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17. Pervivencia

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Por más que su nombre se calle muchas veces, las huellas de Lucrecio en la literatura posterior no son pocas ni borrosas 157 . Ya hemos hablado de Cicerón como lector y acaso editor de unos versos que, enigmáticamente, dejan de resonar en sus obras filosóficas: quien compuso poemas y tenía un oído sensibilísimo y una memoria tenaz nunca citó un solo verso de Lucrecio 158 . Cicerón reconoce en el De rerum natura originalidad (lumina ingenii) y técnica (ars) 159 y sin duda lo consideró un instrumento precioso para la tarea que él mismo se había asignado: verter en moldes latinos la filosofía griega.

No hay que descontar que Virgilio y Horacio, con el grupo de jóvenes que por los años 50 y 40 a. C. se acogieron a la compañía de los dos maestros epicúreos Sirón y Filodemo en los alrededores de Nápoles, trabaran relación con Lucrecio 160 . Sin embargo ni Virgilio ni Horacio, que fueron epicúreos moderados, lo nombran nunca, aunque lo imitan con devoción visible. El primero fue sin duda su más hondo e impresionable lector, si es que consideramos la presencia de Lucrecio en las Geórgicas , donde se revelan vocablos y concepciones que son suyas; ante todo la célebre exaltación ilustrada: «Dichoso quien puede saber la razón de las cosas, / y todos los miedos y el destino implacable / arroja bajo sus pies, y el estruendo de Aqueronte avaricioso» 161 . Un pastor de las Bucólicas (VI 31-40), ¿quién lo esperaría?, esboza una visión cósmica de tonos lucrecianos, donde los átomos o «semillas se agrupan a través del inmenso vacío» (magnum per inane coacta semina , w. 31-2). Toda la obra virgiliana sostiene un diálogo con la de su precursor. ¿Es exagerado afirmar que el arranque Aeneadum genetrix (I 1) encierra como en germen el título y materia de la Eneida?

Las sátiras y cartas de Horacio, que mencionan a otros poetas de menor valía, callan sospechosamente 162 , porque «incluso los grandes espíritus de la edad augústea, nutridos de Lucrecio hasta el meollo, y que a través de él supieron conservar el influjo más vital del epicureísmo sobre la sociedad romana, no osaron dar su nombre» 163 .

Por contra Ovidio, más libre de prejuicios que ninguno, no se recata a la hora de enaltecerlo: «Los versos del sublime Lucrecio» —dice— «habrán de perecer tan sólo en ese día que entregue el mundo a su destrucción» 164 . Y en otra ocasión lo pone entre Ennio y Catulo, haciendo referencia a su profecía del fin del mundo 165 , tema que parece fascinarle. Cualquier lector percibe el aliento de Lucrecio en el discurso que Pitágoras 166 entona al final de las Metamorfosis (XV 75-478).

Manilio, cuya vida alcanza el reinado de Tiberio, vino a ser en sus Astronomica el poeta de la cosmología estoica, tal como Lucrecio lo había sido de la epicúrea. Pero no polemiza con las doctrinas rivales sino que se limita a encerrar las enseñanzas de su secta en sentencias que invierten el sentido de las lucrecianas: los dioses voltean el firmamento (mundum diuino numine uerti , I 484) y son el mundo (ipsum [mudum ] esse deum , I 485), no hay azar sino un orden providencial (non casus opus est, magni sed numinis ordo , I 531). En el orden pedagógico rechaza las dulzuras que buscó Lucrecio (nec dulcía carmina quaeras , III 38): es difícil imaginar que al expresarse así Manilio no tuviera en cuanta a su precursor.

Vitrubio, en su tratado de arquitectura (IX 17), pone a Lucrecio junto a los grandes pedagogos de Roma, junto a Varrón y Cicerón, y recuerda la sensación de viveza e inmediatez que causa su lenguaje: «A muchos que habrán de nacer después de nuestro tiempo les parecerá estar discutiendo con Lucrecio sobre la naturaleza de la realidad como si delante de él estuvieran (velut coram)».

Séneca lo cita muchas veces 167 y comparte con él la idea de que la filosofía saca al hombre de su estrecha vivienda mortal (contubernium mortale 168 ).

Quintiliano en su Enseñanza de la oratoria (X 1, 87) lo juzga elegante (elegans) pero a la vez dificultoso (difficilis); lo considera, como harán tantos críticos, un hito para llegar al perfecto Virgilio (XII 11, 27).

El poeta Estacio (Silv. II 7, 76) habla del «elevado entusiasmo del sabio Lucrecio» (docti furor arduus Lucreti) , ponderando, como Cicerón en su célebre carta, la mucha inspiración y doctrina del poeta.

