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7. La organización del poema

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Ya nadie cree en la composición descuidada o imperfecta del De rerum natura. Su estructura está hecha de partes grandiosas, bien definidas y trabadas. La materia no abarca la conocida distribución ternaria del sistema epicúreo —teoría del mundo, de la conducta humana, del conocimiento— sino que se limita a exponer la parte física e incluir en ella algunos esbozos de las otras dos. De esta manera, el poema se ocupa ante todo del mundo como realidad objetiva y funciona, pues, como un simulacrum de la rerum natura 78 . Este trasunto verbal de la naturaleza se reparte y constituye en tres pares de libros: I y II versan sobre los átomos y el universo como objeto total y único; III y IV explican la naturaleza del alma y la mente con sus operaciones; V y VI describen el mecanismo de los movimientos celestes, narran la historia del mundo y la humanidad, dan razón de los fenómenos meteorológicos y las epidemias. Cada par de libros acaba con una visión pesimista o cuadro de disolución (fin del mundo, desvaríos de la pasión amorosa, peste de Atenas).

Aunque la obra no desarrolle, como hemos dicho, una doctrina moral sistemática y ni siquiera se detenga en el concepto cardinal del placer (hēdonḗ) , disuelve estos temas a lo largo de su trama: hay invitaciones al buen vivir en los proemios, surgen aplicaciones morales extraídas de tal o cual aspecto de la cosmología, están ahí las peroratas contra el miedo a la muerte y la pasión amorosa. Tampoco hay una doctrina sobre el ser de los dioses porque ella es algo así como una silueta que se perfila después de haber dibujado el marco de la realidad: sabiendo cómo está constituido el mundo se sabe cómo lo habitan los dioses y qué son. Así la ética y la teología se desprenden de la mera mostración de los principios físicos y cosmológicos.

Una importancia decisiva tienen en la economía de la obra los proemios. Las convenciones del género didáctico piden una invocación que ponga al poeta en contacto con las fuentes divinas del saber y una dedicatoria que traiga un interlocutor cercano y explícito. En los comienzos de cada parte es conveniente hacer una recapitulación de lo dicho y proponer lo que sigue. Pero los proemios lucrecianos no se limitan a eso y adquieren un particular color y patetismo e inducen un clima en el espíritu del lector 79 . La distribución tripartita de la materia hace que cobren singular importancia los exordios de los libros I, III y V. El más largo y elaborado es el del libro I que comienza con una invocación a Venus (1-49) a la que sigue una propuesta temática (50-61) 80 , la alabanza de Epicuro (62-79), unas consideraciones sobre los males de la religión (80-101), las penas del infierno (102-135) y las dificultades técnicas de poner en versos latinos las enseñanzas del sabio griego (136-148). En los otros proemios reaparecen los elogios de Epicuro, héroe de la verdad (III 1-30, V 1-53 y VI 1-42) y otros temas centrales como la felicidad sencilla y asequible del sabio (II 1-61), el temor a la muerte (III 42-93) o la dulzura de la poesía (IV 1-25). En ninguno de los libros falta la recapitulación de lo ya enseñado y la propuesta de lo que se va a enseñar (II 62-66, III 31-40, IV 26-53, V 54-90 y VI 43-91). Algo descolocado queda una suerte de proemio interno para conjurar el miedo a lo nuevo (II 1023-1047). Al final hay una breve llamada a la musa Calíope (VI 92-95) que se corresponde lejanamente con la inicial advocación a Venus.

Al ocuparnos de la estructura compositiva topamos con la cuestión tan debatida de si está completo y acabado el poema 81 . Entre los indicios de que no lo está entraría el pequeño detalle de que no aparezca en ningún lugar de la obra la consabida sphragís , sello o firma de autor que no falta en los poemas didácticos de Virgilio y Ovidio. Pero esto puede ser un rasgo epicúreo: el discípulo calla su nombre y engarza en un verso, por una vez tan sólo, el nombre del Maestro (ipse Epicurus obit , III 1042). Otra señal de imperfección serían los pasajes repetidos, pero siempre podemos achacarlos a intenciones estilísticas del autor o a percances de la transmisión manuscrita. Una base más firme para asentar la suposición de un De rerum natura inacabado se ha creído extraer de un verso que promete aclarar extensamente la naturaleza y sede de los dioses (quae tibi posterius largo sermone probabo , V 155). Pero deducir de ahí que la vida de los dioses habría sido el tema de un irrealizado libro VII no es legítimo, desde el punto y hora que en lo que sigue el poeta aclara la verdadera naturaleza del cielo, pretendida morada de los dioses, y llega a afirmar taxativamente en el libro VI (92-95) que ése será el último de todos. Así pues, «resta como mera hipótesis la opinión de que al final del actual libro VI, por ley de isonomía, habría de seguir el tratado sobre la naturaleza de los dioses prometido anteriormente (V 153 ss.), símbolo de la felicidad perfecta y prueba en la naturaleza de los motus auctifici , para compensar el efecto de la espantosa peste de Atenas, que de modo impresionante muestra al hombre sometido a los motus exitiales » 82 .

Y es que cuanto más se le lee y medita, más deja sentir el poema su honda armonía y el equilibrio de sus partes. Una serie de nexos, anticipaciones, transiciones y llamadas internas revelan que no sólo el todo sino cada libro está completo. Por ello hoy día los estudiosos, provistos de un mejor conocimiento de la literatura arcaica y despojados de prejuicios clasicistas, se inclinan casi todos a pensar que el poema se sostiene tal como está y que si algo le falta es tan sólo una última mano (un caso no muy diferente del de la Eneida de Virgilio) 83 .

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