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13. Alegría y placer

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«Es preciso reír y al mismo tiempo filosofar» 122 , decía Epicuro. Lucrecio fabricó una doctrina de la felicidad basándose en el reconocimiento de la desgracia. El desvelamiento de la verdad se hace exasperando una conciencia de la fragilidad humana, que obliga a atenerse a lo esencial e imprescindible. Y estos mínimos lucrecianos vienen a ser el átomo en el mundo físico, el tacto en el tema del conocimiento y el placer en el ámbito de la moral. Ya algunos de los primeros discípulos de Sócrates habían propuesto el placer como principio básico de la moral, pero frente a ellos que buscan el placer activo, Epicuro proclamó la superioridad del estático. Por eso, como veremos, no le gusta la pasión amorosa, fuente de alteraciones y motor de acciones perjudiciales para el individuo. Hay en Epicuro cierta pasividad desprendida y un gusto por la renuncia. Pero toda su doctrina converge hacia la felicidad. Ser feliz es fabricarse buenos recuerdos, y por eso dice: «Quien un día se olvida de lo bien que lo ha pasado se ha hecho viejo ese mismo día» 123 . Hay que llegar a la muerte cargado de alegría. La felicidad humana, ya se ha visto, es incompatible con la creencia en dioses y con el miedo a la muerte. Aunque el ideal sea la calma interior (ataraxía) , la dicha puede convivir con las pulsiones humanas. Lucrecio afirma paladinamente que hay recintos del carácter que la razón no puede y acaso no debe asaltar (III 288-322). El método para alcanzar la felicidad no impone la destrucción del temperamento, sólo requiere su control 124 .

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