En el ambiente erudito y helenizante de la Segunda Sofística (s. II ) no faltan alusiones. Ya en tiempos de Tácito (según el Diálogo de los oradores XXIII) algunos ponían a Lucrecio por delante de Virgilio. Frontón, corresponsal y preceptor de emperadores, lo vuelve a motejar de «elevado» (sublimis , en Ad Verum I 1, 2, pág. 113 Nab.). En las Noches áticas (I 21, 5) de Aulo Gelio, Favorino de Arelate, amigo de Frontón, elogia también a Lucrecio 169 .

Macrobio en el libro VI de sus Saturnales reseña una larga lista de latrocinios virgilianos perpetrados en la obra de Lucrecio. Estas alusiones habrían de excitar la curiosidad de los primeros humanistas, admiradores ya ganados por Virgilio.

Era de esperar que Lucrecio provocara los ataques de la apología cristiana. Pero hay poco de tal cosa. Exhibía el epicureísmo cierto espíritu de austeridad y renuncia que atrajo a los ascetas cristianos. Por eso pudo testimoniar San Jerónimo: «Epicuro, el campeón del placer ha llenado todos sus libros de hortalizas y frutas, y dice que hay que comer barato» 170 . Se da una paradójica comunidad de sentimientos. Incluso en Lucrecio buscan los escritores cristianos argumentos para desacreditar los cultos paganos. Es un desguace de ideas con fines apologéticos. Amobio simpatiza con aspectos doctrinales del epicureísmo ausentes del cristianismo ortodoxo posterior: imperturbabilidad de Dios, mortalidad del alma (lo que no se opone a la doctrina de la resurrección), inexistencia de castigos crueles en la otra vida, vanidad de los ritos: «era, pues, mucho más sensible a los paralelo con Lucrecio que a las diferencias» 171 .

Lactancio, discípulo de Amobio, menosprecia a Lucrecio y Epicuro 172 , pero no tiene empacho en incluir al final de sus Instituciones versos del poeta (VI 24-28) o en servirse de su elogio de Epicuro para elaborar el elogio de Cristo salvador 173 .

Tertuliano concibe el alma como hecha de una materia sutil (De anim. V 6) y lo confirma con cita de Lucrecio (I 304).

Pero estos contactos leves no deben hacer olvidar que epicureísmo y cristianismo son antitéticos. ¡Cómo protestarían los epicúreos si se les quisiera hacer pasar por anticipadores de una doctrina tan extraña y enemiga de sus principios, supuestamente insuflada en las mentes y en la historia del modo que una y otra vez Lucrecio niega que en el mundo ocurra nada: diuinitus! El epicureísmo era precisamente la única doctrina combativa que habría podido impedir la caída de Europa occidental bajo las supersticiones orientales que a la postre la anegaron. Y hasta tal punto a Epicuro se le sentía (con razón) como el enemigo más irreconciliable de la fe, que en las polémicas entre cristianos se hará costumbre llamar epicúreo sin más a cualquier disidente.

Cuando el cristianismo gana la batalla y se establece en todas partes, remite el fervor polémico antipagano y Lucrecio se queda en el limbo de los tratadistas de retórica, los gramáticos y lexicógrafos, que llevan a cabo un troceo del De rerum natura con fines eruditos y escolares.

En la Edad Media no hay propiamente una conjura de silencio contra Lucrecio. Se le abandona más que se le ataca. La victoria total del cristianismo volvió inocua la obra de Lucrecio, que, eso parecía, atacaba únicamente a los dioses paganos y no representaba ya ningún riesgo para el dios cristiano concebido dentro de otra dimensión cultural. Ningún autor de los que lo citan (aunque sea por vía indirecta) denigra su vida o su doctrina. No hay que olvidar que debemos la conservación del texto a la labor de copia de los scriptoria medievales y que las manos sucesivas que glosaron los dos principales códices del De rerum natura denotan interés por el poeta 174 .

Todavía Isidoro de Sevilla (ca. 560-636), para refrendar sus noticias naturalistas, recuerda a Lucrecio, aunque es poco probable que lo haga desde una lectura directa 175 . El prestigioso título De rerum natura lo llevará una obra suya y otra de Beda el Venerable (673-735).

El pasaje del polvillo que flota en un rayo de sol, símil de los átomos 176 , leído en Lactancio o en algún liber manualis , impresionó a Dante, que lo imita: «le minuzie de’ corpi, lunghe e corte, / moversi per lo raggio» (Divina Comedia, Paraíso , XIV 114-5). De haberlos conocido en su plenitud 177 , ¡qué no hubiera hecho el fabricante de tormentos infernales con los versos bravos de Lucrecio, destructor de Avernos!

