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15. ¿Lucrecio contra Lucrecio?
ОглавлениеSe ha visto una cierta contradicción en el hecho de que Lucrecio arranque con entusiasmo alegre, anunciando que escribe el poema para curar a la humanidad del miedo y prometiendo serenidad a raudales, pero acabe dejando en el lector una impresión de angustia y derrota con sus minuciosas descripciones de las zozobras amorosas, de la muerte y corrupción del cuerpo, de las refinadas crueldades de la guerra, de las miserias comunales de una epidemia 130 . Es suyo el terrible cuadro del hombre, que arriba, sí, a las claras orillas de la luz (I 22), pero como náufrago desamparado y lloroso (V 222). Lucrecio, como Epicuro, tuvo la voluntad de no hacerse ilusiones sobre el hombre y su madre (o madrastra) la Naturaleza. Se mete para registrar en la tramoya de la vida (uitae postcaenia , IV 1186) porque nada de ella le es ajeno. El examen del mal, exhaustivo y sin miramientos, crea una tensión liberadora y constituye una suerte de exorcismo intelectual 131 . El poeta revela sin cesar el agudo contraste entre luz (conocimiento) y oscuridad (superstición e ignorancia), entre vida (de raíz gozosa y venérea) y destrucción (simbolizada en la epidemia ateniense). Pero esta visión trágica no lo paraliza, no piensa que nada puede hacerse sino que pone a sus lectores en acción. Se ha exagerado el pesimismo de Lucrecio por varias razones, entre las que no tienen poco peso la leyenda edificante de la locura suicida o la inquietud que la doctrina del naturalismo materialista produce en los adictos al opio de las ilusiones místicas y en los habituados a confortables visiones antropocéntricas. Ese trasfondo contrario a todo engaño consolador ha hecho que muchos lectores se le enfrenten con su desdén, y ha obrado más en contra del libro que no la aridez del tema o lo intrincado de algunos puntos. El propio poeta era tan consciente del riesgo que corría, que no pasa sin mostrar desconfianza en un lector que por pereza mental quedará pasmado ante la novedad de la doctrina expuesta (nouitate exterritus , II 1040) y, adrede, seguirá sometido a las sentencias terroríficas de los iluminados (uatum terriloquia dicta , I 102).
No hay un Lucrecio que sin querer combata contra sí mismo. Si pone mucha pasión en convencer, ello no da derecho a decir que de verdad lo que pretende es convencerse.