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4. Modelos y fuentes

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Ante todo, hay que establecer las relaciones del De rerum natura con los textos epicúreos. El autor deja claro desde los primeros versos que él es un propagandista fiel de Epicuro. Su entusiasmo por el Maestro es evidente, pero resulta muy difícil sin embargo medir el grado de fidelidad con que trasmitió sus doctrinas. Más todavía si tenemos en cuenta que ninguna obra importante de Epicuro nos ha llegado completa. Diógenes Laercio, un erudito tardío, incluyó en su biografía de Epicuro (X 139-154) unas breves «Opiniones principales» (Kýriai dóxai) y tres importantes cartas pedagógicas: una dirigida a Heródoto (X 35-83) sobre tema físico (que se corresponde con los libros I, II y V de Lucrecio); otra dirigida a Pitocles (X 84-116) sobre tema meteorológico (como el libro VI); una tercera dirigida a Meneceo (X 122-134) sobre ética (materia que se halla disuelta en el poema latino). Aparte, el llamado Gnomologio Vaticano , descubierto en 1888, recupera unas ochenta y una sentencias (algunas de las cuales coinciden con las «Opiniones principales». El Perì phýseōs , un prolijo tratado en treinta y siete libros, de los que calcinados papiros nos restituyen extensos fragmentos, aporta el título y la ordenación general del De rerum natura 52 . La adaptación lucreciana no se atiene, pues, a ninguna obra conocida de Epicuro. Porque Lucrecio, según él mismo reconoce, quiso libar como abeja en los escritos de Epicuro para condensar y rehacer lo mejor de sus palabras (omnia nos itidem depascimur aurea dicta , III 12). El poema es así un conjunto orgánico y original de doctrinas epicúreas con un sesgo o punto de vista peculiar. Tiene presente ante todo la realidad física donde está encerrado el hombre y en la que, como una parte suya, despliega su conocimiento y sensaciones, sus posibilidades y garantías de felicidad.

No poca importancia tiene que Lucrecio siguiera el ejemplo de los poetas filósofos que precedieron a Sócrates y se ocuparon ante todo del tema de la naturaleza. En hexámetros expusieron su doctrina Jenófanes, Parménides y Empédocles. El atomismo, punto central de la física epicúrea, al depender casi por completo de los venerables Leucipo y Demócrito, facilitó a Lucrecio la tarea de fundir epicureísmo y tradición presocrática. Pero su mentor ideal fue sin duda Empédocles. Empédocles (493-433 a. C.) compuso un poema Sobre la naturaleza del que se conservan trescientos cincuenta versos, lo suficiente para colegir que pretendía explicar el mundo a partir de unos pocos principios básicos cuyo comportamiento aclara su estado presente y sobre todo la complejidad de los seres vivos. Un Salustio, que acaso es el mismo que el historiador, compuso unas Empedoclea , endebles a decir de Cicerón, pero que pudieron despertar la admiración de Lucrecio por el filósofo poeta. Lo cierto es que en su poema Empédocles se muestra seguro de sí mismo hasta la fanfarronería (Lucrecio en sus prólogos aparece lleno de confianza y entusiasmo); en el prólogo habla de la brevedad de la vida, las limitaciones del conocimiento humano y los riesgos de la presunción (Lucrecio advierte constantemente sobre los límites y dificultades del conocimiento); invoca a la Musa de blancos brazos pidiéndole «tal conocimiento como es lícito oír a criaturas de un día» 53 (también Lucrecio alude a las Musas). Hay en el poema griego un destinatario llamado Pausanias y una alabanza de Pitágoras (Memio y Epicuro hacen el mismo papel en el De rerum natura). El filósofo griego exalta la felicidad del sabio 54 (como hace el latino una y otra vez). Incluso la adaptación alegorizante de la estampa homérica de los amores entre Venus y Marte puede que la intentara Empédocles antes que Lucrecio 55 .