Sólo cuando la religión cristiana dejó de llenar todo el espacio mental y cultural de Europa el texto del De rerum natura recobró sus capacidades iluminadoras (o su virulencia antirreligiosa visto desde el otro lado). Renace Lucrecio como maestro de libertad.

Los humanistas de la primera hora conocieron a Lucrecio gracias a un antiguo manuscrito que Poggio Bracciolini (1380-1450) descubrió en Alemania y envió a su amigo Niccolò Niccoli en 1417, pronto multiplicado en numerosas copias manuscritas (e impresas 178 ) y hoy perdido. Puede decirse que Lucrecio, como Tácito o Petronio, es un autor dado a conocer por los humanistas.

En la aurora de la imprenta un editor tras otro advierte en prefacios y comentarios sobre las finuras poéticas de Lucrecio y los deliramenta de su filosofía. La editio princeps la perpetra en Brescia (ca. 1473) un entusiasta incompetente 179 y la segunda se elabora en un taller sólido pero también incapaz de Verona (1486). A fines del s. XV , bajo la influencia de Giovanni Pontano (1429-1503) y otros estudiosos, comienza la tarea crítica sobre un texto muy corrompido. Fue el brillante exiliado griego Michele Marullo Tarcaniota (1453-1500), soldado de fortuna y erudito, el primero que se aplica a la edición del texto con entusiasmo y competencia 180 . Algunos pasan de las tareas editoriales a la imitación. Tal es el caso del mismo Marullo, que intentó una síntesis del panteísmo y el naturalismo materialista en sus Hymni naturales (1497), o de Pontano, que compuso una pieza didáctica titulada Urania sive de stellis.

La impresión en Basilea (1523) de las Vidas de filósofos de Diógenes Laercio, cuyo libro X está dedicado íntegramente a Epicuro y recoge sentencias suyas y textos originales, da a conocer mejor las bases doctrinales de la escuela y ayuda enormemente a la comprensión de Lucrecio. Sin embargo, lo entiende todavía muy a la manera escolástica el averroísta Agostino Nifo (1473-1536 ó 1545), que en su tratado De pulchro et de amore dedicó dos interesantes epígrafes a la opinión de Lucrecio sobre el amor. En uno la resume 181 y en otro la discute y rechaza: «El amor sería un deseo de montar a la hembra por ver de engendrar el enamorado en ella y de ella un semejante. Pero tal amor más se acomoda a las bestia que a los hombres» 182 . Más adelante cuando trata los síntomas del mal de amores no deja de mencionar la melancolía lucreciana:

… seguidamente, el enamorado se vuelve melancólico, pues de la sangre seca, densa y oscura se forma la bilis negra que llena con sus emanaciones la cabeza, reseca el cerebro y no cesa de angustiar al alma día y noche con siniestras y horrendas figuraciones. Es lo que leemos que por amor le ocurrió al filósofo epicúreo Lucrecio, que entre los tormentos del amor y la locura acabó por suicidarse 183 .

La atención que los pensadores del renacimiento dedican al poema de Lucrecio lo convierte a la vez en una base prestigiosa para la interpretación naturalista del mundo y para la revalorización de la idea de infinito, aunque no siempre dentro de un estricto antiespiritualismo, como veremos. El napolitano Scipione Capece (1485-1551) compuso una imitación de Lucrecio en sus De principiis rerum libri duo 184 , poema rico en digresiones felices y notas autobiográficas, donde se entrega a una discusión sobre los cuatro elementos 185 . La obra de Capece habría de influir en el florentino Bernardino Telesio (1508-1588) que publicó su De rerum natura en 1565. Este autor personaliza a la Naturaleza más allá del pagano: «Omnípara Naturaleza, hacedora de hombres y cosas, / complicada y sencilla, semejante a ti misma y desemejante, / por nadie engendrada, incansable, feraz, más hermosa que tú misma / y la única que contigo compite, a ti hasta después de vencida vuelves a vencer» 186 .

