo este pasaje del libro IV revela un enorme recelo hacia la sexualidad y sus alteraciones. Sabemos que Epicuro compuso un Perì érōtos 127 , y suyas son estas palabras: «Pues la coyunda jamás sienta bien, y sería algo desable si no dañara» 128 . Su discípulo Lucrecio ataca al adversario —el amor artificioso, enrarecido y exasperado por la literatura— con armas robadas de su propio arsenal 129 , pero pone tanto énfasis en su ataque, que parece un terapeuta fascinado por los síntomas de la enfermedad amorosa.

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