Para que el poema didáctico de Lucrecio no fuera un monumento aislado no faltaban tampoco ejemplos ambiciosos dentro de la propia literatura latina. Ya hemos mencionado los Empedoclea de Salustio. Poco sabemos del carmen Pythagoreum de Apio Claudio (censor en el 312 a. C.), si tenía una temática (la amistad) o simplemente se trataba de un acopio de aforismos. Ennio (239-169 a. C.), el padre de la literatura latina, publicó un Epicharmus , traducción de un poema sentencioso sobre la naturaleza falsamente atribuido a Epicarmo de Sicilia. Macrobio (VI 5, 12) menciona a un tal Egnacio como autor de un De rerum natura y trasmite dos hexámetros que suenan dentro de los modos refinados de los poetae noui pero también con visos lucrecianos: roscida noctiuagis astris labentibu’ Phoebe (frag. 2 Morel). Plutarco, en la vida de Pompeyo (cap. X) habla de un Quinto Valerio Sorano (muerto el 82 de C.), poeta de intereses filosóficos, que había compuesto un poema místico-filosófico inspirado en el panteísmo estoico 56 y que empezaba con una invocación a Júpiter muy similar al arranque del De rerum natura: Iuppiter omnipotens regum rerumque deumque / progenitor genetrixque (frag. 4 Morel).

Lucrecio no fue un ingenio lego. En su poema se refleja una vasta cultura literaria que no es exclusivamente filosófica. En el contexto del poema la entonación didáctica, fría y objetiva, se ve interrumpida, a veces muy bruscamente con otras de carácter épico, trágico o satírico. Revela por ahí el poeta doctus que conocía a Homero, Hesíodo, Eurípides (sacrificio de Ifigenia) y Tucídides (peste de Atenas), a los líricos arcaicos (síntomas corporales de la pasión) 57 , a Calímaco y a algunos autores de epigramas y poetas helenísticos. No sorprende entonces que presente a Epicuro levantándose como un sol que borra con su luz la de los otros astros (III 1044), tal como el epigramista Leónidas de Tarento había presentado a Homero (Antol. Palat. IX 24).

Lucrecio se asoma desde su escuela a otras: «Algunos de los cuadros más celebrados de Lucrecio», observa A. Dalzell, «derivan de la tradición filosófica: los átomos en el rayo de sol se remontan por lo menos a Demócrito (Aristóteles, De anima 404a 1-6); la carrera de antorchas y la famosa imagen de la miel en el borde de la copa están anticipadas por Platón en las Leyes (776b y 659e); el ejemplo del anillo 58 fue usado por Meliso de Samos (DK 1, 274; B8, 3), y la importante comparación de los átomos con las letras del alfabeto aparece en dos pasajes de Aristóteles, que tratan de la teoría de los átomos de Leucipo y Demócrito (Metaf. 985b 15-19 y Sobre la generación y la corrupción 315b 9-15)» 59 .

Se atribuye al cínico y populachero Bión de Borístenes (s. III a. C.) el ejercicio de la prédica filosófica que utiliza módulos expresivos familiares y formas dialogadas (patentes en el comienzo del libro II y los finales de los libros III y IV de Lucrecio). Pero los epicúreos, y Lucrecio con ellos, eran más serios y formales y se acercan más a los tonos fríos y especulativos.

El De rerum natura encierra sus propias complicaciones, pero en cuanto a temas y procedimientos está firmemente enraizado en el medio intelectual y artístico de la tardía República. La influencia de la literatura es más notoria, claro es, en los proemios, digresiones y finales 60 . Hay en Lucrecio idéntico regusto arcaico en el léxico, afán moralizador y pesimismo en sus propuestas que en el historiador Salustio. Muestra una hipersensibilidad erótica tan acusada como la de Catulo (aunque el amor es pasión que el poeta filosófico denuncia y reprueba, mientras el poeta lírico sin más documenta). La tensión entre arcaísmo clasicista (bajo el patronazgo de Ennio) y helenismo culterano (traído por el movimiento innovador de los poetae noui) se resuelve en cierto predominio de la primera tendencia. No se adhiere a la escuela de poetas filohelénicos, pero algunas de sus maneras son parecidas: la rica doctrina, el uso de la mitología, la precisión en el vocabulario 61 .

La naturaleza

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