Tanto Capece como Telesio, y luego Polignac en el s. XVIII , confiesan su admiración por Lucrecio, pero son defensores sinceros del dogma cristiano. El revuelo que armó el libro de Pietro Pomponazzi (1462-1524) De immortalitate animae (1516) pone en primer plano los argumentos contra la pervivencia del alma que se agolpan en el libro III del De rerum natura. En esta atmósfera, el sínodo episcopal de Florencia de 1517 decretó la prohibición de leer en las escuelas «poemas lascivos y descreídos, como es el poema de Lucrecio, donde con todas sus fuerzas se empeña en demostrar la mortalidad del alma» 187 . Pero se siguió leyendo a Lucrecio. Aonio Paleario (1503-1570), que habría de ser ejecutado por hereje en Roma, publicó un poema De animorum immortalitate (Lión, 1536) 188 de inspiración platónica y que resulta lucrecianamente antilucreciano, pues al comienzo del canto II hace un panegírico de Aristocles (que no es otro que Platón, al que llama así con el nombre propio luego suplantado por el apodo): se trata, claro es, de una imitación de los elogios de Epicuro 189 .

Giordano Bruno (1548-1600) retoma las ideas lucrecianas sobre la pluralidad de mundos y homogeneidad de la materia terrestre y celestial (I 951-1113). Cita a nuestro poeta con frecuencia cuando se refiere a estas cuestiones, tanto en el De l’infinito e mondi como en otras de sus obras 190 .

España no fue del todo ajena a estos intereses naturalistas. Alfonso de Fuentes (nacido el año 1515), en una Summa de Philosophia natural (Sevilla, 1545) 191 , expone en versos sueltos, según un esquema séxtuple, la astronomía, la física de los fenómenos terrestres, y la fisiología del cuerpo humano (atendiendo mucho a la reproducción). La obra es un diálogo entre Etrusco, un toscano que se encuentra en Sevilla, y Vandalio, un caballero andaluz. Vandalio hace una referencia a Epicuro: «Esta opinión de epicúreos / (ser fecho el mundo de áthomos) / muy grandes misterios tiene, / sin sentir lo que dixeron, / porque dixeron que aquestos / áthomos son sin comienço […]: / es falso y muy fabuloso, / porque no ay cosa ninguna / sino sólo nuestro dios / que pueda ser sin principio» (f. xvi). Etrusco le contesta, haciendo una puntual referencia a Lucrecio: «De lo qual se sigue que es muy falsa / la opinión de Lucrecio, el qual dize / que ninguno no crea que la cosa / que puede ver el hombre nasce aquesta / de cosa que no es vista, y es visible» (f. xvii).

Lucrecio pasa muy pronto de estos tratados a la fantasía literaria. Famianus Strada, en sus Prolusiones academicae (1617), urde un extraño drama entre los poetas de la corte de León X. Los vates se dividen en virgilianos, estacianos y lucrecianos. Se proponen disfrazarse como sus literarios héroes pero sólo sale el intérprete de Lucrecio, que será el mismísimo Pietro Bembo y entrará en escena con el solemne auia Pieridum peragro loca I 926).

Las imitaciones parciales aparecen acá y allá. En España el poeta Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575) en la «Epístola a don Diego Lasso de Castilla» (vv. 97-108) hace traslación casi literal de II 1-6:

Dulce ver es de tierra un bravo viento

que levanta la mar alta e hinchada […]

Ver sin peligro nuestro menearse

y caminar con fiero continente

dos bravos escuadrones a afrontarse ,

no porque el mal ajeno te contente ,

mas porque, en la verdad, es dulce cosa

carecer del dolor que el otro siente 192 .

Quevedo, lector de Lucrecio, recordó sin duda las imágenes oníricas del amor (IV 1011-1036), en el soneto «A fugitivas sombras doy abrazos». Salta la sangre y el semen hacia la figura amada en el poema latino (IV 1045-1050); el castellano sublima todo y dice «como de abrazarla tengo gana, / hago correr tras ella el llanto en río».

En Francia, antes ya de la edición de Lambinus (1563), que hizo época, Du Bellay había traducido y publicado (1558) el himno a Venus 193 . Montaigne (1533-1592), epicúreo confeso, cita a Lucrecio casi ciento cincuenta veces. El filósofo Pierre Gassendi (1592-1655), que descubre a Lucrecio a través de la experiencia ética e intelectual del librepensador Saint-Évremond (1613-1703) 194 , lo prosifica y comenta 195 en su compendio (Syntagma) de doctrinas epicúreas, leído y secundado por Isaac Newton (1642-1727) 196 y Robert Boyle (1627-1691), padres de la física y la química modernas.

Se cree que Molière había comenzado una traducción de Lucrecio. Parafrasea en el Misanthrope (acto II, esc. 5, vv. 711-730) la andanada lucreciana contra los enamorados que disimulan los defectos de la amada con eufemismos (IV 1153-1169). M. de Marolles, el primer traductor francés del poema en 1650, frecuenta los círculos epicúreos y en el prólogo a las ediciones de 1659 y 1677 de su traducción afirma que Molière se había servido de ella 197 .

Por este mismo tiempo Bossuet (1627-1704) traduce el De rerum natura y se hace una edición ad usum Delphini (1680), aunque el editor, Michael Fay, se excusa por presentar al heredero de la corona una filosofía «reputada de irreverente y atea» 198 .

El inglés Johannes Audoenus (John Owen, 1564-1622) convirtió en epigrama un juego de palabras lucreciano: est amor in nobis in lignis ut latet ignis (cf. I 891-892). John Dryden (1631-1700) tradujo los mejores pasajes del De rerum natura en vigorosas estrofas. En el prefacio a sus Sylvae de 1685 trazó un espléndido retrato intelectual de Lucrecio, donde habla de su noble orgullo, su capacidad de afirmar, su indignación ante la culpa, la fuerza masculina de sus versos, su riqueza argumental y calor poético. Pero al parecer no se puede ser buen poeta y ateo a tiempo completo: In short, he was so much an atheist, that he forgot sometimes to be a poet 199 .

Cuando resurge el atomismo y la Ilustración arrecia con sus ataques a las religiones, Lucrecio adquiere importancia como maestro liberador. Empieza a apreciarse no sólo la fuerza de su poesía sino también el valor de su pensamiento. El anónimo que compuso el lúcido y elegante tratado Theophrastus redivivus (1659), que recoge el que quizá sea el primer sistema moderno libre y enfrentado a la tradición cristiana, ha leído con asiduidad a Lucrecio al que cita con frecuencia y en extenso. La obra circuló manuscrita y el nombre de Lucrecio aparece en el frontispicio junto al de Epicuro 200 .

El Traité de l’infini créé , de fines del XVII y falsamente atribuido a Malebranche, defiende la infinitud del mundo con un argumento prestado de Lucrecio (V 998-1001) 201 .

En la erotodidaxis de la novela libertina L’Ecole des filles (1655), para evitar la concepción haciendo que el esperma ne tombe pas justement au lieu où il devrait , se proponen los mismos meneos de la hembra que aconseja Lucrecio en IV 1268-1273 202 .

Bonaventure de Fourcroy, homme de belles lettres , lo cita bastantes veces en sus Doutes sur la religion proposés à MM. les Docteurs de Sorbonne , un tratado subversivo confiscado por la policía real en 1698. Como el anónimo autor del Theophrastus , Fourcroy se interesa «por los argumentos que Lucrecio desarrolla para negar la providencia divina o afirmar la materialidad del alma […] A menudo, la influencia de Lucrecio se deja adivinar, aunque no se le nombre a las claras» 203 . Sin embargo, los materialistas de las Luces descartan en general el craso mecanicismo epicúreo en favor de concepciones como el alma del mundo o la materia animada 204 .

En el tolerante siglo XVIII , Lucrecio se imprime menos veces de lo que se podía esperar 205 , pero circula en repertorios manuscritos dentro de los ambientes de la llamada literatura clandestina 206 . Es curioso que cuando en Italia ya se habían publicado más de media docena de Lucrecios latinos desde la introducción de la imprenta hasta 1515, hubiera que esperar hasta 1717 para ver una traducción impresa 207 .

Cuando Voltaire quiso dar a conocer sus opiniones deístas y heterodoxas, las publicó en forma de Lettres de Memmius à Cicéron (1771) «encontradas por el almirante Sheremetof en la biblioteca del Vaticano» 208 . Allí el librepensador, tras la máscara de Memio, debate sobre la muerte de Lucrecio y ensalza sus ataques contra la superstición.

El cardenal Melchior de Polignac (1661-1741) dedicó a la refutación del epicureísmo, un largo y detallado poema en nueve libros titulado Anti-Lucretius sive de Deo et Natura 209 , compuesto a fines del s. XVII y publicado por partes hasta la edición completa de 1747 210 . A lo largo de sus 13.000 versos Polignac desempeña a la perfección el papel de simia Lucreti , remedando su forma, estilo y versificación, pero a la vez trastornando todos sus contenidos y haciendo una ardua defensa de la providencia divina, la inmortalidad del alma y demás. Pero donde más brilla es en los símiles e ingeniosidades. Así, los tormentos del amor, que andaban por el libro IV de Lucrecio, se resumen en un epigrama galante:

tormenti genus omnis amor: si fervidus optes

emoreris, vel si tepidus nil carpis amoeni 211 .

En Alemania no le faltaron lectores curiosos o desatentos. G. E. Lessing (1729-1781) se preocupó de las relaciones entre poesía y pensamiento, que en Lucrecio confluyen y pugnan como en ningún otro. Su veredicto es terminante: «Lucrecio y quienes se le parecen son fabricantes de versos, pero no poetas» 212 . Al lado de este juicio tan severo hay señales de la popularidad del poeta. El reproche de la Naturaleza al Hombre rebelde contra su propia mortalidad, —«Y tú titubearás y protestarás de morir?» 213 —. le sonaba a Goethe como aquel otro de «Federico el Grande, que durante la batalla de Collin gritó a sus granaderos: ‘Vosotros, perros, ¿es que queréis vivir para siempre?’» 214 . El filósofo Kant, que sin la ayuda de telescopios poderosos fue capaz de ver en las nebulosas unos agolpamientos de estrellas similares a la Vía Láctea a los que llamó ‘universos-islas’, confiesa haberse inspirado en la pluralidad de mundos que entrevió Lucrecio 215 .

Son interesantes las imitaciones pedagógicas de Lucrecio que hacen los profesores de la Compañía de Jesús. El Padre José Pons Massana (1730-1815) compuso dos curiosos poemas didácticos latinos de materia científica, titulado el uno Philocentrica sive de corporum gravitate libri duo , que tiene como tema la fuerza centrípeta o gravitatoria, y el otro Ignis (Barcelona, apud Franciscum Suriá, 1760). Los también jesuitas 216 , naturalizados en la católica Italia pero oriundos de los Balcanes, Ruggero Giuseppe Boscovich (1711-1787) y Benedetto Stay (1714-1801) escribieron sendos poemas con pretensiones de vulgarizar las novedades de la ciencia. Boscovich era un genio imaginativo que anticipó descubrimientos posteriores de modo asombroso. Utiliza hexámetros lucrecianos en su De solis ac lunae defectibus (Londres, 1760). Su paisano Stay escribió dos largos poemas destinados a sustituir al de Lucrecio: el primero (1744) 217 encierra el sistema de Descartes y el segundo (1755 y 1760) 218 recoge las doctrinas de Newton.

Otro tanto se hace en las lenguas vivas. El malogrado poeta André Chénier (1762-1794) «durante diez años estuvo rumiando un poema didáctico, el Hermès , que expondría las doctrinas de la Enciclopedia en el estilo de Lucrecio» 219 . Allí Lucrecio se codea con naturalistas y físicos:

Souvent mon vol, armé des ailes de Buffon ,

franchit avec Lucrèce, au flambeau de Newton ,

la ceinture d’azur sur le globe étendue 220 .

En el periodo romántico pasan a primer plano las visiones grandiosas y los tonos oscuros de Lucrecio. En un epitafio adéspoto del pintor Goya se engasta la frase lucreciana decurso lumine uitae (III 1042) 221 . Otras veces el intercambio se hace en el territorio de los sentimientos más que en el de las doctrinas. El poeta italiano Giacomo Leopardi (1798-1837) tuvo en nuestro poeta al autor clásico con quien estableció los vínculos más fuertes. Lucrecio es para él «la prima voce» de la edad latina. «Como Lucrecio, Leopardi […] contempla los entusiasmos y los esfuerzos humanos con asombrada lástima, como quien mira un hormiguero aplastado por una manzana» 222 .

Los poetas ingleses rinden tributo a Lucrecio. Frente a muchos, Lord Byron opinaba que lo que arruina la poesía de Lucrecio no es su física sino su ética. Las enseñanzas del Don Juan no dejan de prevenir a los espíritus débiles contra Lucrecio: Lucretius’ irreligion is too strong / for early stomachs, to prove wholesome food… (I 43). Se dice que Shelley, estudiante en Eton, se hizo ateo leyendo la doctrina de Plinio sobre los dioses y el poema de Lucrecio 223 . Algernon Swinburne en su poema For the Feast of Giordano Bruno, philosopher and martyr termina colocando a Lucrecio en el paraíso de los ateos, donde aguarda la llegada de Bruno y Shelley 224 . El poema de Tennyson The Two Voices es lo más parecido que hay a Lucrecio en la literatura inglesa. «Pero el espléndido y franco Lucretius de Tennyson —una fantasía físico-erótica— muestra que va mucho más allá de la ciencia y la antirreligión en su aprecio del poeta» 225 . El largo poema pertenece al subgénero de la lírica historicista. En él aparece la esposa apócrifa que le asignaron los biógrafos humanistas 226 : Lucilla, wedded to Lucretius, found / his master cold… Tras clavarse el cuchillo, las últimas palabras del poeta suicida son para descargar de responsabilidad a la angustiada mujer: Care not thou! / Thy duty? What is duty? Fare thee well!

Victor Hugo se lanzó a la lectura de Lucrecio por rebeldía juvenil, porque «mis profesores de retórica» —cuenta— «me habían hablado muy mal de él y esto avivó mi interés». Siendo casi un niño topó con el pasaje que proclama que la religión buena no consiste en ceremonias sino en dirigir al mundo una mirada tranquila (placata posse omnia mente tueri V 2003). «Detúveme a meditan), prosigue, «y continué la lectura. Algunos instantes después ya no vi ni oí nada a mi alrededor; hallábame sumergido en el poeta» 227 . Hugo llamará en sus versos al De rerum natura ‘monstruo sonoro’:

Lucrèce, pour franchir les âges ,

crée un poème dont l’oeil luit ,

et donne à ce monstre sonore

toutes les ailes de l’aurore ,

toute les griffes de la nuit

(Les contemplations XXXIII , «Les mages»).

Charles Baudelaire (1821-1867), el poeta del hastío urbano, sacó de Lucrecio la fórmula semper eadem 228 como título para una pieza de Les fleurs du mal (XL).

El parnasiano Sully Prudhomme (1838-1907), que juntó la perfección formal de su escuela con intereses filosóficos 229 , pergeñó una reelaboración poética del libro I de Lucrecio (1878/9), tarea que le ayudó en la búsqueda de un lenguaje a la vez elegante y preciso 230 .

Marcel Schwob (1867-1905), refinado maestro de la prosa simbolista, incluyó en sus Vies imaginaires , —recreación biográfica de veinte personajes de los que se sabe poco— un retrato de Lucrecio, que, si se le borra el amor de una altiva africana y el consabido suicidio, se atiene a la letra del De rerum natura. Así cuando relata que Lucrecio, «tal cual las ensangrentadas facciones de Roma, con sus turbas de litigantes armados e injuriados, contempló el torbellino de las manadas de átomos, tintos en una misma sangre, disputándose una oscura supremacía» (símil presente en De rerum natura II 569-580). O bien: «…ya instruido merced al rollo de papiro en el que las palabras griegas aparecían, como los átomos del mundo, tejidas unas con otras…» (tal como dice Lucrecio de sus propios versos en II 688-695) Y esto otro: «Sabía que no queda de nosotros ningún doble aspecto para verter lágrimas sobre su propio cadáver tendido a sus pies» (según III 881-883).

Gustave Flaubert (1821-1880), en carta a Mme. Roger de Genettes, no se priva de juzgar al poeta inevitable 231 :

La melancolía antigua me parece más profunda que la de los modernos, que sobrentienden todos más o menos la inmortalidad […] En ninguna parte encuentro esta grandeza, pero lo que hace a Lucrecio intolerable es su física, que da como positiva. Si es débil, es por no haber dudado bastante, ha querido explicar, ¡concluir!».

En pleno siglo positivista Emygdius Capelli (muerto en 1868) creyó conveniente ocuparse de temas epicúreos con versos lucrecianos y publicó De mundi origine vetus Epicuri sententia Latinis versibus refutata 232 .

El joven Karl Marx dedicó la tesis de licenciatura a la Diferencia entre la filosofía natural de Demócrito y Epicuro (1841), con especial atención al tema de la libertad y la desviación (clinamen) de los átomos.

En la segunda mitad del XIX Lucrecio se convierte de verdad en un autor estudiado en las escuelas, pero siempre en antologías. Una de ellas es la que con el subtítulo de «El genio de Lucrecio» preparó el filósofo francés Henri Bergson. Bergson, como hará luego Santayana, reivindica la originalidad de Lucrecio, no lo quiere considerar tan sólo el mensajero de Demócrito y Epicuro.

La figura de Lucrecio está detrás de todos los evolucionistas de la primera hora (el biólogo Jean Baptiste Lamark o el filósofo Herbert Spencer). A Darwin no faltó quien le recordara que algo de su teoría estaba ya en Lucrecio 233 , y el genial y laborioso científico negó haberlo leído, sin que tengamos razón para no creerle.

Dentro del movimiento positivista se libra una sorda batalla entre ciencia y sentimiento. Con su célebre tesis, M. Patin 234 (1793-1876) acredita ante muchos la idea de que Lucrecio es un nudo de contradicciones: doctrinario y poeta, un enamorado que habla contra el amor, un amargado y miedoso de la muerte, alguien que busca la independencia liberadora pero añora una fe y entrega su mente a Epicuro. El Lucrecio que se refuta a sí mismo se pone de moda 235 .

Hay quien abraza a Lucrecio, como el hereje de todas las herejías. Tal Friedrich Nietzsche (1844-1900), que hace de él (en El Anticristo) su propio precursor: «…léase a Lucrecio para comprender lo que Epicuro combatió: no el paganismo, sino el ‘cristianismo’, es decir, la perdición del alma a partir de los conceptos de culpa, castigo e inmortalidad».

Miguel de Unamuno (1864-1936) adaptó a sus particulares agonías las supuestas contradicciones lucrecianas y habla de «aquel terrible poeta latino, Lucrecio, bajo cuya aparente serenidad y ataraxia epicúrea tanta desesperación se cela» 236 . Ya avisamos antes que este sentimiento trágico es más propio de algunos lectores de Lucrecio que del poeta mismo. El conflicto de razón y sentimiento es muy de época. Perdura y se agrava en Unamuno, pero tiene a su vez manifestaciones estrafalarias o paródicas 237 .

En cambio a otros, como al poeta peruano Manuel González Prada (1844-1918), el rebelde descreído les proporciona una alegría orgullosa. Así apostrofa a Lucrecio: «En el reino inviolado de la muerte / eres, oh gran pagano, / manjar de libres, demasiado fuerte / para el servil cerebro de un cristiano» 238 .

El filósofo español de expresión inglesa George Santayana (1863-1952) en un libro muy leído (Tres poetas filósofos. Lucrecio, Dante, Goethe) lo caracteriza con admiración: «Extraordinariamente vívido, inexorable, inequívoco en todos sus detalles, es sobremanera grandioso y severo en su agrupación de los hechos» 239 . Santayana, enamorado de su autor, afirma que Epicuro fue sólo un suministrador de ideas a medio cocer; habría sido Lucrecio el verdadero constructor del sistema materialista epicúreo.

En el terreno puramente literario es severísimo el juicio de Theodor Mommsen (1817-1903), lastrado ciertamente por ese lugar común de la filología y el historicismo germánicos que proclama que en arte y filosofía Grecia es el sol y Roma una luna de luz mortecina y refleja:

… quien lea con los ojos del filósofo el poema didáctico de Lucrecio, echará de ver que en él no se tocan los puntos más importantes del sistema […]; y aquellos que sólo busquen en él la poesía, se fatigarán pronto de aquellas disertaciones matemáticas, sujetas a la medida del verso, que hacen verdaderamente ilegible una buena parte del libro 240 .

Con más requilorios, viene a decir lo mismo que, como vimos, había dicho Lessing cien años antes. Pero otros lo apreciarán siempre. André Gide (1869-1951), en su Journal (8 de febrero de 1944) se sorprende de entenderlo mejor de lo que esperaba y se anima a estudiar de nuevo el latín, al tiempo que exclama: Quelle mâle énergie chez Lucrèce; quelle austère noblesse dans son impieté, dans sa libre pensée impavide!.

A mediados del s. XX el único país que en la angustiada posguerra europea celebró el bimilenario de la muerte de Lucrecio fue la Rusia soviética, que hizo al poeta el mejor homenaje con la edición y traducción de su obra por Teodoro Petrovski (Leningrado, 1945, reeditada en 1946-47 con comentarios e ilustraciones) 241 . El poeta y dramaturgo marxista Bertold Brecht (1898-1956) naufragó un tanto en su proyecto de adaptar el Manifiesto comunista a las formas de la poesía didáctica lucreciana 242 .

Incluso en las vanguardias le brotan a nuestro poeta retoños inesperados. Raymond Quenau (1903-1976), el juguetón y genial fundador del Ouvrier de Littérature Potentielle (OULIPO) que se propone liberar la escritura sometiéndola a reglas imaginativas y fecundantes, compuso una Petite Cosmogonie Portative , poema didascálico que tiene detrás como referencia constante el texto de Lucrecio, del que toma ante todo ese fondo de continuo pasmo ante las cosas, y también algunas expresiones deformadas à la oulipienne. Así a la hora de celebrar la más extraña de las maquinaciones naturales, la reproducción por sexos, introduce una invocación a Venus con triple remedo de Lucrecio (I 1):

Aimable banditrix 243 des hommes volupté

qui donnes à l’être un trou pour éjaculer […]

Aimable banditrix des hommes volupté

toi qui créas le foutre et la féminité […]

Aimable banditrix des hommes volupté

prends-moi par la main (disons) et montre moi comme

au delà des coraux aux ambitions atolles

ils vont faire l’amour les mignons nématodes

(IV 110-155).

La historia de la humanidad no emerge más que al final resumida en dos versos que cierran en anillo la cosmogonía atómica y otean un horizonte de desastre nuclear:

Le singe sans effort le singe devint l’homme

lequel un peu plus tard désagrégea l’atome.

La naturaleza

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